- Vladimir Putin, presidente de la Federación Rusa, y el general Alexander Borotnikov, director del FSB (el contraespionaje ruso).
Washington ha decidido relegar el proyecto
de destrucción de los Estados y sociedades del Medio Oriente a un
segundo plano en su orden de preocupaciones y concentrar sus esfuerzos
en cómo oponerse al proyecto chino de «Ruta de la Seda». Eso es
lo que parecen haber concluido el presidente Donald Trump y el primer
ministro australiano, Malcolm Turnbull –este último en representación de
los británicos–, el 24 de febrero de 2018 en la Casa Blanca.
No se trata simplemente del tradicional conflicto entre el imperio
marítimo anglosajón y el proyecto comercial terrestre chino. Se trata
también del peligro que la industria china representa para todo el
conjunto del mundo desarrollado. En pocas palabras: en tiempos de la
Antigüedad, los europeos estaban ávidos de seda china; hoy todos
los occidentales temen a la competencia de los automóviles chinos.Al renunciar Pekín a hacer pasar la «ruta de la seda» por su trazado histórico de Mosul (Irak) y Palmira (Siria), Estados Unidos ya no tiene interés en seguir patrocinando yihadistas para crear un Califato en territorios de esos dos países.
Fue también el 24 de febrero que Rusia y Estados Unidos presentaron la resolución 2401 al Consejo de Seguridad de la ONU, un texto que ya estaba listo desde el día anterior y en el que no se cambió ni una palabra mientras los actores fingían seguir negociándolo.
Supuestamente adoptado en respuesta a la campaña mediática francesa que pretende querer salvar a la población de la Ghouta, esta resolución en realidad trata sobre la solución para casi toda Siria.
El texto deja en suspenso la cuestión de la retirada de las tropas turcas y estadounidenses presentes en suelo sirio. No es imposible que las fuerzas estadounidenses rechacen irse del extremo noreste de Siria. Si China decidiese hacer pasar la ruta de la sede por Turquía, Washington estimularía a quienes pretenden crear un Kurdistán en el territorio kurdo de Turquía –si se admite que el sureste de Anatolia ha dejado de ser armenio desde la época del genocidio– para cortar el camino a Pekín.
Moscú ha desplegado nuevos aviones en la base de Hmeimim, en Siria. Entre los nuevos aparatos rusos hay 2 aviones furtivos Su-57, una joya de la tecnología que el Pentágono no se imaginaba encontrar en situación operacional antes de 2025.
Lo más importante es que Moscú, que hasta ahora había limitado su implicación en Siria al despliegue de unidades de su fuerza aérea y de algunos grupos de fuerzas especiales, ha enviado en secreto tropas de infantería.
En la mañana del 25 de febrero, fuerzas terrestres rusas entraron junto al Ejército Árabe Sirio en la Ghouta Oriental.
En lo adelante es imposible, para quien quiera que sea, atacar Damasco o tratar de derrocar la República Árabe Siria sin provocar automáticamente una respuesta militar rusa.
Arabia Saudita, Francia, Jordania y Reino Unido, que habían constituido en secreto un «Pequeño Grupo», el 11 de enero, para sabotear la paz de Sochi, ya no podrán emprender ninguna acción decisiva.
Los aspavientos de los ministros de Exteriores del Reino Unido y Francia, Boris Johnson y Jean-Yves Le Drian, no logran ocultar dos hechos fundamentales:
el Kremlin y la Casa Blanca han llegado a un acuerdo;
la presencia militar rusa en Siria es legal a la luz del derecho internacional.
La agitación franco-británica tampoco logra ocultar el hecho que la acción de los militares sirios y rusos tiene como objetivo liberar a los civiles víctimas de la ocupación yihadista.
La dura realidad, para Londres y París, es que ya no tienen ninguna posibilidad de frustrar el acuerdo entre la Casa Blanca y el Kremlin, como lo hicieron en julio de 2012. La situación en el terreno y en el mundo ha cambiado mucho desde aquel momento.
De ser necesario, fingiremos todos no saber que las dos facciones armadas presentes en la Ghouta Oriental (una patrocinada por Arabia Saudita y la otra por Qatar) dependían de al-Qaeda. Serán sacadas de allí con la mayor discreción y los oficiales del MI6 británico y de la DGSE francesa –que actuaban bajo la cobertura de la ONG Médicos Sin Fronteras– serán repatriados.
La guerra no ha terminado aún en la totalidad de Siria, pero en Damasco ya está terminando.
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