EL NUEVO TRIBUTO DE LAS CIEN DONCELLAS
En
la Alta Edad Media los pueblos libres del norte de la península Ibérica
estaban obligados, se dice, a entregar al Estado islámico andalusí cien
doncellas anuales como impuesto. Hay mucho más. Tras someter casi toda
Hispania al imperialismo árabe-islámico los conquistadores envían al
emir de Damasco 100.000 esclavos, mayoritariamente féminas, como regalo.
El régimen de poligamia y harenes demandaba colosales cantidades de
mujeres, por ejemplo, el califa cordobés Abd al-Rahman III tenía un
harén de 6.300 mujeres. Si admitimos que como mínimo 10.000 jerarcas
andalusíes (altos funcionarios, mandos militares, clérigos,
terratenientes, etc.) poseían
harenes-presidios con el uno por ciento de las de aquél déspota, unas
630.000 féminas padecían cautiverio en los serrallos de al Andalus. Dado
que las cifras base son irrealmente bajas podemos sostener que en torno
a un millón de féminas estaban confinadas en harenes. Al Andalus fue
una inmensa cárcel para mujeres.
¿Cómo
era su vida? La historiografía hispano-musulmana nos ofrece algunos
datos. En una ocasión en que el citado califa no quedó satisfecho con
una de las confinadas se resarció quemándole la cara con una vela. En
otra, al no haber sido contentado según esperaba, ordenó al sayón que le
acompañaba que allí mismo cortase la cabeza a la “culpable”. Al
parecer, era su costumbre acceder al serrallo en compañía de un verdugo.
Imaginemos el ambiente de terror extremo que tenía que darse entre las
mujeres cada vez que el déspota llegaba…
La
gran mayoría de esas féminas habían sido capturadas en las algaras que
el ejército andalusí efectuaba casi todos los veranos. Muy apreciadas
eran las vasconas, de manera que en los siglos VIII-X cientos de miles
fueron arrancadas de sus familias, apresadas, transportadas hacia el
sur, encerradas, vendidas, violadas, golpeadas y en algunos casos
asesinadas. Para defender al sector femenino de sus comunidades, los
pueblos libres del norte tomaron las armas. En la batalla de Simancas,
en el año 939, una coalición de aquellos pueblos infringió una colosal
derrota a Abd al-Rahman III. Tal batalla es uno de los grandes momentos
de la lucha por la libertad de los pueblos y la libertad de las mujeres
de la historia de la humanidad. Por esa victoria las féminas de la
península Ibérica (y, muy probablemente, las del resto de Europa) no
padecen hoy la forma extrema de patriarcado y terror sexista que sufren
las de Arabia Saudí, Irán, Afganistán, Qatar o Egipto, países hoy
dominados por regímenes teofascistas execrables.
En
el último tercio del siglo X el califato de Córdoba, para superar su
crisis financiera y allegar recursos a las arcas del Estado islámico,
organiza año tras año grandes cacerías de mujeres bajo la dirección de
Almanzor, luego comercializadas en los muchos mercados de esclavas de al
Andalus. De todas sus expediciones la más fructífera fue la de los años
984-985, en que atacó Cataluña, apoderándose de 70.000 mujeres y niñas.
En cada una de las cincuenta y seis campañas que realizó entre los años
977 y 1002 capturó miles de féminas. Almanzor es uno de los mayores
esclavistas, cazadores de mujeres y genocidas de la historia.
Los
pueblos del norte tenían una sociedad en lo esencial sin esclavos y
además se organizaban desde la monogamia, lo que les daba una decisiva
superioridad, no sólo social, política y económica sino además
civilizatoria y moral. Como expongo en el libro “Tiempo, historia y sublimidad en el románico rural”,
la cuestión de la mujer, de su libertad u opresión, de su condición y
naturaleza, fue principal en el conflicto secular entre el islam
andalusí y el norteño orden concejil, comunal y consuetudinario con
monarquía. Las miles de representaciones de féminas en los templos
medievales son parte del bravo desafío lanzado a los traficantes y
mercaderes de mujeres.
El
islam sostiene que una mujer vale la mitad que un varón jurídicamente, y
que el varón, por imposición del Estado islámico, ha de controlar toda
su vida, confinarla en casa y golpearla. Pero el asunto va mucho más
lejos. V. S. Naipaul, en “Entre los creyentes”,
al estudiar la expansión del imperialismo musulmán a partir de la
segunda mitad del siglo VII concluye que su meta era conseguir “tributos e impuestos, riquezas, esclavos y mujeres”.
Dicho de otro modo, las mujeres son ante todo botín, una parte de lo
que se logra y adquiere por la violencia y la guerra “santa”.
El
significado último de esto es que las féminas, en la concepción
islámica del mundo, no parecen ser claramente humanas. La tajante
diferenciación que establece entre hombres y mujeres, a los que obliga a
vivir rigurosamente separados, distingue lo indudablemente humano, o
masculino, de lo tenido por dudosamente humano, lo femenino. No es sólo,
por tanto, la substancial ausencia de libertad de la mujer en las
sociedades islámicas sino que hay otro asunto previo y más importante,
el cuestionamiento de su naturaleza y condición de ser humano.
