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jornada.unam.mxCuando las élites se dividen
DEMOS, Desarrollo de Medios, S.A. de C.V.
Hasta la fecha no se ha escrito la historia de la
desaparición del Partido Conservador durante la época de la República
Restaurada, y en los años siguientes es equívoco suponer que se trató
simplemente de un cambio de vestiduras, en el que los conservadores
devinieron súbitamente liberales. En los barrios alejados de ciudades
como Puebla, Orizaba y Tepic, en los pueblos de los Altos de Jalisco y
el Altiplano de San Luis Potosí, incluso en las serranías más alejadas,
se desató una cacería de conservadores. En juego estaba la
reconfiguración detallada del poder local: cacicazgos, propiedad sobre
las tierras, futuros negocios por la desamortización de los bienes de la
Iglesia, presidencias municipales, más las rencillas personales. La
mayoría de los futuros hacendados del porfiriato provendrían de las
filas del ejército liberal y de esta redistribución de poderes.
Fue Porfirio Díaz quien fraguó el paradigma de que el poder del Estado podría estar en manos de un solo partido. En principio, la forma del partido único se remonta, en México, a la tradición liberal. Esa forma política trajo paz al Estado, pero no a la sociedad. Las rebeliones sociales en su contra fueron innumerables. Pero el gran desafío provino del magonismo en 1906. En cierta manera, el inicio de la Revolución Mexicana debería datarse en esta fecha, y no –como se acostumbra– en 1910. Todo lo que sucedió en los años posteriores estaría ligado al levantamiento anarquista.
La disputa entre Díaz y Madero fijó la primera gran escisión del cuerpo que gobernó al país más de tres décadas y trazó el traslado de una crisis política a un desplome del régimen de politicidad. Es decir, una suerte de señal en que la sociedad entera se sintió con fuerza y legitimidad para emprender los cambios que se sucederían después de 1911. La señal de que la política se puede escribir con P mayúscula.
En 1920, el constitucionalismo cifró su hegemonía paradójicamente en el marco de una violenta confrontación entre sus principales franjas: la disputa entre Obregón y Carranza no sólo culminó en la muerte del primero sino en un periodo de reformas que fijarían las raíces sociales del nuevo régimen. Y fue Vasconcelos en 1929, que provenía de un pasado junto a Obregón, quien desafío la maquinaria que sostendría al Maximato.
Dos divisiones ostensibles en la cima del poder marcarían el destino de las reformas que Cárdenas emprendió entre 1935 y 1938. La primera lo llevaría a una confrontación con Calles. La segunda, que culminaría el propio periodo de las reformas, con el general Almazán. 1946 y 1952 datan fenómenos parecidos, aunque de menor escala, sobre todo en el momento en que el general Henríquez Guzmán se opuso a Ruiz Cortines.
Fue Porfirio Díaz quien fraguó el paradigma de que el poder del Estado podría estar en manos de un solo partido. En principio, la forma del partido único se remonta, en México, a la tradición liberal. Esa forma política trajo paz al Estado, pero no a la sociedad. Las rebeliones sociales en su contra fueron innumerables. Pero el gran desafío provino del magonismo en 1906. En cierta manera, el inicio de la Revolución Mexicana debería datarse en esta fecha, y no –como se acostumbra– en 1910. Todo lo que sucedió en los años posteriores estaría ligado al levantamiento anarquista.
La disputa entre Díaz y Madero fijó la primera gran escisión del cuerpo que gobernó al país más de tres décadas y trazó el traslado de una crisis política a un desplome del régimen de politicidad. Es decir, una suerte de señal en que la sociedad entera se sintió con fuerza y legitimidad para emprender los cambios que se sucederían después de 1911. La señal de que la política se puede escribir con P mayúscula.
