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kaosenlared.netLos medios corporativos nos convierten en esclavos de un mundo de engaños
La Gran Narrativa Occidental no es realmente nueva. Es
sencillamente una reformulación de una era diferente, la de la “carga
del hombre blanco” Hace ya varios años que vengo publicando una serie de
escritos en mi blog con un objetivo en mente: ayudar a abrir una puerta
para los lectores y alentarles a traspasarla. Selecciono […]
La Gran Narrativa Occidental no es realmente nueva. Es sencillamente una reformulación de una era diferente, la de la “carga del hombre blanco”
Hace ya varios años que vengo publicando una serie de escritos en mi blog con un objetivo en mente: ayudar a abrir una puerta para los lectores y alentarles a traspasarla. Selecciono temas que por lo general son los dominantes en la cobertura que realizan los medios occidentales y que representan un consenso que podemos denominar la Gran Narrativa Occidental, e intento mostrar cómo esta narrativa se ha elaborado no para informar y esclarecer sino para ocultar y engañar.
No pretendo decir que yo y otros muchos blogueros que hacemos esto seamos más inteligentes que todos los demás. Sencillamente tuvimos la oportunidad –con anterioridad- de atravesar nosotros mismos esa puerta debido a una experiencia de vida discordante que la Gran Narrativa Occidental no pudo explicar, o porque alguien mantuvo la puerta abierta para nosotros, o quizá lo más habitual sea una combinación de esas dos opciones.
Mi despertar personal
Para mí es fácil identificar mi propio proceso de despertar. Empezó con la dislocación de trasladarme a Nazaret y sumergirme en la narrativa de otros: la de los palestinos. Entonces tuve que enfrentarme, por vez primera en mi carrera como periodista, a un muro impenetrable de oposición, incluso desde mi propio y antiguo periódico, The Guardian, cuando intentaba explicar esa contranarrativa. De hecho, me encontré con que la narrativa palestina se tergiversaba invariablemente tildándola de antisemitismo. Fueron años oscuros de desilusión y pérdida de la brújula profesional e ideológica.
Fue en ese momento de pérdida –privado del consuelo de la Gran Narrativa Occidental- cuando uno busca una puerta hacia el esclarecimiento. El viaje para encontrarlo puede resultar largo. Mi puerta apareció cuando leía sobre el Modelo de Propaganda de Ed Herman y Noam Chomsky en su libro Manufacturing Consent [Los guardianes de la libertad], así como al tropezar con una página en Internet llamada Media Lens. Me ayudaron a entender que el problema de la narrativa no se limitaba a Israel-Palestina, sino que era mucho más amplio. En realidad, la Gran Narrativa Occidental se ha desarrollado y refinado durante siglos para preservar los privilegios de una élite minúscula y expandir su poder. El papel de los periodistas como yo era el de seguir alimentando esos engaños para que los lectores permanecieran temerosos, pasivos y respetuosos frente a esa élite. No es que los periodistas mientan –al menos, no la mayoría-, es que están tan profundamente vinculados a la Gran Narrativa Occidental como todos los demás.
Una vez que uno está preparado para atravesar la puerta, para deshacerse del viejo guion, la nueva narrativa se asienta porque resulta de gran utilidad. Explica realmente el mundo y la conducta humana tal como se experimenta en todas partes. Tiene un poder predictivo genuino. Y lo más importante, revela una verdad que han comprendido todas las personalidades destacadas de la ilustración espiritual e intelectual a lo largo de la historia humana: que los seres humanos son igualmente humanos, ya sean estadounidenses, europeos, israelíes, palestinos, sirios, rusos, venezolanos o iraníes, ya sean coreanos del norte o del sur.
El término “humano” no se limita a constituir una descripción de nosotros como especie o entidad biológica. También describe quiénes somos, qué es lo que nos motiva, qué es lo que nos hace llorar, lo que nos hace reír, lo que nos hace enfadarnos, lo que provoca nuestra compasión. Y la verdad es que todos somos esencialmente lo mismo. Nos molestan las mismas cosas, nos divierten las mismas cosas. Nos inspiran las mismas cosas, nos indignan las mismas cosas. Queremos dignidad, libertad y seguridad para nosotros y nuestros seres queridos; apreciamos la belleza y la verdad. Y tememos la opresión, la injusticia y la inseguridad.
