domingo, 17 de enero de 2016

EL NUEVO TRIBUTO DE LAS CIEN DONCELLAS

EL NUEVO TRIBUTO DE LAS CIEN DONCELLAS


 
            En la Alta Edad Media los pueblos libres del norte de la península Ibérica estaban obligados, se dice, a entregar al Estado islámico andalusí cien doncellas anuales como impuesto. Hay mucho más. Tras someter casi toda Hispania al imperialismo árabe-islámico los conquistadores envían al emir de Damasco 100.000 esclavos, mayoritariamente féminas, como regalo. El régimen de poligamia y harenes demandaba colosales cantidades de mujeres, por ejemplo, el califa cordobés Abd al-Rahman III tenía un harén de 6.300 mujeres. Si admitimos que como mínimo 10.000 jerarcas andalusíes (altos funcionarios, mandos militares, clérigos, terratenientes, etc.)  poseían harenes-presidios con el uno por ciento de las de aquél déspota, unas 630.000 féminas padecían cautiverio en los serrallos de al Andalus. Dado que las cifras base son irrealmente bajas podemos sostener que en torno a un millón de féminas estaban confinadas en harenes. Al Andalus fue una inmensa cárcel para mujeres.
 
             ¿Cómo era su vida? La historiografía hispano-musulmana nos ofrece algunos datos. En una ocasión en que el citado califa no quedó satisfecho con una de las confinadas se resarció quemándole la cara con una vela. En otra, al no haber sido contentado según esperaba, ordenó al sayón que le acompañaba que allí mismo cortase la cabeza a la “culpable”. Al parecer, era su costumbre acceder al serrallo en compañía de un verdugo. Imaginemos el ambiente de terror extremo que tenía que darse entre las mujeres cada vez que el déspota llegaba…
 
            La gran mayoría de esas féminas habían sido capturadas en las algaras que el ejército andalusí efectuaba casi todos los veranos. Muy apreciadas eran las vasconas, de manera que en los siglos VIII-X cientos de miles fueron arrancadas de sus familias, apresadas, transportadas hacia el sur, encerradas, vendidas, violadas, golpeadas y en algunos casos asesinadas. Para defender al sector femenino de sus comunidades, los pueblos libres del norte tomaron las armas. En la batalla de Simancas, en el año 939, una coalición de aquellos pueblos infringió una colosal derrota a Abd al-Rahman III. Tal batalla es uno de los grandes momentos de la lucha por la libertad de los pueblos y la libertad de las mujeres de la historia de la humanidad. Por esa victoria las féminas de la península Ibérica (y, muy probablemente, las del resto de Europa) no padecen hoy la forma extrema de patriarcado y terror sexista que sufren las de Arabia Saudí, Irán, Afganistán, Qatar o Egipto, países hoy dominados por regímenes teofascistas execrables.
 
            En el último tercio del siglo X el califato de Córdoba, para superar su crisis financiera y allegar recursos a las arcas del Estado islámico, organiza año tras año grandes cacerías de mujeres bajo la dirección de Almanzor, luego comercializadas en los muchos mercados de esclavas de al Andalus. De todas sus expediciones la más fructífera fue la de los años 984-985, en que atacó Cataluña, apoderándose de 70.000 mujeres y niñas. En cada una de las cincuenta y seis campañas que realizó entre los años 977 y 1002 capturó miles de féminas. Almanzor es uno de los mayores esclavistas, cazadores de mujeres y genocidas de la historia.
 
            Los pueblos del norte tenían una sociedad en lo esencial sin esclavos y además se organizaban desde la monogamia, lo que les daba una decisiva superioridad, no sólo social, política y económica sino además civilizatoria y moral. Como expongo en el libro “Tiempo, historia y sublimidad en el románico rural”, la cuestión de la mujer, de su libertad u opresión, de su condición y naturaleza, fue principal en el conflicto secular entre el islam andalusí y el norteño orden concejil, comunal y consuetudinario con monarquía. Las miles de representaciones de féminas en los templos medievales son parte del bravo desafío lanzado a los traficantes y mercaderes de mujeres.
 
            El islam sostiene que una mujer vale la mitad que un varón jurídicamente, y que el varón, por imposición del Estado islámico, ha de controlar toda su vida, confinarla en casa y golpearla. Pero el asunto va mucho más lejos. V. S. Naipaul, en “Entre los creyentes”, al estudiar la expansión del imperialismo musulmán a partir de la segunda mitad del siglo VII concluye que su meta era conseguir “tributos e impuestos, riquezas, esclavos y mujeres”. Dicho de otro modo, las mujeres son ante todo botín, una parte de lo que se logra y adquiere por la violencia y la guerra “santa”.
 
            El significado último de esto es que las féminas, en la concepción islámica del mundo, no parecen ser claramente humanas. La tajante diferenciación que establece entre hombres y mujeres, a los que obliga a vivir rigurosamente separados, distingue lo indudablemente humano, o masculino, de lo tenido por dudosamente humano, lo femenino. No es sólo, por tanto, la substancial ausencia de libertad de la mujer en las sociedades islámicas sino que hay otro asunto previo y más importante, el cuestionamiento de su naturaleza y condición de ser humano.
 
