Félix Rodrigo Mora:
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lunes, 1 de junio de 2015
Primavera de 1936: El Frente Popular contra la revolución proletaria y popular
Primavera de 1936: El Frente Popular contra la revolución proletaria y
popular[1]
En la primavera del año 1936, hace ahora 79 años, en los diversos
territorios sometidos al Estado español maduraba un proceso revolucionario en
la industria y en la ciudad, pero sobre todo en el mundo rural, que se dirigía
contra los poderes constituidos políticos, institucionales y económicos.
En el gobierno estaba el Frente Popular, una coalición de los partidos
y sindicatos, republicanos y de izquierda, que había ganado las elecciones el
16 de febrero de 1936. Lo componía Izquierda Republicana, Unión Republicana,
PSOE, UGT, PCE, Juventudes Socialistas, Partido Sindicalista y POUM. En
Cataluña se denominó Front d’Esquerres, donde estaba ERC junto con los partidos
citados. La gran mayoría de CNT dio apoyo tácito al Frente Popular pidiendo Durruti,
entre otros, el voto. En el País Vasco ANV suscribió el Manifiesto Electoral
del Frente Popular español.
Éste defendía la continuidad del capitalismo y del poder estatal, lo
que situaba a sus firmantes en abierta oposición al enorme y generalizado auge,
aunque espontáneo y falto de estrategia, de la acción revolucionaria popular. En
esas fechas lo decisivo era el épico actuar de las clases modestas, no el obrar
de los gobiernos, partidos y sindicatos frentepopulistas ni los preparativos
para un golpe militar.
El suceso más demostrativo es la matanza de Yeste (Albacete), el 29 de
mayo de 1936. La recuperación por los trabajadores locales de tierras comunales
vendidas, tras arrebatárselas al vecindario, unos años antes por el Estado a
una familia de terratenientes republicanos y anticlericales llevó al gobierno
de Frente Popular a ordenar una intervención de la guardia civil, que dejó 17 vecinos
muertos a tiros y unos 100 heridos graves. Con ello las tierras en litigio siguieron
siendo propiedad privada…
La matanza de Yeste[1] no
fue un caso excepcional sino un acontecimiento entre otros. En todos ellos el
gobierno de Frente Popular mandaba a la guardia civil y guardia de asalto
atacar las manifestaciones de trabajadores, campesinos, mujeres, etc., casi
siempre con muertos y heridos. Sucesos de sangre similares a los de Yeste,
aunque con menos óbitos, los hubo en Elche (Alicante), Escalona (Toledo),
Bilbao, Zaragoza, El Coronil (Sevilla), Pobladura de Aliste (Zamora),
Palenciana (Córdoba), etc.
De los 118.000 trabajadores muertos, heridos o salvajemente torturados
por la II república española entre el 15 de abril de 1931 y el 17 de julio de
1936 una buena parte lo fueron durante el periodo de Frente Popular, en que la
represión se hizo particularmente aguda, extendida y sangrienta.
La causa última de todo ello fue la rápida expansión y generalización
de la insurgencia popular. En muchas fábricas, minas, salinas, barcos de pesca,
empresas agrarias, granjas, oficinas, etc., los trabajadores se negaban a
acatar las órdenes de sus patronos estableciendo ellos mismos las normas para
la producción. Las casas de los ricos y de los altos funcionarios eran
hostigadas y apedreadas, hasta el punto que una parte de ellos fueron
abandonando sus lugares habituales de residencia para buscar refugio en las
cercanías de cuarteles, cuartelillos y comisarias. Quienes se quedaban padecían
asaltos, ellos y sus familiares.
Se extendió no abonar el alquiler de las viviendas cuyos propietarios
fueran gente adinerada, así como no pagar las compras en grandes almacenes. Las
carreteras, telégrafo, teléfono y ferrocarril eran cortadas. El cobro de los
impuestos se fue haciendo cada vez más dificultoso, en particular en las áreas
rurales, así como la leva de quintos para el ejército.
Lo más trascendental fue el grado enorme que alcanzó el enfrentamiento
con la guardia civil. Sus acuartelamientos eran atacados a tiros y cercados.
Las patrullas solían sufrir acometidas de francotiradores, o incluso de
multitudes deseosas de justicia que se lanzaban contra los guardias con
navajas, estacas y hoces, en particular cuando había casos de torturas, muy
numerosos. Como consecuencia, aquel cuerpo militar-policial comenzó a patrullar
en grupos de tres, e incluso esto dejó de hacerlo en determinadas áreas para
encerrarse a la defensiva en sus acantonamientos. Con ello, el poder efectivo del
Estado sufrió una tajante merma y comenzó a desintegrarse.
