Dicen por ahí que
quien siembra vientos recoge tempestades
,
el contexto en que surgió el neoliberalismo está sobradamente
documentado, una crisis mundial de diversas áreas en la construcción del
sistema mundial capitalista a mediados de los años 70s del siglo XX,
que resultó en la imposición imperialista de una nueva política
económica con epicentro en los Estados Unidos y Gran Bretaña, dado el
declive de sus mecanismos de acumulación. Por supuesto, envuelta en un
contexto considerado el punto de quiebra entre el predominio
norteamericano y su posterior decadencia.
Así se impuso como
una línea oligárquica prioritaria de recuperación del terreno de
hegemonía y altas ganancias en el establecimiento de crecientes
conexiones y fusiones del mercado, en sí el establecimiento del ciclo de
reproducción a escala global para que las burguesías que vieron menguar
su margen de riquezas, se disparasen a otras escala de acumulación
colocando el mundo a su merced. Desde el comienzo el neoliberalismo se prefiguró por sus impulsores y teóricos más allá de una política económica como la ideología para un capitalismo salvaje recargado. Si bien se diseñó como una teoría cebo a modo de crear su consenso, su racionalidad interior estaba hecha a medida del desplazamiento de derechos y condiciones de vida de nuestros pueblos e incluso contra sectores medios de la burguesía.
Los neoliberales argumentaron que el único futuro consistía en implementar políticas de austeridad contra los pueblos, apagar toda lucha laboral, congelar salarios, arrasar los recursos públicos con olas privatizadoras, reducir las regulaciones interventoras del Estado sobre la economía, detentar el poder de la política estatal desde instancias financieras internacionales, desmantelar los estados dependientes, llevar a la plutocracia al máximo nivel de las decisiones, intensificar la explotación de las clases trabajadoras, desmantelar los aparatos productivos nacionales, reforzar la dependencia económica, industrial, tecnológica y científica, y reconfigurar el poder político-económico.
Pronto sus primeros experimentos acusaron las proporciones de la desigualdad que generaría en escalas sin precedentes en la historia de la humanidad. [1] Las oligarquías y sus gobiernos promulgaron el neoliberalismo como una panacea, la marcha segura a la bonanza, a la vez que instrumentaron medidas de presión desde sanciones y chantajes hasta guerras y bloqueos. Las potencias practicaron un ideal “integrador” de la mano de un proteccionismo feroz contra nuestros países cimentando las bases de la globalización depredadora.
Países como México enfrentaban sus propios problemas, además de estar duramente afectados por la crisis de la deuda, los estilos tradicionales de la corrupción, los métodos internos de acumulación de capital, y la ralentización de la economía, aspectos que exhibían las dificultades de crecimiento de una burguesía nacional y clase política ansiosas de tomar para sí los recursos que todavía les estaban vetados.
Dentro de estas circunstancias México fue una presa fácil para el neoliberalismo, después del catastrófico gobierno de López Portillo los neoliberales asumieron el poder político con Miguel De La Madrid. Pronto nos vimos invadidos por una tecnocracia abocada a desmantelar el país, fiel empleada de las elites empresariales y políticas prestas a repartirse la riqueza levantada con los sacrificios de nuestros pueblos.
La corrupción que De La Madrid propuso destruir, no hizo más que proyectarse en mejores condiciones a raíz del propio mecanismo neoliberal de gobernar, de administrar y de hacerse con los recursos públicos. Por supuesto, además de contar con la bendición de la corporatocracia, fue visible que el discurso neoliberal caló hondo en la propuesta de desarrollar los negocios de las capas medias y de sectores que fueron empujados a percibir ventajas inmediatas logrando su consenso. Desde entonces los planes de gobierno al más alto nivel fueron elaborados a instancias del FMI, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro norteamericano.
En ese gobierno por primera vez se impuso la política imperial, el ingreso al GATT [2], la imposición del Plan Brade, los préstamos del Banco Mundial para impulsar las primeras reformas neoliberales, la indemnización de banqueros y otras medidas que golpearon severamente las condiciones de vida de la población. De tal suerte que ya en el primer sexenio el neoliberalismo se enfrentó a su impopularidad con lo que los movimientos sociales y el proceso electoral de 1988 lo deslegitimaron severamente. A pesar de ello siguió en el poder, acusando nuevos estragos, entre estos, a partir de 1985 la criminalidad se instaló.
