La izquierda en México hoy / Víctor Flores Olea
En
nuestro artículo anterior, subrayábamos la decisión de Enrique Peña
Nieto, que debe haber tomado desde su entronización y seguramente antes,
en favor del capitalismo como sistema de crecimiento (y desarrollo, por
lo que contiene de distorsiones y descomposición profunda de la
sociedad). Y más aun, subrayábamos la definición neoliberal que
caracteriza ya a su gobierno, que tiende a la acumulación de riquezas
concentradas, originando mayores desigualdades y creciente explotación,
además de la destrucción imparable de los valores comunitarios y del
medio ambiente.
Por eso es que hoy en México la
cuestión de la izquierda vuelve a plantearse con fuerza, a pesar de las
dificultades crecientes que deberán superarse. Uno de los grandes
problemas, visto en tres dimensiones, es que no hay duda que la vuelta
del PRI al poder ha generado desorientación en el sentido de que
“pareciera” que hay una cierta “intención” reivindicatoria de algunos
aspectos sociales centrales en la historia ya centenaria del proceso
revolucionario mexicano. Pero sobre todo que hay gente sin demasiada
capacidad de observación, que piensan que la “nueva” etapa capitalista
(neoliberal) que se vive será capaz, en efecto, de “mover” a México
hacia delante, y que no miran que el desarrollo neoliberal aumentará las
desigualdades y la explotación y, como decíamos, la destrucción abismal
de los valores comunitarios y del medio ambiente.
Una segunda cuestión que dificulta hoy
el progreso político de la izquierda es la fragmentación extraordinaria
de la misma, que comienza por el PRD y sus tribus y que, sin embargo, ha
dejado el campo abierto en buena medida al partido recién fundado por
Andrés Manuel López Obrador. Partido que origina esperanzas en
importantes sectores sociales, sobre todo por los antecedentes
participativos exitosos de las fuerzas políticas que ha tenido AMLO,
quien ha sido derrotado en ocasiones anteriores por procedimientos
ilícitos. No hay duda que Morena representa hoy una posibilidad
importante para la izquierda mexicana que, sin embargo, deberá abrirse
para lograr la mayor inclusión posible en sus filas, y la menor
exclusión de una izquierda potencial que hoy se encuentra fragmentada.
Una cuestión que sin duda preocupa es
el hecho de que los grandes medios de comunicación en México, lo mismo
la TV que la prensa escrita en su mayoría, y buena parte de las redes
sociales, no obstante que contienen importantes segmentos de izquierda,
también reflejan poderosamente las tesis dominantes, en el sentido de
que la izquierda se ha quedado atrás y al margen. Por ello, este tiempo
es propicio para difundir intensamente, por todos los medios posibles,
el real carácter del capitalismo neoliberal, y la necesidad de un
cambio profundo de nuestro sistema político, económico y social que
signifique un alto importante a las destrucciones de ese capitalismo, y
que sea capaz de imponer, o “ir imponiendo”, un orden de civilización
nacional que no solamente signifique mayor igualdad sino una cultura de
solidaridad en que el valor de la acumulación disminuya drásticamente
frente al valor de uso de los satisfactores creados por el trabajo (no
explotado) del hombre.
Cuando en líneas atrás anoto “ir
imponiendo” un nuevo orden social me refiero a un inevitable
“gradualismo” de las transformaciones sociales, un gradualismo que no se
opone a las “transformaciones revolucionarias”, y que va más allá de la
tajante dicotomía de que se echa mano con demasiada frecuencia entre
reforma o revolución, calificándose tajantemente como reformistas las
batallas de tipo electoral, y atribuyéndose las de tipo “revolucionario”
exclusivamente a aquellas que implican la caída a corto plazo y casi
instantáneo del orden existente, y que por necesidad alude a elementos
de confrontación violenta en sus diferentes versiones.
Aquí sostenemos, en otras palabras, que
existen “reformas revolucionarias” que no resultan solamente de la
confrontación o de la lucha de clases armada, sino que el cambio
“revolucionario” puede derivarse de un conjunto de medidas que por
acumulación impliquen tal cambio, o su dirección inversa
“contrarevolucionaria” (un conjunto de cambios graduales y legislativos
sin golpes de Estado en el sentido tradicional, como probablemente está
ocurriendo en el gobierno de Enrique Peña Nieto, con sus “reformas
estructurales”, contrarevolucionarias en la mayoría de los casos).
No hay duda que en los procesos
políticos de la derecha los sistemas electorales y la oposición entre
partidos políticos es puramente “formal”, y vistos en perspectiva
simplemente funcionales a los intereses de las clases dominantes. Por
tal razón, como han dicho algunos estudiosos, resulta altamente
complicado transitar hoy hacia un país en el que impere de verdad la
democracia, la legalidad y el orden jurídico. No hay duda que en
determinados países y regiones tal ha sido el objetivo primordial, por
ejemplo en América Latina, después de décadas de regímenes dictatoriales
en que imperó la violencia y la negación de los derechos humanos más
elementales.
La batalla por una “real” democracia y
un efectivo orden jurídico que de verdad se aplique resulta entonces
objetivo primordial de las izquierdas, aparte de que en esas batallas
sea posible ya lograr significativos avances sociales. Desde un punto de
vista general, los procesos revolucionarios contienen diferentes
modalidades, sin que sea posible juzgarlos o calificarlos según
consideraciones abstractas, pero subrayaría dos: avance social y
democrático (revolución) y resistencia (a la contrarevolución). Además
de que sería indispensable examinar el grado en que tales movimientos
“realmente” luchan por la transformación del statu quo, es decir,
la medida en que luchan por un debilitamiento de las instituciones de
la mentira y la explotación capitalista y neoliberal, y batallan desde
el inicio por una transformación de esas instituciones para lograr (o
“ir logrando”) una sociedad más genuinamente democrática, participativa,
incluyente e igualitaria.
Tal es la distancia entre una
organización que pueda realmente calificarse de izquierda, y otras que
toman el calificativo con un fin simplemente oportunista. Por ello,
hemos repetido siempre que la lucha de la izquierda es permanente y, en
cierta forma, sin fin ni tregua.
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