En cada vez más localidades y barrios los afiliados de base de los
partidos y sindicatos “obreros” del Frente Popular dejaron de obedecer las
órdenes de los jefes de tales formaciones para tomar decisiones conforme al
sentir de las clases populares sin afiliación. La ruptura entre las bases y los
jefes entregados a la política frentepopulista alarmó bastante a las elites del
poder, y fue una de las causas que precipitó la intervención militar fascista
dirigida por los generales Franco y Mola.
En dichas condiciones, el prestigio y aceptación del gobierno de
Frente Popular, así como de toda la izquierda, decayeron notablemente. Para el
trabajador común aquél, ésta y la república del 14 de abril eran meramente
estructuras al servicio del capital, de los ricos, del Estado: tal es lo que
percibía en su práctica diaria. En junio de 1936 el Frente Popular estaba
desbordado, resultando incapaz de hacer cumplir la legalidad de la república
burguesa. Su fracaso llevó a los altos jefes militares a decidirse a intervenir
preventivamente, antes de que el proceso revolucionario madurase. Lo hicieron
en julio de 1936 iniciando la guerra civil.
El fiasco del Frente Popular en el cumplimiento de la misión que el
capitalismo le había encomendado, a saber, frustrar por procedimientos
políticos, judiciales y policiales el ascenso espontáneo de la revolución
obrera y popular, era también el de la república estatal, burguesa,
colonialista y terrateniente de 1931. En las muy tensas condiciones de la
primavera de 1936 únicamente un régimen fascista, copiado del de Alemania y
sobre todo Italia, podía ser efectivo para el capital y el ente estatal. Esto
separó a las dos alas de la reacción, la formada por el Frente Popular con la
izquierda toda, y la constituida por una parte de la derecha, la extrema
derecha y el ejército.
La consigna “Defensa de la
República”, enarbolada por las fuerzas del Frente Popular como respuesta al
alzamiento militar no podía atraer a las clases populares a la acción
antifascista, pues se les pedía que lucharan por la república que había sido su
opresora y verdugo en los tumultuosos días de la primavera y principios de
verano de 1936. Esto explica que la línea de acción espontánea de la gente
común tuviera dos características, una ampliar la revolución en el marco de la
guerra civil, lo que hizo durante los primeros dos o tres meses de ésta, la
otra mantenerse alejada de los franquistas tanto como de los republicanos.
En efecto, en la guerra las clases populares no estuvieron con ninguno
de los dos bandos, siendo tercera fuerza enfrentada o distanciada de
republicanos y militares fascistas. La consigna de “Defensa de la República” sirvió magníficamente a Franco para
vencer en 1939, pues hizo que el pueblo se inhibiera, asunto del que hoy
poseemos un número ingente de testimonios. Por eso la responsabilidad de la
izquierda en la victoria del fascismo fue decisiva.
Establezcamos ahora unas conclusiones mínimas pero fiables.
La política de la izquierda, de toda ella, partidos y sindicatos, de
una ideología y otra, es contraria y hostil a la revolución. Cuando ésta avanzaba
de manera espontánea, se oponían a ella con la acción política y la actividad
policial represiva, organizando desde el gobierno matanzas de trabajadores del
campo y la ciudad. En las primeras semanas de la guerra civil, la posición de
la izquierda fue afirmar la legalidad republicana, lo que equivalía a reprimir
los proyectos revolucionarios populares. Ya bien entrada la contienda se eleva
a nueva burguesía y nueva clase dirigente, explotadora y dominadora.
La raíz de ello está en que la izquierda, en todas sus formas y
expresiones doctrinales, es heredera de la Ilustración, de la teoría del
progreso, de la fe en la centralidad de la economía, del olvido del sujeto, de
la amoralidad teorizada… En suma, es una variante de la cosmovisión burguesa y
estatista. Por eso en cada circunstancia concreta se manifiesta como
pro-capital. Si el capitalismo está en peligro lo defiende, y si ha sido
destruido por la acción de los trabajadores lo reconstruye, con ella misma como
nueva burguesía.
Una concepción de una revolución que ponga fin al capitalismo y
elimine el artefacto estatal para crear una sociedad libre, autogobernada y
autogestionada, sólo puede hacerse negando experiencial y reflexivamente las
ideologías de la izquierda. La izquierda es la reacción cuando lo que se
necesita es de la revolución.
[1] El contenido de este articulo está tomado de mi libro “Investigación sobre la Segunda República española, 1931-1936”, en fase de edición.
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