martes, 17 de enero de 2017

Historia de la decadencia y caída de En Marea


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Historia de la decadencia y caída de En Marea

 

 

 

En Galicia, el sector social de población que no se sentía representado por el bipartidismo PP/PSOE tenía como única opción electoral el BNG. El BNG acogía íntegramente el voto nacionalista, pero también aquel no nacionalista que lo consideraba un espacio de ruptura. Históricamente, cuando el BNG fue capaz de mostrar un rostro de mayor preocupación por las dinámicas sociales, obtuvo sus mejores resultados.
Al contrario, cuando transmitía mayor preocupación por cuestiones identitarias despertaba mayor rechazo. El declive que se inicia en el bipartito tiene que ver, en gran medida, con la progresiva deserción de los votantes prestados del sector menos nacionalista. Entre las muchas razones que llevaron al fracaso del bipartito, probablemente, la mayor fue la desafección de unos votantes que vieron frustrados sus anhelos de cambio social real, relegados por polémicas estériles sobre cuestiones identitarias.
El estallido del 15M abrió una posibilidad de superar la dicotomía nacionalismo/no nacionalismo asumiendo propuestas de mínimo denominador común enfocadas sobre todo al cambio social. El BNG no conseguía ampliar su base nacionalista mientras iba perdiendo a su votante no nacionalista que acrecentaba su orfandad. Tal nicho de desencantados fue el que aupó a AGE. Su relativo éxito fue el de proporcionar una voz a un sector desilusionado que necesitaba una nueva fuerza de ruptura. AGE no fructificó por razones diversas, entre las que no fue menor su incapacidad para trabajar juntos y aunar las divergentes culturas políticas de los partidos que conformaban la coalición.
Posteriormente, la emergencia de Podemos abría la posibilidad de recuperar a todo ese magma de excluidos del nacionalismo y ofrecía lo que parecía la opción más sencilla: un partido, el BNG, que podría aspirar a aglutinar todo el espacio nacionalista, y otro, Podemos (+IU), que podría ocupar un espacio hasta entonces huérfano y crecer sobre todo a costa del PSdeG. Podría ser algo parecido a la situación de Bildu y Podemos en Euskadi.
La hipótesis de En Marea vino a frustrar lo que parecía la opción natural. En Marea surge con la idea ambiciosa de aglutinar esos dos grandes nichos electorales; de proporcionar un espacio superador de la disyuntiva nacionalismo/no nacionalismo que pudiese convertirse en una opción electoral mayoritaria.

La mentira original: El espejismo de la participación popular

Como resulta obvio, para ocupar un espacio hay que desalojar a los cuerpos que anteriormente lo ocupan. Así, la hipótesis En Marea requería que se cumpliesen al mismo tiempo dos premisas:
1) La automutilación de Podemos.
2) La implosión y desaparición del BNG.
Ambas acciones necesitaban de una legitimación previa. Y esta función la cumple el mito fundacional de En Marea: la mentira original del “mandato popular” y el “partido hecho desde abajo”. Desde su génesis hasta día de hoy no hay ni una sola acción importante de En Marea que no haya sido ordenada, organizada, dirigida y comandada por un pequeño grupo de militantes y personajes selectos. Desde su aparición como coalición electoral, a la elección de sus órganos directivos, desde la elección de los miembros de su coordinadora y la propia elección del cabeza de lista electoral que podría resumirse con la frase: “Cuatro tíos se juntaron y eligieron a otro tío”, todos sus acontecimientos tienen la firma de media docena de personas reunidas en conciliábulo masculino.
No hace falta entrar en detalles acerca del proceso constituyente de En Marea, por quién fue tutelado y dirigido. Un solo detalle da la medida. Para inscribirse en la web que refrendaría lo ya acordado previamente, había que aceptar un manifiesto escrito por tres personas en lo que recordaba a viejos juramentos de aceptación de sacros principios. Item más. En Marea ya no es que carezca de mecanismos realmente participativos sino que es una organización opaca y que se mueve en el peor de los secretismos. Secretas son las actas de su coordinadora, secretas las personas que la integran y secreto cómo se eligen; secretas las reuniones para las “listas de consenso”, secretas las contrataciones de personal y secretos los criterios utilizados para estas.
Mientras tanto, los panegiristas de En Marea se esforzaban por falsificar esta realidad con una inacabable producción de palabrería hueca, confluencias 4.0 y metáforas marinas. Pero en ni uno solo de estos textos se concretaba cómo esos “de abajo” podían protagonizar la nueva formación, o qué mínimos mimbres de denominador común podía tener esta. El objetivo, obviamente, no era construir realmente un proceso participativo sino, al contrario, enmascarar una organización obscenamente vertical.
La razón por la que este enmascaramiento era necesario es que esta mentira original o mito fundacional es lo que proporciona la legitimidad primera necesaria para intentar que se cumplan las dos premisas antes mencionadas.
La automutilación de Podemos solo podía hacerse desde dentro, con un doloroso proceso de desgarramiento interno en el que aquellos partidarios de su disolución o momificación (encubriendo estos términos con eufemismos como “profundizar en la confluencia”), solo tenían una legitimación posible: “el mandato de los de abajo”. De ahí la insoportable insistencia en las salmodias simbólicas del discurso de la confluencia. Este funcionaba como poderosísima coartada moral imposible de no escuchar, ante la que cualquier otro cuestionamiento palidecía. ¿Qué son las propias siglas en contraposición con el “mandato de los de abajo”? Ante tal imperativo moral, todo acto, por destructivo o indecoroso que pudiera parecer, quedaba legitimado. El “mandato de los de abajo” sirvió para justificar una escisión de facto y un estado de permanente cainismo y autoagresión.
La mentira original también era útil para el sector nacionalista de En Marea, pues proporcionaba un aura de respetabilidad a lo que hasta entonces había sido un áspero y desagradable rosario de peleas y escisiones internas en el nacionalismo. Ahora, aquellos expulsados o autoexpulsados del BNG no eran los derrotados en intestinas luchas por el poder, sino que podían presentarse como los que verdaderamente escuchaban a “la gente” y, como tales, eran depositarios del mismo mandato imperativo que el sector de Podemos que abogaba por la confluencia.
Ambos grupos, con la mentira original del “mandato de los de abajo”, se rearmaban moralmente y se sentían empujados a un noble destino. Los que habían salido del BNG como traidores ahora vestían el majestuoso ropaje de su unión con el pueblo, en tanto que sus antiguos compañeros pasaron a ser caricaturizados como unos lunáticos sectarios. En el ámbito personal se hacía evidente que cuanto mayor era la necesidad de autojustificación, más vociferante se volvía la propaganda y más pertinaz la inacabable acumulación competitiva de metáforas marinas. El saqueo ha sido de tal calibre que el mar ya no podrá ser objeto de discurso poético en Galicia durante generaciones. No habrá un nuevo Manuel Antonio.
De este modo, puesto que el discurso de autoenaltecimiento de En Marea tenía como principal función la creación de una coartada moral, sus vinculaciones con la realidad eran inexistentes. Tanto en la campaña electoral como en la larguísima precampaña, la sociedad asistió a un recitado de banalidades sobre olas, arena y corrientes y apenas cuatro lugares comunes sobre sus verdaderos problemas. Las personas que lideraron el proceso exhibieron notoriamente sus desavenencias, dudas y mutuas acusaciones veladas de traición. Ante auditorios desangelados y votantes desmovilizados, con enormes problemáticas para aunar culturas de militantes de base que solo compartían proyecto en la ficción, la glorificación de esa “gente” imaginaria era, al cabo, una autoglorificación. Años antes, una directora de teatro que hoy es diputada había dicho: “mi público es cultísimo y extremadamente inteligente”. ¿Qué mejor modo de elogiarnos a nosotros mismos que elogiando a los que nos elogian?
Por supuesto, fuera de la fantasía de los pregoneros, la participación real era nula. Los llamados procesos participativos, tanto presenciales como telemáticos, servían solo para refrendar apaños anteriores. Acompañados de maniobras dudosas y desconfianzas generalizadas, arrojaron cifras irrisorias que se magnificaban tal como si fuesen inmensas muchedumbres. Aunque, visto con la perspectiva de hoy, cuando asistieron apenas 200 personas a la última Asamblea de En Marea que debatía cuestiones de suma importancia, quizá sí, aquellas fueran muchedumbres.
El resultado es por todos conocido. En Marea obtuvo 400.000 votos cuando se presentó a unas elecciones de carácter nacional simplemente como coalición sin más alharacas. Y descendió casi en 140.000 votos en unas elecciones que se presumían más importantes y decisivas cuando adoptó la forma de “un proceso participativo de los de abajo” tras diez meses de ostentosos desencuentros. Tales números dan la medida de cuánto “los de abajo” llegaron a creerse que este era su partido y cuánto se tragaron la farsa de la participación popular.