Jerarquías de la virtud
La Gran Narrativa Occidental nos dice algo completamente diferente. Divide el mundo en una jerarquía de “pueblos”, con virtudes y vicios diferentes, incluso conflictivos. Algunos humanos –los occidentales- son más racionales, más cariñosos, más sensibles, más completamente humanos. Y hay otros humanos –el resto- que son más primitivos, más emocionales, más violentos. En este sistema de clasificación, nosotros somos los Chicos Buenos y ellos los Chicos Malos; nosotros somos el Orden, ellos el Caos. Necesitan de una mano firme que les controle y les impida hacerse demasiado daño a ellos mismos y a nuestra zona civilizada del mundo.
La Gran Narrativa Occidental no es realmente nueva. Es sencillamente una reformulación de una era diferente, la de la “carga del hombre blanco”.
La razón por la que persiste la Gran Narrativa Occidental es porque es útil para los que están en el poder. Los humanos podemos ser esencialmente lo mismo en nuestra naturaleza y en nuestros impulsos, pero estamos definitivamente divididos por el poder y su corolario moderno: la riqueza. Un pequeño número la tiene y la inmensa mayoría no. La Gran Narrativa Occidental está ahí para perpetuar el poder legitimándolo, para hacer que su distribución injusta y desequilibrada parezca natural e inmutable.
En otro tiempo, los reyes nos decían que tenían sangre azul y derechos divinos. Hoy necesitamos de una narrativa diferente, aunque diseñada para conseguir el mismo fin. Al igual que reyes y barones que una vez lo poseyeron todo, ahora una élite corporativa diminuta domina el mundo. Y tienen que justificar eso ante ellos mismos y ante nosotros.
El rey y los barones tenían sus cortesanos, el clero y un amplio círculo de séquitos que la mayor parte del tiempo se beneficiaban lo suficiente del sistema como para no perturbarlo. El papel del clero en especial era el de sancionar el gran desequilibrio de poder postulando que era esa la voluntad de Dios. En la actualidad, la función de los medios es similar a la de ese clero de antaño. Puede que Dios haya muerto, como observó Nietzsche, pero los medios corporativos han ocupado su lugar. En las incuestionables premisas de cada artículo, se nos dice quién debería gobernar y quién debería ser gobernado, quiénes son los Chicos Buenos y quiénes los Malos.
Para hacer que este sistema sea más aceptable, más democrático, para hacernos creer que hay igualdad de oportunidades y que la riqueza se derrama, la élite occidental ha tenido que permitir que aparezca una gran clase media interna, similar a los cortesanos de antaño. Los botines de la violación y saqueo de sociedades lejanas se comparten con moderación con esta clase. Sus conciencias rara vez se ven afectadas porque la función de los medios corporativos es asegurar que conozcan muy poco sobre el resto del mundo y que les importe aún menos, haciéndoles creer que esos extranjeros son menos dignos, menos humanos.
Nada más que estadísticas
Si los lectores occidentales comprendieran, por ejemplo, que un palestino no es diferente de un israelí –aparte de en oportunidades e ingresos-, entonces podrían sentir tanta simpatía ante una afligida familia palestina como sienten por una israelí. Pero la Gran Narrativa Occidental está ahí precisamente para asegurar que los lectores no sientan lo mismo en los dos casos. Por eso es que de las muertes palestinas se informa invariablemente como si de una estadística se tratara; porque los palestinos mueren en grandes cantidades, como el ganado en el matadero. En cambio, los israelíes mueren mucho más raramente y sus muertes se recogen individualmente. Se les dignifica con sus nombres, las historias de su vida y fotos.
