Justicia por mano propia es barbarie
Es
fácil comprender que el camino para lograr justicia es inmensamente
largo, tortuoso, complicado e intransitable para la inmensa mayoría de
los ciudadanos que han sido violentados en sus derechos tanto por
agentes gubernamentales como por particulares. También se ha convertido
en obviedad que sólo una élite (“víctimas privilegiadas”, las llamó
Felipe Calderón) tiene acceso a instancias superiores para que su caso
sea revisado y se logre enmendar alguna injusticia sufrida. La impunidad
que logran los infractores de las leyes oscila entre el 95 y 98 por
ciento y las víctimas de algún delito tienen como0 única opción llorar
su desagracia.
La delincuencia organizada es un flagelo
para millones de ciudadanos y la autoridad legítimamente constituida se
desvive en la búsqueda de palabras para calmar la sed de justicia. Se
gasta sumas millonarias para contratar genios de la comunicación para
que creen mensajes de esperanza que pronto se acabará este infierno,
pero pasa el tiempo y continúan las extorsiones por “derecho de piso”;
los secuestros, asaltos, asesinatos, fraudes, violaciones, trata de
personas, narcotráfico y otros de gran calado sin que se avisore cuándo
pueda tan siquiera amainar este infierno, producido por negligencia,
impotencia y a veces participación directa por las mismas autoridades.
Apenas el 28 de enero la versión en
línea de diario Reforma publicó que “Ocho ciudades están al rojo vivo
por la violencia en el País desde hace dos años. Cifras del Sistema
Nacional de Seguridad Pública (SNSP) indican que Acapulco, el Distrito
Federal, Ciudad Juárez, Culiacán, Monterrey, Torreón, Chihuahua y
Tijuana figuran en el ranking de las localidades más violentas al
concentrar el mayor número de muertos entre 2011 y 2012. Durante ese
periodo, esos lugares concentraron más de la cuarta parte de los
homicidios dolosos cometidos en el País. "Los mexicanos seguimos
sintiéndonos inseguros. Hay regiones del País donde el crimen controla
la plaza, donde el Estado es inexistente. La atención debe estar puesta
en éste tema, es un reto primordial", planteó Edna Jaime, directora
ejecutiva de México Evalúa.
Otro escalofriante testimonio de la incapacidad oficial lo muestra el diario The Washington Post que publicó que “unos 25 mil adultos y niños han desaparecido en México durante los últimos seis años, según documentos del gobierno mexicano
que recibieron de parte de 'burócratas frustrados por lo que describen
como una falta de transparencia oficial y el fallo del gobierno en
investigar estos casos'. Según el diario, los nombres de la lista
–'muchos más que los estimados en conteos no oficiales'- están en
columnas de Microsoft Excel junto con las fechas de desaparición, sus
edades, las ropas que vestían, sus trabajos y un pequeño resumen con
'datos escalofriantes'”.
Hacia donde se voltee hay sangre,
destrucción del orden jurídico y muerte. Pero también hay un gran número
de mexicanos que trabajan a contrapelo del desorden: que viajan varias
horas diariamente para llevar los satisfactores indispensables para sus
hogares; hay pequeños empresarios, víctimas de las usura de la banca,
que dan empleo a su familia y tienen a sus hijos estudiando y un día
gran número de ellos serán ciudadanos útiles a la sociedad. Hay millones
de profesionales de todas las ramas apoyando con sus conocimientos el
crecimiento de la planta productiva.
En el campo y las ciudades de nuestro
México es mayor el número de mexicanos que nada tiene que ver con la
delincuencia organizada y eso es un valor a defender con la ley en la
mano. Esa mayoría debe imponerse a quienes perciben al país como un
territorio sin ley.
Se entiende el hartazgo que sufren
algunas comunidades, como en Ayutla, Guerrero, donde crearon una
“policía ciudadana”, a la que le otorgaron facultades legislativas y
hasta judiciales con el objetivo de defenderse del crimen organizado,
sólo que en el intento esa policía ciudadanas ya cayó en vicios peores
que la policía institucional, al herir a dos turistas que se negaron a
detenerse en un retén de encapuchados que instalaron en la carreteras
de acceso al pueblo. Se entiende, sí, pero por ningún motivo puede el
Estado moderno permitir estos excesos.
