Diputados Gobierno Mariano Rajoy Partitocracia — 30 noviembre 2014
Propenso a la indolencia o a la caricatura, las redes sociales y los medios de comunicación resumieron la intervención de Mariano Rajoy con una de sus típicas ocurrencias verbales. Fue el famoso “fin de la cita”, que el presidente leía de carrerilla como un memorioso opositor que reproduce hasta las comillas, olvidando que son una simple anotación adjunta.
Pero si la reveladora anécdota ocupó todos los informativos, la lectura hoy del Diario de Sesiones desvela un pensamiento más sustancial sobre el asunto: Rajoy reconoce que llegó a creer en la inocencia de Bárcenas como creía en la del ministro José Manuel Soria, con acusaciones de corrupción muy parecidas (“estaba muy reciente un episodio con el ministro de Industria“). Dice que el tesorero y senador del PP le engañó, pero no sólo a él, sino a los miembros del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, a los de su apelación y a los fiscales, aunque no facilitó sus nombres. Y sobre la apertura de los depósitos en Suiza en los que figura su nombre como avalista, Rajoy se defiende: fue “una manifiesta deslealtad con el partido que le había encomendado sus cuentas”.
Rajoy cree que si Bárcenas o Soria son acusados de corrupción, cualquier diputado o senador puede serlo también. Y dió a entender que, con esta vara de medir la moralidad pública, todos los diputados hacen prácticamente lo mismo. La culpa es de la sociedad civil por sus exigencias:
“No es información, pues, lo que reclaman, sino una ratificación sin condiciones de sus propias ideas, si es que podemos llamarlas así. En efecto, traer al Parlamento debates estériles, infundados, plagados de sospechas sin confirmar y de informaciones parciales difícilmente puede considerarse un gesto de respeto a la Cámara”. Por eso Rajoy se empeña en “desmentir las mentiras, manipulaciones e insinuaciones maliciosas que han jaleado con entusiasmo, entre otros, algunos dirigentes políticos”.
“Creí en su inocencia, lo hice hasta el momento en que a los cuatro años de iniciadas las investigaciones llegaron datos que confirmaban la existencia de cuentas millonarias en Suiza, no declaradas a la Hacienda pública, a nombre del señor Bárcenas. Esto, además de revelar una manifiesta deslealtad con el partido que le había encomendado sus cuentas, confiado en él y defendido su inocencia —además de todo eso—, constituía un hecho ilegal que no admitía dudas, puesto que la existencia de ese dinero en Suiza a su nombre la confirmó el juez, y el imputado no pudo negarlo. Ese ha sido todo mi papel en esta historia”.
“Di crédito al señor Bárcenas, era una persona de confianza… Di crédito al señor Bárcenas, señorías, era una persona de confianza en el partido, no fue tesorero más que un año, pero desde mucho antes había tenido responsabilidades importantes como gerente. Lo digo con toda franqueza, carecía de razones para dudar de su inocencia, así es que me fié de él y le apoyé. Sí, le apoyé, como apoyaría a cualquiera que sufriera una persecución que yo creyera injusta”.
“¿Me equivoqué al confiar en una persona inadecuada? Sí. Cometí el error de creer a un falso inocente, pero no el delito de encubrir a un presunto culpable. ¿Me engañó? Sí; lo tenía muy fácil. Yo no condeno a nadie de manera preventiva. Cuando alguno de mis colaboradores ha sufrido dificultades políticas o personales le he mostrado mi apoyo y mi solidaridad. Siempre he actuado así, y no porque una persona haya fallado voy a variar mi actitud. Si yo pasara a considerar que la buena intención o la buena fe es culpable, tendría que cambiar muchas cosas en mi tabla de valores, señorías, y les aseguro que a eso no estoy dispuesto”.
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