Los gobernadores, auténticos virreyes
--¿Eres tú, Andrés?
--Así es, Arturo. ¿Qué es lo que pasa?
--Quiero decirte, Andrés, que ya ni la amuelas?
--Pero por qué, Arturo?
--Acabo re revisar la caja fuerte, Andrés. Y lo único que me encontré en el interior fueron cien pinches pesos.
--Arturo, te juro que no los vi.
El chiste cínico, que puede adaptarse a cualquier entidad federativa --sólo basta cambiar los nombres de los protagonistas—, le queda como anillo al dedo al estado de Tabasco, donde los sufridos habitantes tabasqueños se acaban de librar de una especie de Atila sureño, por aquello de que ya no volvió ni a crecer el pasto que pisaba.
En Tabasco, como en el Coahuila de Humberto Moreira, el Zacatecas de Amalia García, la Baja California de Narciso Agúndez, el Tamaulipas de Tomás Yarrington, el Oaxaca de Ulises Ruin, el Michoacán de Leonel Godoy, el Jalisco de Etilio González Márquez, el entonces gobernador sometió a su entidad a un saqueo inmisericorde.
Los voceros de Arturo Núñez se han dado en estos días a la tarea de hacer notar la rapiña a la que fue expuesto el estado en tiempos de Andrés Granier y su camarilla de colaboradores. Es difícil sustraerse a la tronante declaración que hizo el nuevo gobernador durante la ceremonia de su toma de posesión el lunes pasado, ante muy distinguidos invitados. Dijo sobre el particular:
“Por cumplimiento de la ley, por firme convicción y congruencia personales, porque es indispensable para el bien de la convivencia entre los tabasqueños desagraviar a una sociedad profundamente lastimada, reitero hoy, para que quede claro y no haya lugar a duda alguna, que no encubriré a nadie haciéndome cómplice de quien haya hecho privados en su beneficio los recursos públicos de los tabasqueños. A ésos no les espera el disfrute de rentas mal habidas: les espera todo el peso de la ley, les espera la cárcel”.
El gobernador de Tabasco llegó al cargo al amparo de los partidos de izquierda, pero su origen es priísta. Es más, en sus tiempos tricolores fue un golpeador de la izquierda mexicana; en especial, de la perredista. Su caso es similar a otros que, como Ricardo Monreal, tuvieron que emigrar a otro partido al ya no recibir en el PRI apoyo incondicional para continuar ascendiendo en la política.
Pero gentes como Arturo Núñez y Ricardo Monreal se formaron en la cultura del priísmo porril: ambos fueron duros críticos del perredismo cuando sus servicios eran empleados para golpear a la izquierda. En su momento, como líder de la bancada tricolor en la Cámara Baja del Congreso de la Unión –en pleno zedillato—, El Pingüino Núñez sacó adelante la aprobación de ese robo a los mexicanos llamado Fobaproa.
Por eso ahora, cuando el nuevo gobernador de Tabasco habla de que habrá de meter al orden al virrey que lo antecedió en el cargo, uno mira las cosas con natural escepticismo. Dados sus propios antecedentes, nos resulta difícil creer que irá al fondo del problema. No obstante, habrá que darle a Arturo Núñez el beneficio de la duda.
El problema de Tabasco es fiel reflejo de lo que sucede en el resto de las 30 entidades del país, incluido el Distrito Federal, donde sus gobernadores hicieron lo que se les pegó la regalada gana –como virtuales virreyes— durante dos sexenios de presidentes panistas que fueron incapaces de evitar los monumentales adeudos en los que incurrieron.
Junto con los más de cien mil muertos por la guerra contra el narco, a los presidentes panistas –en especial, a Felipe Calderón— también hay que agradecerles el endeudamiento en el que se encuentra la mayoría de los estados, con muchos de sus municipios en virtual quiebra técnica.
Ahora se habla de una especie de Fobaproa para rescatar a los gobernadores y ex gobernadores que tienen sumidos en crisis financieras a sus entidades federativas; sin embargo, lo que debe hacerse es obligar a que los enriquecidos funcionarios regresen lo que se han robado. No hay de otra.
En el caso específico de Tabasco, el neo perredista Arturo Núñez tiene la palabra.
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