El Chapo Guzmán: La incomodidad del gobierno mexicano (Primera Parte)
Escrito por Autor Invitado
por José Luis Montenegro
A
12 años de distancia, la fuga de Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, le
sigue causando incomodidad al gobierno mexicano, pues su escape recuerda
el debilitamiento y la incompetencia de las instituciones de seguridad
del país y el creciente poder de los carteles como un irremediable
síntoma de una estrategia fallida ejecutada durante los últimos seis
años.
La dinámica social como parte de un
proceso de transformación colectivo ha hecho que entre la ciudadanía en
general —inmersa en una dinámica creciente de injusticia, impunidad y
corrupción— haya provocado, a través de los años, el aumento en la
demanda, el consumo y la ampliación del mercado ilegal de las drogas en
México y en gran parte del mundo.
Este bloque delictivo, más allá de
incidir en la economía ilícita, repercute en las conductas actuales que
establecen la normalización de la violencia, la criminalidad y el
mantenimiento de un sector de la población dedicado al fortalecimiento
de las estructuras del narcotráfico sin tener repercusiones legales.
Ostentando
el poder, las células criminales dedicadas al narcotráfico en México se
han ido beneficiando de territorios claves para la comercialización de
su mercancía, y con esto, la importancia de las alianzas con otros
carteles y con funcionarios del gobierno ha sido fundamental para
concretar sus planes con éxito, saliendo victoriosos en cada batalla a
la que se enfrentan día con día de la mano de un apoyo que culmina —en
la mayoría de los casos— en una complicidad compartida.
Hoy vivir en México se ha vuelto
complicado, el panorama en materia de seguridad se vislumbra gris y
abandonado, el desarrollo en sectores cruciales para la competitividad
se ha visto forzado y hasta cierto punto manipulado para colaborar con
la ilegalidad y el estancamiento de la población en una debacle
socioeconómica que ha culminado con las pocas oportunidades de trabajo,
buenos sistemas de enseñanza y en una de las más trágicas y actuales
situaciones, han permitido la anuencia de un sistema de gobierno ‘a
modo’, el cual representa a la fecha intereses particulares por encima
del bienestar ciudadano.
Lo cierto es que la situación que se
vive en el país ha sido motivo constante de errores, los cuales le han
costado al gobierno miles de muertes en los últimos años. La necedad de
no analizar el problema ha permitido un inútil combate que ataca el
problema, pero no las causas que originan este mal. Los Zetas, el Cartel
del Golfo, La Familia Michoacana, Los Caballeros Templarios, los
Arellano Félix, el Cartel de Sinaloa y nuevas organizaciones como El
Z-40, Los Matazetas y el Cartel de Jalisco Nueva Generación, son solo
algunas de las muchas asociaciones criminales que dominan al país a lo
largo y ancho del territorio nacional.
¿Quién es y dónde está el Chapo Guzmán?
Según la revista Forbes, Joaquín Guzmán
Loera es uno de los hombres más ricos del mundo. En México ostenta la
posición número 10 de la tabla clasificatoria; a nivel mundial, se
posiciona como el sexagésimo tercer hombre más poderoso. Según la DEA,
la Agencia Antidrogas de Estados Unidos, el Chapo es uno de los hombres
más buscados, como en su momento lo fue Osama bin Laden. En todo el
mundo, la figura del capo es reconocida como la del líder consagrado en
el mercado ilegal de la fabricación y venta de estupefacientes bajo una
estructura abismal que resguarda una incalculable fortuna.
Guzmán Loera, a 12 años de su
controvertido escape del penal de máxima seguridad de Puente Grande,
ubicado en Guadalajara, Jalisco (20 de enero de 2001), ha ido creando
una red de complicidad nacional e internacional hasta lograr el control
territorial de la República Mexicana con el actual dominio de 25 de los
32 estados.
El actual imperio, que hoy traspasa
fronteras al costo que sea —sin contemplar las más poderosas barreras
que impone el Estado mexicano—, ha derrumbado a su paso planes de
captura, y ha ido estudiando minuciosamente el mercado nacional para
encabezar una asociación delictiva aliada con otros grupos criminales
para concretar el sueño que no lograron narcotraficantes como Miguel
Ángel Félix Gallardo, llamado en la década de 1980 el Capo de Capos, y
Amado Carrillo Fuentes, el Señor de los Cielos: la presencia y expansión
de un cartel, en este caso el de Sinaloa, como una corporación líder en
la creación y exportación de drogas sintéticas bajo una de las más
poderosas estructuras criminales.