Incluso cuando llega el momento de distinguir a un palestino entre la masa de los muertos, los medios corporativos occidentales muestran una gran renuencia a hacerlo. Como en el caso de Razan al-Najjar, la enfermera palestina de 21 años ejecutada de un tiro por un francotirador cuando atendía a los manifestantes desarmados que estaban siendo asesinados y heridos ante la valla perimetral que los enjaula en la prisión de Gaza.
Gaza se está hundiendo lentamente en el mar, pero ¿a quién le importa? Esos palestinos primitivos que viven como los hombres de las cavernas entre los escombros de unos hogares que Israel ha destruido repetidamente. Sus mujeres llevan hiyab y tienen demasiados niños. No parecen como nosotros, no hablan como nosotros. Sin duda que no piensan como nosotros. No pueden ser como nosotros.
Incluso esos jóvenes manifestantes palestinos, con los rostros cubiertos con pañuelos extraños, lanzando cometas en llamas y arrojando piedras raras, parecen diferentes. ¿Podemos imaginarnos a nosotros mismos de pie frente a un francotirador protestando de esa forma? Desde luego que no. No podemos imaginar cómo es vivir en una de las zonas más densamente pobladas del planeta, en una prisión al aire libre sobre la que otra nación actúa como carcelera, en la que el agua de beber está llegando a ser tan salada como el agua de mar y donde no hay electricidad. Por tanto, ¿podemos ponernos en el lugar de los manifestantes, podemos sentir empatía? Es mucho más fácil imaginar que somos el poderoso francotirador que protege la “frontera” y su hogar.
Pero al-Najjar socavó todo eso. Una mujer joven y hermosa con una bella sonrisa que podría ser nuestra hija, atendiendo desinteresadamente a los heridos, sin pensar en ella misma sino en el bienestar de los demás, nos sentiríamos orgullosos de tenerla como hija. Podríamos identificarnos con ella mucho más que con el francotirador. Ella es como una puerta que nos invita a pasar y ver el mundo desde una ubicación diferente, desde una perspectiva distinta.
Esa es la razón por la que los medios corporativos no han invertido en la muerte de al-Najjar la cobertura emocional y empática que si se hubiera tratado de una enfermera israelí joven y bonita a la que hubiera disparado un palestino. Fue ese doble rasero en su propio periódico, The Guardian, lo que indignó al caricaturista Steve Bell la pasada semana. Como indicó en correspondencia con el editor, el periódico apenas había cubierto la historia de al-Najjar. Cuando trató de corregir el desequilibrio, su propia viñeta destacando su muerte –y su omisión- fue censurada. Los editores del Guardian sostuvieron que su viñeta era antisemita. Pero la verdad es que al-Najjar resulta peligrosa. Porque una vez que has atravesado esa puerta, es probable que no des marcha atrás y es improbable que vuelvas a creer en la Gran Narrativa Occidental.
El verdadero mensaje de Israel
La cuestión Israel-Palestina me ofreció esa puerta, al igual que ha hecho con muchos otros. Y no es, como los apologetas de Israel –y los defensores de la Gran Narrativa Occidental- les dirán, porque muchos occidentales sean antisemitas. Se debe a que Israel se sitúa en una zona gris de experiencia, una a la que pueden fácilmente acceder los turistas occidentales pero que al mismo tiempo les da la oportunidad de vislumbrar el submundo de los privilegios de Occidente.
La Gran Narrativa Occidental ha acogido a Israel con entusiasmo: es, supuestamente, una democracia liberal, muchos de sus habitantes visten y hablan como nosotros, sus ciudades se parecen bastante a las nuestras, sus programas de TV se remodelan y se convierten en éxitos en las pantallas de las nuestras. Si no te acercas demasiado, Israel podría ser Gran Bretaña o EEUU.
Pero hay abundantes pistas, para quienes se molestan en mirar un poco más allá de lo superficial, de que hay algo profundamente equivocado respecto de Israel. A pocos kilómetros de sus hogares, los hijos de esas familias de aspecto occidental se entrenan regularmente con sus armas de fuego sobre manifestantes desarmados, niños, mujeres, periodistas, personal sanitario y aprietan el gatillo sin apenas reparos.