Esto
hace que el patriarcado musulmán sea el más severo y rotundo de todos,
al incluir dos elementos, el de la condición y el de la libertad, y no
sólo uno, como sucede con el patriarcado occidental, que niega la
libertad de la fémina sin cuestionar su naturaleza de ser humano, y eso
únicamente en sus versión más extremas, como la del código civil
napoleónico de 1804, para cuya exacta comprensión hay que tener en
cuenta que el déspota corso fue -igual que todos los militaristas,
imperialistas y tiranos europeos- un ferviente admirador del islam, lo
que recuerda Naipaul en el libro citado.
Hagamos
ahora una reflexión sobre las agresiones a mujeres europeas perpetradas
en la Nochevieja de 2015 en Alemania. Hasta el momento hay unas 800
denuncias, pero considerando que muchas víctimas se resisten a hacerlo,
para no rememorar hechos tan espeluznantes, podemos concluir que sólo
han denunciado un tercio, de modo que su número real debe estar en las
2.400. Declaran que fueron rodeadas, insultadas y amenazas, que les
arrancaron parte de las ropas y las robaron, que eran golpeadas y
arrojadas al suelo, que les sobaban sus partes íntimas y que, algunas de
ellas, sufrieron la consumación de la violación. Según cuentan, fue un
milagro que ninguna resultase asesinada.
Dado
que los violadores actuaban en grupo, si admitimos que eran cuatro por
cada mujer asaltada debieron ser unos 9.600. Los hechos sucedieron en
las calles y las plazas más céntricas de varias ciudades alemanas, a
veces a sólo unos metros de la policía, que se mantuvo indiferente,
dejando hacer a los agresores, negándose a atender los gritos de auxilio
y terror de las mujeres, que no contaron con más defensa que sus
propias fuerzas. La parcialidad hacia los violadores está siendo tal que
no llegan a cien los detenidos, un uno por ciento... Durante cuatro
días la prensa y televisión alemanas se negaron a informar, aunque se
amontonaban las evidencias. Cuando se comenzó a tratar se quiso
minimizar la atrocidad, reduciéndolo todo a “incidentes aislados”
sufridos por unas cuantas féminas. Pero sobre todo se intentó ocultar
que la inmensa mayoría de los agresores eran inmigrantes musulmanes.
Una
vez que la presión popular impuso la verdad a los poderes mediáticos
comenzó el acoso contra las agredidas. Éstas fueron acusadas de provocar
los ataques con sus comportamientos “impúdicos”, miserable proceder en
el que se ha significado alguna política alemana, lo que viene a probar
que ciertas mujeres están ente los peores enemigos de la libertad de la
mujer, al ser acalorados agentes del patriarcado o el neo-patriarcado.
Luego, cuando los hechos ya no podían ser tapados, los medios condenaron
las agresiones de una forma bastante peculiar, insistiendo sobre todo
en que el mal estaba en el “racismo” y la “islamofobia”, de modo que las
brutalidades padecidas por miles de féminas quedaban, comparativamente,
como un problema menor, e incluso como algo que convenía olvidar para
no dar pábulo a la expansión de los verdaderos males, aquéllos. Llama la
atención también el silencio y la falta de movilización de las
profesionales de la “liberación de la mujer” y de los partidos afines.
Este bloque, con su machista actuar una vez más, se ha hecho cómplice
por omisión. Es comprensible, pues quienes viven económicamente del
Estado están obligados a servirle en sus operaciones estratégicas, sean
las que sean.
Hay
dos cuestiones que parecen estar fuera de duda. Una que la acción fue
planificada y organizada, lo que se deduce del enorme número de
agresores implicados obrando coordinadamente y de que sucedieran al
mismo tiempo en varias ciudades. Otra, que en esa planificación estuvo
implicada la policía, que también en varias ciudades actuó como si
hubiese recibido orden de no intervenir, lo que equivale a
responsabilizar al gobierno y al Estado alemán. El hecho de que durante
los sucesos, tan masivos como espectaculares, la policía no efectuase
ninguna detención (empezó a hacerlo varios días después) prueba su
implicación.
Estamos,
por tanto, ante un asunto en el que han colaborado miles de musulmanes
organizados en grupos de acción callejera, la policía que cooperó con su
inacción, la prensa y TV que ocultaron y los políticos de todos los
colores, que culpabilizaron primero a las mujeres y pusieron luego el
énfasis en denostar la “islamofobia”. Los sucedidos de la Nochevieja de
2015 están destapando numerosos casos similares, que llevan acaeciendo
desde hace mucho en bastantes ciudades europeas, particularmente en
Inglaterra, con las mujeres autóctonas como víctimas de abusos
espantosos y habituales, incluidos la esclavización y comercialización
de algunas de ellas.
Son
sucesos que, salvando las distancias de lugar, tiempo, grado y número,
recuerdan los masivos forzamientos de mujeres que tuvieron lugar en la
guerra civil española, 1936-1939, realizados por las unidades militares
islámicas que a las órdenes de Franco combatieron a los republicanos.
Aunque es imposible lograr datos precisos, se admite que miles
resultaron violadas y cientos asesinadas después por los soldados
musulmanes, decisivos para que el fascismo español ganara la guerra
civil. Particularmente virulentas fueron las tropas mandadas por el
general musulmán de Franco, Mohamed ben Mizzian. La entrega de mujeres
formó parte del pacto secreto (hoy bastante bien conocido) suscrito años
antes del iniciarse la guerra entre la Falange y el ejército español,
por un lado, y el clero islámico norteafricano, por otro.
Avancemos
en el análisis del presente. El gran capital alemán y el Estado germano
están ahora realizando, por otros procedimientos y en otras
circunstancias, la política de Hitler de dominio y conquista. La Unión
Europea es el medio, marco y procedimiento de que se está valiendo la
gran patronal alemana para apoderarse de Europa. El proyecto hitleriano,
como es sabido, consistía en fascistizar primero el Viejo Continente
para luego islamizarlo, pues los jefes nazis tenían un plan para hacer
del islam la religión oficial del Estado alemán. Hoy, a juzgar por el
desarrollo de los acontecimientos, el proyecto de islamización de Europa
es parte integrante del de su fascistización, con Alemania como primer
elemento motor. Dicho de otro modo, el gran capital alemán, la misma
entidad todopoderosa que impulsó el ascenso del nazismo, está hoy
entregada a la promoción del islam en Europa, manifestándose enemigo
acérrima de la “islamofobia”, que en el 90% de los casos es meramente
fascifobia.
Alemania hoy aplica una forma particular de “Islampolitik”,
o política para hacer del islam un instrumento al servicio de sus
ambiciones estratégicas. En ello poco hay de nuevo, pues aquélla tiene
más de un siglo de existencia, siendo anterior al nazismo, aunque fue
éste quien la perfeccionó decisivamente y la concretó para su uso en el
interior del país. Con Ángela Merkel como presidenta del gobierno la
actual expresión de la “Islampolitik” está dando avances decisivos, etapa tras etapa.
En
este marco los sucesos de la Nochevieja de 2015 encuentran su oculta
significación. La demonización más allá de toda medida de la
“islamofobia” se pone en evidencia en su uso para cerrar las bocas de
las mujeres golpeadas, agredidas y violadas, a las que, invocándola, se
fuerza a callar, a resignarse y a tolerar. Tan lejos se ha llegado por
este camino que algunos interpretan la consigna sobre el “mestizaje” en
su sentido más abiertamente biológico, como una conminación a las
mujeres europeas a ser sexualmente “permisivas” con los varones de otras
etnias. En efecto, ente líneas se lee en numerosos textos sobre estos
sucesos que lo que se esperaba de ellas, para no incurrir en
“islamofobia” ni en “racismo”, es que se dejaran forzar y violar, sin
resistir y sin luego denunciar…
Las
mujeres, ni las europeas ni ninguna, pueden ser botín de nadie ni
moneda de pago de tenebrosos pactos secretos. La afirmación de su
libertad completa, autonomía rampante y humanidad plena ha de realizarse
por medio de la acción prácticas de resistencia, denuncia y lucha. La
oposición al patriarcado, sea cual sea su origen y se base o no en
prejuicios religiosos, ha dejado de ser una tarea del pasado para
hacerse súbitamente en Europa lucha urgentísima del presente. Quienes
han llevado a las mujeres europeas del patriarcado al neo-patriarcado en
nombre de “la liberación de la mujer” se disponen a sepultarlas ahora
en las formas más horribles de paleo-patriarcado. El proyecto para crear
una Unión Europea imperialista, militariza, globalizada y más
agresivamente capitalista que promueve Alemania contiene la exigencia de
liquidar los elementos positivos de la cultura europea, a fin de fundar
una “nación” europea nueva (en el peor sentido del término) que lleve a
sus féminas a una situación parecida a la de Irán o Arabia Saudí. Eso
demanda intimidarlas, obligarlas a estar encerradas en casa, imponerlas
el “decoro”, golpearlas y violarlas, que ha sido lo acaecido en la
pasada Nochevieja, conviene recordarlo, bajo la dirección de una mujer,
Ángela Merkel. Hay en ello una esencial refutación del sexismo.
Combatir
ese proyecto de regresión al peor patriarcado debe ser tarea de todas
las gentes que habitan hoy Europa, sin distinciones de raza, credo,
ideología o sexo. Hay que ir forjando una sólida unidad popular para
romper el espinazo al proyecto involutivo del gran capital y el Estado
alemanes. Primordial es que los musulmanes de buena voluntad se unen a
esta lucha, en pro de la libertad de las mujeres, de todas ellas, de las
europeas tanto como de las inmigrantes, contra el capitalismo e
imperialismo alemán, por la revolución. La gran revolución que Europa
necesita la tienen que hacer los pueblos europeos, sus clases populares
tal y como ahora existen a consecuencia de la mundialización y de sus
colosales movimientos de población. Porque no hay revolución sin
participación de las mujeres en primera línea, del mismo modo que no
puede construirse una sociedad libre y autogobernada sin que la libertad
integral de las mujeres sea componente fundamental de la libertad
total.
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