La policía y hasta los jurados populares
que se instalaron para “juzgar” a presuntos delincuentes (ellos ni
siquiera los consideran “presuntos”) no tiene otra base que la voluntad
del “pueblo”, expresión socorrida que se utiliza con demasiada
frecuencia para cometer actos de barbarie.
El Artículo 39 de la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos dice: “La soberanía residen
esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del
pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene todo el
tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su
gobierno”. Hay quienes interpretan que en este artículo está la base de
emprender una nueva revolución en cualquier momento y hasta se cita que
todos los movimientos populares armados, en sus inicios han sido
considerados como actos de vandalismo.
Pancho Villa, según versiones, se
convirtió primero en asesino por defender el honor de su hermana,
mancillado por uno de los hijos del hacendado Laureano López Negrete,
propietario de la hacienda Sombreretillo. Por esa causa vivió huyendo
algunos años, en los que para sobrevivir, se unió a otros prófugos de la
justicia cometiendo actos de vandalismo, hasta que la revolución tomó
forma, en cuyo seno y a su amparo creció hasta convertirse en general.
Emiliano Zapata, el caudillo del sur, al
que tantas alabanzas se prodiga el oficialismo y sus medios afines, fue
desprestigiado hasta la ignominia con el mote de bandido “roba-vacas”.
Todavía cuando se concretó el asesinato a traición del revolucionario,
el 10 de abril de 1919, el diario Excélsior de la ciudad de México le
dedicó la nota principal en la que se festinaba el fin del “gavillero”.
Ahora bien, la cuestión ahora es
preguntar y responder si México está en revolución o si tiene
condiciones prerrevolucionarias como las que prevalecían antes de 1910 y
la respuesta definitiva es “No”. Hoy no se tiene una concentración del
ingreso en tan pocas manos ni los trabajadores tienen la calidad de
esclavos. Un obrero de esta época cuenta con comodidades jamás
imaginadas en 1910: agua entubada en su casa, baño, teléfono celular,
servicios de salud para toda su familia, etc., sin que por ello se
quiera asegurar que es el paraíso, sino acentuar que todas las
deficiencias que se padecen, ni siquiera tienen punto de comparación con
las de 1910.
La mención de que a los revolucionarios
en sus inicios se les defenestraba y ahora se les considera héroes,
viene de aquellos que sostienen que los actos de vandalismo de hoy
pueden ser elogiados mañana, porque muchos actos “ilegales” son
necesarios para cambiar el estado de cosas. Que la violencia es el parto
de la historia.
La violencia con intenciones de hacer
una nueva revolución debe tener explícito ese carácter. Madero proclamó
el Plan de San Luis en 1910. Zapata publicó su propio Plan de Ayala en
1911y los otros muchos planes avisaban a la nación su intención de
derrocar al régimen. En tiempos modernos, apenas fue el subcomandante
Marcos el que se atrevió a realizar su anuncio de derrocar al régimen de
Carlos Salinas de Gortari a principio de 1994, con su Declaración de la
Selva Lacandona. Ni siquiera el EPR con todo su capacidad destructora,
ha declarado que quiere derrocar a nadie.
Los habitantes de Ayutla, Guerrero, no
tienen una proclama de revolución, ni siquiera de sustitución del
régimen local, sino que, de facto, asumen sus funciones. Tienen todo el
derecho de estar indignados, pero a lo que no tienen derecho es a
instalar una policía y un tribunal para efectos de venganza. Esos
cuerpos tienen en todo caso la categoría de turbamulta dispuesta linchar
por un agravio menor a la comunidad (una infracción, de tránsito, robo
por hambre, insultos, escándalo en vía pública, una deuda económica con
algún amigo del “tribunal”, o, incluso, a algún visitante “sospechoso”,
etc.) y eso el Estado no puede, no debe permitirlo, porque hacerse
justicia por propia mano, es barbarie.
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