No lo hacen porque sean unos monstruos sino porque son exactamente como nosotros, exactamente como nuestros hijos. Ese es el verdadero horror de Israel. Tenemos la oportunidad de vernos a nosotros mismos en Israel, porque no es exactamente nosotros, porque la mayoría de nosotros tenemos alguna distancia física y emocional con Israel, porque todavía nos parece un poco extraño, a pesar de los mejores esfuerzos de los medios occidentales, y porque su propia narrativa local –justificando sus acciones- es incluso más extrema, más autorizada y más racista hacia el Otro que la Gran Narrativa Occidental.
Es esa impactante comprensión –la de que podríamos ser israelíes, que podríamos ser esos francotiradores- la que abre la puerta pero impide que muchos la traspasen para ver lo que hay al otro lado. O, aún más preocupante, la que hace que se detengan ante el umbral vislumbrando una verdad parcial sin querer comprender todas sus ramificaciones.
Igualmente humano
Para explicar lo que quiero expresar, permítanme por un momento hacer una digresión y considerar el film alegórico de Matrix.
Neo, el héroe interpretado por Keanu Reeves, empieza a darse cuenta de que la realidad a su alrededor no es tan sólida como parecía. Las cosas se han vuelto extrañas, inconsistentes, inexplicables. Con la ayuda de un mentor, Morpheus, se le muestra la puerta hacia una realidad completamente diferente. Neo descubre que, de hecho, existe en un mundo oscuro dominado por formas de vida generadas por un ordenador que se alimenta con su conciencia y la del resto de la humanidad. Hasta ese momento, había estado viviendo en un mundo onírico creado para amansarle, a él y a otros humanos, mientras se explotaba su energía.
Neo y una pequeña banda que se han liberado a sí mismos de esta falsa conciencia no puede confiar en derrotar a sus oponentes directamente. Deben emprender la guerra a través de Matrix, un mundo digital en el que las formas de vida de los ordenadores triunfan siempre.
Volvamos a nosotros. Al otro lado de la puerta se halla la verdad de que los humanos somos todos igualmente humanos. Desde este punto de ventaja es posible comprender que un occidental o un israelí privilegiados reaccionarían exactamente como un palestino si tuvieran que soportar las experiencias de vivir en Gaza. Desde esta posición, es posible comprender que mi hijo podría apretar el gatillo, al igual que hacen la mayoría de los adolescentes israelíes, si toda su vida hubiera sido bombardeado, como les ocurre a ellos, con un lavado de cerebro desde sus medios, escuelas y políticos que describen a los palestinos como primitivos y violentos.
Esclavizados al poder
La conclusión de todo esto es que la vía para cambiar a mejor nuestras sociedades depende de un cambio en nuestra conciencia, de liberarnos de las falsas perspectivas, de ser capaces de atravesar la puerta.
Si permanecemos en un mundo de espejismos o de falsas jerarquías de la virtud, ajenos al papel del poder, continuaremos siendo Neo viviendo en su mundo onírico.
Y si sólo avanzamos hasta el umbral y echamos un vistazo a las sombras del otro lado, seremos también esclavos del engaño, al igual que Neo llevó su batalla a Matrix, combatiendo fantasmas en la máquina como si fueran enemigos de carne y hueso.
Este peligro puede verse también en el caso de Israel-Palestina, donde los horrores que Israel inflige a los palestinos radicalizan justificadamente a muchos observadores. Pero no todos atraviesan la puerta. Se quedan en el umbral indignados con Israel y los israelíes, y beatifican a los palestinos sólo como víctimas. Algunos consiguen encontrar de nuevo falsos consuelos, aceptando esta vez conspiraciones preconcebidas de que “los judíos” están tirando de las palancas que hacen posibles esas atrocidades y la inacción occidental.
Quedarse parado en la entrada es tan malo como negarse a caminar. Los espejismos son tan peligrosos como profunda es la falsa conciencia.
Nuestro planeta y el futuro de nuestros hijos dependen de que nos liberemos a nosotros mismos viendo los fantasmas de la máquina por lo que realmente son. Tenemos que comenzar a reconstruir nuestras sociedades sobre la base de que compartimos una humanidad común. Que el resto de los humanos no son nuestros enemigos, sólo aquellos que desean esclavizarnos a su poder.
