Argentina y el siniestro Plan Morgenthau
La historia suele
ser contada a conveniencia. En la actualidad, mucho se habla del Plan
Marshall de ayuda financiera de EEUU a la Europa Occidental de
posguerra, y luego de un plan similar aplicado en Japón, así como
también es muy promocionado el milagro –que de milagro tiene poco-
alemán para referirse al rápido resurgimiento de la economía germana, y
también el milagro económico japonés.
Pero es muy poco
conocido el siniestro Plan Morgenthau, que debe su nombre al secretario
de Hacienda de EEUU durante la Segunda Guerra Mundial y que precedió al
Plan Marshall, siendo sus propósitos diametralmente opuestos.
El Plan Morgenthau
formó parte de la batería de medidas y de instituciones a ser creadas
por los aliados a partir de 1944 (o tal vez ya en 1943), cuando la marea
de la guerra se posicionaba en contra del eje (Alemania, Japón, Italia y
sus aliados); pensadas todas esas ideas para dar el contexto al mundo
de posguerra, acorde con las prioridades de las potencias que a la
postre resultarían vencedoras.
Demostrando un
claro afán vengativo, sin importar las tremendas consecuencias sociales
de su implementación, el Plan Morgenthau buscó mantener a Alemania
sumida en el atraso permanente, imposibilitándole realizar ninguna
acción concreta tendiente a reencauzarse en la senda del desarrollo.
Para eso, los encargados de aplicar a rajatabla las feroces pautas del
Plan, debían propiciar cualquier acción orientada a mantener derruida y
sin funcionalidad su infraestructura y a impedir recomponer la
formidable estructura industrial y tecnológica que había caracterizado a
este país desde fines del siglo XIX, además de evitar el progreso
cultural de su población, incluso manteniéndola en niveles de pobreza
económica y con carencias alimenticias, de sanidad y de instrucción. Con
todo ello el Plan Morgenthau pretendía mantener a Alemania sumida en
una economía primaria, subdesarrollada y desarticulada. Algo similar se
pensó aplicar en Japón.
Curiosamente, muy
pocos autores se refieren directa y claramente al Plan Morgenthau y a la
esencia de genocidio económico del mismo.
Sin embargo, entre
1947 y 1949, la situación cambió radicalmente, con el inicio de la
Guerra Fría. Bajo ese contexto, Alemania (en ese momento Alemania
Occidental) y Japón pasaron a ser dos piezas claves para contener la
expansión comunista en Europa y el Este y Sudeste Asiático,
respectivamente.
EEUU necesitaba
impulsar las reconstrucciones civiles, la rápida mejoría de las
condiciones sociales y el fuerte resurgimiento económico de Alemania
Occidental y de Japón para operar como barreras o líneas de contención
del comunismo y para que sirvieran confiablemente como plataformas de
los despliegues de tropas y materiales estratégicos en el contexto del
conflicto ya existente y no declarado formalmente que se conoció como la
Guerra Fría.
La aplicación del
Plan Marshall, implicó automáticamente la caducidad total del Plan
Morgenthau, vigente en Alemania, y su similar en suelo japonés.
Menos conocido aún,
y por cierto no explicitado como plan de público conocimiento, es la
implementación de lo que puede llamarse “el Plan Morgenthau aplicable a
Argentina”, de cuya instrumentación por cierto no existen antecedentes
formales, pero en cambio la sucesión de hechos sutilmente concatenados,
muestran demasiadas “casualidades” como para no poder afirmarse que se
trató (¿o se trata?) de una brutal maniobra de “guerra blanda”, que como
suele ser usual en esos casos, tiene objetivos que se siguen buscando,
sin importar en forma crucial los plazos de ejecución.
Cabe señalar que
desde siempre hubo resistencias internas a ese rol de “país granja”
subordinado, que se asignó desde afuera, con las complicidades internas.
