ANTE EL 24-M: ELECCIONES Y DICTADURA
Los próximos comicios municipales y autonómicos suscitan ciertas
reflexiones.
El voto es no-libre. Porque toda campaña electoral es una operación de engaño y manipulación.
Existe un mega-aparato mediático muy poderoso que viola la libertad de
pensamiento. Los poderes económicos dominan la industria de la conciencia. El
sistema educativo alecciona y amaestra. La intelectualidad y estetocracia son
agentes del statu quo. Así pues, ningún acto electoral bajo el actual orden realiza
ni puede realizar la soberanía popular.
La formación de la voluntad política exige debate y deliberación,
no adoctrinamiento. Una
campaña electoral sólo admite la controversia entre los diversos candidatos
mientras que el sujeto común ha de reducirse a espectador, a contemplar sin
participar. En una democracia la reflexión colectiva y la deliberación tienen
lugar con la participación de todos, sin delegar esas funciones en políticos
profesionales ni en expertos. Por tanto, el régimen actual es una dictadura
política.
La partitocracia busca su propio bien no el bien del
pueblo. Sólo el pueblo políticamente organizado,
constituido en asambleas soberanas gubernativas, legislativas, deliberantes,
ejecutivas, convivenciales, ordenadoras de la economía y judiciales, puede
realizar su propia bien. La partitocracia busca puestos gubernamentales bien
remunerados, y hacer negocios mil -legales e ilegales- desde ellos. El 24-M
está en juego, además de pingües subvenciones estatales y de préstamos (donaciones)
de la banca a los partidos, unos 200.000 empleos a 4.500 euros netos de media.
Por atraparlos aquéllos prometen, sobornan, embaucan… En nada se diferencia la
casta (PP, PSOE, ERC. PNV, Coalición Canaria, CiU, CUP, Bildu, Anova e IU) de
la neo-casta (Ciudadanos y Podemos), salvo que la neo-casta, en particular
Podemos, es todavía más corrupta, inmoral, arrogante y carca que la casta.
La llamada “democracia representativa” es una
dictadura. En ella, incluso
formalmente, gobiernan los representantes del pueblo (en realidad lo hace el
Estado y la gran empresa) pero no el pueblo. Nada importante puede delegarse y,
por tanto, tampoco la participación en la vida política, que tiene que ser
directa, cada cual por sí mismo junto con sus iguales. El régimen actual es una
farsa, un orden opresivo y tiránico.
Votar con libertad es parte pero no el todo de la
vida democrática. La intervención
de todas y cada una de las personas en el gobierno de la sociedad se hace a
través de las instituciones de participación, en primer lugar de la asamblea,
en un día a día permanente de reflexionar, deliberar, actuar, intervenir,
obrar, decidir, establecer, fiscalizar… La persona es mucho más que un simple
votante, es sujeto soberano multi-activo y poli-participativo que ejerce su
libertad con responsabilidad y altruismo, por virtud cívica.
El voto no puede ser mercantilizado. Hoy el sufragio se entrega a cambio de más dinero
estatal, más prestaciones sociales, etc., lo que es una actualización de las
prácticas de la compra de votos del viejo caciquismo, miserable labor en la que
destaca la izquierda. Ha desaparecido el idealismo, la búsqueda del bien común
y la voluntad de servir a la comunidad. En una sociedad libre y regenerada el votar
será un actuar desinteresado y magnánimo, no repulsivo mercadeo, además de
quedar integrado en las formas directas de participación política.
Gobierna el Estado, no el gobierno. Esto significa que no importa qué gobierno salga
de unos comicios pues sus funciones son secundarias y subordinadas dado que lo
esencial del regir y mandar lo efectúa el Estado, que no es elegible. En las
elecciones se designan (de manera no-libre) al gobierno (central, autonómico o
municipal), que es potestad subordinada, pero no se elige al Estado, que es el
posesor del poder militar, policial, judicial, funcionarial, legislativo,
educativo, económico-legal, monetario, diplomático, biopolítico, religioso,
etc. Por tanto, da lo mismo votar a un partido u a otro, y votar que no votar.
El Estado (junto con la gran empresa) se reserva la política mientras que el
gobierno, los partidos y el parlamento se dedican a la politiquería. Los necios
creen que ésta última es real, que es algo más que verborrea…
Las elecciones realizan, afirman y confirman el
orden constituido. Esa es su
función, crear la ilusión de democracia, participación y libertades, integrar
al sujeto en los mecanismos del orden establecido, haciéndole confiar en las
instituciones. Por eso conviene no participar, mantenerse fuera, de espaldas y
al margen.
Lo que importa y cuenta es reconstruir al pueblo. Para la transformación revolucionaria de la
sociedad lo previo y decisivo es que el pueblo sea sujeto agente. Para ello
tiene que existir por sí y desde sí, ajeno a las instituciones, diferenciado
netamente del poder constituido, no dependiendo de él. La subordinación del
pueblo al Estado es la meta de todas las formas actuales de reacción y
conservadurismo. La reconstrucción de la autonomía del pueblo es el signo de
quienes desean la revolución. Desarrollar la conciencia, solidaridad,
autoconfianza, sabiduría, calidad autoconstruida de la gente común es lo
decisivo, no mendigar a o desde las instituciones tales o cuales sobornos y
limosnas.
