La que sobra es Alemania
Antonio Mora Plaza | Nueva Tribuna |
Existe el tópico de que la salida del
euro para los países de la Unión Monetaria sería una catástrofe. Y es un
tópico que tiene un punto de verdad. En primer lugar un país que
quisiera salirse del euro no podría mantenerlo en secreto, y si ese país
fuera España lo primero que ocurriría sería que la prima de riesgo se
dispararía; en segundo lugar la fuga legal de dinero a bancos de la
Unión Monetaria sería masiva y también la ilegal a los paraísos
fiscales; en tercer lugar la cotizaciones de los títulos en bolsa
caerían de forma brusca e intensa; en cuarto lugar los tipos de interés
aumentarían a corto plazo precisamente por la acción conjunta de la
huida de los capitales y caída de las cotizaciones; en quinto lugar las
expectativas de inflación aumentarían significativamente. Todo esto
ocurriría porque, además, aún no habría moneda del país –en este caso,
las pesetas–, ni el banco central del país tendría aún una política
monetaria tipo Reserva Federal, es decir, un banco que no sólo fuera
prestamista de última instancia de los bancos sino también prestamista
del Estado. Las reservas en dólares, oro y en el propio euro del Banco
Central mermarían con rapidez inusitada como ya pasó hace 20 cuando la
serpiente monetaria. Esto son algunos de los posibles efectos si un país
como España intentara dejar el euro aún cuando no hubiera dado un solo
paso para hacerlo efectivo.
La pregunta es: ¿qué pasaría si un país
como Alemania hiciera lo mismo? Antes de hacer este nuevo ejercicio de
ucronía permítaseme hablar de cómo sería técnicamente lo de abandonar un
país de la Unión Monetaria la moneda única. Es verdad que se ha dado
algún caso cuando las naciones se han partido o separado del país
hegemónico como es el caso de la antigua Yugoslavia y los países que
rompieron con la antigua Unión Soviética, pero nada de ello es
comparable con el peso de la Unión Económica (también la Monetaria) en
el panorama mundial. La entrada en el euro ha sido compleja y se han
exigido períodos de transición para, entre otras cosas, determinar el
tipo de cambio al que se producía la entrada. Sin embargo -y en contra
de lo que pueda pensarse- el proceso técnico de salirse del euro sería
relativamente sencillo. La primera medida sería la de convertir todas
las cuentas, depósitos, fondos de inversión, de pensiones, títulos
emitido por las empresas residentes en el país, etc. de euros en la
moneda del país. En principio es cambiar la denominación de la moneda
desde el punto de vista informático de una moneda a otra en los activos
financieros que no tienen soporte físico, es decir, en los que tienen
sólo anotaciones en cuenta. En los que tienen la moneda impresa porque
tienen soporto físico, la cuestión se salvaría sustituyendo los títulos
físicos denominados en la moneda europea por exactamente los mismos
títulos denominados en la nueva moneda. Sería trabajo para las
imprentas. Simultáneamente con este cambio de anotación y sustitución de
títulos físicos equivalentes y los de cambio de moneda en las
anotaciones en cuenta, el Gobierno del país que abandonara el euro
fijaría el tipo de cambio de uno a uno entre el euro y la nueva moneda
doméstica. De esta forma los titulares de los activos financieros y
monetarios no perderían el valor nominal de estos. Tampoco variaría en
principio el tipo de cambio. Previamente el Banco Central del país
debería pertrecharse de reservas suficientes para evitar una
especulación masiva, pero si las cosas se hacen con determinación y en
brevísimo tiempo no serían necesarias. La razón de ello es que el sólo
hecho de saber que el Banco Central tuviera las reservas suficientes
para atender las peticiones de dinero de los bancos no haría falta su
uso. Y sin más dilación el Tesoro empezaría a emitir moneda metálica de
la nueva moneda para ponerla a disposición de los ciudadanos. El cambio
se mantendría uno a uno y los bancos tendrían la obligación de recibir,
entregar y cambiar ambas monedas a petición de los clientes al cambio
señalado sin cobro de comisiones como medida excepcional transitoria. Y
hecho todo esto, el Gobierno tomaría su primera medida de política
monetaria: dejar flotar la moneda en los mercados de divisas para que
fuera el mercado el que fijara el tipo de cambio. En el caso de España
eso daría lugar a una devaluación de la moneda –mejorando la balanza
comercial–, caerían las cotizaciones de los títulos que cotizan en
bolsa, los fondos de inversión bajarían sus valores liquidativos, los
tipos de interés aumentarían y se abrirían expectativas de inflación en
poco tiempo. A corto y medio plazo se producirían huidas de capitales,
tanto en su forma legal como a paraísos fiscales. Con el tiempo todo
volvería a su cauce y la economía buscaría sus equilibrios de cambio,
presupuestarios públicos, tipos de interés más moderados e inflación más
contralada dado que el país tendría un Banco Central capaz de manejar
la oferta monetaria (a través de la base monetaria) tal y como lo hace
la Reserva Federal. El Banco Central del país que abandona el euro
podría ser también un banco del Estado –al igual que la Reserva Federal-
y no sólo un banco de bancos que emite la moneda (estrictamente
hablando la moneda la emite el Tesoro pero la pone a disposición del
Banco Central). La situación final de todo ello dependería de los
fundamentos de la economía, de su relación comercial exterior y de la
productividad de los diversos sectores que tienen incidencia directa y/o
indirecta con el comercio exterior.