¿Dónde está Joaquín Guzmán, el Chapo?
Según especialistas, los gobiernos mexicano y de Estados Unidos saben
dónde se encuentra el narcoempresario, prueba de ello son las constantes
negociaciones documentadas que han comprobado la alianza del gobierno
mexicano con estas asociaciones delictivas. Como lo reconoció en su
momento el general Mario Arturo Acosta Chaparro, él y distintos capos
como Édgar Valdez Villareal, alias la Barbie, a cargo del grupo criminal
llamado Los Negros, así como con Los Zetas y el Cartel de Sinaloa,
liderado por el Chapo, sostuvieron reuniones para negociar, durante el
sexenio de Felipe Calderón Hinojosa, la incesante ola de violencia que
repercutía en las inversiones extranjeras y la imagen del país como uno
de los más violentos del mundo.
La pregunta ¿dónde está el Chapo Guzmán?
persiste en el ánimo inconforme colectivo. La poca credibilidad hacia
las instituciones y el creciente problema de inseguridad son tan solo un
recordatorio de la colusión del gobierno con los carteles de la droga, y
en la contraparte, la endémica cultura de impunidad se sigue
transfiriendo generación tras generación, avalando una conducta que
soluciona un problema que al parecer no tiene fin.
Antecedente criminal
La crisis de corrupción a través de los
años ha permitido —entre otros problemas sociales— la expansión del
narcotráfico en todo el mundo. Los mitos que circundan en el universo de
la mafia son muchos, entre estos se ha podido comprobar la nula
importancia que los carteles dan a los modelos económicos actuales,
asimismo, las relaciones o acuerdos internacionales con otros países no
son barrera para la comercialización de su mercancía, el negocio es el
negocio.
Según estudios en Colombia, la llegada
del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que entró en
vigencia en 1994, contribuyó a extender el narcotráfico, por su alto
impacto, en sectores industriales como las maquiladoras, dejando
debilitadas a las ciudades fronterizas del norte como Nuevo Laredo,
Reynosa, Matamoros, Ciudad Juárez y Tijuana, y eso es absolutamente
falso. La quiebra de miles de productores agrícolas que no pudieron
competir con Estados Unidos no incidió en las oportunidades de trabajo
ni provocó un salto significativo de las personas de escasos recursos
hacia la delincuencia organizada; la crisis de corrupción que se vive en
México ha normalizado las actividades desde las esferas más altas para
hacer de esta conducta algo cotidiano que no tiene castigo alguno.
El narcotráfico, una presencia muy
pesada, un compañero demasiado costoso y una sombra caótica, tiene su
razón de ser desde hace varios sexenios. Lo que antes era una relación
simbiótica “gobierno-mafia”, a través de los años fue adquiriendo el
papel de un proyecto a gran escala, extendiendo una gran maquinaria
operativa más allá del territorio mexicano. Tanto la DEA como la
Procuraduría General de la República —la PGR en México— han documentado
que la narcoempresa al mando de Guzmán Loera es tan poderosa como grande
en cuanto a su capacidad operativa se refiere.
Esta mafia se extiende no solo en
Estados Unidos, principal consumidor de drogas en el mundo, sino
también, según investigaciones, el imperio del Chapo ha llegado a países
como Argentina, Uruguay, Colombia y Paraguay, regiones donde el narco
más buscado controla los cargamentos y el suministro de drogas y
precursores químicos.
De igual forma, Guatemala y Costa Rica
han sido las terminales para resguardar en bodegas la mercancía a
traficar. La ambición es tal que el Cartel de Sinaloa ha exportado
drogas sintéticas y cocaína a Europa —particularmente a España y Reino
Unido—, región que no es inmune a lo que hoy se conoce como el
narcoholding, un cartel que pasó de una mafia local a un grupo
empresarial como un McDonald’s, con sucursales o franquicias en varias
partes del mundo, propiciando la criminalidad y auspiciando la fortuna
en manos de unos cuantos capos.
Anabel Hernández, periodista y
escritora, autora de una de las obras más controvertidas de los últimos
años, Los señores del narco, hace una denuncia pública sobre una serie
de actos de corrupción y un entramado que involucra a distintos actores
políticos, policiacos y de gobierno en México. A esto, en entrevista con
Newsweek en Español, la investigadora comenta cómo a lo largo de
los años el Poder Ejecutivo, desde las distintas dependencias de
seguridad e instancias funcionales del gobierno, se ha prestado para
hacer de las mafias un control que culmine con la rentabilidad de los
dos bandos. Desde los años de la década de 1970 e incluso mucho antes,
nadie imaginó que estas complicidades tendrían un cauce tan desastroso
como el que hoy se vive en México.
“A lo largo de los años, lo que yo he
podido documentar en mis investigaciones —por lo menos desde la década
de 1970 hasta la fecha— es que el gobierno ha mantenido una convivencia y
una complicidad directa con el narcotráfico.
“Durante el gobierno de Luis Echeverría
Álvarez (1970-1976) esta corrupción y convivencia estaba a cargo de un
gobierno fuerte, era un Estado totalitario con un grupo de delincuentes
que hacían negocios. El gobierno sabía que los delincuentes existían y
negociaba con ellos, pero desde un punto de vista de gobierno, era una
situación de jerarquía; ellos, como Poder Ejecutivo, estaban por encima
de los narcotraficantes, actualmente la dinámica es totalmente distinta.
En este gobierno, según los testimonios que yo recopilé, los
narcotraficantes pagaban una especie de impuesto —por debajo de la mesa
por supuesto— para que se les permitiera sembrar, cosechar, transportar y
traficar droga hacia Estados Unidos.
“¿En qué consistía esta dinámica? Los
narcotraficantes se reunían con los jefes de zonas militares e iban a
pedir permiso para sembrar mariguana, por ejemplo; el jefe de la zona
preguntaba cuántas hectáreas necesitaban, las concedía y asignaba un
precio; los carteles de la droga pagaban el soborno y entonces a esos
plantíos que estaban ‘permitidos’ se les ponía una bandera. Todos los
plantíos que no tuvieran esa bandera eran arrasados inmisericordemente.
Los narcotraficantes o los cultivadores de droga que sembraban sin la
anuencia del gobierno eran aplastados y encarcelados; y eran
precisamente los mismos narcos los que se quejaban de los que no pagaban
el ‘impuesto’; estaban fuera de las reglas, aseguraban.
“Lo que yo narro en mi libro Los señores
del narco es que lo que fue haciendo más poderosos a los
narcotraficantes mexicanos, que acabaron convirtiéndose en carteles, no
fue la dinámica económica —refiriéndome al modelo de gobierno en ese
entonces—, sino el poder económico que fueron adquiriendo. El poder que
tenían ellos cuando se dedicaban únicamente al tráfi-co de mariguana y
amapola era importante, pero no tan importante como para tener más poder
económico que el Estado.
“En aquella época, cuando se negociaba
con el gobierno de Luis Echeverría, además de pactar con los jefes de
las zonas militares, la Policía Judicial era la que los escoltaba —una
vez que los narcotraficantes reunían la droga y hacían todo el proceso
de secado de la mariguana, la empacaban y demás— a través de las
carreteras para verificar que la droga no se quedara en México, sino
que, efectivamente, saliera a EE UU.
“Con la droga que se quedaba en México,
la Dirección Federal de Seguridad era muy implacable al respecto. Y sí,
en ese entonces sí metía a la cárcel o asesinaba o sancionaba a aquellos
narcotraficantes o sembradores de mariguana y amapola que no sacaban la
droga de México, sino que querían venderla en territorio nacional.
“En la década de 1980 —y lo tengo
documentado— la CIA, la Agencia Central de Inteligencia de EE UU,
contacta a un cartel, el más poderoso en su época, el de Medellín, a
cargo de Pablo Escobar Gaviria, con Miguel Ángel Félix Gallardo, con Don
Neto [Ernesto Fonseca Carrillo] y Rafael Caro Quintero, que en ese
entonces eran los principales traficantes de droga en México. Cabe
destacar que estos tres personajes solo traficaban mariguana y amapola,
¿Les daba mucho dinero eso? Sí, les daba mucho dinero. ¿Se daban la gran
vida? Se daban la gran vida. Pero no tenían un gran poder económico
para realmente comenzar a ser más fuertes que el Estado.
