Los medios y la batalla por la democracia en América Latina”
Por Atilio A. Boron
Ponencia presentada al Congreso Internacional “Comunicación e
Integración Latinoamericana desde y para el Sur en el Décimo Aniversario
de TeleSUR ” CIESPAL, Quito, Julio 22-23, 2015 América Latina viene
protagonizando, desde finales del siglo pasado, una tremenda batalla por
construir una democracia digna de ese nombre. Esto quiere decir, algo
que vaya más allá de […]
Ponencia presentada al
Congreso Internacional
“Comunicación e Integración Latinoamericana desde y para el Sur
en el Décimo Aniversario de TeleSUR ”
CIESPAL, Quito, Julio 22-23, 2015
Y la dependencia de este periodismo con el “pensamiento dominante” y los límites del “periodismo objetivo” queda en evidencia cuando nuestro autor recuerda que
[1] Cf. Atilio Boron, Aristóteles en Macondo (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg-Editorial Espartaco, 2015. Nueva edición corregida y aumentada). En otras anteriores, ya disponibles en la web, desarrollamos esta tesis con amplitud. Ver sobre todo Estado, capitalismo y democracia en América Latina, libro que recoge algunos artículos sobre el tema escritos en la década de los ochentas, y Tras el Búho de Minerva, donde el asunto es abordado a la luz de los estragos producidos por la globalización neoliberal en la década del noventa. Fuera de América Latina y el Caribe autores como Ellen Meiksins Wood, Leo Panitch, Sam Gindin, Gianni Vattimo y Sheldon Wolin, en Estados Unidos y Europa, hace tiempo que vienen aportando nuevos fundamentos a la contradicción entre capitalismo y democracia
[2] Sobre esto ver Marcos Roitman Rosenmann, Tiempos de Oscuridad. Historia de los golpes de estado en América Latina (Buenos Aires: Akal, 2013)
[3] La obra de Sharp es motivo de fuertes polémicas. Director del Albert Einstein Institute de Boston, sus libros y panfletos han sido fuente de inspiración de muchas de las rebeliones en contra de los regímenes de Europa Oriental en la época de la Unión Soviética, y China. Sharp niega cualquier vinculación, financiera o política, con el gobierno de Estados Unidos a través de cualesquiera de sus agencias. Sin embargo, en su record no figura absolutamente nada que lo vi2ncule a las luchas de los pueblos latinoamericanos contra sus dictaduras, ni a la de los palestinos por su autodeterminación, ni la de las poblaciones negras en contra de los regímenes racistas africanos. Resulta por lo menos paradojal que su sitio web esté traducido a 31 lenguas, mientras que el del Banco Mundial lo esté a 0, el de la bloguera contrarrevolucionaria cubana Yoani Sánchez a 18 y el de la Unesco apenas a 6. Que cada quien saque sus conclusiones.
[4] Cf. su “Los académicos al servicio del imperio”, en https://dedona.wordpress.com/2014/04/12/los-academicos-al-servicio-del-imperio-the-minerva-research-iniciative-gilberto-lopez-y-rivas/
[5] Sobre este tema remito al lector a consultar la notable obra de Fernando Buen Abad Domínguez, tanto sus ensayos de largo aliento como sus intervenciones más coyunturales. Entre los primeros sobresale su Filosofía de la Comunicación (Caracas: Ministerio de Comunicación e Información, 2006), disponible en http://www.cta.org.ar/IMG/pdf/filosofia-de-la-comunicacion.pdf
[6] Ver su Homo videns. La sociedad teledirigida (Madrid: Taurus, 1998) pg. 3.
[7] Ver Guillermo Mastrini y Martín Becerra, “Estructura, concentración y transformaciones en los medios del Cono Sur latinoamericano”, Revista Digital Comunicar, Nº 36, Vol XVIII, 2011, pp. 51-59.
[8] Cf. John Pilger, “Geopolìtica y concentración mediática”, en Rebelión, 10 de Agosto de 2007. http://www.iade.org.ar/modules/noticias/article.php?storyid=1925
Las siguientes dos citas de la obra de Pilger remiten a este mismo artículo.
Ponencia presentada al
Congreso Internacional
“Comunicación e Integración Latinoamericana desde y para el Sur
en el Décimo Aniversario de TeleSUR ”
CIESPAL, Quito, Julio 22-23, 2015
América Latina viene protagonizando,
desde finales del siglo pasado, una tremenda batalla por construir una
democracia digna de ese nombre. Esto quiere decir, algo que vaya más
allá de la sola alusión a la mecánica electoral y que se sintetiza en la
tentativa de fundar sociedades más justas en este, el continente más
desigual e injusto del planeta. En otras palabras, completar el tránsito
entre una democracia eleccionaria a otra de carácter sustantiva y
fundamental.
