martes, 18 de diciembre de 2018

Ya no queda nada del viejo Partido Republicano; ha sido asaltado por multimillonarios”


rebelion.org

Ya no queda nada del viejo Partido Republicano; ha sido asaltado por multimillonarios”

 

 


Nancy MacLean se encontró un tesoro por casualidad. La prestigiosa historiadora americana, profesora de Historia y Políticas Públicas en la Universidad de Duke, buceaba en un oscuro archivo de la Universidad George Mason, en Virginia, cuando dio con la hoja de ruta de la Revolución Conservadora en Estados Unidos. MacLean es una historiadora ecléctica: en su primer libro, Behind the Mask of Chivalry (1994), exploraba la formación y auge del Ku Kux Klan a principios del siglo XX a través de su discurso no sólo racista sino también anti establishment y pro familia. Su segundo libro, Freedom is not Enough (2006), compone un valiente trabajo sobre la lucha por la igualdad a partir de los años 50, principalmente en los puestos de trabajo de las mujeres, los afroamericanos y las comunidades latinas. Siguiendo esa línea de demarcación que atravesaba la raza, el género, el trabajo y los movimientos sociales, MacLean publicó en 2017 un volumen explosivo que mezcla la historia con el análisis económico y el periodismo de investigación. En Democracy in Chains cristalizan, en el fondo, todas sus preocupaciones sobre la derecha reaccionaria, que ataca desde su raíz misma. A través de la figura del premio Nobel de Economía James M. Buchanan, en cuyo archivo secreto terminó MacLean casi por accidente, el libro despliega con brillantez el tablero de juego del conservadurismo moderno y su estrategia desde la posguerra. MacLean alerta no solo sobre su astuta propaganda, sino también sobre secretas maniobras antidemocráticas de las élites libertarias que han armado ideológicamente el conservadurismo anti establishment del partido republicano, y así hasta la victoria de Donald Trump. Lo que parece una anomalía a brocha gorda, mirado con los ojos de McLean se revela como resultado de una estrategia de décadas. Siempre ganan los hermanos Koch.
Su exploración de la derecha estadounidense empieza con un repaso a la historia reciente de ataques militantes de la derecha contra los sindicatos y el estado de bienestar en Estados Unidos. Hubo muchos, dentro y fuera de EE.UU., que vieron la victoria de Trump como una suerte de anomalía y se preguntaban entonces: “¿De dónde sale todo este vigor ideológico de la derecha?” ¿Podría hacer un repaso a esa historia reciente de lo que viene ocurriendo en Estados Unidos?
Muchos estadounidenses no empezaron a tomarse en serio todo esto hasta que Trump salió elegido, lo cual les sumió en un tremendo shock. Ahora le prestan más atención a la política. Veo a Trump como el síntoma, mórbido si se me permite, de un problema que lleva cociéndose mucho tiempo. Es inconcebible que Trump pudiera haber alcanzado la presidencia sin el trabajo previo de toda una serie de intelectuales y de una red de financiación bien urdida durante muchos años para transformar las instituciones de Estados Unidos.
Incluso si hablamos en concreto de la elección de Trump, toda esta red preparó el terreno al presentar tenaz y concienzudamente al Estado como una ciénaga que había que limpiar, al hacer que fuese tomando peso la idea de que no hay nada que merezca ser preservado en Washington, nuestra capital, y que los grupos de interés campan a sus anchas allí, desangrando al contribuyente. Por supuesto que hay muchísimas corporaciones, pero esta red ha trabajado duro para, precisamente, abrir el grifo del dinero corporativo y que este pueda inundar la política, así que estamos hablando de algo completamente diferente.
Para entender ese proyecto, menciona como clave la vida y obra del economista James McGill Buchanan. ¿Quién fue Buchanan? ¿Qué importancia tiene su figura dentro del forjamiento de la derecha neoliberal?
