Por Richard Hofstadter
Traducción
del famoso artículo “El estilo paranoico en la política estadounidense”
del historiador estadounidense Richard Hofstadter publicado en la
revista Harper en noviembre de 1964.
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Pasó
mucho tiempo antes de que la Derecha Radical lo descubriera – y sus
objetivos se dirigieran no solamente a “los banqueros internacionales”,
sino también a los Masones, los Jesuitas y los fabricantes de armas.
La
política estadounidense parece desenvolverse muy a menudo en un
escenario para mentes crispadas. En los últimos años hemos visto mentes
crispadas aparecer sobre todo en las formaciones de extrema derecha, que
ahora han demostrado en el seno del movimiento de Barry Goldwater
cuánta influencia política se puede conseguir de las animosidades y
pasiones de una pequeña minoría. Pero detrás de todo esto creo que no se
trata de un estilo del todo nuevo y que no necesariamente concierne
sólo a la derecha. Yo lo llamo estilo paranoico, simplemente porque no
encuentro otra palabra que evoque adecuadamente el exagerado
acaloramiento, la desconfianza y la fantasía conspirativa que tengo en
mente. Con la expresión “estilo paranoico” no hablo en un sentido
clínico, pero puedo coger prestado este término clínico para otros
fines. No tengo ni la competencia ni el deseo de clasificar a las
figuras del pasado o del presente como alienados mentales. De hecho, la
idea del estilo paranoico como una fuerza presente en la política
tendría poca relevancia contemporánea o valor histórico si se aplicara
sólo a los hombres con una mente profundamente perturbada. Es el uso de
esas formas paranoicas de expresión por parte de personas más o menos
normales lo que hace que sea un fenómeno significativo.
Por
supuesto, este término es peyorativo, y así se propone; el estilo
paranoico tiene una mayor afinidad por las causas perversas que por las
honestas. Pero en realidad nada impide que un programa o unas peticiones
sólidas se expresen en este estilo paranoico. Este estilo tiene más que
ver con la forma con que se defienden estas ideas que con la verdad o
falsedad de las mismas. Estoy interesado en comprender nuestra
psicología política a través de nuestra retórica política. El estilo
paranoico es un fenómeno antiguo y recurrente en nuestra vida pública
que frecuentemente se ha relacionado con sospechosos movimientos de
descontento.
Aquí tenemos al senador McCarthy hablando en junio de 1951 sobre la lamentable situación de Estados Unidos:
“¿Cómo
podemos comprender nuestra actual situación a menos que consideremos
que los dirigentes de este Gobierno nos han llevado al desastre? Es el
resultado de una conspiración a tan gran escala que toda la historia
precedente del hombre queda empequeñecida. Una infame conspiración tan
oscura que una vez descubierta sus promotores serán siempre merecedores
de las maldiciones de todos los hombres honestos… ¿Qué se puede hacer
con esta serie ininterrumpida de decisiones y actos que contribuyen a
una estrategia de la derrota? No se puede atribuir a su
incompetencia… Las leyes de la probabilidad dicen que parte de… [las]
decisiones servirían a los intereses del país”.
Si volvemos ciento ciento cincuenta años atrás, al manifiesto firmado en 1895 por una serie de dirigentes del Partido Populista:
“Desde
1865-1866 los especuladores con el oro de Europa y Estados Unidos han
perpetrado una conspiración… Durante casi treinta años, estos
conspiradores han entretenido a la gente en cuestiones menores, mientras
perseguían con celo implacable su único y central propósito… Cada
resorte de la traición, todos los recursos del arte de gobernar, y cada
artificio saben de la conspiración secreta que los mercaderes
internacionales del oro están utilizando para asestar un golpe a la
prosperidad de la gente y la independencia financiera y comercial del
país”.
O este artículo de prensa aparecido en Texas en 1855:
“Es un hecho conocido que los Reyes de Europa y el Papa de Roma están trabajando en nuestra destrucción y suponen
una amenaza para la desaparición de nuestras instituciones políticas,
civiles y religiosas. Tenemos muchas razones para creer que la
corrupción se ha instalado en nuestra Cámara Ejecutiva, y que nuestro
Jefe Ejecutivo está contaminado con el infeccioso veneno del
catolicismo… El Papa ha enviado recientemente a su embajador de Estado a
este país en una comisión secreta, lo cual supone una enorme audacia de
la Iglesia Católica en Estados Unidos… Estos esbirros del Papa están
insultando con audacia a nuestros Senadores; reprenden a nuestros
estadistas; proponen la unión adúltera de la Iglesia y el Estado; calumnian
a todos los Gobiernos, excepto a los católicos, escupiendo maldiciones a
todo el protestantismo. Los católicos de Estados Unidos reciben del
exterior más de 200.000 dólares anuales para la propagación de su credo.
