Bolívar a Rodríguez: Usted formó mi corazón para la libertad y la justicia
El
19 de enero de 1824 el Libertador Simón Bolívar envió una carta al
maestro venezolano Simón Rodríguez recordándole su admiración y
agradecimiento por haberle inculcado los valores de libertad y justicia
que rigieron su vida.
Al momento de
la redacción de la misiva, en Pativilca, Perú, Bolívar tenías más de 18
años sin ver a Rodríguez y habían pasado casi tres años de la gesta
independentista librada en el Campo de Carabobo.
Tras
enterarse de su regreso de Europa al “nuevo mundo”, el Libertador
invitaba a su maestro a visitarlo, en honor sino de su amor a la patria,
al menos en consideración de la amistad que los unía más allá del
vínculo educador-alumno.
Allí
Bolívar insiste en que mantiene intactas las enseñanzas dadas por
Robinson, pseudónimo del maestro, y que todo el fruto de su lucha
libertaria le pertenece también a él.
A continuación el texto íntegro de la carta:
Oh
mi Maestro! Oh mi amigo! Oh mi Robinson! Vd. en Colombia! Vd. en
Bogotá, y nada me ha dicho, nada me ha escrito. Sin duda es Vd. el
hombre más extraordinario del mundo; podría Vd. merecer otros epítetos
pero no quiero darlos por no ser descortés al saludar un huésped que
viene del Viejo Mundo a visitar el Nuevo; sí, a visitar su patria que ya
no conoce, que tenía olvidada, no en su corazón sino en su memoria.
Nadie más que yo sabe lo que Vd. quiere a nuestra adorada Colombia. ¿Se
acuerda Vd. cuando fuimos juntos al Monte Sacro en Roma a jurar sobre
aquella tierra santa la libertad de la patria? Ciertamente no habrá Vd.
olvidado aquel día de eterna gloria para nosotros; día que anticipó, por
decirlo así, un juramento profético a la misma esperanza que no
debíamos tener.
Vd., Maestro mío,
cuánto debe haberme contemplado de cerca aunque colocado a tan remota
distancia. Con qué avidez habrá seguido Vd. mis pasos; estos pasos
dirigidos muy anticipadamente por Vd. mismo. Vd. formó mi corazón para
la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he
seguido el sendero que Vd. me señaló. Vd. fue mi piloto aunque sentado
sobre una de las playas de Europa. No puede Vd. figurarse cuán
hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que Vd. me ha
dado; no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes
sentencias que Vd. me ha regalado. Siempre presentes a mis ojos
intelectuales las he seguido como guías infalibles. En fin, Vd. ha visto
mi conducta; Vd. ha visto mis pensamientos escritos, mi alma pintada en
el papel, y Vd. no habrá dejado de decirse: todo esto es mío, yo sembré
esta planta, yo la regué, yo la enderecé tierna, ahora robusta, fuerte y
fructífera, he aquí sus frutos; ellos son míos, yo voy a saborearlos en
el jardín que planté; voy a gozar de la sombra de sus brazos amigos,
porque mi derecho es imprescriptible, privativo a todo.
Sí,
mi amigo querido, Vd. está con nosotros; mil veces dichoso el día en
que Vd. pisó las playas de Colombia. Un sabio, un justo más, corona la
frente de la erguida cabeza de Colombia. Yo desespero por saber qué
designios, qué destino tiene Vd.; sobre todo mi impaciencia es mortal,
no pudiendo estrecharle en mis brazos: ya que no puedo yo volar hacia
Vd. hágalo Vd. hacia mí; no perderá Vd. nada; contemplará Vd. con
encanto la inmensa patria que tiene, labrada en la roca del despotismo
por el buril victorioso de los libertadores, de los hermanos de Vd. No,
no se saciará la vista de Vd. delante de los cuadros, de los colosos, de
los tesoros, de los secretos, de los prodigios que encierra y abarca
esta soberbia Colombia. Venga Vd. al Chimborazo; profane Vd. con su
planta atrevida la escala de los titanes, la corona de la tierra, la
almena inexpugnable del Universo nuevo. Desde tan alto tenderá Vd. la
vista; y al observar el cielo y la tierra, admirando el pasmo de la
creación terrena, podrá decir: dos eternidades me contemplan: la pasada y
la que viene; y este trono de la naturaleza, idéntico a su autor, será
tan duradero, indestructible y eterno como el Padre del Universo.
¿Desde
dónde, pues, podrá decir Vd. otro tanto tan erguidamente? Amigo de la
naturaleza, venga Vd. a preguntarle su edad, su vida y su esencia
primitivas; Vd. no ha visto en ese mundo caduco más que las reliquias y
los desechos de la próvida Madre: allá está encorvada con el peso de los
años, de las enfermedades y del hálito pestífero de los hombres; aquí
está doncella, inmaculada, hermosa, adornada por la mano misma del
Creador. No, el tacto profano del hombre todavía no ha marchitado sus
divinos atractivos, sus gracias maravillosas, sus virtudes intactas.
Amigo,
si tan irresistibles atractivos no impulsan a Vd. a un vuelo rápido
hacia mí, ocurriré a un apetito (*) más fuerte: la amistad invoco.
Presente Vd. esta carta al Vicepresidente, pídale Vd. dinero de mi parte, y venga Vd. a encontrarme.
AVN
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