¿Por qué la historia de la URSS es imposible? (2)
En la propaganda antisoviética los mejores aliados de la burguesía son
siempre los renegados, la legión de los frustrados, los que una vez
fueron pero ya no son. Aportan un punto de vista nuevo a las campañas
típicas: “yo también simpaticé una vez, pero ahora estoy desengañado”.
Es una cuña hecha con la propia madera, un tipo de ataque superior al de la burguesía porque es interno al movimiento revolucionario, destapa sus interioridades y secretos. Expone un argumento irrefutable del tipo “yo estaba allí” o “yo soy víctima del socialismo” que no admite discusión. Las víctimas siempre tienen razón. En la literatura antisoviética hay numerosas vivencias, relatos subjetivos y directos que conmueven al oyente, que no puede dejar de identificarse con ellos.
Da la impresión de que el renegado abre los ojos al oyente, pero no es así. Lo que hace es cerrárselos porque logra que asuma su mismo punto de vista: hay que ahorrarse un viaje personal que conduce a la frustración indefectiblemente.
Es, pues, un ataque preventivo cuya meta es llegar al propio revolucionario para defraudarle desde el primer momento. La URSS no es el Nirvana, no creó una sociedad perfecta, seguía habiendo muchas lacras... Hablemos de ellas; hablemos sólo de ellas.
La burguesía siempre había atacado a la URSS desde su propio punto de vista, es decir, de la contrarrevolución. Con los renegados empiezan las críticas desde el punto de vista de la revolución. No tratan sobre lo que se ha hecho, sino sobre lo que falta por hacer. La botella está medio vacía.
Este tipo de ataques no se apoyan en la historia, ni en la experiencia, sino en ideales absolutos de pureza. Instrumentalizan el socialismo utópico para enfrentarlo al socialismo real, es decir, otra incursión del idealismo en la historia, el de quienes quieren: 1) cambiarlo todo, 2) hacerlo, además, instantáneamente y 3) hacerlo siempre bien, acertar con los cambios correctos.
El renegado aparenta asumir la defensa de la revolución verdadera, el punto de vista ultrarevolucionario. En la URSS lo criticable no es la revolución en sí sino que en algún momento de la historia se detuvo. Hubo poca revolución. Por eso hay cosas que se dejaron sin cambiar.
El idealismo histórico conduce al voluntarismo, un terreno que el renegado aprovecha para justificarse a sí mismo: “las cosas no han ido como a mí me hubiera gustado y el equivocado no soy yo sino la URSS porque a mí me gustan las cosas perfectas. Si yo hubiera tomado las decisiones, hubieran sido las adecuadas”.
Los ataques de los renegados llevan a la pasividad. Si algo va mal no hay que esforzarse por cambiarlo sino desistir. Las cosas que no se hicieron en 1917 jamás se harán; las que se hicieron mal no se mejorarán.
La fuerza de los ataques de los renegados es que tienen razón en un punto: hay cosas que en 1917 no cambiaron. De ahí deducen que todos los Estados son iguales: hacen lo mismo precisamente porque son Estados. Es una tautología que inicia la fase de las equiparaciones de lo que es cualitativamente distinto: la URSS no sólo fue un Estado, no sólo tenía ejército, policía, juicios o cárceles, sino que además era homologable a cualquier otro Estado capitalista. La URSS era un país poderoso, una potencia, pero también el III Reich lo fue, Stalin era como Hitler, Estados Unidos es un país imperialista y la URSS exactamente igual...
Los renegados se llaman así no sólo porque se han pasado al bando de la burguesía, sino porque la burguesía también se ha pasado al bando de los renegados. Se ha producido una simbiosis; ambos forman una piña. Para atacar a la URSS a la burguesía no le importó nunca ser anarquista, ni trotskista.
Sin embargo, el renegado se presenta a sí mismo como una tercera opción, que es diferente tanto de la burguesía como del proletariado. Dicen que no “atacan” a la URSS sino que la “critican”.
Pero eso no es verdad porque ellos no son nada por sí mismos, sino uno de los brazos de la propia burguesía, que es de donde deriva su influencia ideológica. Una crítica se sirve de medios propios y tiene por objeto impulsar la revolución. Ninguna de esas dos circunstancias reunían los ataques renegados.
