¿Qué sigue? Construir el poder ciudadano
Víctor M. Toledo
E
ntra el país en una
nueva fase. Dos meses después de iniciado el incendio, las llamas
permanecen, se multiplican y expanden agitadas por los vientos de la
insensibilidad, el cinismo y el autoritarismo. La indignación y la rabia
han vencido a la resignación y al miedo. La fraternidad y la
solidaridad han dado fuerza a los individuos, y el grito colectivo
alcanza a escucharse por todos los confines del planeta. La sociedad ha
despertado y enfrenta la realidad, ya no la niega ni la evade. Parece
entonces que el país vive los estertores de un parto social. Sin
embargo, nada garantiza que esta fuerza ciudadana que se expresa en
marchas, mítines, cercos, huelgas, tomas simbólicas, mensajes y voces,
logre transformaciones duraderas, avances irreversibles, cambios
deseados.
¿Qué sigue? Sigue saltar de la defensiva y la resistencia a la
ofensiva y la organización de la sociedad civil. Los ríos y arroyos de
la protesta se han desbordado; ahora se necesita que tomen un mismo
cauce. Sigue construir el poder ciudadano, única manera de generar una
fuerza capaz de oponerse y controlar a la dupla formada por el poder
político y económico, es decir al Estado y al capital convertidos en
cómplices. La tragedia de Ayotzinapa (que es una entre miles) no es sólo
un crimen de Estado. Es un crimen de un Estado en plena complicidad con
el capital legal e ilegal, tal y como lo demuestran las conclusiones
del Tribunal Permanente de los Pueblos (TPP) (ver Ribeiro, S. La Jornada,
29/11/14) que sesionó durante tres años y levantó cientos de
violaciones a los derechos de los pueblos. Ayotzinapa es la consecuencia
de un proceso de degradación vía mercantilización de la política que
lleva tres décadas y que hoy alcanza su mayor perversidad. No es el
Estado solamente quien domina, explota y humilla a los mexicanos, es
también el capital, elevado por la ideología neoliberal a estatus de
dogma. Por eso hoy cada vez es más difícil distinguir a un político de
un mercader y viceversa. La corrupción, esa danza de miles de millones
de pesos que surgieron de nuestros impuestos y que se reparte
cínicamente una minoría de delincuentes, es en buena medida consecuencia
de la ambición, la usura y la voracidad sin límites que el capitalismo
inyecta en cada ser que lo permite. La clase política es en su mayoría
una entidad corrupta, porque ha corrompido o se ha dejado corromper por
los empresarios y magnates sin escrúpulos y los capos del narconegocio. Los políticos se han convertido en agentes que buscan comprar y vender, mientras las corporaciones y cárteles cooptan y los políticos se dejan cooptar.En un país de múltiples realidades y con una alta complejidad social, ambiental, histórica y cultural, la superación de la crisis no podrá darse bajo un solo modelo, una sola propuesta o una sola ideología. Cada rincón, región o porción del territorio irá asumiendo según sus particularidades, diferentes respuestas ciudadanas. Lo que urge es impulsar organizaciones que acoten, vigilen y exijan transparencia y honestidad. Donde haya fuerza suficiente habrá que expulsar a los corruptos. Hoy, como nunca, debe enarbolarse el texto del artículo 39 de la Constitución mexicana, que garantiza el derecho de la sociedad a cambiar sus gobiernos. También hay que recordar lo que el viento nos dejó de 68. Aquella frase inolvidable surgida al calor de la insurgencia:
Seamos realistas, hagamos lo imposible.
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