Tanto en tribuna como en el exterior se debatían posturas
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Foto: Vanguardia/Especial
MÉXICO,
DF.- Como pocos en la historia de San Lázaro, este día es de alta
intensidad. El Palacio Legislativo está blindado desde la madrugada por
fuerzas de Seguridad Pública federal, y durante horas se dan dos
confrontaciones simultáneas, con motivo de la votación de la reforma
laboral: una en el salón de sesiones y otra en la calle, donde
sindicalistas con marros y barrenas dañan y abren una reja de acceso,
pero su paso es obstruido por una formación de granaderos.
Las
bancadas del PAN y PRD rompen su bloque legislativo; los perredistas
reprochan, acusan que sus ex socios “recularon”, y aprovechan que van a
esperar allí como se merece a Enrique Peña Nieto, el 1 de diciembre,
para reclamarle que compró, dicen, la Presidencia de la República.
A
ello Manlio Fabio Beltrones, el coordinador del PRI, el principal
factor de poder de la Cámara de Diputados, responderá con su estilo
modulado sin variaciones de voz: “Ésta no es la Cámara de los chantajes;
es la Cámara que legisla”. Este país lo que necesita, expresa, es paz,
tranquilidad e institucionalidad.
Es una panista de carácter
fuerte, de firmeza en sus principios, la coahuilense Esther Quintana,
integrante de la Comisión de Trabajo, quien aclara al pleno porqué el
PAN suma sus votos al PRI.
Como todo se vale en el amor y en las
grandes reformas, un estruendoso repudio aturde a la legisladora de
cabellera entrecana y voz potente, como una catarata:
—¡No me esté
callando, carajo, que estoy hablando! —exclama Esther Quintana,
diputada federal del PAN por Coahuila a un provocador perdido en el gran
salón.
—No se exalte —pide con suavidad el presidente en turno de la sesión, el priísta Francisco Arroyo Vieyra.
—Nosotros
no reculamos, como ha dicho su coordinador (Silvano Aureoles, del PRD).
Como lo dije en comisiones y aquí, el 29 de septiembre (en la primera
votación del tema), creo en la democracia sindical.
Y si en el
salón de sesiones la izquierda es minoría y es abatida en el tablero
electrónico de votación, por la mayoría de PRI, PVEM, Nueva Alianza, y
la suma del PAN que está de retorno a los acuerdos con los priístas, en
los accesos del Palacio Legislativo, una línea de 300 granaderos,
pertrechados con escudos antimotines, aísla a sindicalistas que están a
punto de invadir los patios.
La refriega es una ofensiva, como
nunca hubo en San Lázaro, en tres décadas. Incluso Nueva Alianza
reportará que en uno de sus muros pegó un proyectil, bala o balín, que
vino de la zona de golpeo.
Son casi seis mil hombres de la CNTE,
SME, Stunam, con sus mariscales de campo al frente: Martín Esparza y
Agustín Rodríguez. Desde el arranque de la sesión han empujado, y abren
espacio a su división “rompeblindajes”, la que usa marros y barrenas y
pega en puntos sensibles de las rejas-acceso.
El momento es intenso. Los diputados de la izquierda transpiran su estrés. San Lázaro es una fortaleza.
Los
19 accesos al edificio principal del Palacio Legislativo quedan
cerrados con candados y pasadores bajo la supervisión de personal de
resguardo. Ni los diputados, ni el aire pasan. Y en la calle, como dice
el estribillo, la lucha sigue, sigue, sigue.
Así, la izquierda
pierde en las dos confrontaciones del día, la del tablero de votación y
la de la calle, y el presidente de la Cámara de Diputados, Francisco
Arroyo devuelve la minuta al Senado. Es la reforma laboral, vestida de
iniciativa preferente, en un día de alta intensidad.
‘LOS DIMES Y DIRETES’
—¡No
me esté callando, carajo, que estoy hablando! —exclama Esther Quintana,
diputada del PAN por Coahuila, a un provocador perdido en el gran
salón.
—No se exalte —pide con suavidad el presidente en turno de la sesión, el priísta Francisco Arroyo Vieyra.
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