Contra
los hechos -dice el aforismo jurídico- no valen los alegatos. Y los
hechos de la Conquista española de Anáhuac son éstos: en 1521, año de la
caída de Tenochtitlán en poder del invasor había en lo que hoy se llama
América Latina alrededor de 25 millones de habitantes. Tres décadas
después, esa cifra se había reducido a menos de un millón.
La invasión española fue una clara guerra de rapiña, de saqueo, de apropiación violenta e ilegítima de las riquezas de las naciones invadidas: tierras, aguas, personas.
Esa invasión de rapiña y saqueo, mal disfrazada de cruzada civilizadora y evangelizadora, lanzó contra los pobladores de Anáhuac a los bíblicos cuatro jinetes del Apocalipsis: guerra, hambre, peste y muerte.
Hernán Cortés tiene el deshonroso mérito de haber revivido la esclavitud mil años después de que ésta había dejado de existir como modo de producción dominante, a la caída del imperio romano de occidente en el año 456.
El régimen esclavista, fruto directo de aquella guerra, se prolongó por 300 años. Y se necesitaron 150 años más para que empezara a ser derruido su primogénito: el colonialismo.
Justificar la Conquista significa justificar sus derivaciones naturales: esclavitud y colonialismo. ¿Están los modernos españoles y los criollos mexicanos (los Fernández de Cevallos, los Salinas de Gortari, los Zedillo, los Fox, los Calderón, los Peña Nieto en favor de esclavitud y colonialismo? No hay duda. No se puede aceptar y ensalzar el antecedente y al mismo tiempo repudiar el consecuente.
Y puede afirmarse que, salvo en este puñado de colonialistas, la postura histórica de López Obrador es compartida por la inmensa mayoría de los mexicanos. Porque no sólo implica condenar los horrores de la Conquista, sino igualmente condenar los horrores de la esclavitud y el colonialismo.
Pero además y, como de pasadita, López Obrador, y la inmensa mayoría de los mexicanos que lo respaldan, están condenando también al neocolonialismo, forma de saqueo y expoliación bien representada en México por empresas españolas como Iberdrola, Repsol, Meliá y OHL.
Sólo que ahora las armas del nuevo saqueo no son la espada y la cruz, sino la corrupción, el soborno, el tráfico de influencias, el abuso de poder.
Ya hace unos días se lo había advertido López Obrador al presidente español Pedro Sánchez: negocios mutuamente beneficiosos sí. Corrupción, sobornos, tráfico de influencias y abuso de poder no. ¿Más claro?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
La invasión española fue una clara guerra de rapiña, de saqueo, de apropiación violenta e ilegítima de las riquezas de las naciones invadidas: tierras, aguas, personas.
Esa invasión de rapiña y saqueo, mal disfrazada de cruzada civilizadora y evangelizadora, lanzó contra los pobladores de Anáhuac a los bíblicos cuatro jinetes del Apocalipsis: guerra, hambre, peste y muerte.
Hernán Cortés tiene el deshonroso mérito de haber revivido la esclavitud mil años después de que ésta había dejado de existir como modo de producción dominante, a la caída del imperio romano de occidente en el año 456.
El régimen esclavista, fruto directo de aquella guerra, se prolongó por 300 años. Y se necesitaron 150 años más para que empezara a ser derruido su primogénito: el colonialismo.
Justificar la Conquista significa justificar sus derivaciones naturales: esclavitud y colonialismo. ¿Están los modernos españoles y los criollos mexicanos (los Fernández de Cevallos, los Salinas de Gortari, los Zedillo, los Fox, los Calderón, los Peña Nieto en favor de esclavitud y colonialismo? No hay duda. No se puede aceptar y ensalzar el antecedente y al mismo tiempo repudiar el consecuente.
Y puede afirmarse que, salvo en este puñado de colonialistas, la postura histórica de López Obrador es compartida por la inmensa mayoría de los mexicanos. Porque no sólo implica condenar los horrores de la Conquista, sino igualmente condenar los horrores de la esclavitud y el colonialismo.
Pero además y, como de pasadita, López Obrador, y la inmensa mayoría de los mexicanos que lo respaldan, están condenando también al neocolonialismo, forma de saqueo y expoliación bien representada en México por empresas españolas como Iberdrola, Repsol, Meliá y OHL.
Sólo que ahora las armas del nuevo saqueo no son la espada y la cruz, sino la corrupción, el soborno, el tráfico de influencias, el abuso de poder.
Ya hace unos días se lo había advertido López Obrador al presidente español Pedro Sánchez: negocios mutuamente beneficiosos sí. Corrupción, sobornos, tráfico de influencias y abuso de poder no. ¿Más claro?
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