Quizá haya oído hablar de la Sociedad Mont Pelerin, que promovió este pensamiento radical de libre mercado. Yo lo defino como el proyecto supremacista de los propietarios o supremacista del capital. La Sociedad Mont Pelerin se fundó en 1947, cuando Buchanan estaba terminando sus estudios en la Universidad de Chicago, al albur de los fundadores del proyecto, Friedrich Hayek, Milton Friedman, Frank Knight y algunos otros. Buchanan formaba parte sin duda de ese proyecto radical de libre mercado, pero era una figura mucho más oscura que, por ejemplo, Friedman. Pienso en ellos como el ying y el yang de esta causa. Friedman era el tipo afable y dicharachero al que le gustaba hablar de las grandes virtudes del libre mercado y de cómo a todos nos iría mejor si tuviéramos la libertad de escoger, etcétera. Siempre estaba en la esfera pública. Buchanan era una figura que se movía mucho más en las sombras, contento con trabajar en el mundo académico, entre bambalinas, lidiando con compañías, grandes donantes de la derecha y demás. Quería cambiar la manera de pensar de la gente respecto del Estado. Quería demostrar el fracaso del Estado. Estaba decidido a desenmascarar a figuras públicas y probar que no les movía el bien común o los intereses de los ciudadanos.
Hay algo que une a la gente como el multimillonario Charles Koch, que tiene una empresa multinacional y los agentes políticos a los que paga, la red de donantes que gestiona, instituciones como el CATO Institute, la Heritage Foundation, la Atlas Network y los académicos juristas, economistas y científicos políticos a los que financia: no tienen ningún respeto a la Historia.
De modo que dejaron abandonado un enorme archivo con documentos y pruebas de todas sus campañas estratégicas. Se mudaron de la Universidad George Mason a un edificio moderno de cristal más cerca de Washington y dejaron todo eso. Yo había descubierto, en otro proyecto de investigación, cosas sobre Buchanan en el contexto de la época de la batalla por los derechos civiles en Virginia que me habían dejado tan helada. Me dejaba estupefacta que la gente que decía estar a favor de una sociedad libre fuera cómplice de fuerzas archi-segregacionistas sin inmutarse. Y este proyecto se alineaba perfectamente con aquel. Así que no pude dejarlo de lado. Llegar a aquel archivo y descubrir todo aquello fue como una bomba… Todo lo que sospechaba se confirmó.
Describe en su trabajo como el multimillonario financiador de campañas conservadoras Charles Koch encontró en Buchanan el sistema de ideas que llevaba tanto tiempo buscando para transformar América. Parece que Koch, más allá de su propio interés de clase, cree de verdad en esas ideas. ¿Cómo forjaron Koch y Buchanan una alianza para desarrollar una estrategia para lo que usted define como “salvar permanentemente al capitalismo de la democracia”? ¿Mediante qué instituciones o redes trabajaron juntos para hacer realidad ese proyecto?
Creo que Charles Koch ha sido subestimado sumamente por sus críticos. Estamos ante alguien que ha sido capaz de tejer una red de donantes para campañas, que tiene la audaz ambición de transformar no sólo la política estadounidense, sino también la de otros países del mundo. Ha incrementado el tamaño de la empresa que heredó de su padre entre un mil y un cinco mil porciento. Ahora opera en sesenta países. Tiene tres títulos de ingeniería del MIT, la universidad de élite tecnológica del país. Es un hombre muy inteligente, al que no deberíamos subestimar, que siempre ha sabido jugar a largo plazo. Mucha gente de izquierdas, desgraciadamente, piensa en lo que dijo no sé quién ayer y que sale hoy en las noticias, pero no a diez, veinte, treinta años vista. Koch sí lo hace.
