EL HIELO ÁRTICO Y EL CAMBIO CLIMÁTICO
Esperábamos con inquietud los datos sobre la extensión del hielo en el
Ártico tras el invierno, para conocer la evolución del calentamiento
planetario. Han sido 14,52 millones de kilómetros cuadrados, la menor
nunca registrada, bastante inferior a la media de 1981-2000, 15,46.
Incluso
más inquietante es que el 30 de diciembre de 2015, iniciándose el
invierno, en las proximidades del polo norte la temperatura fuera de 0,7
ºC, ¡un poco por encima del punto de congelación! La superficie del
hielo marino en el Ártico a finales del verano ha sido de mínimos en el
último decenio, en especial en 2007, 2011, 2012 (este fue el peor, con
sólo 3,39 millones de kilómetros cuadrados) y 2015. Únicamente 2006 fue
“normal”. La temperatura del aire ártico en el pasado invierno era 2-6
ºC superior a la media, con algún lugar en que se situó 10 ºC por
encima. Ello ha permitido que se utilice la expresión, cada vez menos
irónica, de “ola de calor polar”.
Retornado
a la península Ibérica tenemos que, tras un verano con las temperaturas
máximas y mínimas más elevadas registradas, vino un otoño que fue una
continuación declinante del estío. Y un invierno asombroso por
primaveral, sin heladas o casi. En efecto, en las zonas donde los días
de helada eran, pongamos por caso, 90 anuales de media, este año no han
llegado ni a 10, y todas ellas especialmente débiles. A ese invierno
caliginoso, con temperaturas entre 6 y 8 grados superiores a las de
antaño, ha seguido una primavera fría, e incluso nivosa en las
serranías. El calentamiento global no es sólo más torridez sino también
anomalías que desconciertan a los organismos vivos. El dato positivo es
que las lluvias no están siendo particularmente escasas…
Si
el próximo verano repite el patrón de temperaturas muy por encima de
los registros conocidos, con muchos meses abrasadores y sin apenas
precipitaciones, seguido de un otoño similar al de 2015, tendremos
motivos para preocuparnos de verdad. Todo ello sin referirnos a la otra
cuestión, la de la capa de ozono. Este asunto ha desaparecido de los
medios de comunicación cuando es de una notable gravedad. Sabemos que la
destrucción de la capa de ozono sigue avanzando año tras año, con datos
que se suelen ocultar al gran público, una vez constatado que las
medidas institucionales tomadas para remediar el desaguisado han
fracasado. A finales de la primavera se mide la destrucción acaecida
este año en el hemisferio norte. A ver…
Así
pues, queda poco espacio para frivolidades. Las masas envilecidas por
el paternalismo del Estado, en tanto que forma de sobre-opresión,
habituadas a la bazofia mental placerista cotidiana, nada desean saber
de todo esto. Anhelan que la autoridad competente les comunique en
televisión que todo marcha bien, que no hay motivos para preocuparse ni
estresarse, que el Estado de bienestar vele por ellos, que la sociedad
de consumo continuará, que con “blindar los derechos sociales”
y votar al Caudillo IV de España, todo está resuelto… Además, ¿no es
delicioso poderse bañar en el Mediterráneo en enero e ir en camiseta
ocho meses al año? El grado de irresponsabilidad, dejación de la
capacidad de pensar, afán de juguetizarlo todo y hedonismo patológico
que alberga nuestra sociedad es prácticamente infinito, de manera que
será necesaria una tanda tras otra de cuitas y adversidades para
devolver la sensatez al sujeto medio.
No voy a repetir lo expuesto en el artículo (también en este blog) “¿Estamos en la Edad de Oro de los bosques ibéricos?”,
que se ocupa del cambio climático desde la perspectiva de su principal
factor causal, la destrucción de la cubierta forestal y la
desertificación, no sólo en el Amazonas sino también en los países
templados (?). A él me remito. Ahora añadiré algunas reflexiones
complementarias.
La
constitución de la ciudad-mundo, esto es, de un planeta todo él
megalópolis, que es la consecuencia de la pavorosa concentración del
poder político (Estado/Estados) y económico (gran empresa multinacional)
acaecida en los últimos decenios, está llevando al planeta al límite de
sus capacidades para albergar la vida. Si la ciudad antigua, a partir
de un momento dado, se manifestó incompatible con un entorno capaz de
proporcionarle alimentos, agua, pastos, leña y madera, lo que la hizo
decaer y en muchos casos a desaparecer, la ciudad contemporánea,
muchísimo más letal y ecocida, está llevando a una situación extrema al
medio o marco en que se da, el mundo.
No
hay remedio al problema climático sin operar sobre sus raíces últimas.
¿Cuáles son? Enumerémoslas: la agricultura, en especial la agricultura
industrial de altos rendimientos; la consiguiente ruina de los bosques y
montes; la concentración de la población en las ciudades, con
conversión de todo el planeta en una única ciudad difusa, quedando las
áreas rurales como espacios desertificados y tóxicos en los intersticios
de la ciudad-mundo.
La
ciudad romana se desintegró a partir del siglo II. La ciudad maya
decayó desde el siglo IX hasta desaparecer del todo en el XIII. La
ciudad andalusí entró en descomposición en la segunda mitad del siglo X.
La megalópolis actual, expresión del crecimiento desmesurado del
poder/poderes de variada naturaleza, que han constituido una dictadura
cuasi-perfecta, tampoco podrá mantenerse. Pero está vez arrastrará, en
su caída, a todo el planeta. Si en el pasado las calamidades ambientales
ocasionadas por la ciudad y todo lo que ella lleva aparejada eran de
naturaleza regional, ahora lo está siendo de significación global,
planetaria: eso mide la fusión del hielo ártico, un dato entre muchos
sobre lo que está sucediendo.
Así
que tenemos que dejar de lado la frivolidad, abandonar los jugueteos y
tener valor para mirar con fría objetividad lo que se aproxima. En el II
Encuentro por la Revolución Integral deberíamos tratar esta cuestión,
para establecer un diagnóstico y fijar un plan de actuación. Únicamente
una revolución total y global puede introducir los enormes y múltiples
cambios necesarios para que la naturaleza no siga decayendo
aceleradamente. Pero si la revolución no es posible antes de que se
alcance un punto límite, entonces debemos establecer un proyecto de
supervivencia. No hay que seguir el camino de un populacho encanallado,
que continúa pidiendo más pan y más circo mientras en torno a él todo se
desmorona. Que cada palo aguante su vela. Siempre me he preguntado qué
fue de la bestial plebe romana cuando la Urbe se vino abajo, y ahora
quizá se pueda ver qué va a suceder en una situación similar pero mucho
peor. Quienes, perdida toda calidad ética y axiológica, únicamente
piensan en términos de “mi felicidad” ahora tendrán la ocasión de “ser
felices” en el horripilante cambio climático planetario.
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