CounterPunch. Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández. Extractado por La Haine
La Gran Narrativa Occidental no es realmente nueva. Es sencillamente una reformulación de una era diferente, la de la “carga del hombre blanco”
Hace ya varios años que vengo publicando una serie de escritos en mi blog con un objetivo en mente: ayudar a abrir una puerta para los lectores y alentarles a traspasarla. Selecciono temas que por lo general son los dominantes en la cobertura que realizan los medios occidentales y que representan un consenso que podemos denominar la Gran Narrativa Occidental, e intento mostrar cómo esta narrativa se ha elaborado no para informar y esclarecer sino para ocultar y engañar.
No pretendo decir que yo y otros muchos blogueros que hacemos esto seamos más inteligentes que todos los demás. Sencillamente tuvimos la oportunidad –con anterioridad- de atravesar nosotros mismos esa puerta debido a una experiencia de vida discordante que la Gran Narrativa Occidental no pudo explicar, o porque alguien mantuvo la puerta abierta para nosotros, o quizá lo más habitual sea una combinación de esas dos opciones.
Mi despertar personal
Para mí es fácil identificar mi propio proceso de despertar. Empezó con la dislocación de trasladarme a Nazaret y sumergirme en la narrativa de otros: la de los palestinos. Entonces tuve que enfrentarme, por vez primera en mi carrera como periodista, a un muro impenetrable de oposición, incluso desde mi propio y antiguo periódico, The Guardian, cuando intentaba explicar esa contranarrativa. De hecho, me encontré con que la narrativa palestina se tergiversaba invariablemente tildándola de antisemitismo. Fueron años oscuros de desilusión y pérdida de la brújula profesional e ideológica.
Fue en ese momento de pérdida –privado del consuelo de la Gran Narrativa Occidental- cuando uno busca una puerta hacia el esclarecimiento. El viaje para encontrarlo puede resultar largo. Mi puerta apareció cuando leía sobre el Modelo de Propaganda de Ed Herman y Noam Chomsky en su libro Manufacturing Consent [Los guardianes de la libertad], así como al tropezar con una página en Internet llamada Media Lens. Me ayudaron a entender que el problema de la narrativa no se limitaba a Israel-Palestina, sino que era mucho más amplio. En realidad, la Gran Narrativa Occidental se ha desarrollado y refinado durante siglos para preservar los privilegios de una élite minúscula y expandir su poder. El papel de los periodistas como yo era el de seguir alimentando esos engaños para que los lectores permanecieran temerosos, pasivos y respetuosos frente a esa élite. No es que los periodistas mientan –al menos, no la mayoría-, es que están tan profundamente vinculados a la Gran Narrativa Occidental como todos los demás.
Una vez que uno está preparado para atravesar la puerta, para deshacerse del viejo guion, la nueva narrativa se asienta porque resulta de gran utilidad. Explica realmente el mundo y la conducta humana tal como se experimenta en todas partes. Tiene un poder predictivo genuino. Y lo más importante, revela una verdad que han comprendido todas las personalidades destacadas de la ilustración espiritual e intelectual a lo largo de la historia humana: que los seres humanos son igualmente humanos, ya sean estadounidenses, europeos, israelíes, palestinos, sirios, rusos, venezolanos o iraníes, ya sean coreanos del norte o del sur.
El término “humano” no se limita a constituir una descripción de nosotros como especie o entidad biológica. También describe quiénes somos, qué es lo que nos motiva, qué es lo que nos hace llorar, lo que nos hace reír, lo que nos hace enfadarnos, lo que provoca nuestra compasión. Y la verdad es que todos somos esencialmente lo mismo. Nos molestan las mismas cosas, nos divierten las mismas cosas. Nos inspiran las mismas cosas, nos indignan las mismas cosas. Queremos dignidad, libertad y seguridad para nosotros y nuestros seres queridos; apreciamos la belleza y la verdad. Y tememos la opresión, la injusticia y la inseguridad.