A finales de los 60, empezó a financiar el trabajo de intelectuales y académicos que, pensaba, podrían ayudarle a abrir camino con sus ideas. Cuando donó sus primeros diez millones de dólares a la Universidad George Mason, donde estaba Buchanan, dijo que llevaba tres décadas financiando a toda una serie de intelectuales, en busca de la “tecnología” que necesitaba. Cuando hablaba de tecnología –hay que recordar que se trata de un hombre con tres títulos del MIT— se refería al poder transformador de las ideas. Y al dar con Buchanan, supo que la había encontrado. De modo que cuando dio su primer donativo, dijo: “Quiero dar rienda suelta al tipo de fuerzas que impulsaron a Colón hasta sus descubrimientos”. También se ha comparado a sí mismo con Martín Lutero. La relación, el conocimiento, se remonta bastante más, pero la verdadera conexión arranca en todo su esplendor a finales de los 90.
Hemos hablado bastante sobre cuestiones raciales y educativas, pero también cabe resaltar la importancia los sindicatos en esta historia. ¿Qué papel jugaron los sindicatos en el desarrollo de las ideas de Buchanan y en el impulso de Koch y el resto de donantes de su investigación? ¿Cómo de explícito fue su empeño en derrotar a los sindicatos? ¿Y cómo de exitoso?
Para Buchanan, los sindicatos no fueron uno de los elementos centrales de su trabajo. Al haberse centrado en finanzas públicas, se fijaba más en cuestiones de ingresos estatales, de cargas impositivas y gasto público. Pero siempre fue muy anti sindicatos. Hay que recordar que los sindicatos estadounidenses de mitad de siglo eran muy poderosos. Consiguieron amasar suficiente poder como para marcar la agenda pública y hacer que los empresarios, o por lo menos los grandes empresarios, tuvieran que cambiar su comportamiento. Establecieron un suelo salarial. Dieron más poder a la gente. Y Buchanan y sus centros de estudios entendían eso y se oponían férreamente a los sindicatos.
A partir de los años setenta, llegó a decir en un buen número de contextos que los empleados públicos no deberían tener derecho al voto, porque eso afectaría las condiciones de su trabajo. Por supuesto, no defiende que los directores ejecutivos de las empresas pierdan el derecho al voto, porque eso afecta a las operaciones de sus empresas. Es un argumento con el que solo apunta a la izquierda. 
Ha hecho alusión a la inconsistencia argumental de ser muy partidarios de la “libertad económica”, como la llaman, pero a la vez no tener problema alguno en apoyar regímenes o políticas autoritarias. Hay un par de episodios especialmente significativos a este respecto: la represión a los movimientos estudiantiles de los sesenta, liderados, entre otros, por Angela Davis en California y la relación del movimiento con el Chile de Pinochet. ¿Qué demuestran para usted estos episodios? 
Lo que he aprendido investigando este asunto es que el tipo de libertad que más les importa a los arquitectos de esta causa son, en realidad, una serie muy concreta de libertades económicas de ciertos actores. Invertir, consumir, producir, ser libre del yugo de los impuestos. Pero la mayoría de libertades que nos importan a los seres humanos, como la libertad política, o el derecho de organizarnos, esas no les conciernen.
Buchanan lo dejó muy claro en su reacción a las revueltas estudiantiles de los sesenta. En sus archivos, lo encontré aconsejando a los líderes universitarios que utilizaran la violencia contra los manifestantes y recriminándoles que no demostrasen “coraje estratégico”. Tenían que ser mucho más represivos; castigar a los manifestantes. Ensañarse con gente como Angela Davis.
Se ha escrito mucho sobre los viajes de Milton Friedman a Chile en 1975, apenas dos años después del golpe. Para entonces ya llegaban las noticias horribles sobre lo que allí sucedía. Chile se estaba convirtiendo en un paria por culpa de las violaciones de derechos humanos de la dictadura. Pero Buchanan fue en 1980. Después de que se purgasen las universidades y de toda una infinidad de barbaridades sobre las que Buchanan tuvo que hacer la vista gorda. Todo para cumplir su sueño de asesorar a la dictadura y sus aliados civiles sobre cómo solidificar las reformas posteriores al golpe con una constitución que los hiciera irrevocables.