Tensiones futuras de En Marea

La implosión del BNG, contra todo pronóstico, no se produjo. Y, lejos de producirse, ocurrió todo lo contrario: un reagrupamiento casi absoluto del voto nacionalista otra vez bajo sus siglas que también acogieron a una fracción no despreciable de voto no nacionalista, ya prematuramente frustrado con En Marea. Las siglas del BNG resultaban más honestas y confiables. Alguien me dijo en perfecto castellano: “son unos chiflados, pero son nuestros chiflados”. Sin embargo, no se portaron como chiflados, sino que protagonizaron una excelente campaña que no estuvo lejos del sorpasso, y será para ellos el honor –y no para En Marea– de ser la primera fuerza con representación parlamentaria que presentó a una mujer como cabeza de lista en cuatro décadas de elecciones autonómicas.
Esta destrucción del BNG era condición sine qua non para la pervivencia de la hipótesis En Marea. Pues al ocupar el BNG todo el espacio nacionalista de forma muy saludable, Anova se queda sin ninguna utilidad. De los dos nichos de votantes que En Marea aspiraba a conquistar uno de ellos se le ha manifestado completamente refractario. Era el que se suponía que los militantes escindidos hoy en Anova podrían captar. Puesto que no ha sido así, ¿exactamente qué aportan hoy? Las fantasías sobre las que se construye En Marea hablan de que aportan “cuadros”. El mismo Beiras dice que aportan “inteligencia”, tal como si todos fueran licenciados en la École nationale d'administration y el resto una turba de iletrados.
De hecho, Anova hoy no solo no aporta en positivo sino que resta, porque los continuos roces y tensiones entre las irreconciliables culturas políticas nacionalista/no nacionalista se padecen a cambio de nada. Y es de prever que estas tensiones –que hoy ya son un constante todos contra todos– aumenten en magnitud por cuanto los militantes de ANOVA deben competir en el espacio nacionalista con sus antiguos compañeros del BNG que gozan, ellos sí, de envidiable salud.
Del mismo modo, el sector de Podemos que abogaba por la “confluencia”, ha perdido la causa primera que justificaba el nacimiento de En Marea; es decir, servir de aglutinador y superar la dicotomía nacionalistas/no nacionalistas. Una vez que este intento ha fracasado, ¿cuál ha sido el premio por dividir, fraccionar y asolar el partido del que obtenían su legitimidad primera? Tal sacrificio ha resultado complemente estéril. Los 140.000 votantes perdidos hablan bien a las claras de la enormidad de la herida causada y de la responsabilidad de los que han gestionado el proceso de “confluencia”.
Hoy En Marea recuerda a los estertores de los antiguos imperios multiétnicos, como el Austrohúngaro o el Otomano antes de derrumbarse. O los últimos siglos del Imperio Romano. Solo es posible aunar dentro de sí tan heterogéneas culturas cuando se goza de un poder hegemónico. Pero la guerra en la frontera nacionalista se ha perdido de modo incontestable. En Marea aspiraba a ser “el único modo posible” de ser nacionalista convirtiendo a las otras opciones en irrelevantes. No solo no ha sido así sino que el verdadero modo de ser nacionalista sigue siendo hoy militar en el BNG. La hipótesis de En Marea de constituirse como fuerza hegemónica superadora de la disyuntiva nacionalismo/no nacionalismo ha fracasado sin paliativos. Igualmente, hoy es ya insostenible la ficción del partido construido desde abajo. Sin embargo, continúan más vivas que nunca las tensiones y desgarros que En Marea provoca en ese espacio de presunta convivencia armónica.
En Marea ya ha perdido las justificaciones objetivas que la alumbraron. También se han desvanecido los mitos que sostenían sus pies de barro. Queda ya como única función el ser último puerto seguro para algunas personas que quemaron todos sus puentes con el BNG. Incapaz de encontrar otras argumentos, subsiste repitiendo cansinamente una curiosa argumentación autorreferencial según la cual “la confluencia es buena porque es buena”, aunque sus efectos reales sean desastrosos. Pero cuando vemos la realidad despojada de la propaganda, podemos hacernos esta pregunta: además de conflictos, división y violentos odios, ¿qué más puede ofrecer En Marea?

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