El ajusticiamiento del zar Alexandro II
En su visita a la Unión Soviética, en 1928 y 1929, el periodista español León Villanúa relató sus experiencias en la patria de los trabajadores, La Rusia inquietante, incluyendo un interesante y detallado relato del atentado contra el zar Alexandro II, en el que se explica desde la planificación hasta la ejecución del mismo.
A continuación, lo reproducimos por su interés, junto a la pieza dedicada por el compositor soviético Shostakovich a la que "era el alma de aquellas empresas", Sofia Perovskaya; en realidad en honor de todos aquellos luchadores que dieron su vida en su lucha por un mundo sin explotación de unos hombres por otros.
Litografía por D. Rudneva. 1881. |
"Ésta es una confitería histórica: aquí se reunieron el 1 de marzo de 1881 los nihilistas que asesinaron al zar Alejandro II; por eso yo, siempre que tengo dinero, me atiborro de estos pasteles largos que tanto gustaban a [Ignatii] Grinevitski…
-Cuénteme, ¿cómo fue eso?
-Verá
usted. En vista del fracaso de toda una serie de atentados contra el
zar, el Comité Ejecutivo del Partido La Voluntad del Pueblo constituyó
en el otoño de 1880 una comisión técnicaespecial
encargada de forjar un proyecto práctico para acabar con la vida de
Alejandro II. Entre sus miembros figuraba la mayoría de los que, meses
después, tomaron parte muy activa en el regicidio. Uno de ellos era
[Nikolái] Kibalchich, el sabio químico del partido. La mayoría de la
comisión y casi todo el Comité Ejecutivo eran partidarios del atentado
por medio de una mina colocada bajo una de las calles de Petersburgo por
donde el zar acostumbraba a pasar en coche casi diariamente. Tras
largas deliberaciones, se adoptó dicho plan. El Comité Ejecutivo decidió
poner a contribución todo cuanto estuviera a su alcance para asegurar
el éxito de la nueva intentona.
Ignati Grinevizky |
Se
designó para ser minada una de las principales calles de la capital,
llamada Calle de los Jardines. A fin de diciembre, dos terroristas,
[Yuri] Bogdanovich y la señora [Anna] Yakimova, haciéndose pasar por un
matrimonio que se dedicaba al comercio, alquilaron en la citada calle
una lechería. Al punto, los revolucionarios más expertos, [Andréi]
Zheliabov, Kibalchich, Grinevitski, [Nikolái] Sujanov y otros muchos,
pusieron manos a la obra.
Se
hizo gran acopio de explosivos y, después de dos meses de penosos
trabajos, se dio fin a la excavación de una cueva, donde se colocó una
mina de gran potencia.
A fines de febrero, todo estaba dispuesto. Pero, en previsión de que el atentado pudiera fracasar, la comisión técnicase
dedicó al planeamiento de otro. Por si el zar no pasaba por la Calle de
los Jardines, se decidió recurrir a las bombas inventadas por
Kibalchich. Los más fervientes partidarios de este proyecto eran Zheliabov y Grinevitski (el que con una bomba, algún tiempo después, mató al zar).
La
policía estaba sobre aviso. Tenía noticias vagas de que los terroristas
preparaban un atentado por medio de una mina en una de las calles de la
capital; pero no consiguió, a pesar de todas sus indagaciones y de la
intensificación del espionaje, obtener informes precisos. Las
detenciones llovían. Los gendarmes registraban centenares de casas en
los barrios por donde solía pasar Alejandro II. Por casualidad, fueron
también detenidos algunos de los terroristas que trabajaban en el
subterráneo de la Calle de los Jardines; pero eso no sirvió de nada,
pues los detenidos se encerraban en un absoluto mutismo. Sin embargo, la
situación se hacía difícil para los terroristas y el Comité Ejecutivo
decidió apresurar los preparativos del atentado, que cada día se
inclinaba más a realizar valiéndose de bombas. El 20 de febrero, empezó a
explicar Kibalchich por las noches, en un círculo secreto, un curso
práctico sobre el manejo de las bombas inventadas por él, sobre su
potencia, etc. Su auditorio era poco numeroso, pero seguro; casi todos
los que lo formaban tomaron parte, algunos días después, en el asesinato
del zar.
Muchas
veces, Kibalchich, Grinevitski y algunos otros conspiradores hicieron
excursiones a los alrededores de la ciudad para ensayar las bombas,
lanzándolas al suelo en parajes por competo desiertos. Todas las
experiencias dieron buenos resultados; las bombas estallaban.
La
noche del 28 de febrero, los terroristas, reunidos en su alojamiento
secreto, fijaron definitivamente el día siguiente para la realización
del atentado. Sabían que el zar tenía que pasar una revista en el patio
de la Guardia Imperial.
Toda la noche, Kibalchich y sus compañeros estuvieron fabricando bombas en casa de la famosa revolucionaria Vera Figner.
El
domingo por la mañana, muy temprano, tuvo lugar, en casa de otra
célebre terrorista, Gesia Gelfman, la reunión de los que habían sido
designados para realizar el atentado: Sofia Perovskaya, Grinevitski,
[Nikolái] Rysacov, [Timofei] Mijáilov y [Iván] Emelianov. Sofia
Perovskaya llevó en un paquetito dos bombas y notició que la Policía
acababa de detener a Zheliabov. Media hora después llegó Kibalchich,
llevando también dos bombas.
