El rey de España ha cancelado su viaje a Arabia de los Saud. La causa
verdadera ha sido el fuerte rechazo que había suscitado por muchos
motivos, entre ellos el conocimiento de que los Saud, probablemente la
familia más rica del planeta hoy[1],
financian las operaciones de terror que lleva adelante el
islamofascismo en todo el orbe, también en Europa, lo que es expresión
del militarismo, expansionismo e imperialismo musulmán histórico que
aquéllos alientan ahora en su propio beneficio. Cuando los Borbón no se
han atrevido a visitar a quienes les llevan decenios suministrando
fondos hemos ganado una batalla por la libertad.
Arabia
es hoy propiedad de una familia, los Saud, que han añadido su nombre al
del país para manifestar que es su pertenencia, algo portentoso, pues
aquélla es del pueblo árabe y no de unos grandes capitalistas que
prosperan a la sombra del imperialismo occidental. Es como si nuestro
país se llamase España Borbónica…
El
régimen político saudí es una teocracia gran-burguesa y empresarial
multinacional. En él no existe ninguna libertad, ni verdadera ni formal.
No hay en absoluto libertad de conciencia, pues todos son obligados a
ser musulmanes. La libertad de expresión es cero, igual que la de
asociación y reunión. Las prerrogativas individuales naturales no son
respetadas, siendo un Estado policial terrorista. Soporta una completa
ausencia, por tanto, de libertad política (el árabe medio está excluido
de cualquier participación, siquiera sea nominal, en la vida política) y
libertad civil. Padece el peor patriarcado de la historia de la
humanidad. No existen las más elementales garantías procesales, y la
gente es caprichosamente encarcelada, torturada y ejecutada, estando a
merced de la terrorífica policía religiosa musulmana. Nadie puede
oponerse a la familia Saud ni a las injusticias del régimen teofascista.
El clero islámico lo domina todo, no habiendo ni tan sólo alguna
división de poderes. Las demás religiones están prohibidas a la vez que
los ateos y agnósticos son asesinados. Lo mismo los homosexuales, siendo
incluso más perseguida la libertad erótica heterosexual. La numerosa
población inmigrante es sometida a un régimen de desprecio racista y
violencia cotidiana. Su política exterior se fundamenta en dos
componentes, comprar a todos con los petrodólares y alentar las peores
formas de violencia religiosa. A la vez, la familia Saud (unas 10.000
personas), lleva una vida de bacanal, dentro y fuera de Arabia, con
consumo habitual de alcohol, drogas, manejo de prostitutas, etc. Lo más
significativo es que hasta hace muy poco las potencias occidentales
habían establecido la prohibición de criticar a los Saud y discrepar del
islam. Ahora ya no, o mucho menos…
Se
dice que es “una monarquía absoluta” pero ¡qué más quisiera el pueblo
árabe que fuera así! Tampoco es un régimen “medieval”, entre otros
motivos porque existe sólo desde 1932 cuando fue creado por los
ingleses, que hicieron de los Saud, unos bandoleros del desierto, sus
representantes en Arabia. Además, sus miembros han estudiado en
universidades occidentales, acumulan numerosos títulos y diplomas,
utilizan la tecnología más vanguardista, hablan en inglés entre ellos y
nada en absoluto tienen de “medievales”, salvo en lo folklórico. Es un
régimen neo-fascista ultra-moderno, tecnocrático, empresarial, bancario y
productivista, de base clerical y religiosa, que resulta jurídica y
políticamente indiferenciable del de Franco, salvo en que es más brutal,
oscurantista, arbitrario y opresivo. Su fundamento es el
mega-capitalismo financiero surgido del petróleo. Los Saud disponen ya
de varios fondos de inversiones situados entre los más grandes del
planeta y están preparando otro más, éste con dos billones de dólares de
capital, que será, con mucho, el mayor existente, lo que les convertirá
en fuerza empresarial decisiva a nivel mundial. Así, islam y
capitalismo mundializado se unifican.