Desde Trotski ha habido numerosos ejemplos de renegados, pero el perfecto llegó con Jruschov, que en 1956 dio un salto cualitativo a la propaganda antisoviética.
Es una cuña hecha con la propia madera, un tipo de ataque superior al de la burguesía porque es interno al movimiento revolucionario, destapa sus interioridades y secretos. Expone un argumento irrefutable del tipo “yo estaba allí” o “yo soy víctima del socialismo” que no admite discusión. Las víctimas siempre tienen razón. En la literatura antisoviética hay numerosas vivencias, relatos subjetivos y directos que conmueven al oyente, que no puede dejar de identificarse con ellos.
Da la impresión de que el renegado abre los ojos al oyente, pero no es así. Lo que hace es cerrárselos porque logra que asuma su mismo punto de vista: hay que ahorrarse un viaje personal que conduce a la frustración indefectiblemente.
Es, pues, un ataque preventivo cuya meta es llegar al propio revolucionario para defraudarle desde el primer momento. La URSS no es el Nirvana, no creó una sociedad perfecta, seguía habiendo muchas lacras... Hablemos de ellas; hablemos sólo de ellas.
La burguesía siempre había atacado a la URSS desde su propio punto de vista, es decir, de la contrarrevolución. Con los renegados empiezan las críticas desde el punto de vista de la revolución. No tratan sobre lo que se ha hecho, sino sobre lo que falta por hacer. La botella está medio vacía.
Este tipo de ataques no se apoyan en la historia, ni en la experiencia, sino en ideales absolutos de pureza. Instrumentalizan el socialismo utópico para enfrentarlo al socialismo real, es decir, otra incursión del idealismo en la historia, el de quienes quieren: 1) cambiarlo todo, 2) hacerlo, además, instantáneamente y 3) hacerlo siempre bien, acertar con los cambios correctos.
El renegado aparenta asumir la defensa de la revolución verdadera, el punto de vista ultrarevolucionario. En la URSS lo criticable no es la revolución en sí sino que en algún momento de la historia se detuvo. Hubo poca revolución. Por eso hay cosas que se dejaron sin cambiar.
El idealismo histórico conduce al voluntarismo, un terreno que el renegado aprovecha para justificarse a sí mismo: “las cosas no han ido como a mí me hubiera gustado y el equivocado no soy yo sino la URSS porque a mí me gustan las cosas perfectas. Si yo hubiera tomado las decisiones, hubieran sido las adecuadas”.
Los ataques de los renegados llevan a la pasividad. Si algo va mal no hay que esforzarse por cambiarlo sino desistir. Las cosas que no se hicieron en 1917 jamás se harán; las que se hicieron mal no se mejorarán.
La fuerza de los ataques de los renegados es que tienen razón en un punto: hay cosas que en 1917 no cambiaron. De ahí deducen que todos los Estados son iguales: hacen lo mismo precisamente porque son Estados. Es una tautología que inicia la fase de las equiparaciones de lo que es cualitativamente distinto: la URSS no sólo fue un Estado, no sólo tenía ejército, policía, juicios o cárceles, sino que además era homologable a cualquier otro Estado capitalista. La URSS era un país poderoso, una potencia, pero también el III Reich lo fue, Stalin era como Hitler, Estados Unidos es un país imperialista y la URSS exactamente igual...
Los renegados se llaman así no sólo porque se han pasado al bando de la burguesía, sino porque la burguesía también se ha pasado al bando de los renegados. Se ha producido una simbiosis; ambos forman una piña. Para atacar a la URSS a la burguesía no le importó nunca ser anarquista, ni trotskista.
Sin embargo, el renegado se presenta a sí mismo como una tercera opción, que es diferente tanto de la burguesía como del proletariado. Dicen que no “atacan” a la URSS sino que la “critican”.
Pero eso no es verdad porque ellos no son nada por sí mismos, sino uno de los brazos de la propia burguesía, que es de donde deriva su influencia ideológica. Una crítica se sirve de medios propios y tiene por objeto impulsar la revolución. Ninguna de esas dos circunstancias reunían los ataques renegados.
Desde Trotski ha habido numerosos ejemplos de renegados, pero el perfecto llegó con Jruschov, que en 1956 dio un salto cualitativo a la propaganda antisoviética.
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