La globalización, entendida como la
tendencia hacia la mayor interconexión económica mundial y hacia la
uniformización de las dinámicas sociales y culturales, es uno de los
fenómenos más interesantes de las últimas décadas. La izquierda ha
tenido una posición ambivalente al respecto. Por un lado, el internacionalismo obrero
y la vocación de construcción del socialismo a nivel planetario, en la
línea defendida por los llamados Trostkistas, apuntarían a una
consideración positiva de una visión globalista y uniformadora del género humano. De hecho, el comunismo promovió su propio movimiento globalizador en forma de internacionales socialistas, cuyo cometido no era otro que el de difundir las bondades del credo comunista en los más variados rincones del planeta.
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También la aceptación entusiasta del denominado multiculturalismo por parte de la llamada “nueva izquierda” también ha contribuido a que la izquierda actual tenga una visión crítica con las políticas identitarias que buscan poner fin a la inmigración descontrolada. Para esta nueva izquierda el ser humano, en tanto que sujeto de la acción política, se convierte en nómada, en migrante como les gusta decir en nueva especie de neolengua con la que describir los flujos migratorios.
Por otro lado, la globalización, según los dogmas del marxismo clásico, no deja de ser la heredera natural del imperialismo, contra el que tanto teorizaran los marxistas, de ahí que la globalización también tenga un aspecto perverso según su visión. La llamada globalización no sería más que una expresión planetaria de lo que llaman neoliberalismo.
Pese a que vivimos en un mundo donde el consenso socialdemócrata es prácticamente incuestionado, la izquierda insiste en presentar como su antagonista un liberalismo salvaje, que se estaría imponiendo a nivel planetario llevando la pobreza y la injusticia a todos los rincones del planeta. Este neoliberalimo, que ellos entroncan con la revolución liberal de finales de los setenta y los años ochenta en Reino Unido y los Estados Unidos, se caracterizaría por una serie de rasgos. Una defensa a ultranza del anarquismo mercantil, la desregulación de los mercados, la creencia en la idea de que el crecimiento económico ilimitado es posible y deseable o el impulso del llamado libre comercio serían algunas de sus notas más destacadas.
Frente a este impulso globalizador la nueva izquierda postula una reacción: el llamado alterglobalismo, cuya fecha fundacional hay que situarla en las movilizaciones que determinados grupos antisistema llevaron a cabo contra la reunión de la Organización Mundial del Comercio en Seatle en 1999. En este evento se dieron cita multitud de grupos violentos de orientación anarquista, anticapitalistas, feministas de cuarta ola, ecologistas, indigenistas y demás grupos vinculados a la extrema izquierda para proceder a realizar movilizaciones que visibilizaran una oposición frontal a la globalización. El éxito de la convocatoria llevó a la organización de protestas similares ante organizaciones internacionales o reuniones del Foro económico Mundial en Davos, Suiza.
La institucionalización del movimiento se produjo finalmente en la ciudad brasileña de Porto Alegre, entre el 25 y 30 de enero del año 2001, con la primera reunión del llamado Foro Social Mundial en la que se dieron cita diversas organizaciones de extrema izquierda y movimientos sociales diversos. España gozó de una nutrida representación donde no faltaron los representantes de multitud de partidos nacionalistas de izquierdas, vinculados al movimiento abertzale o la izquierda castellana comunera.
Sin embargo el movimiento alterglobalizador también ha recibido críticas tanto desde la izquierda como desde postulados liberales. Para una parte de la izquierda muchos de estos grupos y movimientos sociales alterglobalizadores se han acabado convirtiendo en grandes aliados del neoliberalismo que dicen combatir, al promover la difusión de ideas multiculturalistas que acaban devorando muchas de esas tradiciones indigenistas que decían defender o incluso creando nuevos nichos de mercado para la expansión del capitalismo. Al fin y al cabo, buena parte de la financiación de estos movimientos proviene de grandes multinacionales que hacen gala de contratar ilegales o de promover el mal llamado comercio justo, e incluso de mecenas, como George Soros, para los que esta izquierda, muy vinculada al llamado marxismo cultural, es una perfecto aliado en sus propósitos de control a escala planetaria.