Jerarquías de la virtud
La Gran Narrativa Occidental nos dice algo completamente diferente. Divide el mundo en una jerarquía de “pueblos”, con virtudes y vicios diferentes, incluso conflictivos. Algunos humanos –los occidentales- son más racionales, más cariñosos, más sensibles, más completamente humanos. Y hay otros humanos –el resto- que son más primitivos, más emocionales, más violentos. En este sistema de clasificación, nosotros somos los Chicos Buenos y ellos los Chicos Malos; nosotros somos el Orden, ellos el Caos. Necesitan de una mano firme que les controle y les impida hacerse demasiado daño a ellos mismos y a nuestra zona civilizada del mundo.
La Gran Narrativa Occidental no es realmente nueva. Es sencillamente una reformulación de una era diferente, la de la “carga del hombre blanco”.
La razón por la que persiste la Gran Narrativa Occidental es porque es útil para los que están en el poder. Los humanos podemos ser esencialmente lo mismo en nuestra naturaleza y en nuestros impulsos, pero estamos definitivamente divididos por el poder y su corolario moderno: la riqueza. Un pequeño número la tiene y la inmensa mayoría no. La Gran Narrativa Occidental está ahí para perpetuar el poder legitimándolo, para hacer que su distribución injusta y desequilibrada parezca natural e inmutable.
En otro tiempo, los reyes nos decían que tenían sangre azul y derechos divinos. Hoy necesitamos de una narrativa diferente, aunque diseñada para conseguir el mismo fin. Al igual que reyes y barones que una vez lo poseyeron todo, ahora una élite corporativa diminuta domina el mundo. Y tienen que justificar eso ante ellos mismos y ante nosotros.
El rey y los barones tenían sus cortesanos, el clero y un amplio círculo de séquitos que la mayor parte del tiempo se beneficiaban lo suficiente del sistema como para no perturbarlo. El papel del clero en especial era el de sancionar el gran desequilibrio de poder postulando que era esa la voluntad de Dios. En la actualidad, la función de los medios es similar a la de ese clero de antaño. Puede que Dios haya muerto, como observó Nietzsche, pero los medios corporativos han ocupado su lugar. En las incuestionables premisas de cada artículo, se nos dice quién debería gobernar y quién debería ser gobernado, quiénes son los Chicos Buenos y quiénes los Malos.
Para hacer que este sistema sea más aceptable, más democrático, para hacernos creer que hay igualdad de oportunidades y que la riqueza se derrama, la élite occidental ha tenido que permitir que aparezca una gran clase media interna, similar a los cortesanos de antaño. Los botines de la violación y saqueo de sociedades lejanas se comparten con moderación con esta clase. Sus conciencias rara vez se ven afectadas porque la función de los medios corporativos es asegurar que conozcan muy poco sobre el resto del mundo y que les importe aún menos, haciéndoles creer que esos extranjeros son menos dignos, menos humanos.
Nada más que estadísticas
Si los lectores occidentales comprendieran, por ejemplo, que un palestino no es diferente de un israelí –aparte de en oportunidades e ingresos-, entonces podrían sentir tanta simpatía ante una afligida familia palestina como sienten por una israelí. Pero la Gran Narrativa Occidental está ahí precisamente para asegurar que los lectores no sientan lo mismo en los dos casos. Por eso es que de las muertes palestinas se informa invariablemente como si de una estadística se tratara; porque los palestinos mueren en grandes cantidades, como el ganado en el matadero. En cambio, los israelíes mueren mucho más raramente y sus muertes se recogen individualmente. Se les dignifica con sus nombres, las historias de su vida y fotos.
Incluso cuando llega el momento de distinguir a un palestino entre la masa de los muertos, los medios corporativos occidentales muestran una gran renuencia a hacerlo. Como en el caso de Razan al-Najjar, la enfermera palestina de 21 años ejecutada de un tiro por un francotirador cuando atendía a los manifestantes desarmados que estaban siendo asesinados y heridos ante la valla perimetral que los enjaula en la prisión de Gaza.
