martes, 2 de febrero de 2016

SER ESCLAVO EN ÁFRICA Y AMÉRICA ENTRE LOS SIGLOS XV Y XIX

SER ESCLAVO EN ÁFRICA Y AMÉRICA ENTRE LOS SIGLOS XV Y XIX



 
SER ESCLAVO EN ÁFRICA Y AMÉRICA ENTRE
LOS SIGLOS XV Y XIX”
 C. Coquery-Vidrovitch y E. Mesnard, 2015


Este libro enfatiza con vigor, aunque sin dejar de manifestar entre líneas temor a los neo-racistas (racistas antiblancos), que uno de los fundamentos de la trata intercontinental fue el esclavismo autóctono africano. Las sociedades africanas eran esclavistas, al estar sólidamente estatizadas, basarse en la propiedad privada de los medios de producción y disponer de un régimen patriarcal muy desarrollado, lo que hacía que las clases pudientes africanas fueran quienes suministrasen esclavos a los europeos, situados en enclaves costeros desde el siglo XV. Por eso el libro usa la expresión “Estados negreros africanos” y “reinos negreros”.
 
         Así pues, el colosal esclavismo autóctono africano fue una de las bases del comercio oceánico con seres humanos. Los esclavistas negros vendían o intercambiaban su peculiar “mercancía” con los europeos. Ofrecían personas, compatriotas previamente cazados en el interior del continente, a cambio de armas de fuego, pólvora, licores, tejidos, etc. Hasta fechas muy tardías los europeos no penetraron en África, de modo que dependían de los esclavistas nativos para llenar las bodegas de sus barcos[1]. Existieron, en consecuencia, negreros blancos y negreros negros. Añade el libro que las clases propietarias africanas de esclavos veían disminuir su tren de vida y consumo cuando el precio de los esclavos de exportación caía, lo que sucedió de forma continuada sobre todo a partir de la primera mitad del siglo XIX, con la prohibición de la trata por los europeos.
 
         Por tanto, el asunto no fue blancos contra negros, no fue un conflicto racial sino algo más complejo en el que negros y blancos con poder se lucraron privando de libertad y trasladando a largas distancias a los africanos de las clases populares (los primeros a pie, en larguísimas marchas desde el interior hasta la costa, que mataban a muchos de ellos; los segundos en barcos, con efectos no menos letales). Eso no hubiera sido posible sin la existencia de vigorosos Estados esclavistas africanos, sin la sólida implantación de la propiedad privada y sin el patriarcado, instituciones que existían mucho antes de la llegada de los europeos. También se daban en África el racismo y la xenofobia, pues las clases mandantes de unos Estados solían capturar como esclavos a los súbditos de otros Estados, por lo general más débiles, lo que era justificado con argumentos de tipo racial y xenófobo.
 
         El pavoroso fenómeno de la trata es, en consecuencia, una prueba más de que lo decisivo no es la raza sino el poder, los instrumentos de poder, la dominación y la explotación. Muy pocas veces en la historia ha habido conflictos raciales autónomos (esto lo creen los nazis y pocos más, ahora también los racistas antiblancos), pues debajo de los que en apariencia los son hay cooperación inter-racial entre los dominadores. La coincidencia de las elites blancas y las negras en el tráfico de esclavos africanos lo prueba. Esta situación se mantuvo hasta que en 1807-1815 las potencias europeas declararon ilegal la trata, si bien tal medida no se hizo efectiva hasta años después.
 
         El libro muestra que fue el expansionismo e imperialismo musulmán el que primero promovió el tráfico de esclavos negros a larga distancia. Entre los europeos son los portugueses quienes inician el comercio de esclavos -actividad que aprenden de los musulmanes norteafricanos- a partir de comienzos del siglo XV.
 
         Un punto débil del libro es ocuparse muy de pasada, y con bastantes errores, de la naturaleza amplia y múltiplemente esclavista de al Andalus, sobre todo durante la época del califato de Córdoba, en el siglo X. Entonces, el Estado islámico andalusí se convirtió en el centro del tráfico de esclavos en el Mediterráneo occidental, con cuatro tipos de ellos. Los que formaban la población esclava autóctona, muy numerosa; los que eran apresados y esclavizados en las anuales operaciones de agresión contra los pueblos libres del norte, en particular mujeres para abastecer los harenes de buena parte del mundo musulmán; los comprados en el este de Europa (eslavo proviene de la voz “esclavo”, y probablemente se refiere a los terribles acontecimientos que estamos tratando) y las gentes negras que los andalusíes capturaban o adquirían en África en grandes cantidades.
 
