Latinoamérica y el Caribe: desigualdad y hambre golpean a millones
América Latina se mantiene como una de las regiones con mayor desigualdad del orbe. Más de 167 millones de personas, condenadas a la miseria. El 10 por ciento de los más ricos detenta el 32 por ciento de toda la riqueza
Enrique Torres/Prensa Latina
Santiago, Chile. Reducir los niveles
de desigualdad en la distribución del ingreso en América Latina y el
Caribe, considerados entre los más altos del mundo, continúa siendo uno
de los más grandes desafíos de la región.
Así lo afirma la Comisión Económica
para América Latina y el Caribe (Cepal) en su más reciente estudio sobre
la pobreza en el área, donde 167 millones de personas viven en tales
condiciones.
En la mayoría de los países se observa
que un conjunto reducido de la población acumula una gran proporción de
todos los ingresos generados, mientras que los más pobres sólo alcanzan
a recibir una cantidad mínima.
El reporte Panorama social de América Latina 2012,
de la Cepal, precisa que el 10 por ciento más rico de la población
latinoamericana recibe el 32 por ciento de los ingresos totales,
mientras que el 40 por ciento más pobre se beneficia sólo del 15 por
ciento.
Según las estadísticas disponibles
sobre 17 países, Venezuela y Uruguay son las naciones de la región donde
la desigualdad es menor.
En el caso de Venezuela, la secretaria
ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárcena, considera que ese país ha hecho
enormes esfuerzos por reducir la desigualdad con subsidios a los
alimentos, especialmente en precios, sobre todo a la población de
menores ingresos.
La funcionaria también destaca la
existencia de programas muy específicos, educacionales y de salud, “y
desde luego la parte más importante, que son los ingresos laborales”.
Tanto en Venezuela como en Uruguay se ha realizado un esfuerzo para
transferir beneficios hacia las poblaciones más vulnerables.
Los niveles relativamente altos de
concentración del ingreso se observaron en Brasil, Chile, Colombia,
Guatemala, Honduras, Paraguay y República Dominicana, países en que los
niveles se acercan al 40 por ciento para los más ricos y del 11 al 15
por ciento para los más pobres.
No obstante, la Cepal es del criterio de que la persistencia de altos grados de desigualdad no debería oscurecer el hecho de que en los últimos años se lograran avances en este campo.
El balance con relación a los inicios
de la primera década del siglo XXI muestra una clara tendencia a la
reducción de la concentración del ingreso, dinámica que ha distinguido
al proceso de desarrollo de la región en el último decenio y que
representa un cambio en la tendencia imperante en las décadas de 1980 y
1990.
En nueve de los 17 países analizados,
el Coeficiente de Gini (medida de la desigualdad de los ingresos creado
por el italiano Corrado Gini) se redujo a un ritmo de al menos el 1 por
ciento.
Los descensos más significativos se
registraron en Argentina, Bolivia, Nicaragua y Venezuela, todos con
tasas anuales de reducción del Gini superiores al 2 por ciento.
El gasto social como porcentaje del
producto interno bruto en América Latina y el Caribe alcanza el 18.6 por
ciento. En la década de 1990 era del 11.2 por ciento.
Con relación al gasto público, también
esos presupuestos han ido en aumento, aunque en realidad en los últimos
tiempos se observa cierto aplanamiento en los gráficos, lo que indica que no se dispara, pero tampoco retrocede.
Lo cierto es que América Latina y el
Caribe finalizaron 2012 con 167 millones de personas en situación de
pobreza, 1 millón menos que en 2011.
El número de ciudadanos en extrema pobreza se mantuvo estable el año recién concluido, con 66 millones.
La lista de poblaciones en situación
de pobreza e indigencia la encabezan Paraguay (49.6 por ciento),
República Dominicana (42.2 por ciento) y Colombia (34.2 por ciento). En
esas naciones también se registran los números más rojos en cuanto a indigencia.
Otra radiografía del subcontinente la
ofreció a fines del año pasado la oficina regional de la Organización de
las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por su
sigla en inglés), al señalar que, pese al crecimiento de varias
economías, 49 millones de ciudadanos en América Latina y el Caribe son
víctimas del hambre.
En el estudio de 2012 sobre el
panorama de la seguridad alimentaria y nutricional en la región, la FAO
precisa que en los últimos 20 años, 19 millones de personas lograron
salir de esa condición.
Pero realmente el crecimiento que
tuvieron las economías nacionales no se tradujo en una disminución
correspondiente a la vulnerabilidad a la que está expuesta una parte
importante de la población del área, señala la investigación.
De acuerdo con el oficial principal de
Políticas de la Oficina Regional de la FAO, Adoniram Sanches, si bien
es en América Latina y el Caribe donde más se avanzó en reducir el
hambre a nivel mundial, en los últimos años la tendencia en la reducción
se desaceleró producto del impacto de las crisis económicas.
En su opinión, la erradicación del
hambre debe ser la principal prioridad regional, ya que es una
precondición absoluta para el desarrollo y el bienestar de los pueblos.
El 8.3 por ciento de la población del
subcontinente no ingiere las calorías diarias necesarias para llevar una
vida sana. El hambre a nivel regional descendió continuamente, pero de
2007 a 2009, y de 2010 a 2012, sólo 1 millón de personas dejaron de
padecer la falta de alimentos.
Nueve de los 33 países en América
Latina y el Caribe cuentan con una tasa de prevalencia de hambre
inferior al 5 por ciento, entre ellos Cuba, Venezuela, Argentina,
México, Uruguay y Chile.
En 16 naciones del área, la tasa es superior al 10 por ciento.
Entre los países más afectados por el
hambre en Latinoamérica y el Caribe se encuentran Haití (con prevalencia
de 44.5 por ciento), Guatemala (30.4 por ciento) y Paraguay (25.5 por
ciento).
Un análisis realizado por la Cepal de
1997 a 2010 arrojó que mientras mayores son los males que aquejan a las
poblaciones –entre ellos la desigualdad económica– también es mayor la
percepción de la ciudadanía sobre esos desequilibrios, y por ende el
crecimiento de la conciencia social.
Resultado de ello es, entre otros
síntomas, el aumento de la desconfianza en las instituciones,
especialmente en los Poderes Legislativo y Judicial, además de los
partidos políticos.
Fuente: Contralínea 319 / enero 2013
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