Angus Deaton en su libro La Gran Evasión realiza un análisis muy revelador sobre el llamado problema del subdesarrollo, sus causas y las posibles políticas que se pueden aplicar para reducir la desigualdad entre los países. En primer lugar, se aleja del tópico común que afirma que el desarrollo del capitalismo a escala planetaria ha traído como consecuencia una depauperización. Deaton apunta a cómo se vivía en el mundo en los albores de la primera revolución industrial y lo compara con los índices de calidad de vida de algunos de los países más pobres del planeta. Los datos son reveladores y desmienten el hecho de que el capitalismo y la tecnificación hayan sido tan nefastos como defienden muchos anticapitalistas.
Sin embargo, Deaton admite que hay una importante desigualdad en el mundo, entre unos países y otros. Deaton lo justifica por la ineficacia de muchas políticas de las llamadas de cooperación al desarrollo, a que unos países se benefician antes que otros de los nuevos avances tecnológicos o a la no linealidad del progreso, que siempre conoce ciertos retrocesos que anticipan futuros progresos. De forma que este proceso de “evasión de la pobreza” continua lenta pero inexorablemente y los últimos 300 años ha permitido a la especie humana alcanzar un nivel de vida inimaginable para nuestros ancestros.
Foto Thomas Altfather Good
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También la aceptación entusiasta del denominado multiculturalismo por parte de la llamada “nueva izquierda” también ha contribuido a que la izquierda actual tenga una visión crítica con las políticas identitarias que buscan poner fin a la inmigración descontrolada. Para esta nueva izquierda el ser humano, en tanto que sujeto de la acción política, se convierte en nómada, en migrante como les gusta decir en nueva especie de neolengua con la que describir los flujos migratorios.
La globalización, según los dogmas del marxismo clásico, no deja de ser la heredera natural del imperialismoAutores de referencia de la nueva izquierda como la dupla de pensadores franceses Gilles Deleuze y Felix Guattari o el intelectual de cabecera de las llamadas Brigadas Rojas, Toni Negri, teorizan en muchos de sus trabajos sobre las posibilidades revolucionarias que ofrece una sociedad cada vez más interconectada a escalada planetaria.
Por otro lado, la globalización, según los dogmas del marxismo clásico, no deja de ser la heredera natural del imperialismo, contra el que tanto teorizaran los marxistas, de ahí que la globalización también tenga un aspecto perverso según su visión. La llamada globalización no sería más que una expresión planetaria de lo que llaman neoliberalismo.
Pese a que vivimos en un mundo donde el consenso socialdemócrata es prácticamente incuestionado, la izquierda insiste en presentar como su antagonista un liberalismo salvaje, que se estaría imponiendo a nivel planetario llevando la pobreza y la injusticia a todos los rincones del planeta. Este neoliberalimo, que ellos entroncan con la revolución liberal de finales de los setenta y los años ochenta en Reino Unido y los Estados Unidos, se caracterizaría por una serie de rasgos. Una defensa a ultranza del anarquismo mercantil, la desregulación de los mercados, la creencia en la idea de que el crecimiento económico ilimitado es posible y deseable o el impulso del llamado libre comercio serían algunas de sus notas más destacadas.
Frente a este impulso globalizador la nueva izquierda postula una reacción: el llamado alterglobalismo, cuya fecha fundacional hay que situarla en las movilizaciones que determinados grupos antisistema llevaron a cabo contra la reunión de la Organización Mundial del Comercio en Seatle en 1999. En este evento se dieron cita multitud de grupos violentos de orientación anarquista, anticapitalistas, feministas de cuarta ola, ecologistas, indigenistas y demás grupos vinculados a la extrema izquierda para proceder a realizar movilizaciones que visibilizaran una oposición frontal a la globalización. El éxito de la convocatoria llevó a la organización de protestas similares ante organizaciones internacionales o reuniones del Foro económico Mundial en Davos, Suiza.
La institucionalización del movimiento se produjo finalmente en la ciudad brasileña de Porto Alegre, entre el 25 y 30 de enero del año 2001, con la primera reunión del llamado Foro Social Mundial en la que se dieron cita diversas organizaciones de extrema izquierda y movimientos sociales diversos. España gozó de una nutrida representación donde no faltaron los representantes de multitud de partidos nacionalistas de izquierdas, vinculados al movimiento abertzale o la izquierda castellana comunera.