Comencemos
por el principio. El 14 de febrero de 1945 en el barco de guerra de
EEUU “USS Quincy” se entrevistan el rey de Arabia, Abdul Aziz, una
criatura del colonialismo inglés, y el presidente estadounidense F. D.
Roosevelt. No se hizo una declaración sobre lo acordado pero se puede
conocer a partir de los hechos posteriores. En esa fase final de la II
Guerra Mundial la preocupación cardinal del imperialismo yanki era
impedir la oleada de revoluciones y probables triunfos del comunismo que
se anunciaban en la ya inminente derrota de las potencias del Eje,
Alemania, Italia y Japón. Para asegurar el dominio occidental en los
países de religión musulmana, donde había entonces poderosos partidos
comunistas y organizaciones antiimperialistas, los EEUU entregaron a los
Saud el poder económico inmenso que otorga el petróleo (aunque
compartido con las compañías occidentales) a cambio de que actuasen como
fuerza anti-revolucionaria pro-occidental con su religión como
fundamento. Tal es el origen del emporio actual de los petrodólares.
Los
estadounidenses conocían cabalmente los muchos servicios que habían
proporcionado el clero musulmán y el islam a Occidente desde hacía
siglos. Sabían que Franco había ganado la guerra civil sobre todo
gracias a la oligarquía musulmana clerical norteafricana y buscaban
relanzar esta estrategia[2],
expandiéndola por todo el planeta, con fines anticomunistas y
neo-fascistas. De esa manera, los Saud, que eran unos reyezuelos
insignificantes, gracias al petróleo se hicieron una potencia mundial
que usaron, entre otras muchas metas liberticidas, para sostener al
franquismo en el plano internacional. Su función era reorganizar la
religión musulmana, sacarla de su estado de postración y
semi-liquidación para convertirla en una fuerza de choque en la “guerra
fría”, haciendo que se sometiera en todo lo importante a EEUU. De ese
modo el islam se hizo religión oficiosa, o de facto, del imperialismo
occidental.
Durante
un tiempo, debido a que el precio del petróleo era bajo, el poder de
los Saud, por tanto, del clero musulmán a escala planetaria, fue
reducido. Esto cambió en 1973, cuando aprovecharon la guerra entre los
Estados árabes y la entidad sionista para elevarlo bruscamente, agitando
demagógicas consignas, enteramente falsas, “antiimperialistas” y
“antisionistas”. La causa real estribaba en que para esa fecha EEUU era
derrotado en Vietnam, esto es, estaba perdiendo la guerra global contra
la Unión Soviética, lo que exigía otorgar más fondos a los
aliados-subordinados musulmanes para que los usaran con fines
anticomunistas. De ahí resultó la acción conjunta en Afganistán a partir
de 1979, que asestó el golpe de gracia al imperialismo soviético, ya
previamente agonizante. Para entonces el islam había proporcionado a
Occidente servicios decisivos, como la represión genocida del comunismo
en Indonesia en los años 60 del siglo pasado, y luego, en 1979-1982
sobre todo, las aterradoras matanzas de trabajadores comunistas y
revolucionarios que efectuó en Irán la “revolución islámica”, por citar
sólo los dos casos más conocidos pues hubo muchos más.
Vencedor
en Afganistán, el bloque islam-EEUU entró en una fase nueva. Por un
lado estaba la descomunal acumulación de capital monetario que había
tenido lugar en Arabia y otros mini-Estados próximos, lo que hacía
pensable un nuevo imperio mundial del islam, esta vez financiero. Por
otro lado, en parte supuesta y en parte real, decadencia y
desintegración de EEUU, lo que llevaba a algunos prebostes saudíes a
acariciar la fantasía de que podrían derrotarlo, igual que habían hecho
con el imperialismo comunista en Afganistán, elevándose a la categoría
de primera potencia planetaria.
De
ahí resulta el 11-S, en 2001. Al parecer, no fue la totalidad de la
clase alta de Arabia, de los Saud, sino una parte de ella la que planea y
realiza el ataque, un acto aventurero pasmoso por el cual probablemente
los Saud terminen derrocados a unos pocos años vista. Habían
llegado a tener muchísimo poder con los cientos de miles de millones de
dólares y con la pretendida adhesión de los 1.500 millones de
musulmanes existentes (aunque éstos se han manifestado siempre cautos y
refractarios, pues se saben carne de cañón de sus dominadores teócratas,
de manera que las llamadas a la “guerra santa” sólo han sido
respondidas por minorías insignificantes), y se creyeron dueños de la
situación.
La
respuesta de EEUU a esta rencilla entre hermanos enemigos fue
inicialmente cobarde y lenta. Al publicar el informe oficial sobre los
actos de terror del 11-S declara secretas las páginas en que se describe
la responsabilidad de los Saud en la matanza. Con todo, EEUU comprende
que tiene por aliado a un grupo extremadamente violento y fanático, y
que ha de irle restando poder económico, político y estratégico. Para
ello organiza la guerra contra Irak en 2003, derrocando a los suníes en
el poder y poniendo a los chiíes, en lo que es una confluencia con Irán,
el adversario secular de Arabia, haciéndose además con el control
directo del petróleo de este país. Pero sobre todo, se encamina a
desmontar el descomunal poder de los Saud en el terreno monetario. Para
ello logra la autosuficiencia petrolera, se sirve del crudo iraquí,
promueve en todo el mundo las energías renovables, el carbón, los
biocombustibles, las nucleares, etc., de manera que los Saud ven caer el
precio del petróleo, y con él sus ingresos. Para 2015 tiene por primera
vez una fuerte deuda estatal, lo que se repetirá en 2016. Los EEUU les
han organizado una guerra en Yemen al azuzar en secreto a los chiíes
huthíes, que les está causando muchos gastos extra, además de bastante
bajas: es su venganza por el 11-S. Finalmente, suscribe una alianza
global con Irán, que ha provocado gran inquietud entre los Saud. Su
Estado de bienestar cada vez tiene menos recursos y el descontento crece
en el interior de Arabia por lo que, probablemente, el destino de los
Saud será similar al de Gadafi. Con su desplome el islam padecerá una
crisis colosal, inmensa. Lo dice el refrán: quien a hierro mata a hierro
muere. El 11-S fue más que un grave desacierto del análisis
estratégico, una locura de gentes endiosadas… que están ahora pagando. Y
lo que queda por venir.
Es ahí donde debe situarse la suspensión de la visita de Felipe VI a los Saud[3].
Tras años y años de estar todos de rodillas delante de ellos, se
produce un cambio de tendencia. Incluso los jefes de la izquierda
española se han lanzado a criticar a los Saud, algo impensable hace sólo
un quinquenio, y que se explica porque ya no les llegan los
petrodólares con los que fueron comprados -literalmente- en el pasado.
Igual acontece con los intelectuales progresistas, entregados a la
sempiterna loa del islam y de al Ándalus para atrapar las bonificaciones
de los saudíes[4], que ahora de manera súbita descubren que ésas no llegan, y que además la línea de EEUU está cambiando en esta cuestión…
Un
asunto que tiene asimismo significación estratégica es el del ciudadano
árabe Raif Badawi, condenado en 2014 a recibir mil latigazos (o sea, a
morir a golpes de rebenque), acusado de haber “insultado al Islam”.
Pero los Saud no se han atrevido a ejecutar el total de la sentencia,
aunque mantienen a Badawi encarcelado, lo que es un signo de debilidad.
Aquél, en su libro “1.000 latigazos porque me atreví a hablar libremente”,
consuma una inculpación formidable del clero islámico, al que considera
responsable de la situación de tiranía extrema que padece el pueblo
árabe. En torno a este asunto, y a otros, se está constituyendo una
oposición al teofascismo saudí que en su momento ocasionará un vuelco
político.