Gaza se está hundiendo lentamente en el mar, pero ¿a quién le importa? Esos palestinos primitivos que viven como los hombres de las cavernas entre los escombros de unos hogares que Israel ha destruido repetidamente. Sus mujeres llevan hiyab y tienen demasiados niños. No parecen como nosotros, no hablan como nosotros. Sin duda que no piensan como nosotros. No pueden ser como nosotros.
Incluso esos jóvenes manifestantes palestinos, con los rostros cubiertos con pañuelos extraños, lanzando cometas en llamas y arrojando piedras raras, parecen diferentes. ¿Podemos imaginarnos a nosotros mismos de pie frente a un francotirador protestando de esa forma? Desde luego que no. No podemos imaginar cómo es vivir en una de las zonas más densamente pobladas del planeta, en una prisión al aire libre sobre la que otra nación actúa como carcelera, en la que el agua de beber está llegando a ser tan salada como el agua de mar y donde no hay electricidad. Por tanto, ¿podemos ponernos en el lugar de los manifestantes, podemos sentir empatía? Es mucho más fácil imaginar que somos el poderoso francotirador que protege la “frontera” y su hogar.
Pero al-Najjar socavó todo eso. Una mujer joven y hermosa con una bella sonrisa que podría ser nuestra hija, atendiendo desinteresadamente a los heridos, sin pensar en ella misma sino en el bienestar de los demás, nos sentiríamos orgullosos de tenerla como hija. Podríamos identificarnos con ella mucho más que con el francotirador. Ella es como una puerta que nos invita a pasar y ver el mundo desde una ubicación diferente, desde una perspectiva distinta.
Esa es la razón por la que los medios corporativos no han invertido en la muerte de al-Najjar la cobertura emocional y empática que si se hubiera tratado de una enfermera israelí joven y bonita a la que hubiera disparado un palestino. Fue ese doble rasero en su propio periódico, The Guardian, lo que indignó al caricaturista Steve Bell la pasada semana. Como indicó en correspondencia con el editor, el periódico apenas había cubierto la historia de al-Najjar. Cuando trató de corregir el desequilibrio, su propia viñeta destacando su muerte –y su omisión- fue censurada. Los editores del Guardian sostuvieron que su viñeta era antisemita. Pero la verdad es que al-Najjar resulta peligrosa. Porque una vez que has atravesado esa puerta, es probable que no des marcha atrás y es improbable que vuelvas a creer en la Gran Narrativa Occidental.
El verdadero mensaje de Israel
La cuestión Israel-Palestina me ofreció esa puerta, al igual que ha hecho con muchos otros. Y no es, como los apologetas de Israel –y los defensores de la Gran Narrativa Occidental- les dirán, porque muchos occidentales sean antisemitas. Se debe a que Israel se sitúa en una zona gris de experiencia, una a la que pueden fácilmente acceder los turistas occidentales pero que al mismo tiempo les da la oportunidad de vislumbrar el submundo de los privilegios de Occidente.
La Gran Narrativa Occidental ha acogido a Israel con entusiasmo: es, supuestamente, una democracia liberal, muchos de sus habitantes visten y hablan como nosotros, sus ciudades se parecen bastante a las nuestras, sus programas de TV se remodelan y se convierten en éxitos en las pantallas de las nuestras. Si no te acercas demasiado, Israel podría ser Gran Bretaña o EEUU.
Pero hay abundantes pistas, para quienes se molestan en mirar un poco más allá de lo superficial, de que hay algo profundamente equivocado respecto de Israel. A pocos kilómetros de sus hogares, los hijos de esas familias de aspecto occidental se entrenan regularmente con sus armas de fuego sobre manifestantes desarmados, niños, mujeres, periodistas, personal sanitario y aprietan el gatillo sin apenas reparos.