            Esto hace que el patriarcado musulmán sea el más severo y rotundo de todos, al incluir dos elementos, el de la condición y el de la libertad, y no sólo uno, como sucede con el patriarcado occidental, que niega la libertad de la fémina sin cuestionar su naturaleza de ser humano, y eso únicamente en sus versión más extremas, como la del código civil napoleónico de 1804, para cuya exacta comprensión hay que tener en cuenta que el déspota corso fue -igual que todos los militaristas, imperialistas y tiranos europeos- un ferviente admirador del islam, lo que recuerda Naipaul en el libro citado.
 
            Hagamos ahora una reflexión sobre las agresiones a mujeres europeas perpetradas en la Nochevieja de 2015 en Alemania. Hasta el momento hay unas 800 denuncias, pero considerando que muchas víctimas se resisten a hacerlo, para no rememorar hechos tan espeluznantes, podemos concluir que sólo han denunciado un tercio, de modo que su número real debe estar en las 2.400. Declaran que fueron rodeadas, insultadas y amenazas, que les arrancaron parte de las ropas y las robaron, que eran golpeadas y arrojadas al suelo, que les sobaban sus partes íntimas y que, algunas de ellas, sufrieron la consumación de la violación. Según cuentan, fue un milagro que ninguna resultase asesinada.
 
            Dado que los violadores actuaban en grupo, si admitimos que eran cuatro por cada mujer asaltada debieron ser unos 9.600. Los hechos sucedieron en las calles y las plazas más céntricas de varias ciudades alemanas, a veces a sólo unos metros de la policía, que se mantuvo indiferente, dejando hacer a los agresores, negándose a atender los gritos de auxilio y terror de las mujeres, que no contaron con más defensa que sus propias fuerzas. La parcialidad hacia los violadores está siendo tal que no llegan a cien los detenidos, un uno por ciento... Durante cuatro días la prensa y televisión alemanas se negaron a informar, aunque se amontonaban las evidencias. Cuando se comenzó a tratar se quiso minimizar la atrocidad, reduciéndolo todo a “incidentes aislados” sufridos por unas cuantas féminas. Pero sobre todo se intentó ocultar que la inmensa mayoría de los agresores eran inmigrantes musulmanes.
 
            Una vez que la presión popular impuso la verdad a los poderes mediáticos comenzó el acoso contra las agredidas. Éstas fueron acusadas de provocar los ataques con sus comportamientos “impúdicos”, miserable proceder en el que se ha significado alguna política alemana, lo que viene a probar que ciertas mujeres están ente los peores enemigos de la libertad de la mujer, al ser acalorados agentes del patriarcado o el neo-patriarcado. Luego, cuando los hechos ya no podían ser tapados, los medios condenaron las agresiones de una forma bastante peculiar, insistiendo sobre todo en que el mal estaba en el “racismo” y la “islamofobia”, de modo que las brutalidades padecidas por miles de féminas quedaban, comparativamente, como un problema menor, e incluso como algo que convenía olvidar para no dar pábulo a la expansión de los verdaderos males, aquéllos. Llama la atención también el silencio y la falta de movilización de las profesionales de la “liberación de la mujer” y de los partidos afines. Este bloque, con su machista actuar una vez más, se ha hecho cómplice por omisión. Es comprensible, pues quienes viven económicamente del Estado están obligados a servirle en sus operaciones estratégicas, sean las que sean.
 
            Hay dos cuestiones que parecen estar fuera de duda. Una que la acción fue planificada y organizada, lo que se deduce del enorme número de agresores implicados obrando coordinadamente y de que sucedieran al mismo tiempo en varias ciudades. Otra, que en esa planificación estuvo implicada la policía, que también en varias ciudades actuó como si hubiese recibido orden de no intervenir, lo que equivale a responsabilizar al gobierno y al Estado alemán. El hecho de que durante los sucesos, tan masivos como espectaculares, la policía no efectuase ninguna detención (empezó a hacerlo varios días después) prueba su implicación.
 
            Estamos, por tanto, ante un asunto en el que han colaborado miles de musulmanes organizados en grupos de acción callejera, la policía que cooperó con su inacción, la prensa y TV que ocultaron y los políticos de todos los colores, que culpabilizaron primero a las mujeres y pusieron luego el énfasis en denostar la “islamofobia”. Los sucedidos de la Nochevieja de 2015 están destapando numerosos casos similares, que llevan acaeciendo desde hace mucho en bastantes ciudades europeas, particularmente en Inglaterra, con las mujeres autóctonas como víctimas de abusos espantosos y habituales, incluidos la esclavización y comercialización de algunas de ellas.
 
