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elfinanciero.com.mxEl extraño caso de los altos precios de la gasolina en México
Bloomberg
En Estados Unidos, los precios de la gasolina
han bajado 33 por ciento en los últimos seis años. En México, subieron
64 por ciento (en pesos) durante el mismo período. Con la elección
presidencial que se realizará el 1 de julio, es comprensible que se haya
convertido en un gran tema de campaña en México.
El candidato de la coalición ‘Juntos Haremos Historia’, Andrés Manuel López Obrador,
se ha comprometido a congelar los precios del combustible durante tres
años, quien encabeza las preferencias con el 42 por ciento, según una encuesta nacional en vivienda realizada por El Financiero.
El segundo y tercer lugar lo disputan José Antonio Meade y Ricardo Anaya, con el 24 y el 23 por ciento, respectivamente.
Realizar cualquier análisis
político más allá de las cifras de las encuestas probablemente no sea
una buena idea para una persona que visita por primera vez la Ciudad de México
y que tiene un dominio limitado del español (yo), pero creo que estoy
preparado para explorar la cuestión de por qué México tiene precios de
gas minorista más altos que Estados Unidos.
Debido a que convertí todo en dólares aquí, algunos de los movimientos en la línea de gráfico de México se deben a las fluctuaciones monetarias.
El fuerte aumento
mostrado para los precios de la gasolina mexicana este año, por ejemplo,
ha sido impulsado tanto por la fortaleza del peso como por el
incremento de los costos, mientras que la fuerte caída a fines de 2008
fue impulsada por la caída del peso frente al dólar.
Aún así, el panorama general es
bastante claro: los precios de la gasolina en México han sido
generalmente más altos que los costos del combustible en Estados Unidos,
pero también menos volátiles.
Esto se debe a que, hasta el
'gasolinazo' de enero de 2017 mencionado anteriormente, los precios de
la gasolina aquí fueron controlados por el Gobierno.
Sin embargo, a diferencia de sus contrapartes en Venezuela o Arabia Saudita,
las autoridades mexicanas generalmente no usaron su poder de
modificación de precios para ofrecer grandes descuentos a los
consumidores.
En cambio, gravaron el uso de la
gasolina cuando los precios mundiales del petróleo eran bajos y lo
subsidiaron cuando los precios eran altos:
Existe
un acuerdo bastante generalizado de que los subsidios a la gasolina son
una mala política económica. Llenan los bolsillos de los ricos más que
los pobres, y fomentan el uso excesivo de combustible fósil.
Los datos en el cuadro anterior provienen de una "revisión por pares" de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), cuyo objetivo es alentar a México a reducir sus subsidios a los combustibles fósiles.
Pero mientras el país continúa subsidiando la electricidad
(que ahora se genera, como en Estados Unidos, principalmente mediante
la quema de gas natural), sus subsidios a la gasolina y al diésel en
realidad sumaron menos de cero en las últimas dos décadas.
Los controles del precio de la
gasolina en México parecen haber sido menos una forma de comprar a la
ciudadanía que parte de una política más amplia de gestión de la
producción y el consumo de petróleo a través de Petróleos Mexicanos (Pemex).
En 1938, el Gobierno
mexicano nacionalizó su industria petrolera y expulsó a las compañías
extranjeras, pero el control de los recursos petroleros y el desdén por
los Exxon Mobil y Royal Dutch Shell fueron una política nacional clave
durante 75 años.
Esto finalmente cambió en 2013, cuando el Gobierno del presidente Enrique Peña Nieto,
puso fin al monopolio de Pemex sobre las reservas de petróleo de México
y abrió una licitación para nuevos arrendamientos costa afuera a
empresas extranjeras.
A esto siguió la desregulación del mercado doméstico de combustible, con estaciones de servicio BP, Exxon Mobil, Shell y Total en todo el país.
Todo esto ha coincidido con un
aumento en los precios de la gasolina, por lo que es comprensible que
algunos mexicanos miren con nostalgia al monopolio de Pemex.