No lo hacen porque sean unos monstruos sino porque son exactamente como nosotros, exactamente como nuestros hijos. Ese es el verdadero horror de Israel. Tenemos la oportunidad de vernos a nosotros mismos en Israel, porque no es exactamente nosotros, porque la mayoría de nosotros tenemos alguna distancia física y emocional con Israel, porque todavía nos parece un poco extraño, a pesar de los mejores esfuerzos de los medios occidentales, y porque su propia narrativa local –justificando sus acciones- es incluso más extrema, más autorizada y más racista hacia el Otro que la Gran Narrativa Occidental.
Es esa impactante comprensión –la de que podríamos ser israelíes, que podríamos ser esos francotiradores- la que abre la puerta pero impide que muchos la traspasen para ver lo que hay al otro lado. O, aún más preocupante, la que hace que se detengan ante el umbral vislumbrando una verdad parcial sin querer comprender todas sus ramificaciones.
Igualmente humano
Para explicar lo que quiero expresar, permítanme por un momento hacer una digresión y considerar el film alegórico de Matrix.
Neo, el héroe interpretado por Keanu Reeves, empieza a darse cuenta de que la realidad a su alrededor no es tan sólida como parecía. Las cosas se han vuelto extrañas, inconsistentes, inexplicables. Con la ayuda de un mentor, Morpheus, se le muestra la puerta hacia una realidad completamente diferente. Neo descubre que, de hecho, existe en un mundo oscuro dominado por formas de vida generadas por un ordenador que se alimenta con su conciencia y la del resto de la humanidad. Hasta ese momento, había estado viviendo en un mundo onírico creado para amansarle, a él y a otros humanos, mientras se explotaba su energía.
Neo y una pequeña banda que se han liberado a sí mismos de esta falsa conciencia no puede confiar en derrotar a sus oponentes directamente. Deben emprender la guerra a través de Matrix, un mundo digital en el que las formas de vida de los ordenadores triunfan siempre.
Volvamos a nosotros. Al otro lado de la puerta se halla la verdad de que los humanos somos todos igualmente humanos. Desde este punto de ventaja es posible comprender que un occidental o un israelí privilegiados reaccionarían exactamente como un palestino si tuvieran que soportar las experiencias de vivir en Gaza. Desde esta posición, es posible comprender que mi hijo podría apretar el gatillo, al igual que hacen la mayoría de los adolescentes israelíes, si toda su vida hubiera sido bombardeado, como les ocurre a ellos, con un lavado de cerebro desde sus medios, escuelas y políticos que describen a los palestinos como primitivos y violentos.
Esclavizados al poder
La conclusión de todo esto es que la vía para cambiar a mejor nuestras sociedades depende de un cambio en nuestra conciencia, de liberarnos de las falsas perspectivas, de ser capaces de atravesar la puerta.
Si permanecemos en un mundo de espejismos o de falsas jerarquías de la virtud, ajenos al papel del poder, continuaremos siendo Neo viviendo en su mundo onírico.
Y si sólo avanzamos hasta el umbral y echamos un vistazo a las sombras del otro lado, seremos también esclavos del engaño, al igual que Neo llevó su batalla a Matrix, combatiendo fantasmas en la máquina como si fueran enemigos de carne y hueso.
Este peligro puede verse también en el caso de Israel-Palestina, donde los horrores que Israel inflige a los palestinos radicalizan justificadamente a muchos observadores. Pero no todos atraviesan la puerta. Se quedan en el umbral indignados con Israel y los israelíes, y beatifican a los palestinos sólo como víctimas. Algunos consiguen encontrar de nuevo falsos consuelos, aceptando esta vez conspiraciones preconcebidas de que “los judíos” están tirando de las palancas que hacen posibles esas atrocidades y la inacción occidental.
Quedarse parado en la entrada es tan malo como negarse a caminar. Los espejismos son tan peligrosos como profunda es la falsa conciencia.
Nuestro planeta y el futuro de nuestros hijos dependen de que nos liberemos a nosotros mismos viendo los fantasmas de la máquina por lo que realmente son. Tenemos que comenzar a reconstruir nuestras sociedades sobre la base de que compartimos una humanidad común. Que el resto de los humanos no son nuestros enemigos, sólo aquellos que desean esclavizarnos a su poder.
CounterPunch. Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández. Extractado por La Haine
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