         Los textos hispano-musulmanes de la época describen el racismo antinegro de algún califa cordobés, que se regodeaba en el maltrato y tortura de personas de esa etnia. Es conocido que en la batalla de las Navas de Tolosa, 1212, el califa almohade Muhammad An-Nasir tenía una guardia de protección formada por esclavos negros armados y encadenados entre sí y a estacas clavadas en el suelo[2]. La presencia de hombres negros esclavos actuando como soldados fue común en las tropas andalusíes durante siglos. Incluso hoy subsiste la esclavitud en diversos países de religión musulmana, Mauritania, Marruecos, etc., eso sin olvidar su reinstauración por el Estado Islámico de Irak y Siria. Dado que el Corán la admite y regula, nada hay de sorprendente en ello. Lo que parece cierto es que la sociedad islámica andalusí fue la más esclavista de nuestra historia, por delante de romanos y visigodos. Al ser el islam la forma más agresiva de patriarcado de la historia de la humanidad su esclavismo se dirigió sobre todo contra las mujeres.
 
         Así pues, el traslado de millones de hombres y mujeres africanos desde sus lugares de origen a América ha de explicarse en primer lugar a partir del hecho decisivo, que las sociedades del África subsahariana eran esclavista. No lograron poner fin al estigma de la esclavitud, como sí lo hizo Europa occidental en la Alta Edad Media[3]. Por eso, luego América quedó infectada de esclavismo, que devino en racismo. El libro comentado no plantea así la cuestión pero no hay otro modo de hacerlo, pues las causas endógenas se suelen manifestar como lo causalmente decisivo.
 
         Es imposible entrar ahora en el estudio de por qué las formaciones sociales africanas fallan en la erradicación del régimen esclavista, pero sí hay que señalarlo para evitar actitudes paternalistas (el paternalismo es una de las formas de racismo) y protectoras. Las sociedades africanas son responsables de su historia, igual que lo son las europeas, y están obligadas a asumir sus responsabilidades históricas al mismo nivel y en la misma medida que aquéllas, sin fáciles victimismos, por lo general encaminados a solicitar “compensaciones”... una inaceptable forma de mercantilizar el pasado Para ello el libro glosado, con todos sus defectos e insuficiencias, pusilanimidades y parcialidades, es útil.
 
También lo es para refutar los sentimientos de autoodio y vergüenza de sí que el poder constituido europeo, en particular la gran patronal alemana y su Estado, promueven entre los pueblos de Europa para mejor dominarlos, así como para constituir esa estructura neo-imperial y mega-capitalista que es la Unión Europea bajo la dirección y dominio de Alemania, que ayer defendió la superioridad de la raza aria y hoy la de las razas no-arias, yendo de una forma de racismo a otra. Hacer de la trata negrera de los siglos XV al XIX un conflicto de “blancos” contra “negros”, en el que los primeros son los verdugos y los segundos las víctimas, los primeros el mal y los segundos el bien, no es sólo falsificar la historia sino incurrir en una muy grosera forma de racismo, justamente la que ahora es principalmente promovida desde las instituciones europeas.


[1]Un caso representativo se dio en la primera mitad del siglo XIX en los territorios de las actuales Liberia y Ghana. Allí creó una factoría de exportación de esclavos el español Pedro Blanco, que compraba esclavos negros al rey negro Siaka a 20 dólares y los vendía en Cuba a 350. Tal factoría operaba en la semi-clandestinidad y fue posteriormente demolida por los ingleses.
[2]La obra examinada ofrece el dato de que aquel califa en el año 1198 tenía 30.000 “negros armados con lanzas”como guardia personal, cantidad que debía ser similar catorce años después. Esa cifra señala la extraordinaria extensión del tráfico de personas negras que promovió el islam hispano, con los inevitables fenómenos de odio racial, antedichos.
 
[3]Los formidables cambios revolucionarios que van a tener lugar en las sociedades del norte de la península Ibérica en los siglos VII-X incluyeron la liquidación de la esclavitud, lo que se hace en lucha contra el Estado islámico de al Andalus, el enemigo fundamental de aquella gran revolución civilizadora y liberadora. En ella la esclavitud desaparece de la actividad productiva, que queda como tarea de los hombres y las mujeres libres, aunque subsiste algo -muy poco pero algo- de esclavitud doméstica, mantenida por las élites reales y nobiliarias preestatales. Cuando a partir de 1250 tales élites pasan a la ofensiva contra las clases populares y promueven un proceso regresivo de retorno al modelo romano, esto es, a una sociedad con Estado, también reivindican la esclavitud, lo que hace por primera vez Alfonso X en Las Siete Partidas, el célebre código de leyes hostil al derecho consuetudinario de elaboración popular, escrito en la segunda mitad del siglo XIII, copiando el derecho promulgado por el emperador romano oriental Justiniano. Ése es el fundamento jurídico más antiguo del posterior tráfico de esclavos africanos con instauración de la esclavitud en América por la corona de Castilla.






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