Los 100 primeros días presidenciales: Salinas, Zedillo, Fox y Calderón
Los dos últimos presidentes priistas del siglo XX dieron un golpe para legitimarse: Salinas el quinazo y Zedillo el salinazo
José Elías Romero Apis*CIUDAD DE MÉXICO, 6 de diciembre.- El gobierno de Carlos Salinas de Gortari se inicia con un fuerte cuestionamiento sobre la legalidad de la elección presidencial y la llamada “caída del sistema”, nombre que se le dio a la supuesta trampa electoral, misma que, se dice, fue operada por Manuel Barttlet Díaz, lo cual le valió ser secretario de Educación Pública, y luego gobernador de Puebla.
Por ello propone, de inicio, una reforma electoral con mayor claridad y mejor vigilancia de los comicios. Pero era necesario un “golpe” que legitimara en la gestión lo que se había deslegitimado en la elección, tal y como lo ha sugerido Seymour Lipset. Ese golpe habría de ser el encarcelamiento del líder petrolero Joaquín Hernández Galicia, alias La Quina, y sus más allegados lugartenientes, entre ellos, Salvador Barragán Camacho, José Sosa y Sergio Bolaños.
La inculpación fue un acopio de armas que, para algunos, fue teatral y el homicidio de un agente del Ministerio Público federal, del cual se dice llevaba ya varios días muerto en otra localidad.
En lo internacional, esta Presidencia coincide con el inicio de la de George Bush padre, en Estados Unidos. En lo económico, Salinas promete que la inflación se reducirá a 18% anual y que el crecimiento aumentará a 1.5%. Estas cifras hoy suenan aterradoras, pero en ese entonces sonaban consoladoras.
En las notas catastróficas se registra la explosión de un depósito pirotécnico en La Merced, con un saldo de 60 muertos.
Zedillo y el salinazo
De nueva cuenta, el sexenio de Ernesto Zedillo Ponce de León arranca en medio de fuertes cuestionamientos, aunque ahora no electorales sino financieros. El llamado “error de diciembre” no deja en claro si las culpas fueron del anterior o del nuevo régimen. El despido del nuevo secretario de Hacienda hace presumir que el nuevo Presidente asume su parte de culpa.
Hay una fuerte devaluación de casi 300% en un solo día. El presidente Clinton entra en apoyo de México y “compra” a Zedillo. En todo el mundo se habla del efecto tequila, refiriéndose a las consecuencias sistémicas de nuestra crisis. Como en el sexenio anterior, el nuevo régimen recurre a un “golpe”.
Esta vez el destinatario será el anterior Presidente, pero en la persona de su hermano mayor, Raúl Salinas de Gortari, a quien se acusa del asesinato de su ex cuñado, el político guerrerense José Francisco Ruiz Massieu.
Después de diez años de encarcelamiento, Raúl Salinas demostraría su no culpabilidad y saldría libre.
Mientras tanto, el ex presidente Carlos Salinas se instalaría en un jacal ajeno en Monterrey para realizar una brevísima huelga de hambre.
Vicente Fox y la desprofesionalización de la política
Coincidiendo en tiempos con el inicio de la Presidencia de George Bush hijo, el nuevo régimen mexicano presidido por Vicente Fox Quesada, un político improvisado, hará gala de su improvisación bajo el discurso de que la política debe dejar de ser un asunto de profesionales y convertirse en una responsabilidad de ciudadanos.
El nuevo gabinete parecía, para algunos, indescifrable y desconcertante. Muchos dijeron que parecía un corporativo empresarial. Otros, que era de bajo nivel. Algunos más, que era de poco “oficio”. Lo cierto es que, pese a su apariencia de cripticidad, era un mensaje que parecía inequívoco. Ciertamente se advertía una fuerte dosis de formación empresarial en los miembros del gabinete.