La pregunta ahora es: ¿pasaría lo mismo
si la que abandona la Unión Monetaria es Alemania? Este el país más
grande en términos de PIB (2,81 billones de euros) y de habitantes
(80,78 millones de habitantes) de la Unión, aún mantiene la industria
más poderosa tanto en términos absolutos como en términos relativos, su
comercio exterior es el tercero de importancia en el mundo y no hace
mucho era el primero. La tradición alemana desde lo de Weimar en la de
sacrificar toda la economía propia y ajena a la estabilidad de la moneda
porque su Banco Central –el famoso Bundesbank– tenía como misión en
exclusiva la lucha contra la inflación. Y este es el defecto que
precisamente ha transmitido al BCE. Si Alemania abandonara la Unión
Monetaria nada de los efectos negativos anteriores tendría lugar. O al
menos tendrían una incidencia mucho menor. En unos primeros momentos
podría darse todo tipo de especulaciones y movimientos de capitales,
pero inmediatamente todo volvería a un cauce sosegado. Más aún, dado que
la que quedaría debilitada en sus expectativas –y por tanto en su
moneda común– sería el resto de la Unión Monetaria, la nueva moneda
alemana –supongamos que recuperara el marco– se convertiría
inmediatamente en moneda de refugio. Si esto ocurre, el saldo neto de
flujo de capitales podría ser positivo, es decir, entrarían capitales
financieros en lugar de huir; los tipos de interés de los título
denominados en la nueva moneda caerían ante el aumento de oferta de
dinero buscando una mayor seguridad proveniente del resto de los países
de la Unión, y la nueva moneda, a consecuencia de lo anterior, se
revalorizaría. La única desventaja para Alemania –a diferencia de lo que
ocurría para España por el efecto contrario antes comentado– es que la
balanza de pagos comercial se deterioraría, castigando las exportaciones
y privilegiando las importaciones. Pero el efecto neto en la economía
alemana cabe apostar que sería positivo. A medio plazo la economía
alemana sería la que fue. El mayor peligro sería para los asalariados
alemanes porque el país tendría una inercia en convertirse en el centro
financiero de la Europa continental, al igual que ocurre y ha ocurrido
con el Reino Unido y su libra a nivel mundial en detrimento de su
industria[1]. Pero los sucesivos gobiernos tendrían tiempo para corregir
los efectos más indeseados y los políticos alemanes podrían abandonar a
tiempo la mentira como instrumento político. En esta situación ya no
necesitarían engañar a sus votantes echando la culpa de sus males a los
vagos y pocos productivos países del sur de Europa. Cabe pensar que
algún país de la órbita alemana seguiría sus pasos, especialmente
Holanda y Austria, pero esto ya es mucho más difícil de pronosticar. En
definitiva, si esas expectativas, esos animal spirits de los que hablaba
Keynes, se vuelcan en la nueva moneda germana –el antiguo marco
resucitado– favorablemente y tienden a considerarla como moneda de
reserva, todos los males señalados para el caso español se resolverían
favorablemente para Alemania.
¿Y cómo quedaría el resto de la Unión
Monetaria? Pues hay que admitir que, al menos a corto plazo, una Unión
como la presente es un juego de suma cero, y si Alemania saliera con
ventaja en algún aspecto lo sería a costa del resto de la Unión.