La
actual posición de EEUU y la UE sobre Arabia de los Saud es todavía
ambigua, aunque evoluciona hacia un creciente distanciamiento. Aún sigue
pesando mucho el pacto suscrito entre EEUU y el islam en el “USS Quincy”,
si bien la violencia extrema de su aliado, y su descomunal codicia
financiera e inversora, les distancia. El imperialismo de Occidente
sigue necesitando al islam, del que los Saud son la cabeza visible, para
tres grandes tareas estratégicas: 1) controlar a las masas en los
países donde es la religión del Estado, 2) islamizar a la UE, como la
forma más efectiva de llevarla hacia políticas de extrema derecha, 3)
competir con China en el plano global, tarea que Occidente no puede
efectuar únicamente con sus propias fuerzas. Por tanto, no se decide a
romper del todo, al menos por el momento, aunque sí a rebajar los humos a
su compadre. Si la arrogancia e insania extremas de los Saud continúan
es probable que Occidente prescinda de ellos, pues son sólo su
instrumento, promoviendo un cambio de régimen en Arabia. En esto contará
mucho la acción popular mundial, de movilización y denuncia contra el
teofascismo, sus publicistas locales (por ejemplo, los devotos de al
Ándalus), sus inversiones y, sobre todo, sus agentes del terror. Durante
años Amnistía Internacional ha denunciado en solitario las violaciones
atroces de los derechos individuales y colectivos que han estado
cometiendo los Saud pero ahora hay cada vez más voces críticas.
La
respuesta del clan de los Saud a la ofensiva económica de EEUU, que
alcanzará su cénit en los próximos años, cuando el petróleo iraní llegue
en grandes cantidades a los mercados, ha sido el programa “Visión Saudí 2030”,
dirigido a reorganizar su economía en las nuevas circunstancias. Pero
sus resultados probablemente sean escasos. La economía de Arabia es la
de un país exportador de materias primas, crudo y gas, con un enorme
sector financiero y un muy débil aparato productivo, industrial y
agrícola. En su contra tiene la completa falta de libertad, que ha
originado una degradación enorme de la calidad media de las personas[5],
así como el descomunal peso del fanatismo religioso, todo lo cual es
difícilmente compatible con un proyecto económico exitoso, como denuncia
Badawi. Además, gasta enormes sumas en propagar por todo el mundo la
religión musulmana, edificar mezquitas, pagar conversiones, etc.,
dispendios que ya no puede mantener al nivel que en el pasado[6]. Es, asimismo, un régimen militarista.
En
2011 sus gastos militares fueron el 9,3% del PNB, muy por encima de los
de Estados Unidos, 3,8%, Rusia, 4,1%, o Alemania, 1,4%. Sólo es
superado por Omán, otro de los Estados musulmanes sustentado en los
petrodólares, que alcanza el 11,3%. Dado que el islam otorga a la
violencia una función desmedida en la vida social, se comprende que el
aparato militar y policial de los países islámicos sea más que excesivo,
lo cual contribuye a dañar su economía y a empobrecer a sus clases
populares. Si aquel proyecto, “Visión Saudí 2030”,
no da los resultados esperados los Saud estarán en una situación
delicada. A ello contribuye bastante la asombrosamente desigual
distribución de la riqueza que hay en Arabia, con una minoría riquísima,
los Saud y sus patrocinados, y unas masas que sobreviven con limosnas
del Estado.