Esto tiene una explicación muy fácil de entender. El mismo Presidente era un empresario. Más aún, era un empresario que sólo se sentía en confianza con empresarios y con nadie más. Y, por cierto, sólo con algún tipo de empresarios. Que no se entendía con y no creía en los profesionistas, ni en los obreros ni en los campesinos ni en los políticos de carrera. Pero, además, que tampoco le interesaba lo que pensaran de él ni los abogados ni los financieros ni los economistas ni los comunicadores ni los militares ni nadie. Sus designaciones no fueron hechas para satisfacer a ningún gremio ni a ningún sector. Desde este punto de vista, logró lo que quería. Ése era su privilegio.
No sabía que la administración pública profesional es el espacio insuperable para ejercitar las cualidades creativas. Para conocer a fondo los problemas específicos. Para el diagnóstico y la selección de soluciones. Para implementar lo que es posible y desechar lo utópico. Para ser el puente de unión entre las exigencias sociales, los compromisos de la política y las recomendaciones de la sensatez.
Es en la administración pública donde se aprende a hacer funcionar la cosa pública a como dé lugar. Sin recursos, sin apoyos, sin comprensiones, sin las personas más idóneas, sin tecnología, sin equipamiento y, muchas veces, sin soportes normativos ni apuntalamientos políticos.
No es un taller de concesionaria automotriz, donde se reparan los automóviles importados, donde se utilizan refacciones de catálogo
ineludible, herramientas de precisión tecnológica y mecánicos entrenados quién sabe dónde. Nada de eso.
Se trata más bien de un pequeño tallercito de “talachas” artesanales donde se reparan “carcachitas”. Donde se usan las refacciones nuevas o usadas que se pueden encontrar y se pueden pagar. Donde el maestro mecánico dispone de algunas herramientas modestas, y donde se auxilia de ayudantes que medio van aprendiendo y que faltan dos veces por semana.
El buen funcionario público mexicano se parece a aquellos cirujanos de hospitalito rural del Seguro Social que, muchas veces, saben más de cómo hacer funcionar el organismo humano que renombradísimas estrellas de los centros hospitalarios de Houston o Baltimore.
Por eso, cuando los secretarios de Estado, los procuradores, los subprocuradores, los subsecretarios, los directores y los jefes de paraestatales han aprendido a hacer bien su trabajo se vuelven poderosísimos, se vuelven respetadísimos y se vuelven casi imprescindibles.
Por esas características la administración pública es una escuela donde se aprende a trabajar con lo que se tiene y no necesariamente con lo que se quiere. En ella se aprende a trabajar rápido, a desarrollar capacidad de síntesis, a diagnosticar el fondo de los problemas, a imaginar soluciones múltiples, a atender a un público numeroso, a guardar secretos, a conservar distancias y a muchas otras aptitudes.
Calderón y el golpe de timón
Se dice en las calles que la lucha emprendida por el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa en contra del crimen organizado contenía, además de la búsqueda de la seguridad pública, una importante dosis de estrategia política. No estoy diciendo que se tratara de una farsa ni de una mentira. Por el contrario, tengo la convicción de que estaba inspirada por motivos muy sinceros y muy valientes. Pero ello no impide que se trate de dos propósitos distintos aunque complementarios. De ser cierto lo que se dice, era una táctica muy inteligente.
El gobierno de Calderón provenía de un proceso mexicano muy complicado. Una campaña electoral muy agresiva, una elección muy competida, un periodo poselectoral muy difícil y un inicio de gestión muy incierto.
Se dice que, ante esto, era de suponer que el nuevo mandatario haya considerado dos prioridades inmediatas de su gobierno: la autoridad y la gobernabilidad, ambas situadas a las puertas de una crisis.
Por eso, en el día número 100 de su mandato, el 10 de marzo de 2007, lanza su programa militarizado contra el crimen organizado. Pero, de paso, le muestra a sus denostadores amarillos que tiene pistolas y fusiles, que los militares le obedecen “sin chistar”, no como a Fox, y que tiene la decisión suficiente para utilizarlos contra quien sea.
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