Pero algo más sucedió en los últimos 15 años para hacer que el mantenimiento del viejo sistema sea cada vez más difícil. La producción de petróleo en México comenzó a declinar, mientras que el consumo doméstico de combustible aumentó:
La caída puede atribuirse principalmente al Complejo Cantarell,
llamado así por el pescador que en la década de 1960 notó que el
petróleo burbujeaba en la superficie de la Bahía de Campeche frente a la
costa sureste de México, donde la producción cayó de 2.2 millones de
barriles por día en diciembre de 2003, a solo 165 mil 255 barriles por
día en febrero de este año.
Pemex no ha encontrado nada
parecido, y aunque el Gobierno mexicano espera que las compañías
petroleras extranjeras con más dinero y capacidades técnicas más
avanzadas tengan mejor suerte, no hay garantía de que encuentren otro
Cantarell.
Y así, México pasó de ser un importante exportador de petróleo y
un pequeño consumidor de combustible a un país que ocupa el lugar
número 12 en el mundo en producción de petróleo y el 11 en consumo, lo
que significa que probablemente ya no tenga el margen para seguir su
propio camino en la política energética.
Mientras tanto, el auge de Texas ha vuelto a poner en peligro la relación de importación y exportación de petróleo de México con Estados Unidos:
La mayoría de estas importaciones de Estados Unidos se realizan en forma de gasolina ya refinada, mientras que las refinerías de Pemex han estado funcionando muy por debajo de su capacidad.
Hay una serie de razones para
esto, entre ellas, que Petróleos Mexicanos ahora está tratando de operar
sus refinerías con un beneficio en lugar de sólo tomar el petróleo que
se cruce en su camino, ya que gran parte del crudo pesado que producen
los campos mexicanos se exporta sin realizar ese proceso.
El
resultado es que los mexicanos están alimentando cada vez más sus autos
con gasolina fabricada en EU y pagando más por el privilegio que los
estadounidenses. ¡Eso es injusto!
La
brecha de precios es principalmente el resultado de los impuestos: las
tasas impositivas efectivas de México sobre el uso de diésel y gasolina
se mantienen entre las más bajas de la OCDE , el club de las
democracias más prósperas del mundo, pero que ahora son varias veces más
altas que el menor promedio de Estados Unidos.
Los impuestos a la gasolina en
Estados Unidos varían mucho de un estado a otro, por supuesto, lo que
ayuda a explicar por qué el diferencial de precios por galón
transfronterizo entre San Diego y Tijuana es de 30 a 40 centavos de
dólar, según GasBuddy.com y el Gobierno mexicano, mientras que entre El Paso y Ciudad Juárez, es casi 1.20 dólares.
Más allá de eso, los precios
están fijados no del todo por las fuerzas del mercado, Pemex es
demasiado dominante para eso, sino por una fórmula que toma una media
móvil suavizada de los precios de Texas y agrega costos de transporte y
otros.
Entre las estrategias
contrarreloj que López Obrador ha ofrecido por los altos precios del
combustible está congelar esos precios, reduciendo las exportaciones de
petróleo y aumentando la capacidad de refinación doméstica.
Una respuesta menos costosa y disruptiva probablemente sería solo reducir los impuestos al combustible.
El empresario Alfonso Romo,
uno de los principales asesores de López Obrador, dijo el jueves en una
entrevista radiofónica que esto era lo que su candidato realmente tenía
en mente, mientras que Anaya propone un recorte impositivo más estrecho
en los estados a lo largo de la frontera estadounidense.
Sin embargo, un problema para
reducir los impuestos a la gasolina y al diésel es que han estado
llenando el vacío presupuestario del Gobierno que dejó la disminución de
la producción de petróleo.
Esto me lleva a otra propuesta: tal vez nosotros los 'yankees' podríamos ayudar, por ejemplo, promulgando un impuesto sobre el carbono para reducir nuestro déficit nacional.
Eso no necesariamente reduciría
los precios de la gasolina en México, pero al menos disminuiría esa
enloquecedora diferencia de precios.
*Esta columna no necesariamente refleja la opinión de Bloomberg, de sus dueños, ni de El Financiero.
**Justin Fox es
columnista de Bloomberg View. Fue director editorial de Harvard Business
Review y escribió para Time, Fortune y American Banker. Él es el autor
de 'El mito del mercado racional'.
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