Esto
es un rasgo estructural de todos los países de religión musulmana, en
los que existe un abismo enorme, al parecer el mayor del planeta, entre
pudientes y trabajadores, entre ricos y pobres, estado de cosas que
impide que el clero islámico tenga credibilidad suficiente, máxime allí
donde no hay recursos petroleros ni, por tanto, beneficencia estatal
“redistribuidora”, lo que le obliga a usar la violencia diaria contra
sus poblaciones como principal herramienta de acción política, por
ejemplo, obligando a la gente a palos y a estacazos a entrar en las
mezquitas, hecho habitual en Arabia. Esa limitada capacidad movilizadora
de la clerecía musulmana ha sido observada por Occidente, hoy un tanto
decepcionado. La llegada de D. Trump a la presidencia de EEUU será,
seguramente, la ocasión para introducir virajes estratégicos de
importancia en la relación con los Saud y el islam.
En
política exterior el islam le viene muy bien a EEUU y sus colegas
europeos para realizar determinadas estrategias regionales. Es el caso
del Estado Islámico de Irak y Siria, hijo de ellos dos y los Saud. Sus
objetivos fueron frustrar con el fascismo islámico la revolución popular
en Siria, atacar la lucha de los kurdos por su emancipación, golpear al
régimen de al Asad para forzar a su protector, Irán, a ceder (como así
ha sido) y desgastar a su rival, Rusia, en una conflagración regional.
En consecuencia, los planificadores estratégicos de EEUU no se deciden a
desprenderse de los Saud, sin los cuales no pueden manejar lo bastante
al islam según sus necesidades.
No
obstante, los indicios de que está ganando adeptos la opción de
replantearse el acuerdo ente Occidente y el islam de 1945 son cada vez
más numerosos, estado de ánimo que también se manifiesta como oposición
creciente, no sólo popular sino entre las elites gobernantes, a la
islamización de Europa. Los prebostes de la vieja escuela, Henry
Kissinger por ejemplo, persisten en otorgar al islam el rango de
potencia planetaria, en su libro “Orden mundial”,
pero los planificadores más jóvenes no encuentran motivos para ser tan
generosos, teniendo en cuenta los, con todo, reducidos resultados
ofrecidos por el aliado así como su extrema agresividad, maquiavelismo y
codicia.
Lo
que hagan las elites de unos y otros no es cosa nuestra pero sí lo que
hagan las clases populares. Éstas tienen que redoblar la lucha por la
libertad para todos, en primer lugar por la libertad de conciencia y la
libertad de expresión, sin restricciones penales (aunque manteniendo los
apropiados límites morales autoimpuestos) y conforme al principio de
que “la palabra no delinque”. El teofascismo no podrá resistir a la
libertad de expresión. Su extremismo represivo y violento es una prueba
de ello, una consecuencia más de su enorme debilidad argumental.
[1]Craig Unger, en el bien documentado “Los Bush y los Saud. La relación secreta entre las dos dinastías más poderosas del mundo”, aduce que los jerarcas saudíes son la familia “más rica del mundo”.
Forman un conglomerado empresarial que se fundamenta en el petróleo, se
sirve de la religión islámica, exporta capitales a todos los países y
utiliza el terror religioso para ampliar su estatuto como potencia
neo-imperialista, ganar espacios de
influencia, chantajear a sus competidores, asegurarse áreas de inversión
de sus capitales, etc. Muestra que los Bush, en contra de lo que
exponen gentes crónicamente mal informadas, estuvieron empresarialmente
subordinados al gran capitalismo musulmán, del que ya dependían cuando
ocuparon la presidencia de EEUU.
