Un corresponsal de RBTH
se reúne con el hombre que el 7 de noviembre de 1990, durante la
celebración del 73º aniversario de la revolución socialista, disparó dos
balas contra el último líder de la URSS.
Alexander Shmonov
Fuente:Ruslan Shamukov/RBTH
Finalmente, conversamos de pie. “Acabo de mudarme”, explica Shmonov el desorden, tras lo cual comparte conmigo sus planes para el futuro, extraños para un jubilado de 64 años. “Hace un mes vendí mi casa y con el dinero ganado compré un piso en un edificio nuevo, pero todavía lo están construyendo, de modo que vivo aquí temporalmente, es un apartamento provisional. En cuanto construyan la nueva casa, también la venderé. Me quedaré una parte del dinero y con la otra contrataré a tres programadores que llevarán a la práctica mi creación".
La creación en la que Shmonov lleva ya más de un año trabajando oficialmente se llama así: “Métodos de invención con los cuales tres programadores puedan crear fácilmente programas de ordenador con los que un ordenador pueda inventar numerosas invenciones sin la ayuda del hombre”.
En total, el último terrorista de la URSS tiene más de dos decenas de inventos similares e intenta hablarme de todos ellos. “Método para multiplicar la media del nivel de vida de todos los ciudadanos de Rusia que no sean empresarios por dos o por tres en un año”. “Método de reducción drástica del número y el grado del fraude a los compradores”. “Método para mejorar a los ciudadanos de un país y para crear copias de personas con este fin”. Incluso tiene uno titulado “Método para mejorar las capacidades sexuales del hombre sin utilizar medicamentos”, en el que los resultados se definen en una frase: “para mejorar las capacidades sexuales de un hombre, este hombre deberá siempre (es decir, día y noche) mantener las piernas separadas”.
Foto: Vladimir Musaelyan/TASS
Todo indica que, a diferencia de Víktor Ilín, que disparó a Leonid Brézhnev (este fue el anterior terrorista soviético más conocido, a quien también enviaron a un psiquiátrico en lugar de fusilarlo), el tratamiento de Shmonov le ha salido caro.
Almas gemelas que no se llegaron a conocer
En general, sus historias son sorprendentemente parecidas. Como Ilín, Shmonov nació en Leningrado (antiguo nombre de San Petersburgo) y era un ciudadano soviético absolutamente normal (estudió en un instituto de arquitectura y trabajaba como ingeniero en una fábrica) hasta que “empezó a ver claro”.“En 1975 — cuenta Alexander —, después de que Brézhnev firmara los Acuerdos de Helsinki, en la Unión Soviética dejaron de impedir la retransmisión de las emisoras de radio BBC y Voice of America temporalmente. En ellas escuché por primera vez la verdad sobre lo que sucedía en la URSS, sobre las persecuciones de los disidentes, de la gente que no opinaba igual y entendí que un régimen totalitario es algo horrible”.
Foto: M. Sharápov/RIA Novosti
Como Ilín, Shmonov había enviado al Kremlin una carta-ultimátum con la exigencia de que se celebraran elecciones populares directas al presidente y al parlamento. Y, del mismo modo, al no recibir respuesta decidió matar al líder de la URSS yendo a realizar su plan a Moscú, a la celebración del 73º aniversario de la revolución socialista, que incluía una manifestación en la Plaza Roja y un discurso de Gorbachov desde la tribuna del mausoleo. “Le dije a mi mujer que estaría en la dacha cuidando del huerto y me subí en un tren hacia la capital”.
La traición de un amigo
Shmonov conoció a su cómplice en el Frente Popular de Leningrado, una organización social no registrada oficialmente que exigía la democratización del sistema estatal y que contaba con unos 2.000 miembros. Shmonov ingresó en ella en 1989. Durante la primavera del año siguiente, en una de las asambleas se le acercó un compañero y le dijo bromeando que en caso de que se hiciera la revolución él tenía una pistola.“Lo acordamos así: vamos los dos en la columna de los manifestantes, cuando lleguemos a la altura del Mausoleo yo saco el arma y apunto a Gorbachov. Mi cómplice, para que nadie me moleste mientras apunto, saca su pistola y ordena que nadie se acerque a mí. Pero cuando llegó la hora, se asustó. En el último momento se limitó a seguir con la columna de manifestantes. Yo saqué el arma pero en lo que me llevó sacarla de la funda y apuntar, un sargento tuvo tiempo de acercarse a mí y cogerla por el cañón. Por esta razón, las balas pasaron junto a Gorbachov. Y después la multitud se me lanzó encima…”.
Infografía: Kirill Polukhin / RBTH.
Pregunto a Shmonov acerca de mi extraña elección del objetivo: ¿por qué precisamente Gorbachov, que había iniciado la perestroika, abierto las fronteras y eliminado la censura en los medios de comunicación? Pero Alexander es inflexible: “Él es el responsable directo de la muerte de personas en Bakú y Tbilisi. La apuesta por la libertad que él anunciaba no se cumplió. En 1990 me arrestaron tres veces por repartir panfletos en los que lo único que se promovía era no votar por los miembros del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética”.
Tres meses sin dormir
Tras el fracaso del atentado, Shmonov fue trasladado a la prisión de Lefortovo. “Estuve allí un mes — recuerda— , y después consideraron que no estaba en mis facultades físicas para ser condenado y me enviaron al 'loquero'. Y todo a pesar de que cuando compré el arma pasé todos los controles y recibí el certificado psicológico”.
Foto: Serguéi Subbotin/RIA Novosti
Shmonov comenta de forma sorprendentemente serena todos los horrores de su estancia en el hospital psiquiátrico nº 6. “Las condiciones eran como las de un campo de concentración. No se podía ni respirar, todas las ventanas estaban cerradas, el edificio llevaba años sin ventilarse y no nos dejaban salir a la calle, aunque la ley así lo indicaba. Yo escribí una reclamación a la fiscalía por las condiciones en las que vivíamos. El médico jefe se enteró, vino a mi habitación y me dijo, literalmente: “Bueno, aguanta. Anulamos las pastillas, solo te pondremos las inyecciones más pesadas.
Tres meses después escribí a mi madre: ‘Haz lo que sea, convence al médico, sobórnale, pero sácame de aquí’. Apenas dormí en aquella época. Finalmente, no sé cómo, convenció al médico y dejaron de ponerme inyecciones. No volví a quejarme de las condiciones”.
La vida en la sombra
Para empezar a recuperarse de su “tratamiento”, Shmonov necesitó, según dice, cinco años. Pero antes todavía tenía que abandonar el hospital. “No sé qué fue lo que me salvó — comenta —. Mi padre era el jefe de una comisaría de policía, era coronel. Hizo algunos trámites, escribió cartas a distintas instancias. Después escribí a Yeltsin cuando se convirtió en presidente: “Estimado Borís Nikoláyevich, en 1990 reuní doscientas firmas en su apoyo, le pido que me ayude”.Y en el último examen psiquiátrico decidí fingir que reconocía mis errores, dije que no debí haber disparado a Gorbachov y que me arrepentía. Finalmente, la comisión declaró que me encontraba en fase de remisión y me dejaron ir”. “¿Y reconoce usted sus errores?”, me intereso yo. “No. Mi opinión sobre Gorbachov no ha cambiado”.
Sin embargo, Mijaíl Gorbachov, que el día 2 de marzo cumplirá 86 años, no tiene de qué preocuparse. El hombre que desea su muerte está inmerso ahora en otras creaciones completamente distintas.
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