Añádase a ello los enormes ingresos recaudados aquí…”.
Estas
citas nos dan una idea de este estilo. En la historia de Estados Unidos
lo encontramos, por ejemplo, en el movimiento antimasónico, en el
movimiento nativista y anticatólico, en algunos portavoces del
abolicionismo que consideraban que Estados Unidos estaba sometido a una
conspiración de los dueños de los esclavos, en muchos alarmistas sobre
los mormones, el Billete Verde [N. del T.:una forma de moneda de Estados
Unidos, en concreto de la Reserva Federal, con el reverso de color
verde, de ahí el apodo de billete verde], en algunos escritores
populistas que construyeron una conspiración de los banqueros
internacionales, o la conspiración de los fabricantes de armas durante
la Primera Guerra Mundial, en la prensa popular de la izquierda, en el
ala derecha estadounidense contemporánea, y a ambos lados de ese
polémico enfrentamiento de hoy en día entre los Consejos Ciudadanos Blancos y Musulmanes Negros.
No me propongo rastrear en las variaciones del estilo paranoico que se
pueden encontrar en todos estos movimientos, así que me limitaré a unos
pocos episodios destacados de nuestra historia reciente en la que este
estilo arquetípico surgió en todo su esplendor.
Iluminismo y Masonería
Comienzo con un episodio particularmente revelador: el pánico que se desató en algunos sectores a finales del siglo XVIII por las actividades supuestamente subversivas de los Iluminati de Baviera.
Este
pánico formaba parte de la reacción general a la Revolución Francesa.
En Estados Unidos se intensificó por la respuesta de ciertos hombres,
sobre todo en Nueva Inglaterra y entre el clero, ante el ascenso de la
democracia Jeffersoniana. El Iluminismo fue iniciado en 1776 por Adam
Weishaupt, profesor de derecho de la Universidad de Ingolstadt. Sus enseñanzas no son otra cosa que
una versión del racionalismo de la Ilustración, aderezado con el
ambiente anticlerical de la Baviera del siglo XVIII. Fue un movimiento
un tanto ingenuo y utópico que aspiraba en última instancia a que la
raza humana se sometiese a las reglas de la razón. Su racionalismo
humanitario parece haber tenido bastante influencia en las logias masónicas.
El primer contacto de ls
estadounidenses con el Iluminismo fue en 1797, con la publicación de un
volumen en Edimburgo ( y posteriormente reimpreso en Nueva York) bajo
el título Pruebas
de una conspiración contra las religiones y los gobiernos de Europa,
perpetrada en las reuniones secretas de los francmasones, los Iluminati y
las Sociedades de Lectura. Su autor fue un famoso científico escocés, John Robison, que había tenido contacto un tanto informal
la Masonería en Gran Bretaña, pero cuya imaginación se había inflamado
por la francmasonería del continente, que consideraba mucho menos
inocente. Robison hizo su trabajo dentro de sus posibilidades, pero al
tratar el carácter moral y la influencia política del Iluminismo, hizo
el característico salto paranoide en el terreno de la fantasía. La
asociación, decía, se formó “con el propósito expreso de erradicar todos los establecimientos religiosos, y acabar con todos los gobiernos europeos”. Se había convertido en “un gran proyecto con propósitos perversos y actuaba a lo largo de toda Europa”. Y a ella le atribuyó un papel relevante en el triunfo de la Revolución Francesa. Los veía como
libertinos, un movimiento anticristiano, que corrompía a las mujeres,
que cultivaba los placeres sensuales, y violaba el derecho de propiedad.
Sus miembros tenían entre sus planes la fabricación de un té que
causaba el aborto por medio de una sustancia secreta que “ciega o mata cuando brota en la cara”, y un dispositivo parecido a una bomba que produce un fuerte hedor y “llena la habitación con vapores pestilentes”.
Todas estas nociones no tardaron en extenderse por Estados Unidos. En mayo de 1978, un pastor del centro Massachusetts Congregational
de Boston, Jedidiah Morse, pronunció un oportuno sermón al joven país,
que estaba entonces fuertemente dividido entre jeffersonianos y
federalistas, francófilos y anglosajones. Habiendo leído a Robison,
Morse estaba convencido de la existencia de una conspiración jacobina
iniciada por el Iluminismo, y que el país debía unirse para defenderse.
Sus advertencias fueron escuchadas en Nueva Inglaterra, donde los
Federalistas estaban atentos a la creciente ola de infidelidad
religiosa o a la democracia Jeffersoniana. Timothy Dwight, presidente de
Yale, continuó con el sermón de Morse en su discurso del cuatro de
julio sobre el deber de los estadounidenses en la actual crisis, en
el que cargó contra el Anticristo con su retórica brillante. Pronto por
todos los púlpitos de Nueva Inglaterra sonaron denuncias contra los
Iluminati, como si el país estuviera plagado de ellos.
El
movimiento antimasónico de finales de los años 1820 y 1830 asumió y
amplió la obsesión por la conspiración. Al principio, este movimiento
pudiera parecer que no era otra cosa que una mera extensión o repetición
del movimiento antimasónico cuyo clamor se hacía oír contra los Iluminati
en Baviera. Pero mientras que los temores durante la década de 1790 se
circunscribían principalmente a Nueva Inglaterra y estaban relacionados
con un punto de vista ultraconservador, el movimiento antimasónico se
extendió posteriormente por muchas zonas del norte de Estados Unidos,
íntimamente ligado a la democracia popular y el igualitarismo rural.
Aunque el movimiento antimasónico se convirtió en un movimiento
antijacksoniano (Jackson era masón), las primeras manifestaciones de
animosidad contra la pérdida de oportunidades para el hombre común y en
contra de las instituciones aristocráticas se vieron en la cruzada de
Jackson contra el Banco de Estados Unidos.
El
movimiento antimasónico no era el producto sólo de un entusiasmo
natural, sino también de las vicisitudes de la política de partidos. Fue
asumida y utilizada por un gran número de personas que no compartían en
su totalidad los sentimientos antimasónicos originales. Consiguió el
apoyo de varios hombres de estado de renombre, aunque sólo se tratara de
un simple gesto, pero que los políticos no podían darse el lujo de
ignorar. Aún así, fue un movimiento popular de un considerable poder, y
los mayores entusiastas de las zonas rurales le dieron un verdadero
impulso, pues creían en ello de todo corazón.
El estilo paranoico en acción
La
Sociedad John Birch está intentado suprimir de la programación una
serie de televisión sobre las Naciones Unidas por medio de una campaña
de envío masivo de cartas al patrocinador… Xerox Corporation. La
Compañía, sin embargo, tiene la intención de seguir adelante con los
programas…
En
la edición de julio del boletín de la Sociedad John Birch… se dice que
“un alud de cartas debe convencerlos de la imprudencia de su propuesta
de acción, del mismo modo que se persuadió a United Air Lines a dar
marcha atrás y quitar el emblema de la ONU de sus aviones”. (Un portavoz
de United Air Lines confirmó que el emblema de la ONU fue retirado de
sus aviones después de una considerable reacción pública en contra de su
presencia).
John
Rousselot, representante de Birch, dijo: “No nos gusta que una empresa
de este país promueva la ONU, cuando sabemos que es un instrumento de la
conspiración comunista soviética”.
– San Francisco Chronicle, 31 de julio de 1964.
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En
cuanto que sociedad secreta, la Masonería fue considerada como una
conspiración permanente contra el Gobierno republicano. Se les
consideraba particularmente susceptibles de traición – como el caso de
la famosa conspiración de Aaron Burr, de la que se acusó a los masones.
La Masonería también fue acusada de constituir un sistema separado de
lealtad, un imperio independiente en el marco de los Gobiernos federal y
estatal, que era incompatible con la lealtad a ellos. Se argumentó, de
manera plausible, que los masones habían establecido una jurisdicción
propia, con sus propias obligaciones y castigos, susceptibles de
aplicación, incluso con la pena de muerte. Este es básicamente el
conflicto entre secreto y democracia, y por el cual otras sociedades,
más inocentes, como Phi Beta Kappa, fueron atacadas.
Ya
que los masones estaban comprometidos en acudir en ayuda de otros en
circunstancias de emergencia, para ampliar la indulgencia fraternal en
cualquier momento, se decía que la orden podía anular la aplicación de
la legislación ordinaria. Policía, sheriffs, jurados y jueces, todos
ellos podían ser cómplices de los fugitivos y delincuentes masónicos.
También se pensaba que la prensa estaba amordazada por los propietarios y
editores masónicos, razón por la cual no se informaba de la
conspiración masónica. En un momento en que en Estados Unidos casi todos
la fortaleza de los privilegios estaba siendo asalta por los principios
democráticos, la Masonería era atacada como una fraternidad que ofrecía
oportunidades privilegiadas y de monopolio de los cargos políticos.
Puede
haber habido ciertos elementos de verdad en estos puntos de vista sobre
la masonería. Lo que hay que destacar aquí, sin embargo, es el marco
apocalíptico y absolutista en que se expresaba comúnmente esta
hostilidad. Los antimasones no se contentaron simplemente con decir que
las sociedades secretas era una idea perversa. Los autores de tesis más
comunes contra la Masonería declararon que la Masonería era “no sólo
abominable, sino también la institución más peligrosa que jamás haya
creado el hombre… Se puede decir que realmente es una obra infernal”.
La amenaza de los jesuitas
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