es.sott.net
"Acaben ya con la esclavitud de niñas nigerianas en Barcelona"
(España) - El joven Kenneth Lluabuich no se moría de
hambre en Nigeria, pero sí de ganas de aprender de otros países mejores y
volver a mejorar el suyo. Se jugó la vida en una patera para
conseguirlo, porque nuestro desorden mundial es incapaz de gestionar el
flujo de talento y trabajo entre países sin cárceles ni mafias como las
que prostituyen en Barcelona a decenas de niñas nigerianas. El padre
Kenneth las ha visto -cualquiera puede verlas en situaciones grotescas- y
se ha avergonzado de esa esclavitud que lograron evitar en Murcia.
Propone que nuestros políticos copien el remedio murciano y se pongan de
acuerdo para liberar también aquí a las nigerianas esclavizadas. Soy
incapaz de encontrar una razón para no intentarlo.
¿Por qué decidió irse a Europa?
Porque quería ser abogado en Gran Bretaña. Había sido escolarizado en inglés y era católico y quería educarme y volver para ayudar a mi familia en mi pueblo, en Anambra, Nigeria.
¿Su familia era pobre?
Éramos siete hermanos y yo el más pequeño. Mi madre trabajaba en el hospital, pero salíamos adelante y mis hermanos pudieron ir al colegio y trabajaron y hoy tienen pequeños comercios.
¿Pidió un visado para Gran Bretaña?
Claro, pero no me lo dieron. Entonces la agencia de viajes de Lagos al ver los 1.500 dólares de mi familia sugirió que viajara hasta Marruecos y cruzara la valla. Me aseguraron que al final te dejaban pasar, porque España necesitaba jornaleros para el campo.
De momento, le vendieron el billete.
En avión hasta Casablanca y de ahí en bus hasta Tánger. Allí había cientos de chavales como yo intentando cruzar, pendientes de las mafias y de que no te pillara la policía.
¿Cómo funcionan?
En teoría compran a guardias marroquíes que hacen un agujero en la valla para que nos colemos. A la hora de la verdad al otro lado del agujero estaba la Guardia Civil, que nos devolvió a los marroquíes.
¿Y qué hicieron con ustedes?
Nos metieron en una furgoneta hasta Rabat y allí nos encarcelaron y un juez nos condenó a ser deportados. Yo creía que a Nigeria, pero nos quitaron el pasaporte y nos metieron en un autobús hasta el desierto. Allí nos abandonaron en tierra de nadie en la frontera entre Argelia y Marruecos.
¿Cuántos eran?
Sesenta y uno. Unos querían volver a Marruecos, otros caminar hacia Argelia. Al caer la noche, empezaron a dispararnos desde la frontera y corrimos. Al día siguiente sólo quedábamos 21. Seguimos andando horas y horas, días, hasta que un pastor nos indicó un camino hacia la costa.
¿De qué vivían?
Por la noche, algunas mujeres tapadas nos arrojaban pan, por su religión, y se iban llorando. Mendigábamos en la carretera y nos arrojaban monedas con las que comprábamos comida en las casas que veíamos. Lo compartíamos todo. Así estuve ocho meses.
¿Cómo salió de allí?
Convencí a un argelino de que recibiera dinero de mi familia con su nombre a cambio de una comisión. Me volvieron a mandar 1.100 dólares. Y pagué a otro argelino para que me llevara hasta la frontera. Volví andando hasta Meknes y allí cogí el bus de nuevo hasta Tánger.
Es usted muy tenaz.
La mafia me volvió a engañar en la valla y estuve otro año viviendo gracias a las Hermanas de la Caridad de Tánger. Mi familia me volvió a enviar 1.200 dólares y esta vez ya sabía qué hacer: conseguí meterme en un grupo de 98 personas en dos pateras.
¿Eran zodiacs?
Sí, con motor. La patera de delante naufragó y tratamos de ayudar, pero se ahogaron casi todos. Nos recogió la Guardia Civil y nos llevaron a Algeciras, donde nos juzgaron. El juez me dio 48 horas para abandonar el país.
¿Y usted qué hizo?
Logré trabajar en la temporada de la alcachofa en Almería y allí estuve año y medio enviando remesas a mi familia. Después, busqué jornales en la huerta de Murcia y allí iba a la iglesia de San Andrés.
¿A misa?
Claro. Un día el cura me vio sentado en el último banco y me pidió que me pusiera en primera fila. Recordé la promesa que me había hecho y que me repetía cada noche al rezar tras ver naufragar la patera: que dedicaría mi vida ayudar a los demás si me salvaba.
¿Cómo?
Entré en el seminario. Hasta entonces había recibido ayuda de Cáritas y me sentí muy orgulloso cuando ya pude ponerme a ayudar yo y a estudiar. Me gusta estudiar. Y en ocho años pude ordenarme.
Enhorabuena. ¿Y dónde ejerce?
Soy el capellán del hospital de Lorca y además llevo otras dos parroquias allí. Y un día vine a Barcelona a ver al Barça.
Sea siempre bienvenido.
Paseaba por la Rambla cuando oí mi lengua igbo.
Esta es una capital universal.
Pero eran prostitutas nigerianas y presencié escenas lamentables y grotescas.
¿Qué le explicaron?
Apenas me hablaron, porque tenían miedo de los mafiosos que las esclavizan. Son niñas, menores arrebatadas a sus familias a las que quitan el pasaporte y propinan palizas si no llevan cada día un dinero al proxeneta.