Son sucesos que, salvando las distancias de lugar, tiempo, grado y número, recuerdan los masivos forzamientos de mujeres que tuvieron lugar en la guerra civil española, 1936-1939, realizados por las unidades militares islámicas que a las órdenes de Franco combatieron a los republicanos. Aunque es imposible lograr datos precisos, se admite que miles resultaron violadas y cientos asesinadas después por los soldados musulmanes, decisivos para que el fascismo español ganara la guerra civil. Particularmente virulentas fueron las tropas mandadas por el general musulmán de Franco, Mohamed ben Mizzian. La entrega de mujeres formó parte del pacto secreto (hoy bastante bien conocido) suscrito años antes del iniciarse la guerra entre la Falange y el ejército español, por un lado, y el clero islámico norteafricano, por otro.
 
            Avancemos en el análisis del presente. El gran capital alemán y el Estado germano están ahora realizando, por otros procedimientos y en otras circunstancias, la política de Hitler de dominio y conquista. La Unión Europea es el medio, marco y procedimiento de que se está valiendo la gran patronal alemana para apoderarse de Europa. El proyecto hitleriano, como es sabido, consistía en fascistizar primero el Viejo Continente para luego islamizarlo, pues los jefes nazis tenían un plan para hacer del islam la religión oficial del Estado alemán. Hoy, a juzgar por el desarrollo de los acontecimientos, el proyecto de islamización de Europa es parte integrante del de su fascistización, con Alemania como primer elemento motor. Dicho de otro modo, el gran capital alemán, la misma entidad todopoderosa que impulsó el ascenso del nazismo, está hoy entregada a la promoción del islam en Europa, manifestándose enemigo acérrima de la “islamofobia”, que en el 90% de los casos es meramente fascifobia.
 
            Alemania hoy aplica una forma particular de “Islampolitik”, o política para hacer del islam un instrumento al servicio de sus ambiciones estratégicas. En ello poco hay de nuevo, pues aquélla tiene más de un siglo de existencia, siendo anterior al nazismo, aunque fue éste quien la perfeccionó decisivamente y la concretó para su uso en el interior del país. Con Ángela Merkel como presidenta del gobierno la actual expresión de la “Islampolitik” está dando avances decisivos, etapa tras etapa.
 
            En este marco los sucesos de la Nochevieja de 2015 encuentran su oculta significación. La demonización más allá de toda medida de la “islamofobia” se pone en evidencia en su uso para cerrar las bocas de las mujeres golpeadas, agredidas y violadas, a las que, invocándola, se fuerza a callar, a resignarse y a tolerar. Tan lejos se ha llegado por este camino que algunos interpretan la consigna sobre el “mestizaje” en su sentido más abiertamente biológico, como una conminación a las mujeres europeas a ser sexualmente “permisivas” con los varones de otras etnias. En efecto, ente líneas se lee en numerosos textos sobre estos sucesos que lo que se esperaba de ellas, para no incurrir en “islamofobia” ni en “racismo”, es que se dejaran forzar y violar, sin resistir y sin luego denunciar…
 
            Las mujeres, ni las europeas ni ninguna, pueden ser botín de nadie ni moneda de pago de tenebrosos pactos secretos. La afirmación de su libertad completa, autonomía rampante y humanidad plena ha de realizarse por medio de la acción prácticas de resistencia, denuncia y lucha. La oposición al patriarcado, sea cual sea su origen y se base o no en prejuicios religiosos, ha dejado de ser una tarea del pasado para hacerse súbitamente en Europa lucha urgentísima del presente. Quienes han llevado a las mujeres europeas del patriarcado al neo-patriarcado en nombre de “la liberación de la mujer” se disponen a sepultarlas ahora en las formas más horribles de paleo-patriarcado. El proyecto para crear una Unión Europea imperialista, militariza, globalizada y más agresivamente capitalista que promueve Alemania contiene la exigencia de liquidar los elementos positivos de la cultura europea, a fin de fundar una “nación” europea nueva (en el peor sentido del término) que lleve a sus féminas a una situación parecida a la de Irán o Arabia Saudí. Eso demanda intimidarlas, obligarlas a estar encerradas en casa, imponerlas el “decoro”, golpearlas y violarlas, que ha sido lo acaecido en la pasada Nochevieja, conviene recordarlo, bajo la dirección de una mujer, Ángela Merkel. Hay en ello una esencial refutación del sexismo.
 
            Combatir ese proyecto de regresión al peor patriarcado debe ser tarea de todas las gentes que habitan hoy Europa, sin distinciones de raza, credo, ideología o sexo. Hay que ir forjando una sólida unidad popular para romper el espinazo al proyecto involutivo del gran capital y el Estado alemanes. Primordial es que los musulmanes de buena voluntad se unen a esta lucha, en pro de la libertad de las mujeres, de todas ellas, de las europeas tanto como de las inmigrantes, contra el capitalismo e imperialismo alemán, por la revolución. La gran revolución que Europa necesita la tienen que hacer los pueblos europeos, sus clases populares tal y como ahora existen a consecuencia de la mundialización y de sus colosales movimientos de población. Porque no hay revolución sin participación de las mujeres en primera línea, del mismo modo que no puede construirse una sociedad libre y autogobernada sin que la libertad integral de las mujeres sea componente fundamental de la libertad total.


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