En adelante los neoliberales actuaron con estrategias de contención y disuasión propagandísticas y en especial con el voto cautivo de los sectores más arruinados por este, los neoliberales manufacturaron políticas públicas asistencialistas de la pobreza para garantizar votos, muy acordes con su inercia rapaz por la concesión de dádivas a la población.
El gran arquitecto del desastre, Carlos Salinas de Gortari, en medio de la ilegitimidad del fraude electoral continuó en la senda neoliberal, fomentó la expansiva privatizadora favoreciendo y sembrando los modernos mecanismos de corrupción institucional. Unos cuantos empresarios saquearon al Estado al punto que para entonces la afamada revista Forbes los presentó como los nuevos super ricos de un México empobrecido. No conformes con los recursos apropiados, sus apetitos se elevaron en 1991 para lanzarse a la privatización de la tierra ejidal, dando paso a la miseria, la crisis agrícola y emigración del campesinado.
A esta situación las luchas sociales recuperaron terreno especialmente en torno a la insurgencia zapatista y el cobro de factura en la siguiente contienda electoral presidencial inmersa en un ambiente e terror como única vía para que los neoliberales retuvieran el poder del Estado.
Con Zedillo siguió la privatización de los ferrocarriles, asumió la dirección de un Estado debilitado en recursos. El elevado crecimiento económico que el neoliberalismo proyectó, nunca ocurrió, sucesivas crisis en las que los oligarcas se enriquecían bajo un proceso de acumulación por desposesión, en la línea del bajo crecimiento y las ganancias fáciles del inusitado espíritu de codicia.
Los movimientos populares en resistencia a las medidas neoliberales se agudizaron al punto de detener varias de sus reformas (en energía eléctrica y educación pública), pero pronto el neoliberalismo se reforzó con la elevación de su sistema represivo, aún así, su consenso siguió a la baja y tuvo que lidiar con la salida del PRI de la Presidencia.
Los gobiernos del PAN no serían mejores en el manejo neoliberal. La línea se conservó, Fox el cachorro del imperio concluyó el desmantelamiento de la economía nacional e introdujo el estilo empresarial de gobernar, sin embargo tratar con la burocracia y sus relaciones de poder también lo llevó a retardar sus propuestas de reformas en petróleo y otras áreas. No obstante afirmó la desregulación financiera y la entrega de recursos a los banqueros para subsanar sus crisis, todo lo cual afectando aquello que llaman gasto social, elevando la cuota de pauperización del pueblo mexicano, teniendo que fraguar un nuevo fraude electoral.
Canderón persistió en el desmantelamiento del aparato estatal, de paso en ese periodo nos llevaron a una espiral de violencia inusitada, el narcopoder y el terrorismo al nivel de las últimas guerras imperiales. Los supuestos de combate al viejo sindicalismo se redujeron a la batalla derechista por la flexibilización laboral siempre a favor de los monopolios.
El gobierno de Peña Nieto nacido bajo todos los signos neoliberales, tras nuevas privatizaciones y apropiaciones de los recursos naturales, ecosistemas, agua, etc., en que los nuevos potentados componen la capa de la cleptocracia; montó la política del saqueo y corrupción extremas, en medio de un descontento generalizado; creyentes en que como siempre nada alteraría su orden.
Ahora nuestro país está ante una dependencia aguda de los designios de los grandes centros financieros, la corporatocracia y los imperialistas. Los problemas de la explotación capitalista crecieron, se acumularon otros daños como los problemas de la salud, la vivienda, la inseguridad, la emigración y la intensa represión-persecución contra las luchas sociales, directamente bajo el influjo del poder empresarial que atenta contra la vida y la dignidad de las clases oprimidas.