[2]Hay
unas fundamentales declaraciones de Abd el-Krim, el héroe de la lucha
contra el colonialismo español y francés en Marruecos en los años 20 del
siglo pasado, derrotado en 1926 por la acción militar conjunta de esas
dos potencias. Arguye que “la principal razón de mi fracaso se debió al fanatismo religioso”. Citado en “Los árabes. Del imperio otomano a la actualidad”,
Eugene Rogan. En efecto, fueron el clero islámico y las cofradías
musulmanas las que se aliaron con el imperialismo español y francés,
provocando su derrota. Esas mismas fuerzas religiosas se unieron luego a
Franco para proporcionarle los 100.000 combatientes musulmanes que
permitieron al fascismo español ganar la guerra civil. Puesto que los
partidarios de Abd el-Krim rechazaron, como es de sentido común, la
recluta de 1936-1939 a favor del franquismo fueron perseguidos y a veces
asesinados por el tándem clero islámico-falangistas. La clerecía
musulmana en Marruecos fue, por tanto, una fuerza entregada a traicionar
la lucha de su propio pueblo por la libertad, contra el colonialismo,
haciéndose un elemento determinante de la presencia e influencia de
Occidente. Y así sigue en todas partes, con alguna escasa excepción,
aunque lo disimule con inflamada retórica “antioccidental”. Para la
alianza entre el islam y los falangistas en Marruecos en los años 30 del pasado siglo consultar el capítulo sobre el colonialismo español en mi libro “Investigación sobre la II república española, 1931-1936”.
[3]Un
anuncio del cambio de los tiempos es que la revista Política Exterior,
próxima al Ministerio de Asuntos Exteriores de España, publicase un
virulento alegato contra el régimen saudí, “Petróleo y derechos humanos en el reino”,
J. Martín, julio-agosto 2015, algo imposible hace unos pocos años. Más
grave es aún que los familiares de los asesinados el 11-S hayan presentado un pleito al gobierno de
Arabia que incluye el pago de indemnizaciones billonarias, asunto que
en su desenvolvimiento situará todavía más a la defensiva a los Saud. El
flujo notable de estudios y libros que van desmontado los embustes y
fabulaciones islamófilas sobre al Ándalus, que se está dado desde hace muy poco, es otra expresión del creciente enfrentamiento estratégico entre los antiguos colegas.
[4]En
el pasado inmediato Arabia Saudí financiaba a todas las fuerzas
políticas, intelectuales y culturales en un enfebrecido proyecto de
comprar y corromper a todos. La izquierda, desfondada la Unión Soviética
en 1989, pasó a subsistir del maná saudí, entre otros muchos. Éste
llegaba también a los nazis autóctonos, como exponen Xavier Casals en “Neonazis en España” y Antonio Salas en “Diario de un skin. Un topo en el movimiento neonazi español”.
Dado que Hitler fue un apasionado del islam se comprende que los Saud
inviertan copiosas sumas en mantener al movimiento neonazi, pero es más
difícil de inteligir que la izquierda, hoy cerradamente islamófila,
acepte petrodólares cuando el islam ha sido pieza principal en la
estrategia mundial que llevó a la derrota final del comunismo. Sólo el
ilimitado afán de medrar y lucrarse de sus actuales jefes y jefas puede
explicarlo.
[5]Un
dato entre cientos que mide esa trituración planificada del sujeto,
político-religiosa, en Arabia dominada por los Saud es que el porcentaje
de diabéticos es el mayor del planeta, el 20% (España tiene el 7,7%),
lo que manifiesta una degeneración física de la población que es
expresión somática de su enorme degradación espiritual, por causa, como
expone Badawi, del poder omnímodo y sin control del clero musulmán.
[6]Según Juan Rosell en “¿Y después del petróleo, qué?”,
en 2000-2006 los Saud han recibido 750.000 millones dólares, una
cantidad impresionante, de la que quizá un tercio ha sido gastada en
promover el islam por todo el planeta. Esto está teniendo una
manifestación inesperada, hacer a esa religión mucho más dependiente del
dinero que de la conversión interior. Por eso su indudable avance en
los últimos decenios probablemente no se pueda mantener ni proporcione
resultados duraderos. Tantos gastos en religiosidad, además, han
dificultado la modernización económica de Arabia, que sigue sin poseer
una estructura industrial mínimamente efectiva, por lo que depende de
las exportaciones desde Occidente, sobre todo en armamento, del que es
el principal cliente de EEUU y uno de los principales de España.
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