En su trabajo se detalla cómo el de Koch-Buchanan es en realidad un proyecto revolucionario que, siendo minoritario, necesitaba anclarse tanto en el conservadurismo tradicional estadounidense como en la derecha religiosa. ¿Cómo emergió dicha alianza y qué enseñanzas podemos extraer de ellas para el presente? 
Murray Rothbard, el economista de la escuela austríaca, le insistió a Charles Koch en que leyera a Lenin para entender cómo una minoría podía lograr llevar a cabo una revolución sin necesidad de la mayoría. Y Koch cita a Lenin en uno de sus libros como un autor que ha influido en su pensamiento. Está claro que, para ellos, no iba a ser una revolución violenta, porque tienen tanto dinero que no les hace falta. Pueden hacerla por otros medios. Pero, sin duda, es un proyecto revolucionario. Creo que han transformado el Partido Republicano en una especie de Partido Leninista Libertario de Derechas, en el que la disciplina es extraordinaria en asuntos como el cambio climático o la sanidad. No hay duda en que es revolucionario.
Sobre la derecha religiosa, lo interesante es que es lo que les permite avanzar políticamente con su proyecto. Los libertarios de derecha representan sólo el tres o el cuatro por ciento del electorado estadounidense, algo absolutamente inerme. Pero la derecha religiosa, en especial la derecha evangélica protestante, es eminentemente fácil de cooptar. Sus líderes, al menos, lo han sido. Se han movido con mucha astucia. Koch sabe que hay ciertas concesiones que estos grupos buscan de un gobierno de derechas, incluidas las que ahora vemos que aprueba Trump: financiación para colegios cristianos, exenciones de cumplir con ciertas normas en base a valores cristianos. Saben perfectamente cómo capturar a esos votantes religiosos. Lo hacen de muchísimas maneras. En el fondo, es la misma estrategia que seguía Buchanan y su grupo en Virginia en los 60. Él estuvo dispuesto a usar el supremacismo blanco para hacer valer su proyecto de supremacía de los dueños del capital. Hoy en día se cierra el círculo cuando vemos que la gente está dispuesta a usar los prejuicios contra las lesbianas, los gays, los transexuales o los inmigrantes para solidificar la misma agenda.
Si hay una palabra que une a toda la gente que describe es la libertad. ¿Qué significa para ellos, en su opinión?
La respuesta breve es que su libertad extinguiría las libertades de la mayoría de nosotros. En inglés, liberty, a diferencia de freedom, se utiliza en el sentido en el que la empleaba John C. Calhoun, para defender la esclavitud, o para defender los derechos de propiedad por encima de la libertad, pongamos, de los trabajadores para organizarse colectivamente. O de la gente transexual para utilizar el baño que corresponde con su género. Nuestras libertades, han concluido, interfieren con su libertad; su libertad económica.
Si uno lee su libro, escrito antes de las elecciones de 2016, podría pensar que el presidente de Estados Unidos a finales de la década de los 2010 es Jeb Bush o Ted Cruz. ¿Cómo lee la elección de Trump en este contexto? O el hecho de que Trump lograse la nominación del Partido Republicano en primera instancia, que es incluso más sorprendente que su elección, a la luz de su trabajo.
No es concebible que Donald Trump hubiera llegado a la Casa Blanca sin el trabajo previo de esta causa. Ellos sentaron los cimientos en un sinfín de maneras, a través del cinismo prevalente y tóxico que cultivaron en la opinión pública sobre el Estado, cómo funciona y a qué intereses responde. Pero también es cierto que la Red de Financiación Koch había trabajado con tanto ahínco dentro del Partido Republicano para hacerlo el vehículo de entrega de estas ideas que habían preparado a todos los otros favoritos en las primarias para esta causa y se habían asegurado de su obediencia, en contradicción directa con lo que quiere la mayor parte del electorado. Los votantes republicanos vieron a todos los favoritos por un lado y por otro, a Trump, que decía: “Estas son marionetas de los Koch. Están a su servicio”. Y eligieron a Trump.
