sábado, 24 de noviembre de 2012

Nuevo escándalo del Papa, ahora por los ancianos

Nuevo escándalo del Papa, ahora por los ancianos
Jorge E. Traslosheros
 
Benedicto XVI sigue con la sana costumbre de armar escandaleras, ahora a propósito de los ancianos. En días pasados se reunió con un nutrido grupo de viejitos quienes han formado hogar con otros tantos jóvenes. No tuvo empacho en reconocerse uno más entre ellos con achaques, limitaciones y necesidad constante de ayuda. Les defendió no como a objetos de un caritativismo puritano y ramplón.
Les reivindicó en su dignidad, por su importancia para el sano desarrollo de la sociedad, como fuente de sabiduría para las nuevas generaciones. Ellos, los ancianos, son un libro abierto a la vida, motivo de esperanza y fuente inagotable de relación con Dios a través de la oración y el testimonio. Para acabar, llamó a la vejez una bendición. ¡Vaya desfachatez la del viejito!, dirán algunos.
En esta ocasión la gritería se armó con sordina. Pocos medios tuvieron los tamaños para hacerse eco de las palabras del Papa. Resulta que los ancianos son fuente de veneración en todas las culturas, menos la nuestra. Las buenas conciencias de nuestros días, tan políticamente correctas, no han llegado al punto de condenar abiertamente a los abuelitos, aunque avanzan con paso firme.
Vivimos una cultura narcisista que hace del ego, reducido al cuerpo, el principal objeto de culto contra el mínimo sentido de solidaridad. Cualquier cosa que implique el propio bienestar será prioritario y aplaudido. ¿Relaciones duraderas? ¡Ni soñando! Entretienen la vida en ocuparse de los demás. Narcisos espejeados anhelan vidas largas, pero se llenan de pavor con la simple idea de envejecer, lo que resulta absurdo pues lo segundo es consecuencia de lo primero. Así, se invierten ingentes cantidades de dinero buscando la fuente de la eterna juventud, sin reparar en la dignidad humana.
El miedo a la vejez, que toma forma de pavor a los viejitos, toca los dinteles del absurdo pervirtiendo el lenguaje. Por un lado, ya nadie habla en políticas públicas de senectud, ancianidad o vejez, ahora se les llama “adultos mayores”. Por otro, se cuela como humedad la idea de eliminar a estas personas, junto con enfermos y discapacitados de distinta condición, pero en lugar de llamarle eutanasia hablan de “muerte digna” y “suicido asistido”, al modo de los viejos fascistas, cuando en realidad son una y la misma cosa.
Narciso quiere eliminar a los ancianos aplicándoles la eutanasia porque desvelan la verdad sobre su condición humana. Que lo presente como “muerte digna” para un “adulto mayor” me parece llana hipocresía envuelta en eufemismos.
Al reivindicar la ancianidad como un bien deseable para nuestras vidas, el Papa ha confrontado a quienes nos quieren vender la eutanasia como un logro de la civilización, cuando se trata de la simple y llana eliminación de seres considerados “indeseables”.
Benedicto ha mostrado, con la elegancia de la caridad que lo distingue, que anunciar el evangelio también consiste en mostrar la belleza de la ancianidad a una cultura obsesivamente narcisista. La eterna juventud no existe para el físico y esto es una bendición. No obstante, es accesible para cualquier persona en cualquier momento de su existencia; sólo hace falta correr el riesgo de decirle sí a la vida.

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