En nuestro Aristóteles en Macondo
vimos que la experiencia enseña que en la medida en que las democracias
admitan resignadamente la injusticia, la desigualdad y la opresión
inherentes al sistema capitalista sus gobernantes no tropezarán con
obstáculo alguno que trabe su funcionamiento. Claro, la pregunta es si a
un tipo de régimen como ese le cabe el nombre de democracia y la
respuesta es un rotundo no. Pero si, conmovidos por los sufrimientos y
las desdichas de sus pueblos, esos gobernantes se propusieran poner fin
a aquellos flagelos, o hacer real la soberanía popular, allí
comenzarían los problemas. Y tal como lo comprueba la historia, en tales
casos la respuesta de las clases dominantes es brutal. Insistíamos en
el libro arriba mencionado en una tesis que hemos desarrollado y
comprobado una y otra vez: que capitalismo y democracia son
incompatibles, que son como el agua y el aceite. Que las premisas
fundamentales de uno y otra son antagónicas, y que la reconciliación
entre ambos –durante la fase keynesiana de posguerra, clausurada con la
contrarrevolución neoliberal de los ochentas- fue más aparente que real,
y siempre parcial y transitoria.[1]
En nuestros días se está escribiendo un
nuevo capítulo de esa triste historia en Grecia.. Allí la coalición
gobernante, Syriza, cometió un “error” imperdonable: honrar el proyecto
democrático y consultar al pueblo ante una decisión crucial como el
infame ajuste que le proponía la Troika. En una jornada memorable aquel
rechazó el ajuste con casi las dos terceras parte del voto. Ante ello
Angela Merkel y sus mandantes respondieron con inusitada ferocidad:
llamaron a Alexis Tsipras al orden, le obligaron a votar en el
parlamento griego un ajuste aún peor y, ante la sorpresa general, la
coalición gobernante convalidó este atropello al mandato popular y a la
degradación de Grecia, convertida luego del zarpazo de la Troika en un
enclave neocolonial de la banca europea y, sobre todo, alemana.
Sorpresa, decíamos, porque luego de la notable lección de sensatez del
electorado griego al rechazar el primer ajuste Tsipras debería haber
encabezado el rechazo al segundo y, en caso de no poder hacerlo por las
presiones recibidas desde Bruselas, denunciarlas ante su pueblo y
organizar la rebelión ante las exacciones exigidas por la Troika.
Reformismo y contrarrevolución
En América Latina y el Caribe (ALC)
conocemos desde hace mucho tiempo esa brutal y despótica actitud de las
clases dominantes y la ferocidad con que se reprime la desobediencia de
sus víctimas. El listado sería interminable: recordemos nomás algunos
casos paradigmáticos como los de Jacobo Arbenz, en Guatemala; Juan Bosch
en República Dominicana; Salvador Allende en Chile; Joao Goulart en
Brasil; Omar Torrijos en Panamá; Jaime Roldós en Ecuador y Juan J.
Torres en Bolivia. Salvo Bosch y Arbenz ninguno de ellos murió de
“muerte natural”, seguramente que de pura casualidad nomás. Y la lista
es incompleta: agreguemos a René Schneider y Carlos Prats, militares
constitucionalistas chilenos, y también a Pablo Neruda y tantos más que
no viene al caso rememorar en esta ocasión pero que atestiguan lo
peligroso que puede ser en esta parte del mundo intentar construir una
sociedad mejor.
Más recientemente, la reacción ante la
oleada democratizadora puesta en movimiento con la elección de Hugo
Chávez Frías en 1998 no se hizo esperar, procurando arrancar la maleza
de raíz y evitar su propagación. La reacción ante el nuevo clima
político instalado en la región se tradujo en el golpe de estado en
Venezuela, en Abril 2002, derrotado por la formidable respuesta de la
población que evitó el magnicidio y restituyó a Chávez Frías en el
poder. Luego de eso, el paro petrolero que tanto daño hiciera a la
economía venezolana. Derrotada también esta intentona, en 2008 la
coalición oligárquico-imperialista vuelve a las andadas en Bolivia:
tentativa de golpe y secesión, frustrada por la decisión de Evo y la
rápida reacción de la UNASUR. En 2009 derrocan a Mel Zelaya en Honduras,
país que es uno de los pilares fundamentales de la estrategia
antisubversiva de Estados Unidos en la región. El bloque reaccionario
sufre una derrota en Septiembre del 2010 cuando trata de deponer a
Rafael Correa en Ecuador. Pero no bajan los brazos: se repliegan, toman
aliento y vuelven a la carga en el 2012, liquidando al gobierno de
Fernando Lugo en Paraguay, otro pilar de la estrategia norteamericana en
la región por su presencia en la gran base militar de Mariscal
Estigarribia.[2]
Es que con “gobiernos amigos” en Honduras, Colombia y Paraguay se
garantiza el éxito de la operación “Frog leap” (salto de rana) del
Comando Sur, concebida para concretar el rápido despliegue de sus tropas
hasta los confines septentrionales de la Patagonia en veinticuatro
horas, en caso de que las circunstancias así lo exijan. Si no hubiera
gobiernos de ese tipo, serviciales y serviles, siempre dispuestos a
colaborar con Washington, la logística de la operación restauradora del
orden imperial sería mucho más complicada, y de inciertos resultados.
Esta vocación por rediseñar el tablero
sociopolítico latinoamericano no debería causar sorpresa alguna. si se
tiene en cuenta que los lineamientos generales de la política de EEUU
hacia ALC han permanecido invariables desde 1823, cuando fueran
establecidos por la Doctrina Monroe: mantener la desunión a las
repúblicas al Sur del Río Bravo; fomentar sus discordias y sabotear
cualquier tentativa de unión o integración, directivas puntualmente
seguidas desde el Congreso Anfictiónico convocado por Simón Bolívar en
1826 hasta nuestros días. Fiel a estas premisas, ante los riesgos que
entraña la institucionalización de la UNASUR y la CELAC el imperio
respondió con su más reciente táctica divisionista: la Alianza del
Pacífico. Esta no es otra cosa que una estratagema del imperio que le da
el curioso nombre de “alianza” a un conjunto de países que casi no
tienen vínculos comerciales entre sí y que, aparte de servir como
caballos de Troya a los efectos de debilitar la UNASUR y la CELAC tiene
como mal disimulado propósito neutralizar la presencia de China en el
área. Nada nuevo: ya el Libertador había advertido sobre estas maniobras
en su célebre Carta de Jamaica de 1815, hace exactamente doscientos
años.
Por lo tanto, gobiernos que se tomaron
–o se toman- en serio al proyecto democrático se convierten
automáticamente en mortales enemigos de los poderes establecidos. En la
cosmovisión burguesa del mundo y la política –que prevalece en el mundo
de las ciencias sociales- la democracia nada tiene que ver con la
justicia social. Es apenas el rostro hipócritamente amable de la
dominación, y será tolerada siempre y cuando no ponga en riesgo a esta
última. Si con sus “excesos”, su “demagogia” o sus desvaríos
“populistas” algunos gobernantes amenazan con poner fin a la dominación
clasista y a la injusticia, su suerte estará echada y todas las fuerzas
del imperio y sus aliados locales se pondrán en marcha para destruirlos.
Si no los pueden derrocar por la vía rápida del clásico golpe militar
se los somete a intensas presiones desestabilizadoras hasta que,
eventualmente, se produce su derrumbe. Para esto se sirven de las
recomendaciones del manual de Eugene Sharp sobre la “no violencia
estratégica”, que en realidad es un compendio sobre la utilización
racional, fría y calculada de la violencia tal y como fuera aplicada
sobre todo por la CIA en sus hazañas “liberadoras” en Guatemala, Irán e
Indonesia. La historia reciente de países como Honduras, Paraguay y
Venezuela ilustra con elocuencia que clase de “no violencia” es la que
se emplea cuando se sigue esta metodología, y cuán “blando” puede ser el
golpe de estado en curso.[3]
Desestabilización aplicada, en diferentes grados y apelando a distintas
tácticas, contra los gobiernos progresistas de la región, no importa si
se trata de sus variantes “moderadas” (como en Argentina, Brasil y
Uruguay); o uno “muy moderado”, o “inmoderadamente moderado”, como en
Chile; o de gobiernos como los bolivarianos (Venezuela, Bolivia y
Ecuador, por estricto orden de aparición) cuyo horizonte de cambio
provoca, a diferencia de los casos anteriores, la virulenta animosidad
de las clases dominantes.
Condiciones de la democratización
La realización del proyecto democrático
exige la presencia de una serie de factores que faciliten su pleno
desenvolvimiento: a) la organización del campo popular a los efectos de
constituir el nuevo “bloque histórico” contrahegemónico del que hablaba
Antonio Gramsci porque sin él, sin la organización, la mayoría social
conformada por los pobres, los explotados, los excluidos carecerá de
efectos políticos y mal podría alterar la correlación de fuerzas en su
favor; b) la concientización, porque una mayoría social, aún organizada,
puede convertirse en fácil presa de la minoría dominante que ha
ejercido su dominio desde siempre. Un movimiento obrero altamente
organizado pero sin conciencia de clase lejos de ser una amenaza es una
bendición para la hegemonía burguesa, como lo prueban hasta el hartazgo
la historia del sindicalismo peronista en la Argentina, la CTM dominada
por el PRI en México y la AFL-CIO en Estados Unidos. ¿Basta con estas
dos condiciones para darle impulso a una democratización fundamental, no
de forma? No. Se requiere, además, y este es el tercer factor, contar
con un sistema de medios de comunicación que torne posible la
circulación de las ideas “subversivas” de un orden social que debe ser
subvertido porque condena a la humanidad y a la Madre Tierra a su
extinción.
Por eso la creación de Telesur significó
un valioso aporte en el proceso de avance y consolidación democrática
en los países de ALC. Y es también por eso que Telesur es perseguido y/o
silenciado en los países gobernados por la derecha, que no quieren que
los contenidos de esa señal informativa hagan mella en el blindaje
ideológico con el que protegen a sus poblaciones. No se puede ver a
Telesur en Colombia, en Chile, en Brasil, en tantos otros países,
excepto a través de la Internet. Y esto no es casual ni debido a
problemas técnicos sino pura y exclusivamente por una opción política
interesada en impedir –o en todo caso dificultar- el debate de ideas y
alimentar todas las variantes del pensamiento conservador, manteniendo a
esos países en la ignorancia de lo que ocurre en los vecinos,
promoviendo el chauvinismo y la xenofobia que nos divide, fomentando el
consumismo y la despolitización, la imitación del “modo americano de
vida”, satanizando a los líderes y procesos políticos emancipatorios y
exaltando al capitalismo como el único sistema posible y racional para
organizar la vida económica de las naciones. De ahí la centralidad de
luchar en el plano de las ideas apelando a los instrumentos propios de
nuestra época, desde la televisión hasta las redes sociales. Esta
necesidad había sido precozmente detectada entre nosotros por Simón
Bolívar cuando concebía a la “opinión pública como la primera de todas
las fuerzas políticas”, razón por la cual le solicitó a Fernando
Peñalver, uno de sus colaboradores, que le mande “de un modo u otro una
imprenta que es tan útil como los pertrechos.” José Martí compartía
esta visión al decir que “trincheras de ideas valen más que trincheras
de piedras”. Fidel, digno heredero del Apóstol, convocó hace más de
veinte años a librar la “batalla de ideas”, al comprobar que el fracaso
económico y político del neoliberalismo no se traducía en la
conformación de un nuevo sentido común posneoliberal.
Desgraciadamente, la izquierda demoró
mucho en tomar nota de todo esto. Pero el imperio, por el contrario,
siempre tuvo un oído muy perceptivo a la necesidad de controlar la
conciencia de sus súbditos y vasallos, tanto dentro como fuera de
Estados Unidos. No de otra manera se puede comprender la importancia
asignada a los estudios de opinión pública y comportamiento de los
consumidores por la sociología norteamericana desde los años treinta en
adelante. Estudios orientados a fines prácticos muy concretos: modelar
la conciencia, los deseos y los valores de la población, en una escalada
interminable que comenzó con investigaciones motivacionales para
dilucidar los mecanismos psicosociales puestos en marcha en las
estrategias de los consumidores en la sociedad de masas hasta llegar hoy
a los “focus groups” para saber qué quiere escuchar el
electorado y quién quiere que se lo diga y como y, de ese modo,
garantizar que los personajes “correctos” y aceptables triunfen en las
elecciones, fabricando candidatos con el perfil exacto de lo que quiere
la amorfa mayoría.
Noam Chomsky y sus asociados examinaron
este asunto en gran detalle y a su obra me remito. Pero no pensemos que
este esfuerzo es cosa del pasado. Como lo revelara hace un tiempo
Gilberto López y Rivas en México, hay un multimillonario proyecto de
investigación, llamado Minerva, por el cual el Pentágono encomendó a
partir del 2008 el estudio de la dinámica de los movimientos sociales en
el mundo con el objeto de neutralizar el contenido potencialmente
revolucionario de organizaciones populares calificadas sin más como
“terroristas”. Esto es la actualización del famoso proyecto Camelot que
culminara con un escándalo a mediados de la década de los sesentas del
siglo pasado y que tenía las mismas intenciones, precipitadas luego del
triunfo de la Revolución Cubana.[4]
Estos estudios fueron muy importantes
para elaborar ciertos aspectos de la doctrina estadounidense en materia
de política exterior. Desde finales de la Segunda Guerra Mundial
Washington identificó a dos actores clave para garantizar la estabilidad
del nuevo orden imperial en la periferia: los pensadores -académicos,
intelectuales y, más generalmente, los comunicadores sociales- y, por
otro lado, los militares, imprescindible reserva última en caso de que
la labor de los primeros no produjese los frutos deseados. Todos los
grandes programas de becas para estudiar en universidades
norteamericanas así como los numerosos programas de intercambio cultural
con jóvenes intelectuales y artistas, periodistas y comunicadores en
general tienen esa misma fuente de inspiración. Lo mismo cabe decir de
los voluminosos programas de “ayuda militar” que Washington administra a
escala mundial, porque junto al suministro de armas y el entrenamiento
militar viene la identificación de los enemigos internos. En ambos casos
el papel de las ideas mal podría ser subestimado.
Sobre el papel de los medios de comunicación
En esta “batalla de ideas”, emprendida
por el imperio antes que por la izquierda, el papel de los medios de
comunicación es de excepcional importancia, sobre todo en las sociedades
de masas.[5]
Es por eso que en una audiencia ante la Comisión de Relaciones
Exteriores del Senado de Estados Unidos un miembro informante del
Pentágono decía que “en el mundo de hoy la guerra antisubversiva se
libra en los medios, no en las junglas y selvas o en los suburbios
decadentes del Tercer mundo. Ese es el principal teatro de operaciones.”
Las nuevas tecnologías de información y
comunicación potenciaron hasta límites inimaginables esta operación de
manipulación de conciencias y lavado de cerebros. Para calibrar los
alcances de la misma es oportuno recorrer los principales hitos de esta
historia. La prensa gráfica, el primer medio de comunicación de masas,
veía recortada su influencia por el analfabetismo y los problemas
logísticos de circulación los que, sumados a las restricciones
económicas que podían afectar a sus lectores, hacían que llegara apenas a
un sector muy pequeño de la población. La “opinión pública” era, en
realidad, la de un sector privilegiado por su posición en la estructura
social. Con la aparición de la radio se produjo un salto de enorme
importancia, potenciando una vía de comunicación que superaba los
obstáculos de los medios gráficos, lo que le permitía llegar a los más
apartados rincones del país y, sobre todo, de ser eficaz vehículo de
transmisión al alcance de quienes no sabían leer. La introducción del
transistor y la subsecuente irrupción de la radio portátil multiplicó
significativamente la eficacia comunicacional de este medio. En el caso
argentino es difícil comprender los primeros años del peronismo al
margen del enorme impacto producido por los discursos transmitidos por
radio de Perón y Evita, que cautivaron a millones de radioescuchas y los
impulsaron a participar activamente en la vida política del país.