Ahora bien, desde que fue elegido, Trump se ha demostrado decidido a impulsar la agenda de los donantes de la red Koch, dejando de lado lo que le prometió a la gente. El 70% de sus nombramientos vienen de la Red Koch. Ha llenado las agencias gubernamentales y secretarías de Estado de gente que viene de esa red, en especial la Agencia de Protección Medioambiental, pero también el Departamento de Trabajo, el de Interior, y otros lugares estratégicos en los que los Koch y sus donantes tienen agentes nombrados por Trump.
Aunque perdieron, terminaron ganando.
Ni siquiera tengo tan claro que perdieran. Creo que queda mucho por saber sobre cómo Trump llegó a la Casa Blanca. Pero aunque no lo quisieran ni tuvieran nada que ver con ello, lo que importa es que se han ajustado perfectamente y lo han rodeado de sus aliados, empezando por Pence.
Como ha dicho, Trump aún candidato insistía una y otra vez en que él no necesitaba el dinero de grandes empresas para su campaña. Eso parece romper con el modelo de los Koch. ¿En qué medida cree que Trump representa una ruptura con el conservadurismo “tradicional”?
Seamos claros sobre dos asuntos: en primer lugar, Donald Trump no tenía cómo movilizar el voto en la jornada electoral. Nunca hubiera sido elegido sin que el grupo de los Koch, Americans for Prosperity, asegurase la movilización de las bases republicanas y su red de donantes inyectase de dinero las campañas para el Congreso o cargos secundarios, surtiéndoles de la base de datos de votantes más sofisticada que existe, la llamada i360.
En segundo lugar, Charles Koch no es en absoluto un conservador “tradicional”. Es un radical libertario, un reaccionario cuya red está financiando un aparato para deshacer un siglo de victorias populares democráticas. No se puede entender la crisis de la democracia estadounidense que vivimos si seguimos pensando en que el conservadurismo o el Partido Republicano son lo que un día fueron. La elección de Trump es fruto de una ofensiva desbocada durante décadas –en especial desde 2010— de las ideas de Buchanan. Buchanan llamaba a la mayoría de votantes “parásitos” que “toman como presa” a los demás. Y esta noción es ahora mayoritaria en la derecha. Pero eso es sólo una parte de cómo el proyecto Buchanan-Koch nos trajo a Trump. La otra parte es que la red de financieros de los Koch impuso su agenda en el Partido Republicano tan insaciablemente que Trump se convirtió en el único candidato al que los votantes republicanos leales podían apoyar si no querían los cambios radicales en Seguridad Social, atención sanitaria, educación y demás a los que se habían plegado el resto de favoritos, bajo presión de la red Koch.
Seguimos creyendo, como país, que existe un Partido Republicano, con sus propias tradiciones, su toma de decisiones interna y su rendición de cuentas a los votantes. Pero eso se acabó. Ya no hay nada del Grand Old Party, el Partido Republicano de toda nuestra historia. Ese partido lo ha tomado por asalto la derecha libertaria, financiada por multimillonarios.
En torno a la guerra comercial declarada a China por parte del presidente o los eventos recientes han llevado a muchos a sugerir un conflicto entre Trump y los Koch. ¿Qué les une y qué les separa? ¿Podrían llegar a ser los Koch arquitectos del derrocamiento de Trump?
Charles Koch expresó su desdén personal hacia Trump en 2016, llegándole a llamar “un monstruo”. Dudo que le invitase a cenar jamás. Pero, en lo sustantivo, Koch se ha felicitado en dos en cumbres de donantes de lo muchísimo que han progresado a la hora de aprobar su agenda, en especial en el último año, área por área, desde terminar con las políticas de acción contra el cambio climático hasta el diseño de una ley fiscal al más puro estilo Buchanan.
Así que están logrando, quizá, el noventa por ciento de lo que quieren. Eso pone la cuestión del comercio en perspectiva. Creo que deberíamos prestar atención al juego a largo plazo de la derecha liderada por los Koch, y no distraernos con cuestiones que, desde el punto de vista de la Historia, serán pequeñas trifulcas comparadas con la gran narrativa.

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