“Con esa conexión, Miguel Ángel, Don
Neto y Rafael comenzaron a mutar. Lo que ocurrió en México fue que el
Cartel de Medellín ocupaba territorio mexicano para bajar sus aviones
rellenos de cocaína, recargar combustible y, después, continuar su viaje
hacia EE UU. Esa conexión entre los colombianos y los mexicanos cambió
para siempre la dinámica del narcotráfico en México, este trío comenzó
entonces a sobornar a jefes policiacos, a gobernadores, a presidentes
municipales, con el poder económico que les dio la venta de la cocaína.
“Fue así como los equilibrios económicos
se fueron modificando poco a poco hasta llegar a esta crisis terrible
en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, donde la convivencia con el
narcotráfico era absoluta y total. En mi libro Los señores del narco
hablo, manejo y expongo incluso documentos donde el propio secretario
particular de Carlos Salinas, el señor Justo Ceja Martínez, recibía
dinero y se reunía con Amado Carrillo Fuentes; incluso cómo el propio
papá del entonces presidente Salinas, Raúl Lozano, negociaba
tranquilamente con el Cartel del Golfo y su líder, Juan García Ábrego,
alias la Muñeca. Asimismo, hay fotografías del papá del expresidente
abrazado de Juan N. Guerra, que era el padrino y el creador de García
Ábrego.
“Entonces ahí, durante el sexenio de
Salinas de Gortari, encontramos que el narcotráfico estaba a la par del
gobierno, eran socios. Había una convivencia absoluta y total, fue
entonces cuando los narcotraficantes se dieron cuenta de que necesitaban
de las conexiones políticas y empezaron a financiar candidatos, a
meterse en la política, esto a cambio de beneficios y porque se dan
cuenta de que necesitan a los políticos, a los policías, a los
militares, para mantener su negocio.
“Entre más poder tuvieron los
narcotraficantes ¿qué fue lo que pasó? Su negocio se fue extendiendo
porque tenían más poder para repartir a cada persona involucrada en la
mafia, no solo en el país, sino en todo el mundo. Los carteles en México
se volvieron incluso más poderosos y expertos que los colombianos. EE
UU se enfocó en combatir a esas células criminales que ya no existen,
pero que no han dejado de producir cocaína, la cual paulatinamente sigue
creciendo. Las mafias mexicanas, por su parte, se consolidaron como las
productoras y exportadoras número uno para EE UU, sin que la CIA, la
DEA o la policía fronteriza, la Border Patrol, detecten las toneladas
que llegan hacía territorio estadounidense y sin que las autoridades
hagan algo al respecto.
“No es posible que llegue la droga a
México o a otra parte del mundo como Suiza sin que las autoridades no
estén coludidas. Hay toda una red de producción, transporte y tráfico de
droga que es imposible que los gobiernos del mundo no detecten. ¿Qué es
lo que sucede? Hay una red de corrupción internacional, no solo es un
asunto que le concierne directamente a este país”.
Caída, fuga y ascenso
Actualmente, los estados mexicanos de
Coahuila, Sonora, Chihuahua, Michoacán, Veracruz y Tamaulipas son
algunas entidades en las que, aseguran la PGR y la DEA, vive actualmente
Joaquín Guzmán Loera, mejor conocido como el Chapo. Desde su captura
hasta lo que fue su fuga, seguido de la concreción de un imperio, las
dudas siguen presentes y las muertes hacen una aparición constante en
una de las galas de la política del terror nunca antes vistas.
Era la mañana del 10 de junio de 1993.