Con el advenimiento de la televisión el
sistema de medios alcanzó una penetración y, sobre todo, una eficacia
proselitista sin precedentes. La combinación de la imagen y el sonido,
amén de la instantaneidad de los productos televisivos y sus continuos
progresos tecnológicos (paso del blanco y negro al color, cable, HD,
etcétera), hicieron de este medio el dispositivo por excelencia de la
formación de la opinión pública. Un hallazgo decisivo de los estudios de
comunicación en Estados Unidos fue quien dio un decisivo impulso a este
proceso y se produjo a raíz del primer debate presidencial televisado,
en 1960, entre John F. Kennedy y Richard Nixon. Este era el candidato
oficialista, que hasta ese momento lideraba las preferencias. Sin
embargo, en la elección fue derrotado, por un estrecho margen
(aproximadamente un 1%). ¿Qué fue lo que encontraron los investigadores?
Que quienes escucharon el debate por radio decían que el ganador había
sido Nixon, pero quienes vieron el debate por TV se inclinaban
mayoritariamente por JFK. La radio transmitía un mensaje, la voz; la TV,
la voz y la imagen, y esta resultó ser decisiva, porque a Nixon se lo
vio mal en las pantallas televisivas, luciendo desprolijo con una barba
incipiente y sudoroso, que contrastaba desfavorablemente con la apostura
y juventud de su contrincante.
Reflexionando sobre la “sociedad teledirigida”, el politólogo italiano Giovanni Sartori, escribió en Homo Videns que:
En la televisión el hecho de ver
prevalece sobre el hecho de hablar. Como consecuencia, el telespectador
es más un animal vidente que un animal simbólico. Para él las cosas
representadas en imágenes cuentan y pesan más que las cosas dichas con
palabras. Y esto es un cambio radical de dirección, porque mientras que
la capacidad simbólica distancia al homo sapiens del animal, el hecho de
ver lo acerca a sus capacidades ancestrales, al género al que pertenece
la especie del homo sapiens.[6]
En otras palabras, la televisión nos
hace retroceder en la escala animal, según este autor, produciendo un
progresivo menoscabo de nuestras facultades de simbolización a favor de
las más elementales de visualización. Puede parecer exagerado pero
conviene tener en cuenta esta observación y relacionarla con la
decadencia de la vida política en la sociedad de masas. Podría argüirse,
siguiendo a Sartori, que la declinación en la calidad de los liderazgos
políticos en el mundo desarrollado –pensemos en la trayectoria
descendente que va de un Woodrow Wilson o Franklin D. Roosevelt a un
Ronald Reagan, Lyndon Johnson o George W. Bush, o el abismo que separa a
Konrad Adenauer de Angela Merkel, o Charles de Gaulle de François
Hollande, o de Alcides de Gasperi a Silvio Berlusconi- expresa la
nefasta influencia producida por la televisión, el medio por excelencia
de la época actual. Es algo muy preocupante, y digno de ser pensado y
examinado cuidadosamente
Concentración mediática
Ahora bien, el poderío manipulatorio de
la TV creció paso a paso con un fenomenal proceso de concentración de la
propiedad de los medios de comunicación. Es decir, con una deriva de
signo claramente antidemocrático, y esto por dos razones: (a) porque los
medios se fueron agrupando en un pequeño núcleo de propietarios –que
luego se transnacionalizó- dotado de una capacidad de chantaje y
extorsión que puede colocar a gran parte de los gobiernos de rodillas
ante su prepotencia; (b) porque tanto los contenidos que difunden los
medios como su organización y las características de su inserción en el
éter están fuera de cualquier tipo de control democrático. Los
monopolios mediáticos se escudan detrás de la defensa de la propiedad
privada, la libertad de prensa y de pensamiento para desbaratar
cualquier intento de regulación democrática. Aducen, también, que al ser
entidades de derecho privado esos medios se deben encontrar a salvo de
cualquier clase de fiscalización estatal que pudiera erigir trabas a su
derecho a disponer de sus medios de la forma que estimen más
conveniente. Pero se cuidan de señalar que son privados en cuanto al
régimen que preserva sus relaciones de propiedad, pero por sus efectos y
sus consecuencias son entes eminentemente públicos, y por lo tanto
deben ser sometidos a control democrático. Cabe recordar aquí las
incisivas observaciones de Antonio Gramsci sobre este tema, aplicado, en
su caso, al papel público que tenían otras instituciones no-estatales
en la Italia de finales del siglo diecinueve, como la Iglesia, y la
necesidad de la fiscalización democrática de sus actividades
educacionales. En el caso latinoamericano esta concentración encuentra
en los casos de Televisa de México, O Globo de Brasil, Clarín de
Argentina y el grupo de Cisneros en Venezuela los ejemplos más
emblemáticos de concentración de medios de comunicación en los países
latinoamericanos.[7]
En relación a esta tendencia el cineasta
y documentalista australiano John Pilger concluye que este proceso de
acelerada concentración remata en la instauración de un “gobierno
invisible” e incontrolable, que no rinde cuentas ante nadie y que actúa
sin ninguna clase de restricciones efectivas a su enorme poderío: “Hay
que considerar cómo ha crecido el poder de ese gobierno invisible. En
1983, 50 corporaciones poseían los principales medios globales, la
mayoría de ellas estadounidenses. En 2002 había disminuido a sólo nueve
corporaciones. Actualmente son probablemente unas cinco. Rupert Murdoch
predijo que habrá sólo tres gigantes mediáticos globales, y su compañía
será uno de ellos.” [8]
La concentración mediática se encuentra
íntimamente a la aparición del llamado “periodismo profesional,
objetivo, ‘independiente´”, términos muy utilizados en el debate
político latinoamericano a la hora de justificar la ofensiva
destituyente que los grandes medios lanzan sobre los gobiernos
progresistas de la región. Pilger lo relata de esta manera:
“A medida que las nuevas corporaciones comenzaron a adquirir la
prensa, se inventó algo llamado ‘periodismo profesional.’ Para atraer a
grandes anunciantes, la nueva prensa corporativa tenía que parecer
respetable, pilares de los círculos dominantes – objetiva, imparcial,
equilibrada. Se establecieron las primeras escuelas de periodismo, y se
tejió una mitología de neutralidad liberal alrededor del periodista
profesional. Asociaron el derecho a la libertad de expresión con los
nuevos medios y con las grandes corporaciones.”Y la dependencia de este periodismo con el “pensamiento dominante” y los límites del “periodismo objetivo” queda en evidencia cuando nuestro autor recuerda que
“… numerosos periodistas famosos del
New York Times, como por ejemplo el celebrado W.H. Lawrence … ayudó a
ocultar los verdaderos efectos de la bomba atómica lanzada sobre
Hiroshima en agosto de 1945. ‘No hay radioactividad en la ruina de
Hiroshima,’ fue el título de su informe, y era falso.”
Se propalaba una espantosa mentira
porque la creciente penetración de los intereses empresariales y de los
gobiernos en las salas de redacción de la “prensa libre” (en este caso,
el NYT) hacía que ciertas noticias debían ser presentadas de un modo
particularmente sesgado o, simplemente, no ser dadas a conocer al
público. Tendencia que si ya era perceptible a fines de la Segunda
Guerra Mundial lo es mucho más en la actualidad, cuando los reportes de
los diversos frentes de guerra en que se encuentran las tropas de
Estados Unidos son todos, sin excepción, censurados previamente por el
Pentágono. Ya no hay más fotos de soldados de Estados Unidos regresando
en ataúdes a su patria, como sí las había durante la Guerra de Vietnam.
Tampoco imágenes que muestren los desastres de sus huestes en terceros
países. La sangre y el lodo de las guerras que libra Estados Unidos en
sus incesantes aventuras están cuidadosamente eliminados de las
noticias. Las víctimas de la barbarie pentagonista son abstracciones,
entelequias irrepresentables incapaces de suscitar dolor, ira o ánimos
de venganza.
Conclusión: no puede haber estado
democrático, o una democracia genuina, si el espacio público, del cual
los medios son su “sistema nervioso”, no está democratizado. Son los
medios quienes “formatean” la opinión política, imponen su agenda de
prioridades y, en algunos casos –no siempre- hasta fabrican a los
líderes políticos (caso de Silvio Berlusconi en Italia) que habrán
gobernar. La amenaza a la democracia es enorme porque un sistema de
medios altamente concentrado y hegemónico consolida en la esfera pública
un poder oligárquico (en la Argentina es básicamente el multimedia
Clarín y algunos otros socios de menor rango) que, articulado con los
grandes intereses empresariales y con el imperialismo, puede manipular
sin mayores contrapesos la conciencia de los televidentes y del público
en general, instalar agendas políticas y candidaturas e inducir
comportamientos políticos de signo conservador o reaccionario, todo lo
cual desnaturaliza profundamente el proceso democrático.
Es más, en la situación actual de
América Latina, cuando el virus neoliberal –para usar la gráfica
expresión de Samir Amin- ha destruido a los partidos políticos y los
reemplazó por heteróclitos “espacios” o efímeras coaliciones, donde los
políticos se convierten en verdaderos camaleónicos saltimbanquis que
pasan del oficialismo a la oposición y viceversa sin mayores escrúpulos
(como ha ocurrido recientemente en Argentina en un fenómeno que en
Brasil se llama “fisiologismo”) y cuando el impacto disolvente del
neoliberalismo terminó por diluir los pocos componentes ideológicos que
aún restaban, los medios hegemónicos -todos íntimamente vinculados a la
dominación imperialista- han pasado a asumir las funciones de los
partidos del establishment, convirtiéndose en los organizadores
de la oposición de derecha ante los procesos transformadores en curso
en la región. Ante la vacancia de los partidos tradicionales son los
grandes medios en los países de ALC quienes reclutan la tropa de la
derecha, aportan las orientaciones tácticas de su accionar, establecen
la agenda del proyecto y lo militan día y noche a través de su
impresionante aparato comunicacional, y se encargan de encontrar los
líderes capaces de llevar a buen término estas iniciativas.
No puede ser casual que Maduro, Evo y
Correa enfrenten virulentas campañas de desestabilización organizadas o,
cuando menos, animadas por la prensa. Y lo mismo ocurre en países como
la Argentina, Brasil y Uruguay, en donde la voz cantante para erosionar
la imagen de la presidenta argentina, o a favor del impeachment
a Dilma Rousseff en Brasil, la llevan los grandes medios. Por el
contrario, estos han respaldado, sin el menor recato en algunos casos, a
gobiernos como los de la Concertación en Chile; a Fox, Calderón y Peña
Nieto en México; a Uribe y Santos en Colombia, Alan García y Alejandro
Toledo en el Perú, para no citar sino los casos más evidentes. En
Argentina y Brasil este papel “organizador” de los medios hegemónicos
convertidos en filosos sucedáneos de la derecha partidaria adquirió en
los últimos tiempos ribetes francamente escandalosos. ¡Y a esto le
llaman “periodismo independiente”!
Telesur y la democratización del espacio público
De ahí la enorme importancia de esta
señal de noticias, creada por inspiración del Comandante Hugo Chávez
Frías, que percibió como pocos la gravísima amenaza que para el futuro
de ALC representaban los medios controlados por una coalición
irreconciliablemente enemiga de cualquier proyecto democratizador o de
reforma social. Era preciso iniciar una lucha frontal en contra de esos
bastiones del autoritarismo y la reacción, y esa batalla no podía darse
tan sólo a nivel nacional. La ofensiva era continental, y tenía su
estado mayor en Washington. Para neutralizarla, o al menos para atenuar
sus efectos, necesariamente debía ser librada a escala latinoamericana.
En Argentina y Ecuador se han venido
librando grandes batallas para democratizar los medios de comunicación.
En otros países, como Brasil, según el analista Denis de Moraes, la
lucha apenas si ha comenzado porque el conglomerado mediático dirigido
por la red O Globo impide la instalación de este asunto en la agenda
pública. En Ecuador, una consulta popular convocada el año 2011 aprobó
una normativa mediante la cual las empresas periodísticas quedan
inhabilitadas para realizar negocios o inversiones en otras áreas de la
economía, reduciendo significativamente la posibilidad de hacer que los
órganos de prensa se conviertan en arietes para promover los intereses
de grandes conglomerados empresariales bajo el ropaje del periodismo.
Desgraciadamente esto es lo que ocurre en casi todos los países, pero
afortunadamente está prohibido en Ecuador.
Por lo tanto, no habrá avances
democráticos si no se democratizan los medios. Este es el objetivo de la
Ley de Medios en la Argentina: facilitar, según lo establece la propia
ley, “la promoción, desconcentración y fomento de la competencia, el
abaratamiento, la democratización y la universalización de las nuevas
tecnologías de la información y la comunicación”. Pero la
implementación de esta norma se ha visto en parte obstaculizada por
sucesivos amparos judiciales promovidos por el Grupo Clarín, mismos que
hasta ahora impidieron avanzar como se esperaba en la desmonopolización
del sistema mediático. Por otra parte, para que este se democratice
será necesario que el estado nacional inyecte una importante cantidad de
dinero para facilitar el desarrollo del tercio del espectro radial y
televisivo reservado a las organizaciones populares y comunitarias, cosa
que aún no ha ocurrido en la magnitud suficiente. Al mismo tiempo, en
el tercio reservado para el sector público, es de fundamental
importancia evitar que esos medios reduzcan su papel al de simples
voceros del oficialismo. Sería altamente perjudicial, inclusive para el
mismo gobierno, obrar de esa manera. Por otra parte, uno de los
problemas es que la agencia de aplicación que preside todo lo
relacionado con la comunicación audiovisual, la Autoridad Federal de
Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA), depende de la Presidencia
de la república y del Congreso. Son ambas ramas del estado quienes
designan a los miembros del Directorio, sin ninguna intervención de
organizaciones de la sociedad civil. De este modo, la AFSCA como
organismo rector que debe garantizar la democratización del sistema
mediático es conformado exclusivamente por la dirigencia política, lo
que conspira contra la legitimidad democrática que debería tener un
órgano tan crucial como ese en momentos en que aquella no cuenta
precisamente con un alto grado de aprobación popular.
Ahora bien, ¿cómo combatir a los poderes
mediáticos? Como en tantas otras cosas de la vida pública no basta la
ley. Es importante pero insuficiente. Pero lo decisivo es algo más: no
reproducir en espejo, simétricamente, la agenda, el estilo y la temática
de los oligopolios mediáticos. No se combate a los medios del Grupo
Clarín haciendo cada día un “anti-Clarín”, ni se lucha contra O Globo o
El Mercurio haciendo un “anti” de esos medios. La experiencia indica que
esta táctica de lucha termina por producir un resultado exactamente
opuesto al esperado.
Por otra parte, es preciso comprender
que para torcerle el brazo a los conglomerados monopólicos se requiere
algo más que ganar una batalla dialéctica. Es preciso impulsar con
energía la aparición de nuevas voces desde el campo popular. La sola
desmonopolización será insuficiente para democratizar a los medios si
las organizaciones populares de todo tipo siguen sin poder hacer oír su
voz. Para eso es necesario dotarlas de toda suerte de recursos: desde
dinero y equipamiento adecuado hasta formación técnica. Sin ello no
podrán hacer una diferencia en el sistema. Democratizar a los medios
requiere de gobiernos que garanticen la sustentabilidad financiera de
esta batalla comunicacional, que por eso es también una batalla
económica y política crucial para el futuro de la democracia.