Ese factor de constante resistencia a las acciones colonialistas,
sumado al reconocido enorme potencial de desarrollo de Argentina, y la
posición referencial que el país tiene desde sus orígenes para las
naciones hermanas íberoamericanas, sin duda debe haber pesado mucho,
para condenarlos a un futuro de miseria y disgregación política, como
fue claramente el objetivo final del feroz neoliberalismo aplicado en
Argentina durante un cuarto de siglo.
A partir del
“proceso” (1976-1983), se instauró con notable ferocidad y consecuente
total falta de sensibilidad social, un conjunto de medidas que
destruyeron brutalmente el aparato productivo nacional, siendo acentuado
su perfil anti industrial y antitecnológico; resultando explícito el
objetivo retrógrado y anacrónico de reinstalar las estructuras feudales
del país–estancia que opere como dócil colonia de las por entonces
excluyentemente poderosas economías del G-7, y en particular las de EEUU
y Gran Bretaña. Fue sin ninguna duda la aplicación adaptada en tiempo y
lugar del pernicioso Plan Morgenthau.
Pero el “Plan
Morgenthau a la argentina” no solo se ciñó a los siete años del
tristemente célebre “proceso” cívico–militar. Su aplicación continuó
profundizándose en las épocas de la llamada partidocracia cleptocrática,
que atravesando las presidencias de Alfonsín, Menem y De La Rúa, los
llevó a empujones a la severísima crisis de 2001/2002, la cual por muy
poco no los condujo a una situación de balcanización en media docena de
republiquetas dóciles, tal como estaba previsto por los megas poderes
financieros transnacionales globalizantes.
En todos esos años
del cuarto de siglo neoliberal (1976-2001), la economía siguió
deteriorándose, decayendo cualitativamente (cerrándose fábricas y
desfinanciándose Universidades Nacionales y entes tecnológicos), el
endeudamiento se acentuaba en forma descontrolada, la emigración de
valiosa población seguía, y algunos hechos puntuales mostraban el
perverso cariz que se imponía brutalmente: la transformación de escuelas
técnicas en simples bachilleratos amorfos (una colonia-granja no
“necesita” técnicos, ingenieros ni profesionales de ciencias puras); el
vaciamiento de contenidos básicos en las escuelas (eliminando Historia y
Geografía, y restando horas a Matemática y Lengua), con lo cual se
buscaba embrutecer a la población; y el absurdo freno total impuesto a
su muy eficiente y avanzado Sector Nuclear, entre otras medidas muy
negativas e indudablemente probatorias de la ejecución de un plan de
destrucción sistemática de la economía y el tejido socio cultural de
Argentina.
Todo acorde a las
“observaciones” del historiador canadiense-británico Harry S. Ferns,
quien afirmaba que solo mediante una guerra civil podrían anularse los
notables avances concretados a partir de 1943/45, y a la medida de los
intereses de ambas grandes potencias anglosajonas que en el cuadro de un
país destrozado, o peor aún balcanizado en media docena de
republiquetas dóciles, volvería a ser un fácil proveedor de materias
primas baratas; a la vez que dejaría ser un poderoso factor de unidad,
como lo es hoy en el Mercosur, la Unasur y la Celac; y no sería ningún
obstáculo para las ansias expansionistas de la troika EEUU-Gran
Bretaña-OTAN, en el Atlántico Sur, en la Antártida, e incluso en La
Patagonia.
De hecho, las ONGs y
Fundaciones ecologistas, indigenistas, derecho-humanistas, de
“estudios” económicos y similares; transnacionales o las locales
asociadas, operan como arietes de las guerras blandas, con las que
persistentemente agreden, para volverlos al redil de los dóciles
dominados.
Una Argentina
fuerte será un poderoso factor de cohesión de los bloques de poder
Íberoamericanos y Caribeños; bloques a cuya consolidación se oponen las
potencias neocoloniales del siglo XXI, sus poderes financieros y sus
brazos armados. De esa forma también se podría evitar que –como sucedió
antes tantas veces– esas grandes potencias los usen como válvulas de
escape para exportar sus crisis y sanear sus economías a costa de otros.
Dicho esto, cambien la palabra Argentina por la de España y juzguen si sigue teniendo sentido.
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