Los monopolios en esta asonada del poder burgués irrestricto se abocan a la completa recolonización del país e intervención total en su vida; en esto que ellos llaman el gran ideal de la poshistoria, bajo gobiernos dirigidos por elites y expertos, que rechazan cualquier alteración y se resisten a que los pueblos asuman su protagonismo social.
Tal es el diseño del llamado Estado neoliberal en México, un refuerzo del Estado burgués bajo el control imperialista y de los entes trasnacionalizados del capital, la privatización y mercantilización de la vida social y los recursos del país en detrimento de las mayorías, para hacer de todo el aparato estatal un instrumento de apalancamiento empresarial incluso por encima de sus añejas prioridades sociales.
En virtud de estas cuestiones, los neoliberales asumen que de transitarse hacia otro tipo de políticas se asume la labor de sabotaje, en especial el derecho de intervención sobre la vida del país bajo cualquier modalidad. Pues consideran su derecho el acceso a ganancias máximas, el manejo de los recursos públicos, el diseño de las políticas económicas y hasta la entrega de cuentas al hegemón norteamericano pese a su evidente decadencia.
Su desesperación les lleva a la primera guerra mediática contra el gobierno que presidirá AMLO, pero particularmente contra la intención popular de hacer vida política. Llegan en tropel los negociadores, los chantajistas y los defraudadores, para que se adopten las viejas recetas neoliberales y los dogmas de la gran política burguesa. Elevan el tono, de la sugerencia a la amenaza, tanto Trump como los magnates, las elites políticas y sus intelectuales cotizados; por lo cual el pueblo debe asentar un nuevo campo de batalla en que la política se construya en la calle, en los centros de trabajo, en los barrios y poblados para infundir una nueva tendencia de lucha al proceso e historia de México confrontando al desastre neoliberal capitalista con otras alternativas sociales fundamentadas en el interés popular. La solución no vendrá de garantizarle inversiones al gran capital, ni de cederles recurso tras recurso, o entregando la vida nacional al poder trasnacional, eso sólo adelantaría nuevas cesiones elevando los apetitos de una burguesía tan arrogante como acaudalada, ya más que emparentada con los yanquis, vuelta su vasalla.
Frente a los neoliberales la organización popular a gran escala es una necesidad para los próximos años de combate contra la oligarquía y los intentos de relanzar sus políticas. Pues o se les detiene o vuelven para empeorar las cosas, sólo un pueblo consciente podrá detenerles tanto en sus terrenos concretos como en las escalas de las políticas centrales que exigen se ejecuten. La correlación de fuerzas favorece un ascenso en la lucha de clases, pero no será tarea fácil, los neoliberales pugnan por asumir el control, y avanzan. Es por la lucha popular y su toma de posición en la política nacional, que se podrá acceder a los cambios progresistas, democráticos, revolucionarios y socialistas que reclaman las circunstancias a que nos trajo el sistema.
Los neoliberales andan muy alebrestados, no van a parar por sí mismos, el neoliberalismo ha sido la ideología y política favorita de las élites dominantes, pero no es todo su arsenal, en momentos en que es imposible recomponer sus consensos, ni tapar su descrédito, nuevas líneas de acción fundamentadas en este y en el conjunto de sus ideologías presionan por la asunción a un mundo hecho a imagen y semejanza del modo de vida depredador capitalista sin otro tipo de sobresaltos, así sea renunciando a ciertos controles estatales, siempre y cuando se acate las disposiciones de su financiarización, de no ser así, se bloquea a nuestros pueblos, se urden guerras de cuarta generación y golpes de estado, por lo que tarde o temprano la salida de este sistema se vuelve indispensable más allá de cualquier mediación, para que nuestra sociedad trascienda a la libertad que nos fue negada por las leyes de la acumulación, el individualismo, el agravio y la marginación.
Notas
[1] En 30 años el capitalismo en su versión neoliberal extremó sus consecuencias, más de la mitad de la población mundial en la pobreza, los niveles de ingreso medio entre los “países ricos y países pobres” pasó de 1 a 4 a alcanzar el 1 a 30, el 90 % de la riqueza mundial se concentra en las potencias, caída de salarios, entre otras catástrofes.
[2] Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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