Este movimiento antiglobalización ha logrado cosechar algunos éxitos propagandísticos presentando el capitalismo y la democracia representativa como enemigos de la justicia, la igualdad, del medio ambiente o del respecto hacia las culturas autóctonasDe aquella primera reunión surgió una carta de principios anticapitalistas de escala planetaria; que llevaba por título la rúbrica “Otro mundo es posible” y un compromiso de constituir una especie de nueva internacional vinculada a las ideas de la nueva izquierda. El propio pensador comunista español, Francisco Fernández Buey, la bautizó como la quinta internacional comunista. Este movimiento ha tenido una gran difusión en los últimos años y ha logrado cosechar algunos éxitos propagandísticos presentando el capitalismo y la democracia representativa como enemigos de la justicia, la igualdad, del medio ambiente o del respecto hacia las culturas autóctonas. El principio del libre comercio ha dejado de ser presentado, incluso en muchos medios de comunicación de masas, como un principio técnico para ser una opción ideológica contraria a los intereses de la mayoría. Esa parte del discurso antiglobalización ha acabado calando entre ciertos sectores de la derecha identitaria de corte populista
Sin embargo el movimiento alterglobalizador también ha recibido críticas tanto desde la izquierda como desde postulados liberales. Para una parte de la izquierda muchos de estos grupos y movimientos sociales alterglobalizadores se han acabado convirtiendo en grandes aliados del neoliberalismo que dicen combatir, al promover la difusión de ideas multiculturalistas que acaban devorando muchas de esas tradiciones indigenistas que decían defender o incluso creando nuevos nichos de mercado para la expansión del capitalismo. Al fin y al cabo, buena parte de la financiación de estos movimientos proviene de grandes multinacionales que hacen gala de contratar ilegales o de promover el mal llamado comercio justo, e incluso de mecenas, como George Soros, para los que esta izquierda, muy vinculada al llamado marxismo cultural, es una perfecto aliado en sus propósitos de control a escala planetaria.
Buena parte de la financiación de estos movimientos proviene de grandes multinacionalesDesde la óptica liberal también el movimiento alterglobalizador ha recibido furibundas críticas. Los alterglobalizadores dicen luchar por la erradicación de la pobreza a escala planetaria y por la promoción del bienestar en los llamados países subdesarrollados. Para ello postulan soluciones antitéticas. Por un lado, defienden importantes restricciones al comercio internacional, la autarquía económica rebautizada como soberanía alimentaria y ayudas al desarrollo desde los países más desarrollados. Por otro lado, dicen defender un nuevo comercio alternativo basado en mejores condiciones de trabajo para la población local y en productos de mayor calidad, algo que sólo puede conseguirse realmente incrementado los intercambios comerciales que permitirán en el largo plazo una mayor tecnificación para así mejorar la productividad. Además, estas ayudas al desarrollo no acaban revirtiendo en los productores locales sino en las corruptas élites políticas, que los emplean para clientelizar a la población o para adquirir manufacturas en el exterior, lo que acaba empobreciendo más y más a dichos países al destruir su incipiente tejido industrial.
Angus Deaton en su libro La Gran Evasión realiza un análisis muy revelador sobre el llamado problema del subdesarrollo, sus causas y las posibles políticas que se pueden aplicar para reducir la desigualdad entre los países. En primer lugar, se aleja del tópico común que afirma que el desarrollo del capitalismo a escala planetaria ha traído como consecuencia una depauperización. Deaton apunta a cómo se vivía en el mundo en los albores de la primera revolución industrial y lo compara con los índices de calidad de vida de algunos de los países más pobres del planeta. Los datos son reveladores y desmienten el hecho de que el capitalismo y la tecnificación hayan sido tan nefastos como defienden muchos anticapitalistas.
Sin embargo, Deaton admite que hay una importante desigualdad en el mundo, entre unos países y otros. Deaton lo justifica por la ineficacia de muchas políticas de las llamadas de cooperación al desarrollo, a que unos países se benefician antes que otros de los nuevos avances tecnológicos o a la no linealidad del progreso, que siempre conoce ciertos retrocesos que anticipan futuros progresos. De forma que este proceso de “evasión de la pobreza” continua lenta pero inexorablemente y los últimos 300 años ha permitido a la especie humana alcanzar un nivel de vida inimaginable para nuestros ancestros.
Foto Thomas Altfather Good
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