La
semana pasada se registraron dos hechos violentos en el continente
africano, y esto sólo por mencionar algunos de decenas que suceden allí a
diario. En la población de Nganzai, Nigeria, el grupo terrorista Boko
Haram asesinó a al menos 65 personas que se encontraban en un cortejo
fúnebre; por otro lado, en Maiwut, Sudán del Sur, un grupo de rebeldes
asesinaron a once civiles. El seguimiento enloquecido de los medios
internacionales nunca se presentó, porque parece que en el mundo hay
seres humanos que son prioridad, países que son prioridad, y otros que
simplemente da igual lo que pase con ellos.
Este fin de semana fueron dos los tiroteos en los Estados Unidos: uno en El Paso, Texas, que dejó veinte muertos y al menos 26 heridos, y otro en Dyton, Ohio, en el que se registra la muerte de nueve personas. A estos dos le podemos sumar incluso el que sucedió hace unos días en Gilroy, California, donde tres personas murieron, entre ellas un niño de seis años, y doce más fueron heridas.
Y a esto últimos sí, los grandes medios de información han dado un seguimiento tremendo, porque estos crímenes se presentaron en los Estados Unidos. En cuestión de horas, a veces minutos, en las redes ya circulan las fichas de quién era el tirador, por qué lo hizo, si era supremacista, a qué escuela iba… en fin, toda la ficha del criminal, cuando en los atentados que se viven, en África, por ejemplo, a duras penas podemos tener un contexto histórico de lo que allá sucede.
Y pasa que en Estados Unidos es muy sencillo desentrañar los móviles de atentados como los que se vivieron en estos días, a veces basta con el sentido común: tienes un presidente racista como lo es Donald Trump, lo que ha empoderado a sujetos que enarbolan discursos de odio y discriminación; tienes una cultura de entretenimiento basada en la violencia: videojuegos, series de televisión, películas; tienes un sistema legal que te permite adquirir armas de fuego en cualquier tienda, a veces hasta en los supermercados venden rifles, casi que junto a las zanahorias.
Pero en África las causas, los actores, la historia, todo es más complejo, ¿será por eso que Occidente quiere ignorarlo, porque sabe que tiene la culpa? Para empezar, el continente africano era uno antes y fue uno después de la Conferencia de Berlín (1885), donde las grandes potencias como Alemania, Francia, Estados Unidos, Bélgica, Gran Bretaña, pusieron las reglas de cómo se haría el reparto de las rutas comerciales y los territorios africanos.
Ya a inicios del Siglo XX, dichas naciones marcaron a placer las fronteras que no sólo dividirían a los “nuevos Estados” africanos, sino también, romperían el vínculo territorial entre tribus hermanas que ahora para comerciar o convivir necesitaban pasaporte, y por otro lado, unirían en el mismo territorio a tribus que ancestralmente habían sido enemigas. Así de sencillo: ¿cómo diablos no habría ataques, guerras, genocidios hasta nuestros días?
El más sonado de estos eventos sangrientos sucedió en Ruanda, 1994, cuando la tribu Hutu, en ese momento en el poder, masacró a cientos de miles de miembros de la tribu Tutsi; sin embargo, esto sigue: el 22 de julio hombres armados asesinaron a 19 personas en Mogadiscio, Somalia; en junio, un ataque suicida dejó 30 muertos en Nigeria; a mediados de mayo, 6 personas murieron en Burkina Faso tras el ataque a una iglesia católica… Y así podríamos seguir.
Pese a que, sucedan donde sucedan, estos tiroteos, asesinatos o atentados contra la población son terribles, reprobables y tristes, ante la tragedia habría que preguntarnos por qué la muerte de ciertos seres humanos nos son más trascendentes que otras: ¿cercanía geográfica, preponderancia de la cultura occidental, mediatización del mensaje?, o simplemente la pregunta es: ¿hay categorías de personas en el mundo y unas valen menos que otras?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Este fin de semana fueron dos los tiroteos en los Estados Unidos: uno en El Paso, Texas, que dejó veinte muertos y al menos 26 heridos, y otro en Dyton, Ohio, en el que se registra la muerte de nueve personas. A estos dos le podemos sumar incluso el que sucedió hace unos días en Gilroy, California, donde tres personas murieron, entre ellas un niño de seis años, y doce más fueron heridas.
Y a esto últimos sí, los grandes medios de información han dado un seguimiento tremendo, porque estos crímenes se presentaron en los Estados Unidos. En cuestión de horas, a veces minutos, en las redes ya circulan las fichas de quién era el tirador, por qué lo hizo, si era supremacista, a qué escuela iba… en fin, toda la ficha del criminal, cuando en los atentados que se viven, en África, por ejemplo, a duras penas podemos tener un contexto histórico de lo que allá sucede.
Y pasa que en Estados Unidos es muy sencillo desentrañar los móviles de atentados como los que se vivieron en estos días, a veces basta con el sentido común: tienes un presidente racista como lo es Donald Trump, lo que ha empoderado a sujetos que enarbolan discursos de odio y discriminación; tienes una cultura de entretenimiento basada en la violencia: videojuegos, series de televisión, películas; tienes un sistema legal que te permite adquirir armas de fuego en cualquier tienda, a veces hasta en los supermercados venden rifles, casi que junto a las zanahorias.
Pero en África las causas, los actores, la historia, todo es más complejo, ¿será por eso que Occidente quiere ignorarlo, porque sabe que tiene la culpa? Para empezar, el continente africano era uno antes y fue uno después de la Conferencia de Berlín (1885), donde las grandes potencias como Alemania, Francia, Estados Unidos, Bélgica, Gran Bretaña, pusieron las reglas de cómo se haría el reparto de las rutas comerciales y los territorios africanos.
Ya a inicios del Siglo XX, dichas naciones marcaron a placer las fronteras que no sólo dividirían a los “nuevos Estados” africanos, sino también, romperían el vínculo territorial entre tribus hermanas que ahora para comerciar o convivir necesitaban pasaporte, y por otro lado, unirían en el mismo territorio a tribus que ancestralmente habían sido enemigas. Así de sencillo: ¿cómo diablos no habría ataques, guerras, genocidios hasta nuestros días?
El más sonado de estos eventos sangrientos sucedió en Ruanda, 1994, cuando la tribu Hutu, en ese momento en el poder, masacró a cientos de miles de miembros de la tribu Tutsi; sin embargo, esto sigue: el 22 de julio hombres armados asesinaron a 19 personas en Mogadiscio, Somalia; en junio, un ataque suicida dejó 30 muertos en Nigeria; a mediados de mayo, 6 personas murieron en Burkina Faso tras el ataque a una iglesia católica… Y así podríamos seguir.
Pese a que, sucedan donde sucedan, estos tiroteos, asesinatos o atentados contra la población son terribles, reprobables y tristes, ante la tragedia habría que preguntarnos por qué la muerte de ciertos seres humanos nos son más trascendentes que otras: ¿cercanía geográfica, preponderancia de la cultura occidental, mediatización del mensaje?, o simplemente la pregunta es: ¿hay categorías de personas en el mundo y unas valen menos que otras?
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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