Es esclavitud sin duda.
En Murcia tuvimos el mismo problema, pero nos pusimos de acuerdo la Policía, las administraciones, las oenegés y la Iglesia y logramos liberarlas. Ahora trabajan en la industria y la agricultura. Y yo estoy muy orgulloso de ellas.
Bien hecho.
Pues no es tan difícil. Sus políticos podrían venir a Murcia y aprender allí cómo lo hicieron para hacerlo aquí.
¿Por qué decidió irse a Europa?
Porque quería ser abogado en Gran Bretaña. Había sido escolarizado en inglés y era católico y quería educarme y volver para ayudar a mi familia en mi pueblo, en Anambra, Nigeria.
¿Su familia era pobre?
Éramos siete hermanos y yo el más pequeño. Mi madre trabajaba en el hospital, pero salíamos adelante y mis hermanos pudieron ir al colegio y trabajaron y hoy tienen pequeños comercios.
¿Pidió un visado para Gran Bretaña?
Claro, pero no me lo dieron. Entonces la agencia de viajes de Lagos al ver los 1.500 dólares de mi familia sugirió que viajara hasta Marruecos y cruzara la valla. Me aseguraron que al final te dejaban pasar, porque España necesitaba jornaleros para el campo.
De momento, le vendieron el billete.
En avión hasta Casablanca y de ahí en bus hasta Tánger. Allí había cientos de chavales como yo intentando cruzar, pendientes de las mafias y de que no te pillara la policía.
¿Cómo funcionan?
En teoría compran a guardias marroquíes que hacen un agujero en la valla para que nos colemos. A la hora de la verdad al otro lado del agujero estaba la Guardia Civil, que nos devolvió a los marroquíes.
¿Y qué hicieron con ustedes?
Nos metieron en una furgoneta hasta Rabat y allí nos encarcelaron y un juez nos condenó a ser deportados. Yo creía que a Nigeria, pero nos quitaron el pasaporte y nos metieron en un autobús hasta el desierto. Allí nos abandonaron en tierra de nadie en la frontera entre Argelia y Marruecos.
¿Cuántos eran?
Sesenta y uno. Unos querían volver a Marruecos, otros caminar hacia Argelia. Al caer la noche, empezaron a dispararnos desde la frontera y corrimos. Al día siguiente sólo quedábamos 21. Seguimos andando horas y horas, días, hasta que un pastor nos indicó un camino hacia la costa.
¿De qué vivían?
Por la noche, algunas mujeres tapadas nos arrojaban pan, por su religión, y se iban llorando. Mendigábamos en la carretera y nos arrojaban monedas con las que comprábamos comida en las casas que veíamos. Lo compartíamos todo. Así estuve ocho meses.
¿Cómo salió de allí?
Convencí a un argelino de que recibiera dinero de mi familia con su nombre a cambio de una comisión. Me volvieron a mandar 1.100 dólares. Y pagué a otro argelino para que me llevara hasta la frontera. Volví andando hasta Meknes y allí cogí el bus de nuevo hasta Tánger.
Es usted muy tenaz.
La mafia me volvió a engañar en la valla y estuve otro año viviendo gracias a las Hermanas de la Caridad de Tánger. Mi familia me volvió a enviar 1.200 dólares y esta vez ya sabía qué hacer: conseguí meterme en un grupo de 98 personas en dos pateras.
¿Eran zodiacs?
Sí, con motor. La patera de delante naufragó y tratamos de ayudar, pero se ahogaron casi todos. Nos recogió la Guardia Civil y nos llevaron a Algeciras, donde nos juzgaron. El juez me dio 48 horas para abandonar el país.
¿Y usted qué hizo?
Logré trabajar en la temporada de la alcachofa en Almería y allí estuve año y medio enviando remesas a mi familia. Después, busqué jornales en la huerta de Murcia y allí iba a la iglesia de San Andrés.
¿A misa?
Claro. Un día el cura me vio sentado en el último banco y me pidió que me pusiera en primera fila. Recordé la promesa que me había hecho y que me repetía cada noche al rezar tras ver naufragar la patera: que dedicaría mi vida ayudar a los demás si me salvaba.
¿Cómo?
Entré en el seminario. Hasta entonces había recibido ayuda de Cáritas y me sentí muy orgulloso cuando ya pude ponerme a ayudar yo y a estudiar. Me gusta estudiar. Y en ocho años pude ordenarme.
Enhorabuena. ¿Y dónde ejerce?
Soy el capellán del hospital de Lorca y además llevo otras dos parroquias allí. Y un día vine a Barcelona a ver al Barça.
Sea siempre bienvenido.
Paseaba por la Rambla cuando oí mi lengua igbo.
Esta es una capital universal.
Pero eran prostitutas nigerianas y presencié escenas lamentables y grotescas.
¿Qué le explicaron?
Apenas me hablaron, porque tenían miedo de los mafiosos que las esclavizan. Son niñas, menores arrebatadas a sus familias a las que quitan el pasaporte y propinan palizas si no llevan cada día un dinero al proxeneta.
Es esclavitud sin duda.
En Murcia tuvimos el mismo problema, pero nos pusimos de acuerdo la Policía, las administraciones, las oenegés y la Iglesia y logramos liberarlas. Ahora trabajan en la industria y la agricultura. Y yo estoy muy orgulloso de ellas.
Bien hecho.
Pues no es tan difícil. Sus políticos podrían venir a Murcia y aprender allí cómo lo hicieron para hacerlo aquí.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario