El sexto y último Informe del presidente Enrique Peña Nieto pude resumirse en tres reflexiones.
I.- Si lo que el mandatario dijo en Palacio Nacional ante mil 500 invitados de la elite política, empresarial y mediática es cierto, los mexicanos estaríamos obligados a reelegirlo por seis años más.
II.- Si la visión que el presidente expresó en su discurso de despedida es la correcta, ¿por qué al PRI se le evaporó en seis años su celebrado retorno al poder y perdió tan escandalosamente las elecciones del pasado primero de julio?
III.- Si las imágenes que se difunden en prensa, televisión y redes sociales sobre los logros de sexenio son las del México real, entonces vivimos en un país en el que la comunicación oficial es una producción más de Walt Disney.
Pero para los más conspicuos analistas, la frase con la que los mexicanos se quedaron del sexto informe es aquella en la que el presidente dijo: “…respondimos para desterrar la corrupción”.
Es un pronunciamiento muy temerario, considerando que para casi todos los mexicanos el signo distintivo del sexenio fueron la corrupción y la impunidad.
Y si se insiste en que es una simple percepción, que hay que valorar lo dicho por las cifras, que los que le redactaron el informe se asomen al reporte de Transparencia Internacional sobre la Corrupción 2017.
De 180 países evaluados, donde el primer sitio es el menos corrupto, México ocupó el lugar 135.
De 100 puntos posibles, nuestro país apenas alcanzó 29 puntos. Si se reprueba con 50 puntos o menos, imaginen el descrédito de conseguir solo 29.
Son los mismos puntos con los que calificaron a Rusia, a República Dominicana, a Honduras y a Paraguay.
Para cotejar lo mal que estamos –Uruguay se colocó en el sitio 23, Chile en el 26, Costa Rica en el 38, Cuba en el 62, Argentina en el 85 y Brasil –sí, el de Odebrecht- en el 96. Nosotros, 39 sitios debajo de los ya de por sí corruptos cariocas, en el lugar 135.
Pero lo más lamentable es que los asesores presidenciales no entendieran el mensaje de las urnas y se empeñaran en tener como invitado especial en el último informe a Juan Armando Hinojosa.
Para los que no tengan memoria, Hinojosa es el amigo presidencial, constructor favorito del sexenio, dueño de la cuestionada empresa Higa a la que se le dieron directa e indirectamente decenas de multimillonarios contratos de obra pública.
Es el mismo que construyó y financió la mítica Casa Blanca, una propiedad valuada en 9 millones de dólares y que le fue endosada a la primera dama Angélica Rivera, en un escándalo que es la lápida moral del sexenio que hoy agoniza.
Por eso indigna que los asesores presidenciales no leyeran el signo de los tiempos. Debieron presumir entre los mayores logros el despliegue democrático que instaló a México en su tercera transición. Del PRI al PAN, del PAN al PRI y del PRI a Morena.
Mérito sería que el presidente Peña Nieto presumiera que la entrega simbólica del país lo hacía flanqueado por un líder de la Cámara de Senadores también de Morena, Porfirio Muñoz Ledo, y por un líder de la Cámara de Diputados de Morena, Martí Batres.
Pero ni hablar. Existía la urgencia de lavar por delante los pecados de corrupción, seguridad, derechos humanos y gasto desorbitado.
La llamada Transición de Terciopelo deberá esperar para ser reconocida en mejores informes.
I.- Si lo que el mandatario dijo en Palacio Nacional ante mil 500 invitados de la elite política, empresarial y mediática es cierto, los mexicanos estaríamos obligados a reelegirlo por seis años más.
II.- Si la visión que el presidente expresó en su discurso de despedida es la correcta, ¿por qué al PRI se le evaporó en seis años su celebrado retorno al poder y perdió tan escandalosamente las elecciones del pasado primero de julio?
III.- Si las imágenes que se difunden en prensa, televisión y redes sociales sobre los logros de sexenio son las del México real, entonces vivimos en un país en el que la comunicación oficial es una producción más de Walt Disney.
Pero para los más conspicuos analistas, la frase con la que los mexicanos se quedaron del sexto informe es aquella en la que el presidente dijo: “…respondimos para desterrar la corrupción”.
Es un pronunciamiento muy temerario, considerando que para casi todos los mexicanos el signo distintivo del sexenio fueron la corrupción y la impunidad.
Y si se insiste en que es una simple percepción, que hay que valorar lo dicho por las cifras, que los que le redactaron el informe se asomen al reporte de Transparencia Internacional sobre la Corrupción 2017.
De 180 países evaluados, donde el primer sitio es el menos corrupto, México ocupó el lugar 135.
De 100 puntos posibles, nuestro país apenas alcanzó 29 puntos. Si se reprueba con 50 puntos o menos, imaginen el descrédito de conseguir solo 29.
Son los mismos puntos con los que calificaron a Rusia, a República Dominicana, a Honduras y a Paraguay.
Para cotejar lo mal que estamos –Uruguay se colocó en el sitio 23, Chile en el 26, Costa Rica en el 38, Cuba en el 62, Argentina en el 85 y Brasil –sí, el de Odebrecht- en el 96. Nosotros, 39 sitios debajo de los ya de por sí corruptos cariocas, en el lugar 135.
Pero lo más lamentable es que los asesores presidenciales no entendieran el mensaje de las urnas y se empeñaran en tener como invitado especial en el último informe a Juan Armando Hinojosa.
Para los que no tengan memoria, Hinojosa es el amigo presidencial, constructor favorito del sexenio, dueño de la cuestionada empresa Higa a la que se le dieron directa e indirectamente decenas de multimillonarios contratos de obra pública.
Es el mismo que construyó y financió la mítica Casa Blanca, una propiedad valuada en 9 millones de dólares y que le fue endosada a la primera dama Angélica Rivera, en un escándalo que es la lápida moral del sexenio que hoy agoniza.
Por eso indigna que los asesores presidenciales no leyeran el signo de los tiempos. Debieron presumir entre los mayores logros el despliegue democrático que instaló a México en su tercera transición. Del PRI al PAN, del PAN al PRI y del PRI a Morena.
Mérito sería que el presidente Peña Nieto presumiera que la entrega simbólica del país lo hacía flanqueado por un líder de la Cámara de Senadores también de Morena, Porfirio Muñoz Ledo, y por un líder de la Cámara de Diputados de Morena, Martí Batres.
Pero ni hablar. Existía la urgencia de lavar por delante los pecados de corrupción, seguridad, derechos humanos y gasto desorbitado.
La llamada Transición de Terciopelo deberá esperar para ser reconocida en mejores informes.
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