Trabajo social y anarquismo
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¿Se
puede practicar un trabajo social anarquista? La respuesta es no.
Primero por ser trabajo asalariado; segundo, por ser institucional, ya
sea gubernamental o no. Partiendo de esta premisa, la siguiente pregunta
es, ¿se puede hacer trabajo social siguiendo los valores anarquistas? Y
la respuesta por mucho que pueda doler es: muy difícilmente. No
obstante, estas respuestas se comparten en todas y cada una de las
profesiones que se enmarcan en un contexto de lógica capitalista, y
algunas de ellas incluso con extenso recorrido histórico anarquista como
la educación. Siguiendo la analogía, ¿se puede en un colegio actual
hacer pedagogía libertaria? Y de nuevo la respuesta será: muy
difícilmente.
Con esto no quiero
decir sino que las contradicciones y tensiones entre la práctica y la
teoría van a ser más que visibles y tangibles, van a chocar contra
nosotres y nos intentarán cegar para caer en el inmovilismo. Y el
inmovilismo −querámoslo o no− es más que tentador.
¿Quiero
esto decir que estoy intentando –retorciendo la realidad− volver a mi
futura profesión «revolucionaria»? NO. Intento que mis prácticas
individuales, a pesar de mi “profesión”, lo sean en un sentido amplio y
esto incluye mi trabajo ─que ojalá algún día podamos abolir. Es decir,
intentar traspasar o acercarse lo máximo posible a esos límites
posibilitadores de las prácticas institucionales. Y es ahí donde tenemos
que retomar y ver qué se ha hecho y cómo, para aprender y ver qué se
hace, y cómo tenemos que empezar a hacer. Decían Héctor García y Alfredo
Olmeda en Aprendiendo a desobedecer: crítica del sistema de enseñanza,
parafraseando a Karl Marx y a Friedrich Engels que un fantasma recorría
las aulas: el fantasma del aburrimiento. Cuando hablamos del trabajo
social tendríamos que decir, un fantasma recorre los servicios sociales:
el fantasma de la gestión y la burocracia. Pero existen alternativas no
conocidas fuera del mundo del trabajo social. Y estas son las que hay
que potenciar, y no, no sólo desde los servicios sociales y sus
ministerios, ya que sería un auténtico caos, horror y paternalismo lo
que se potenciaría, sino desde las bases. La pregunta es: ¿son
escuchadas? Y la respuesta entonces volverá a ser un no rotundo al igual
que al alumnado no se escucha en las aulas. ¿La razón? La jerarquía y
la verticalidad que a día de hoy traspasa todas las relaciones. Pero no
todas las relaciones han de ser iguales. En la pedagogía libertaria se
ha creado un debate más que interesante de cómo deben ser las relaciones
entre alumnado y profesorado, ¿qué relaciones deben darse en la ayuda?
Parece que aquí la discusión ha sido menos profunda y quizá la razón sea
que porque la enseñanza la tiene que realizar alguien «que sabe» ─dando
una definición muy a grandes rasgos y errónea─, mientras que la ayuda
la puede realizar todo el mundo. Pero creo que aquí estaríamos partiendo
de una definición de ayuda –dentro de las profesiones del trabajo
social− que es precisamente la que le hace el juego al capitalismo, y es
simplemente entender la ayuda hacia la pobreza de forma individual y
por lo tanto, el trabajo social se limitaría a poner parches.
Pero
el trabajo social evoluciona y lo que era beneficencia y
asistencialismo está empezando a andar hacia el favorecimiento de un
cambio social. Al menos, ese es el discurso que parece encontrarse en la
facultad y el que de alguna forma hay que subrayar. Lo que en un
principio bebía solo de otras ciencias sociales –véase por ejemplo el
psicoanálisis freudiano en Mary Richmond, una de las pioneras− está
empezando a fomentar una investigación propia. La pregunta: si el
discurso del cambio social se convierte en real, ¿será una investigación
que favorezca todo esto? ¿Podrá en algún momento beberse del trabajo
social como en la sociología y otras disciplinas de lo «psi», siguiendo
el calificativo que utilizaba Josep Alfons Arnau? Y la respuesta es que
sí y es precisamente en momentos de punto de inflexión cuando hay que
manifestar las necesidades tanto académicas, como prácticas, como
críticas.
Y el anarquismo, en este
último punto, tiene mucho que decir ya que ha sido uno de los sectores
que más ha incidido en la crítica de una de las prácticas que ya a día
de hoy se critican desde dentro: la caridad y el asistencialismo.
Problema: vivimos en un mundo donde interiorizamos las relaciones de
poder y el trabajo social no es menos, por lo que sería mentir decir que
podemos deshacernos de una tradición que basaba –y basa− las relaciones
en la verticalidad.
Y es por eso que
mi respuesta a todo esto es clara: a pesar de todas y cada una de las
contradicciones ─más que evidentes─, hay que recuperar definiciones como
el de apoyo mutuo para que dejen de ser una fachada.
“La ayuda mutua no puede imponerse, es voluntaria; es una práctica libertaria que necesita de autonomía y libertad, no acepta jerarquías ni verticalidades,
solo reciprocidades entre iguales. No hay ayuda mutua sin creación y
resistencia, es por lo tanto presencial, se da entre cuerpos y codo a
codo, no existe el anonimato. Su potencia es su práctica y
desarrollo desde el territorio, desde la reinvención de lo comunitario
para pensar juntos aquello por lo que nos vinculamos comunitariamente.
La cooperación entre iguales frente al modelo dominante, que promueve
la competición social, marca profundamente el territorio y la vida
cotidiana en un sentido no capitalista y emancipatorio,
pues cambiar el modo de vida de manera duradera es también la manera en
que se produce el cambio evolutivo”. (Pepe Carballa, 2016)
Con
esta definición comprobamos que la contradicción es flagrante. El hecho
de que se configure como profesión rompe la voluntariedad y la
horizontalidad, rompe con la libertad y la autonomía. La pregunta es,
¿yo, desde una posición crítica. podré realizar una profesión con estas
contradicciones poniendo el énfasis en la forma de practicarlo de forma
individual?
Y aquí está el quid de la
cuestión. No se trata de romper con las contradicciones que a nivel
individual son indestructibles, se trata, partiendo de estas ideas, de
impulsar desde comportamientos individuales tensiones a la realidad. Y
aquí sí que creo que desde el trabajo social se puede hacer mucho. Pero
claro, siempre y cuando configuremos una especie de contra-trabajo
social al igual que existe una contrapsicología o una antipsiquiatria.
Pero estamos en ello.
PD:
Espero que esta sea sólo la primera parte de una reflexión constante.
Así que aunque no pueda decir cuándo espero volver con el tema.
Bibliografía:
- CARBALLA, Pepe. (2016) Ayuda mutua contra la barbarie capitalista. Contra la caridad, beneficencia y asistencia social. Tierra y Libertad : http://www.nodo50.org/tierraylibertad/332articulo7.html
- ALFONS ARNAU, Josep. Escritos contrapsicológicos de un educador social.GARCÍA,
- Héctor; OLMEDA, Alfredo. Aprendiendo a obedecer: crítica del sistema de enseñanza.
Nota de alasbarricadas: En el foro se habló de "¿trabajadores sociales anarquistas?" y recomendamos la lectura de Decimocuarto Asalto [pdf], donde Julio Rubio Gómez, educador social, relata sus experiencias, editado por Klinamen libros.
Enlaces relacionados / Fuente:
https://rtsocial.wordpress.com/2016/11/08/trabajo-social-y-anarquismo/
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