“Es extraoficial”, apuntaban los medios de comunicación. El procurador,
Jorge Carpizo McGregor, apareció flanqueado por el director de
Comunicación Social de la Presidencia de la República, José Carreño
Carlón, anunciando la captura del Chapo Guzmán. A las 12:00 horas del 9
de junio se había capturado al narcotraficante en el puente
internacional del Talismán, sobre el río Suchiate, “cuando autoridades
de Guatemala lo entregaron, junto con cinco personas de su grupo más
cercano, a la Procuraduría General de la República, apoyada por miembros
del Ejército Mexicano, quienes colaboraron con gran eficacia y
compromiso”. Con él fueron detenidos miembros importantes de la banda
criminal: Martín Moreno Valdés, Manuel Castro Meza, Baldemar Escobar
Barrasa, María del Rocío del Villar Becerra y Antonio Mendoza Cruz,
reportó el procurador.
La controversia surgió cuando la versión
oficial de Los Pinos no coincidió con la del gobierno guatemalteco. La
Dirección de Información y Difusión del Ejército de Guatemala negó la
aprehensión de Joaquín Guzmán Loera en territorio sudamericano. Ángel
Conté Cohulum, responsable de la oficina de Migración de Guatemala,
sostuvo que legalmente no existió tal aprehensión y que nadie con el
nombre de Joaquín Guzmán Loera había cruzado la frontera de Guatemala
con México. Asimismo, Absalón Cardona Cardona, entonces jefe de la
Policía Nacional de El Carmen, coincidía con las demás instancias de
seguridad, calificando como fal-sas las versiones de la procuraduría
mexicana.
Según funcionaros del gobierno de
Guatemala, lo que pudo haber ocurrido es que las autoridades mexicanas,
de acuerdo con diferentes versiones, cruzaron ilegalmente a la frontera
sur, al igual que el Chapo y su banda, e hicieron la captura, si es que
la hubo, de manera ilegal.
En noviembre de 1995 el Chapo consiguió
su traslado al penal de Puente Grande, ubicado a 18 kilómetros de
Guadalajara. Junto con Héctor Palma, el Güero, Guzmán Loera se dedicó a
defenderse de los 10 procesos que tenía abiertos por homicidio, delitos
contra la salud, delincuencia organizada, acopio de armas y tráfico de
drogas.
Operando dentro de la cárcel, el Chapo
lentamente iba sometiendo al penal a sus reglas y condiciones
criminales. A diferencia de los sobornos que hizo en 1991, cuando
entregó 225 000 dólares y 14 millones de pesos a cambio de su libertad
al jefe de la Policía capitalina, Santiago Tapia Aceves, en esta ocasión
diversas denuncias de los custodios —que constan en actas de la
Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH) y de la Comisión Nacional de
Derechos Humanos (CNDH)— reflejaban la influencia del actual líder del
Cartel de Sinaloa como una mafia controlada y aliada al entonces
gobierno del presidente que encabezaría el Poder Ejecutivo el 1 de
diciembre de 2000, Vicente Fox Quesada.
La fuga del capo, orquestada por una
serie de sucesos de constante análisis, denota que la impunidad en
México trascendió en la mañana del 20 de enero de 2001, aunque otras
versiones aseguran que pudo haber ocurrido casi 24 horas antes. La
salida del Chapo del penal de Puente Grande ocurrió cuando,
presuntamente, el 19 de enero de 2001 a las 21:15 horas el capo se
encontraba todavía en su celda, según el reporte de los vigilantes de la
cárcel; pero a las 23:35 horas, Leonardo Beltrán Santana se dio cuenta
de que no estaba ahí.
Oculto en un carrito que se emplea para
transportar basura y ropa sucia y que pasa por varios filtros y es
custodiado por al menos un vigilante, se especulaba la presencia de
Guzmán Loera aún dentro del penal. Se dijo también que el sistema de
circuito cerrado de televisión estaba descompuesto y que eso facilitó el
gran escape del narcotraficante, ahora prófugo de la justicia.
“Es imposible”, aseguran académicos,
que desde su captura hasta la fuga del sinaloense, este no haya tenido
una red de protección a su mando a cargo de funcionarios públicos
gubernamentales. El ascenso de la empresa matriz multinacional que
encabeza el narco, de 55 años de edad, es fruto de un fenómeno
sociocultural relacionado con la herencia histórica más grande de todos
los tiempos: la corrupción de las élites empresariales, el gobierno
mexicano y la ciudadanía en general.
Continúa mañana.
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