Especialmente en el aspecto cambiario y en el flujo de capitales
financieros. Sin embargo, a medio plazo todo llevaría a una situación
que dependería de los fundamentos de cada economía, es decir, la de
Alemania por un lado y la del resto de la Unión por otra. La nueva
pregunta es si ese resto de Unión Monetaria -que podríamos tildar ya de
mediterránea- sería estable y habría resuelto todos los problemas que
ocasiona la presencia de Alemania y la política de la Merkel por la
austeridad impuesta y la falta de un verdadero Banco Central, un banco
que sea también de los Estados[2]. Los tres países que comandarían esta
Unión Mediterránea serían Francia (2,11 billones de euros), Italia
(1,62) y España (1,05), por este orden. El resto apenas contaría
políticamente. Cabe pronosticar además que Bélgica seguiría los pasos de
Francia y Portugal los de España. Más incertidumbre habría con los
países que quedarían en esta hipotética Unión Mediterránea provenientes
de la esfera de influencia de la antigua Unión Soviética. Habría un
peligro y es el de que si Alemania saliera reforzada de su separación –o
al menos sin pérdidas de PIB y peso económico– el efecto demostración
caería sobre Francia y la derecha y extrema derecha francesa como ave
rapaz sobre su presa. El problema para el gobierno francés de turno en
ese caso sería que la sociología electoral les llevaría a caminar sobre
pasos germanos. Francia tendría más problemas que Alemania porque su
peso económico es menor y su industria –salvo excepciones– tiene
dificultades para sobrevivir. En ese caso, y si Francia se fuera de la
Unión Monetaria, no tendría razón de ser, el resto de la Unión –España e
Italia principalmente– tampoco. La Unión habría fracasado porque se ha
planteado mal, se ha hecho la casa por el tejado, pero los costes de
transición a una mera Unión Económica se habrían minimizado. Y a largo
plazo estaríamos mejor y se habría demostrado que sin unión política en
un solo Estado previa -con todas sus consecuencias- son muy difíciles
uniones meramente monetarias[3].
Es verdad que la Historia demuestra que
de lo previsto a lo acontecido hay un trecho, pero de todo el ejercicio
de ucronía anterior queda algo solvente creo, algo que debiera quedar
claro meridianamente: que si Alemania no se va primero no se puede
deshacer la Unión Monetaria. Y eso por más contraproducente para los
Estados del sur que representa la hegemonía alemana, este nuevo IV Reich
que la Merkel –una Hitler con faldas y sin tanques– quiere imponer en
Europa. La Unión Monetaria –no necesariamente la Unión Económica– puede
deshacerse pero, paradójicamente, no comenzando por el eslabón más débil
sino por el más fuerte. Alemania reúne todos los requisitos: supera en
700.000 millones de PIB al segundo, tiene tradición y vocación de
sacrificarlo todo para hacer de su moneda una moneda de reserva mundial,
compite con tecnología avanzada y con salarios medios a la baja, gran
exportador, primera bolsa continental y, actualmente, con una dirigente
sin escrúpulos que ha asumido el principio goebeliano de que una mentira
repetida mil veces se convierte en una verdad.
Pero respecto a este último punto no
conviene jugar con fuego. Pensemos que la Unión Económica es incapaz de
dar solución al problema que ella misma ha causado con la austeridad en
el caso griego, país que sólo representa el 2% de la Unión. Con la
política de austeridad propiciada por Berlín, FMI y la Comisión han
llevado al país heleno a perder un 25% de su PIB, a más de un 25% de
paro y a dejar la deuda pública en un 178% de su PIB. De alguna manera
la Merkel con sus acciones y los votantes de la coalición de la Merkel
están empujando a Europa a salidas extremistas. De alguna manera están
exportando el fascismo que un día asoló su país. Y eso es muy peligroso
porque, aunque los fascismos al final fueron derrotados, lo fueron
dejando un rastro de más de 50 millones de muertos por el camino. Si
Alemania tuviera el peso económico que tenía en el mundo en 1939 y de no
haber armar nucleares, ya estaríamos en la III Guerra Mundial. La
Merkel, consciente o inconscientemente, está propiciando las
consecuencias de una guerra en Europa sin pasar por ella, sin ejércitos
que batallen. Al menos valga como consuelo. Hace poco el primer minstro
alemán exigía que el gobierno griego despidiera a 150.000 de sus
funcionarios sin más. Esa exigencia, ese chantaje que somete la llamada
troika al pueblo heleno es puro fascismo aunque sin campos de
concentración. La Merkel está jugando con fuego. La incógnita es si es
consciente de ello.
[1] Eso ocurre con USA y su moneda,
manteniendo permanentemente tipos de interés del dinero por encima de
los tipos europeos. Hasta ahora este país ha mantenido esa diferencia en
su contra –en contra porque eso debería perjudicar las inversiones
domésticas–, pero el peso de su industria respecto al resto del planeta
ha sido tal que ha compensado ese diferencial de tipos de interés en su
contra. Pero ello no podrá ser mantenido por mucho tiempo. En realidad
todos los grandes imperios han caído al final por problemas fiscales, y
valgan como ejemplo los casos del caso del Imperio romano o del Imperio
español.
[2] Es lo que está intentando Draghi
desde el Banco Central, prometiendo comprar 60.000 millones de euros
mensuales en títulos de la Unión Económica hasta septiembre del 2016,
con un 80% destinado a la compra de títulos públicos (deuda pública en
el mercado secundario).
[3] Existen algunas uniones monetarias
–cuasi uniones- pero no tienen ni con mucho la enjundia que se pretende
con la unión monetaria europea. El euro es moneda de reserva
internacional, el PIB de la Unión Económica (la de los 28) iguala al de
USA y ni el euro ni el dólar –ninguna moneda– es exigible su conversión
en oro por los bancos centrales a petición de los Estados acreedores
(depositantes).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario