lunes, 14 de septiembre de 2015

Lecciones de Trotski

 
 
Pues efectivamente. Ni puñetera idea de trotskismo. Siempre me ha resultado misterioso, y lo he ido dejando. Si acaso, cuando me incineren, que depositen en el ataúd de cartón las obras completas del genio, para tener lectura en el largo viaje… Aunque bien pensado… Diablos, mejor no. Bueno. ¿Qué lecciones puede darnos El Pato?

De la lectura de las obras de Stalin, aprendí que Stalin era más libertario que Trotski. Mientras que Trotski –según Stalin– quería dirigir la URSS como un cuartel, Stalin hablaba de darle cancha a los sindicatos y voz a los trabajadores. Primera lección: ganó Stalin. Siempre gana el malo.

Stalin, se fue volviendo más y más sanguinario. Hay que contextualizarlo: cercada la URSS por potencias imperialistas, y más tarde con Hitler en el poder, Stalin tenía la obligación de lograr la unidad interna para enfrentarse a los enemigos externos y eternos. ¿Y qué mejor forma de lograr la unidad del partido, que siendo sanguinario?

Entonces, el perplejo Trotski pudo ver desde el exilio, cómo Stalin iba logrando que montones de comunistas confesaran en juicio traiciones increíbles. Pum pum, cuatro tiros. Hacia 1940, solo quedaba Trotski en la oposición. Había llegado su turno. 

El individuo designado por la historia para acabar con El Pato fue un comunista español. Al pobre Ramón Mercader le preguntaron: “¿estás dispuesto a todo para lograr un mundo igualitario, libre y socialista?”, y dijo que “sí” sin pensarlo dos veces. Segunda lección: si algún día te hacen esa pregunta de manera no retórica (como si te fueran a dar un piolet), ya sabes lo que hay que contestar: “no”. Que le den por culo a la historia.

Trotski en sus últimos días  se dedicó a denunciar la liquidación de la oposición interna del partido por Stalin. Pero siempre justificó las eliminación de la oposición externa realizada por él y por Lenin cuando mandaban. Trotski justificó sus actuaciones porque: a) estaba metido en una guerra civil; y b) tenía que defender el Estado Obrero. Tercera lección: si un comemierda te indica que hay que liquidar opositores porque “es la guerra”, sal corriendo a las antípodas. Posiblemente de haber permitido Lenin y Trotski la oposición externa, Stalin no hubiese liquidado la interna.

Trostky, abrumado, se preguntaba cómo era posible que revolucionarios audaces, claudicasen ante Stalin confesando disparates. Pues porque todos esos revolucionarios eran culpables de algo. En cambio, los que se pusieron tercos y no confesaron, eran inocentes de todo. Andreu Nin, por ejemplo, no confesó, y por eso lo tuvieron que matar y descuartizar. Ahora bien, si Nin hubiese tenido costumbre de mentir y de chivarse, pues seguramente hubiese confesado ser un agente de Franco. Por lo tanto, cuarta lección: si no quieres confesar, como mínimo, tienes que ser inocente de todo, porque lo mismo te va a dar. 

Todo eso aprendí de Trotski. Y recuerda: pueblo chico, infierno grande. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.

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