ESTULTICIA DE ÚLTIMA GENERACIÓN
Los zombies están entre nosotros. Y sí, les falta cerebro. |
¿A quién se le ocurre cruzar la calle sin mirar en ambas direcciones y contestando un whatsapp? o ¿atravesar la vía de un tren concentrado en los “me gustas” que has recibido al colgar una foto con calcetines en las orejas? ¿A quién se le ocurre ir en bicicleta por una ciudad repleta de tráfico con auriculares y escuchando música?
¿Eres idiota? No, no es una pregunta retórica. Te lo pregunto porque no te conozco lo suficiente para sentenciar tu estulticia, aunque tus actos la demuestren.
Los caminos del Señor serán inescrutables, pero la estupidez salta a la vista e incluso, camina en equilibrio y sin red por el filo de una navaja.
Últimamente he vivido muy de cerca acontecimientos que parecen sacados de las viñetas de un cómic o del guión de una mala comedia cinematográfica: Un ser humano llega, hablando por su smartphone, a un paso peatonal. El semáforo está en rojo. El resto de la manada se encuentra detenida ante el muñequito bermellón. Hay una vía tranviaria transversal delante del semáforo. Un tranvía se acerca al cruce realizando señales acústicas y avisando de su paso. El colega está contándole a alguien las magdalenas que se ha comido en el desayuno –por decir algo–; pasa por entre el grupúsculo de personas y enfila el paso de cebra. El smartphone exhala su último politono. Su dueño acaba en el suelo y con suerte, magullado y regurgitando las magdalenas.
Una encuesta realizada en Europa a más de 10.000 personas, por la multinacional Ford, avisa sobre el problema y el riesgo que conlleva cruzar la calle en cuerpo pero con el alma en el “móvil”. La mayoría de los amiguetes del smartphone, el 57 %, entona el “mea culpa” y asegura usar sus teléfonos al cruzar, incluso en lugares poco ortodoxos y que entrañan peligro.
Casi la mitad de estos angelitos, el 47 %, afirma hablar por teléfono en esa situación; entre los españoles el porcentaje aumenta a más del 65 %.
Todos los días – y digo todos, sin exagerar- los maquinistas de la explotación tranviaria de mi “bendita” ciudad, evitan colisiones, arrollamientos y lidian con los típicos gamberretes que bloquean puertas, utilizan los tiradores de emergencia o que simplemente lanzan piedras y esconden la mano ante el paso de la oruga electromecánica – lo de no pagar billete, lo dejaré para otra ocasión -. Pero de todo esto, lo más importante, es que todos los días los maquinistas de una de la líneas, que cruza de punta a punta, esta ciudad costera, perdonan la vida a esos zombies tecnológicos que devoran sin piedad la pantalla de su terminal móvil; sí, a esos idiotas que no pueden esperar a sentarse en un banco, apoyarse en la barra de un bar o llegar a su casa para sumergirse en el mundo digital.
Yo tuve un Spectrum y sé lo que es estar absorto escuchando los pitidos de un radio cassette mientras cargaba un juego ( justo cuando acababa de cargar entraba tu madre a ver como iban los deberes, y ¡ zasca !), pero una cosa es estar alelado en casa y otra idiotizado en plena urbe. Los demás no tienen la culpa de tu adicción.
¿Adicción? Sí hermanos, el mundo de la psicología y la psiquiatría empieza a frotarse las manos ante el surgimiento de nuevos trastornos conductuales y emocionales: tecnoadicción, tecnoestrés, tecnoansiedad, tecnofatiga …
Hemos ido aprendiendo del caos a salto de mata, tal vez sea el momento de anticiparnos a su próxima jugada. Tal vez el idiota no tenga la culpa, tal vez la tengan los que esperan que las estadísticas vayan engordando para tomar medidas.
En una entrevista, el astrofísico John Gribbin dijo: “somos tan insignificantes en el Universo como especiales nos creemos”.
Pues sí, seremos especiales, pero algunos son especialmente idiotas.
Diego Zambrano
(Visto en http://gazzettadelapocalipsis.com/)
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