Lo anterior es suficiente para
comprender la trascendental labor hecha por Telesur desde el momento en
que fuera creada, hace diez años. No sólo estamos informados, cuando
antes estábamos desinformados; sino que estamos bien informados, con
periodistas que comparten nuestra cultura y nuestros sueños, que nos
muestran lo que las oligarquías locales y el imperialismo no quieren que
veamos o que sepamos. No querían que se supiera que en Honduras había
un golpe de estado en marcha; o que en Bengasi no había “combatientes
por la libertad” masacrados por Gadafi; o que quienes despacharon casi
10.000 misiones de bombardeo a Libia, con innumerables víctimas civiles
fueron los aviones de la OTAN, para no citar sino unos pocos ejemplos.
Aún si su contribución a lo largo de estos años hubiera sido la de
aportar información verídica sobre temas cruciales Telesur justificaría
con creces su existencia. Pero hizo algo más: fue un factor muy
importante en la consolidación de una conciencia crítica
nuestroamericana. Gracias a ese medio hoy somos más latinoamericanos que
antes, y mejores latinoamericanos también. El gran proyecto
bolivariano, relanzado por Chávez, encontró en Telesur un instrumento
singularmente valioso para acelerar su concreción y un arma muy potente,
en esa artillería de pensamiento a la que aludía el líder bolivariano,
para librar con éxito la batalla de ideas que nuestro tiempo y el futuro
nos reclaman. Tiene razón Pilger cuando, en su artículo reseñado más
arriba, recuerda una sentencia notable de Tom Paine: “si a la mayoría de
la gente se le niega la verdad y las ideas de la verdad, es hora de
tomar por asalto la Bastilla de las palabras.” Ese es, sin duda, uno de
los mayores desafíos con que tropieza la democracia en el mundo actual.
[1] Cf. Atilio Boron, Aristóteles en Macondo (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg-Editorial Espartaco, 2015. Nueva edición corregida y aumentada). En otras anteriores, ya disponibles en la web, desarrollamos esta tesis con amplitud. Ver sobre todo Estado, capitalismo y democracia en América Latina, libro que recoge algunos artículos sobre el tema escritos en la década de los ochentas, y Tras el Búho de Minerva, donde el asunto es abordado a la luz de los estragos producidos por la globalización neoliberal en la década del noventa. Fuera de América Latina y el Caribe autores como Ellen Meiksins Wood, Leo Panitch, Sam Gindin, Gianni Vattimo y Sheldon Wolin, en Estados Unidos y Europa, hace tiempo que vienen aportando nuevos fundamentos a la contradicción entre capitalismo y democracia
[2] Sobre esto ver Marcos Roitman Rosenmann, Tiempos de Oscuridad. Historia de los golpes de estado en América Latina (Buenos Aires: Akal, 2013)
[3] La obra de Sharp es motivo de fuertes polémicas. Director del Albert Einstein Institute de Boston, sus libros y panfletos han sido fuente de inspiración de muchas de las rebeliones en contra de los regímenes de Europa Oriental en la época de la Unión Soviética, y China. Sharp niega cualquier vinculación, financiera o política, con el gobierno de Estados Unidos a través de cualesquiera de sus agencias. Sin embargo, en su record no figura absolutamente nada que lo vi2ncule a las luchas de los pueblos latinoamericanos contra sus dictaduras, ni a la de los palestinos por su autodeterminación, ni la de las poblaciones negras en contra de los regímenes racistas africanos. Resulta por lo menos paradojal que su sitio web esté traducido a 31 lenguas, mientras que el del Banco Mundial lo esté a 0, el de la bloguera contrarrevolucionaria cubana Yoani Sánchez a 18 y el de la Unesco apenas a 6. Que cada quien saque sus conclusiones.
[4] Cf. su “Los académicos al servicio del imperio”, en https://dedona.wordpress.com/2014/04/12/los-academicos-al-servicio-del-imperio-the-minerva-research-iniciative-gilberto-lopez-y-rivas/
[5] Sobre este tema remito al lector a consultar la notable obra de Fernando Buen Abad Domínguez, tanto sus ensayos de largo aliento como sus intervenciones más coyunturales. Entre los primeros sobresale su Filosofía de la Comunicación (Caracas: Ministerio de Comunicación e Información, 2006), disponible en http://www.cta.org.ar/IMG/pdf/filosofia-de-la-comunicacion.pdf
[6] Ver su Homo videns. La sociedad teledirigida (Madrid: Taurus, 1998) pg. 3.
[7] Ver Guillermo Mastrini y Martín Becerra, “Estructura, concentración y transformaciones en los medios del Cono Sur latinoamericano”, Revista Digital Comunicar, Nº 36, Vol XVIII, 2011, pp. 51-59.
[8] Cf. John Pilger, “Geopolìtica y concentración mediática”, en Rebelión, 10 de Agosto de 2007. http://www.iade.org.ar/modules/noticias/article.php?storyid=1925
Las siguientes dos citas de la obra de Pilger remiten a este mismo artículo.
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