El sistema está fosilizado y no admite reformas ni
mejoras, no puede ser cambiado ni utilizado. La ilusión pueril de ir a las instituciones a mejorar esto y lo otro
(siempre insignificancias) choca con la experiencia diaria de que la sociedad
actual es inamovible, por rígida, autocrática y senil. Todo en ella está
decidido, legislado y normativizado al milímetro, nada puede hacerse de
novedoso, salvo si decide el Estado alterar (empeorar) algo. No existe ni un
solo caso en el mundo en que la participación en las elecciones haya logrado
algo o cambiado algo útil para el pueblo. Ni lo hay ni lo habrá. Quienes prometen
cambios lo hacen para atrapar votos, para tener poder y enriquecerse.
Las instituciones malean y asimilan a quienes se
integran en ellas. El
incorporarse a los aparatos de poder no es gratuito pues quienes de buena fe lo
hacen también resultan absorbidos, esto es, envilecido y degradados, por ellos.
Los seres humanos son mucho más lo que hacen que lo que piensan y quienes
actúan en las instituciones terminan siendo parte del statu quo. Ahí está la
experiencia de la izquierda abertzale en Euskal Herria, ¿qué ha logrado con su
presencia en las instituciones española como neo-funcionariado? Nada positivo y
muchísimo negativo, desarticular el movimiento popular en la calle, imponer un
programa socialdemócrata pro-capitalista y hacerse ella misma una parte del
Estado español. Con eso la revolución integral y la liberación nacional del
pueblo vasco están hoy mucho más lejos. Lo mismo puede decirse de las CUP en
Cataluña, simple chico de los recados a las órdenes del españolismo
“soberanista” y burgués de CiU.
Los pueblos y los barrios necesitan autoorganizarse
asambleariamente, no ayuntamientos. Los municipios tienen que ser autónomos del poder central y
autonómico para realizar la soberanía vecinal a través de una asamblea o trama
de asambleas locales soberanas que ordenen la vida pública municipal al mismo
tiempo que respeten la autonomía de la persona. Un gobierno municipal por
asambleas es lo necesario porque sólo él puede realizar la libertad del
municipio. Hay que recuperar la gran tradición asamblearia municipal de los
pueblos peninsulares, que es milenaria.
El régimen partitocrático es estructuralmente
inmoral y perverso. Sus
fundamentos no pueden ser peores: la mentira, la codicia, el dinero, el engaño,
las reyertas sin fin por más poder, la corrupción, la zafiedad verbal, la
represión, el legicentrismo… Nadie que sea decente puede desear entrar en ese cenagal.
Necesitamos una revolución ética y axiológica (de los valores) que sólo puede
hacerse desde fuera de la politiquería institucional. Mientras el pueblo es en
sí moral (aunque no el populacho) las instituciones son por si inmorales, dado
que se guían por la razón de Estado, que tiene en Maquiavelo su más destacado
portavoz.
No puede haber vida política democrática con trabajo
asalariado. El salariado deja a la
persona exhausta, sin fuerza ni energía, al apropiarse el empresario de la
totalidad de la potencia vital del trabajador. Éste, en tales condiciones, no
es capaz de ocuparse de la cosa pública, no está en condiciones de ser sujeto
soberano. La erradicación del régimen salarial, el fin del capitalismo y la
reducción del tiempo de trabajo a lo mínimo necesario son precondiciones de un
orden de participación popular en la vida política. El régimen de dominación
capitalista necesita del parlamentarismo, donde todo se reduce a emitir un voto
no libre, no informado y no meditado, que para nada positivo vale, pero la
libertad política se asienta en el trabajo libre.
No hay democracia sin comunalidad. El sujeto atomizado y asocial de la modernidad no
es apto para la participación política. Ésta es irrealizable sin una sociedad
convivencial, en la que las formas naturales de sociabilidad hayan sido
recuperadas. En el plano municipal es imprescindible constituir un patrimonio
comunal de nuevo tipo, con las tierras, las empresas y los negocios de la gran
patronal y el ente estatal, para que el trabajo libre en común resocialice al
municipio y hermane a los vecinos, haciendo posible la vida asamblearia, por
tanto, la actividad política. Sin democracia económica no puede haber
democracia política, y viceversa.
Sin sujeto autoconstruido no puede haber democracia. La nulificación de la persona hasta reducirla a
ser nada es imprescindible al sistema político actual, al régimen de dictadura
constitucional, partitocrática y parlamentarista para conseguir docilidad,
apatía, resignación, ignorancia, cobardía, egotismo y sumisión. Un sujeto
recuperado como persona es imprescindible para la democracia verdadera, del
mismo modo que un sujeto triturado lo es para la tiranía hoy en activo.
La democracia es revolución y sólo ésta puede
realizarla. Muchos son los que
buscan algún tipo de régimen parlamentario que sea “democrático”. Creen que
puede serlo un orden republicano, una nueva Constitución surgido de un futuro
proceso constituyente, o el sistema actual con tales o cuales reformas
políticas. Se equivocan. Todo eso es el mismo perro con distintos collares. Lo
que tenemos ante nosotros no es un sistema “democrático” con defectos sino una
forma clásica de dictadura política a la que hay que derrocar para conquistar
la libertad, de conciencia, política y civil, e instaurar la soberanía popular.
A eso se le llama revolución. Todo parlamentarismo es una tiranía de los
poderes fácticos, estatales y empresariales, y quien tal no exponga, no lo
denuncie, es cooperador con dicha dictadura. Porque no hay democracia mientras
la gran empresa domine muestras vidas, el ente estatal nos haga sus neo-siervos
y el régimen salarial nos embrutezca y deshumanice.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario