La historia -esa con “H” mayúscula que por lo general escriben los ganadores- le ha enseñado a la humanidad que quienes trascienden las generaciones y se inmortalizan en las páginas de los libros, son sólo unos cuantos líderes: nombres de algunas personas cuyo honor y triunfo descansan en el anonimato de miles o millones de personas quienes gracias a su sacrificio son la verdadera base de los cambios sociales.
Sin embargo, la dinámica es así: sólo unos cuantos han de trascender, y quizás este es el esquema dominante ya que es más sencillo derrumbar a un líder que a todo un movimiento. Muestra de ello es la situación actual en Venezuela, en la que muchos ciudadanos se declaran “chavistas” pero no apoyan el régimen de Nicolás Maduro. En el país sudamericano, la idea de revolución descansa bajo la figura de Hugo Chávez, quien convenientemente para sus detractores jamás volverá, lo que implica un difícil renacimiento del socialismo en la nación bolivariana.
Incluso, algunos militares que acompañaron al Comandante Chávez, han retirado su apoyo al actual gobierno, asegurando que el Chavismo requiere reajustes. La pregunta sería si es posible un Chavismo sin Chávez, en un momento en el que la derecha se apoderó de Argentina, vía Mauricio Macri, y destrozó el proyecto de Lula da Silva en Brasil al destituir a Dilma Rousseff como presidenta de ese país.
A la inversa de Maduro (un Jefe de Estado que jamás ha sido líder), está Vladimir Putin, quien pese las dificultades económicas que ha tenido Rusia después de las sanciones internacionales impuestas por su inmersión militar en Ucrania, mantiene una popularidad de más del 80%. La baja del nivel de vida en este país es minimizada ante la sociedad gracias a la idea de tener como mandatario a un tipo que es capaz de encarar a las otras potencias mundiales, sobre todo a Estados Unidos.
En México también podemos observar esa fijación por recargar todo un movimiento sobre un líder. En la actualidad, el único dirigente de la izquierda en el que varios sectores sociales ponen todas sus esperanzas de cambio es Andrés Manuel López Obrador, como si él, por sí solo, pudiera transformar un país. Sin embargo, para sus oponentes esta postura parece conveniente, ya que para debilitar a la izquierda sólo tienen que golpear una y otra vez la figura del tabasqueño.
Quizá debiéramos ir pensando en transformar el esquema de los líderes por el de movimientos organizados que puedan trascender más allá de una persona. La Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), se encuentra en grabes problemas de aprobación ciudadana quizá porque la sociedad los mira como una masa rebelde que ha sido desprestigiada mediáticamente, y, contrario a la costumbre, no se encuentra en esa mole de maestros a ningún líder claro que los represente ante las cámaras.
Pareciera que por mera inercia los movimientos sociales que no se encumbran sobre una personalidad determinada son vistos como factores de riesgo para el orden social: grupos anárquicos carentes de discurso.
Es imposible saber cuál fue el origen de los liderazgos en la humanidad; tal vez en la prehistoria el más fuerte aprovechó sus capacidades físicas para dominar a su grupo y hacerse de admiración y respeto; quizá fue Prometeo el que maravilló a sus contemporáneos al robar el fuego a los dioses y dárselo a los humanos, convirtiéndose en el líder natural; sin embargo, siempre que como raza mantengamos el esquema de la admiración a unos cuantos, descansaremos sobre la inestable figura de un dirigente que a su caída, se llevará consigo el movimiento que enarbola.