En 1920, el constitucionalismo cifró su hegemonía paradójicamente en el marco de una violenta confrontación entre sus principales franjas: la disputa entre Obregón y Carranza no sólo culminó en la muerte del primero sino en un periodo de reformas que fijarían las raíces sociales del nuevo régimen. Y fue Vasconcelos en 1929, que provenía de un pasado junto a Obregón, quien desafío la maquinaria que sostendría al Maximato.
Dos divisiones ostensibles en la cima del poder marcarían el destino de las reformas que Cárdenas emprendió entre 1935 y 1938. La primera lo llevaría a una confrontación con Calles. La segunda, que culminaría el propio periodo de las reformas, con el general Almazán. 1946 y 1952 datan fenómenos parecidos, aunque de menor escala, sobre todo en el momento en que el general Henríquez Guzmán se opuso a Ruiz Cortines.
Transcurrieron 35 años hasta el siguiente cisma. En 1988,
Cuauhtémoc Cárdenas abandona las filas del PRI para aliarse con una
coalición de agrupaciones de izquierda. Una vez más, la Presidencia
perdía esa aura prácticamente papal, que la rodearía desde la década de
los años 40. Un aviso que la sociedad interpretó como un punto de
partida para transformar unas elecciones presidenciales en un cambio de
régimen político.
Ese cambio se tradujo en la formación de una coalición entre algunas franjas del PAN y la tecnocracia del PRI que gobernó al país durante tres décadas. Esa coalición logró sortear las pruebas más inimaginables con un simple principio: reconocer en cada momento cuál era la opción óptima para mantener a flote a la propia coalición. Así, Zedillo le abrió las puertas de Los Pinos a Vicente Fox, y la suma de los votos agregados por Elba Esther Gordillo, el PRI y un ostensible fraude, llevaron a Calderón al mismo lugar.
En 2018, ese pacto tácito se rompió. Meade ha sido hasta ahora el verdugo principal de Anaya, y éste de aquél. Las élites que gobernaron al país se dividieron. Por su lado, AMLO, como diría un ex mandatario,
Por lo pronto, Morena se ha situado en el centro del espectro político, si partimos del principio de que Anaya representa la misma derecha que ha ejercido el poder en sexenios previos. La izquierda, por su parte, no cuenta hoy con representación política; se encuentra en las calles, en los movimientos sociales, de manera fragmentaria en cualquier rincón del país.
Ese cambio se tradujo en la formación de una coalición entre algunas franjas del PAN y la tecnocracia del PRI que gobernó al país durante tres décadas. Esa coalición logró sortear las pruebas más inimaginables con un simple principio: reconocer en cada momento cuál era la opción óptima para mantener a flote a la propia coalición. Así, Zedillo le abrió las puertas de Los Pinos a Vicente Fox, y la suma de los votos agregados por Elba Esther Gordillo, el PRI y un ostensible fraude, llevaron a Calderón al mismo lugar.
En 2018, ese pacto tácito se rompió. Meade ha sido hasta ahora el verdugo principal de Anaya, y éste de aquél. Las élites que gobernaron al país se dividieron. Por su lado, AMLO, como diría un ex mandatario,
cachando votos, que hasta ahora sólo equivalen a ratings. ¿Cuál fue la razón de esta división? ¿Un cálculo erróneo? ¿Un veto al poscalderonismo que representa el mismo Anaya, por más que Calderon ya se encuentre fuera de las filas del PAN? Faltan dos meses de campaña. Es evidente que la antigua coalición tratará ahora de impulsar a Anaya y al PAN para que se acerquen a la competencia. Sus recursos son múltiples. La pregunta es sencilla: ¿no es demasiado tarde? La respuesta se encuentra en un inframundo: ¿siguen funcionando las maquinarias de fraude del PRI? Sólo lo sabremos el primero de julio.
Por lo pronto, Morena se ha situado en el centro del espectro político, si partimos del principio de que Anaya representa la misma derecha que ha ejercido el poder en sexenios previos. La izquierda, por su parte, no cuenta hoy con representación política; se encuentra en las calles, en los movimientos sociales, de manera fragmentaria en cualquier rincón del país.
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