Sofia Perovskaya, que era el alma de aquellas empresas, dijo que en la Calle de los Jardines “se esperaba ya al zar”. Los bombistas
debían apostarse en los extremos de dicha calle y procurar matar al
zar, en caso de que el atentado de la mina, por alguna razón, no tuviera
éxito. La Perovskaya dibujó con lápiz el plano del lugar, señalando con
una cruz el sitio de cada bombista. Convino con ellos también la señal tras la cual debían acercarse por ambos lados al coche del zar y lanzar las bombas.
Grinevitski,
como el revolucionario más experto y seguro, debía ocupar el puesto de
mayor responsabilidad e iniciar el lanzamiento de las bombas.
Hacía las once de la mañana todos estaban ya en su sitio con las bombas en la mano envueltas en pañuelos.
Una hora después, Sofia Perovskaya, que se paseaba entre los cuatro bombistas
para dirigir las operaciones, supo que el zar había cambiado de
itinerario y se había dirigido al cuartel de la Guardia Imperial, no por
la Calle de los Jardines, sino por otra paralela. Supo también que, al
volver al Palacio de Invierno, pasaría a lo largo del Canal de Catalina.
Al punto dijo por señas a los bombistas que se colocasen a lo largo del Canal.
Después
de pasar revista a su guardia, el zar, en su coche, se encaminó a
Palacio por la orilla del Canal. Como pululaban por allí los espías y
era peligroso permanecer mucho tiempo en el mismo sitio con las bombas
en la mano, los terroristas se detuvieron media hora en esta confitería
que estamos ahora, cuyas ventanas dan al Canal y desde donde se podía
ver, por consiguiente, cuanto sucedía en la calle. Grinevitski, cuya
bomba mató poco después al zar, se comió tranquilamente un pastel, a
pesar de que no ignoraba que de un momento a otro le esperaba una muerte
segura.
A
cosa de las dos, todos estaban ya en su puesto. La Perovskaya pasó
revista a su pequeña tropa y le hizo, por señas, las últimas
indicaciones. Luego, atravesó el puente y, desde el otro lado del Canal,
miró ansiosa a sus compañeros, pendiente el alma de su actitud, de sus
movimientos.
No
tardó en llegar el coche del zar. Eran las dos y cuarto. Rysacov, que
era el que se hallaba más cerca del coche, lanzó su bomba. Una terrible
explosión resonó. Los cosacos y el soldado que iba junto al cochero y el
propio cochero cayeron al suelo gravemente heridos. El zar saltó a la
tierra sano y salvo.
Los justicieros del zar (grabado de la época) |
-¿Han detenido al criminal? –preguntó a los que le rodeaban.
A pocos pasos de distancia, junto a la baranda del Canal, los policías y los cosacos detenían a Rysacov.
El
jefe de la Policía, que estaba al lado del zar, le aconsejo que
regresase a toda prisa a Palacio; adivinaba que Rysacov no estaba solo y
que eran de temer nuevos atentados terroristas. El zar, dispuesto a
seguir su consejo, se dirigió al coche del jefe de Policía.
-¡Gracias a Dios –le dijo a alguien de su séquito-, me he librado de la muerte!
-¡Todavía no se sabe! –respondió Rysacov, que había oído sus palabras.
Rysacov
veía a sus compañeros acercarse por ambos lados y estaba seguro de que
el zar no se libraría de la muerte. En efecto, momentos después,
Alejando II se hallaba a tres pasos de Grinevitski. Éste, para que fuera
más seguro el efecto de su bomba, la tiró con todas sus fuerzas contra
el suelo, entre él y el zar. De nuevo resonó una formidable explosión.
Una nube de humo y de nieve envolvió todo. Durante algunos segundos fue
imposible ver nada. Cuando desapareció la nube, se vio al zar apoyada la
espalda contra la baranda del Canal, mortalmente pálido, ensangrentado,
medio sentado sobre sus piernas mutiladas. Junto a él, empapado en
sangre, hecho pedazos, estaba su manto. A algunos pasos yacía herido de
muerte Grinevitski, desfigurado el rostro por numerosas heridas. Había
también otros heridos, casi todos pertenecientes al séquito del zar.
Todos fueron trasladados inmediatamente al hospital vecino. Grinevitski
sólo volvió en sí un breve instante, hacía las nueve de la noche. El
gendarme que había a su cabecera le preguntó:
-¿Cómo se llama usted?
El otro le miró, y haciendo visible esfuerzo, le contestó:
-No diré nada.
Fueron
sus últimas palabras. Media hora después expiró. A pesar de todo cuanto
hizo para saber el nombre del que había matado al emperador de todas
las Rusias, la Policía no consiguió nada. Hasta algunos meses más tarde,
ni el Gobierno ni el pueblo supieron que la bomba homicida había sido
lanzada por la mano de Grinevitski. Alejando II murió algunas horas
antes que su matador".
Villanúa, León: La Rusia inquietante:Viaje de un periodista español a la URSS (Años de 1928-29), Madrid, págs.222 -228
Este artículo fue publicado anteriormente en nuestro blog Un Vallekano en Rumania
No hay comentarios.:
Publicar un comentario