El
capitalismo ha fracasado como sistema capaz de proporcionar una vida
digna a la mayor parte de la humanidad y de asegurar un planeta
habitable y con recursos para las próximas generaciones. Es la única
conclusión posible ante las enormes desigualdades, la escandalosa
concentración de poder y riqueza en cada vez menos manos, mientras se
extienden la miseria, el hambre, el paro y la precariedad, la violencia
de género, los recortes sociales que merman derechos básicos, las
guerras promovidas por intereses de los grandes capitalistas
imperialistas, con sus inevitables consecuencias de muerte, destrucción y
éxodos masivos, el deterioro medioambiental y el agotamiento de
recursos.
Pero si capitalismo es un fracaso desde el punto de vista del interés general, es en cambio un éxito para una exigua e inmensa minoría. Y es un éxito porque nunca como hasta ahora los grandes capitalistas habían alcanzado tanto poder y concentración de riqueza. Este éxito ha sido alcanzado porque los grandes capitalistas han conseguido derrotar a las fuerzas que les oponían resistencia: los países socialistas, las izquierdas y el movimiento obrero.
El hundimiento de la URSS, además de por errores propios, principalmente la excesiva burocratización y centralización del poder, también fue en buena parte causado por la carrera militar que impusieron los EE.UU. y la OTAN, lo que obligó al desvío de ingentes recursos. No se puede sin embargo obviar, porque sería enorme una injusticia histórica, los innegables logros del socialismo en los susodichos países, en particular en la URSS, en materia de derechos sociales, en progreso económico, cultural y científico. En Cuba, pese al bloqueo, perduran estos logros. Además, la URSS y el mundo socialista fueron el contrapeso militar, político y económico del bloque capitalista de EE.UU. y la OTAN, permitieron los procesos de descolonización de muchos países, y fueron la retaguardia de la clase trabajadora occidental. Fue el miedo al comunismo uno de los factores que propició el desarrollo del estado del bienestar que tanto benefició a los trabajadores del mundo capitalista occidental. Este hundimiento ha causado una pérdida de referente a la izquierda comunista y una desacreditación del socialismo.
También ha sido derrotada la izquierda socialdemócrata, con la liquidación del estado del bienestar y los derechos sociales y laborales conseguidos por la lucha de los trabajadores de los países capitalistas occidentales. La consecución del estado del bienestar se debió a la concurrencia de varios factores: la necesidad de reconstruir los países arrasados por la 2ª Guerra Mundial, con una potente intervención estatal, siguiendo la doctrina económica keynessiana; la implantación de la producción en serie masiva (el fordismo) que favoreció el pleno empleo y los altos salarios para absorber la producción; y la fuerte implantación y lucha de la clase obrera y del sindicalismo de clase, que favoreció electoralmente a los partidos socialdemócratas y acentuó el desarrollo del estado del bienestar. Pero también hubo factores externos, como el miedo de las élites capitalistas a que la clase trabajadora occidental quisiera emular los logros de los países socialistas, así como las ingentes riquezas obtenidas de los países colonizados que permanecieron dentro de la órbita del imperialismo capitalista, explotación al que no fue ajena la socialdemocracia occidental, alineada junto a los EE.UU. y la OTAN.
La socialdemocracia se basaba en un pacto capital-trabajo en unas circunstancias económicas en las que el crecimiento económico podía satisfacer unos mayores beneficios y a la vez una mejora de los salarios y de las condiciones de vida. La socialdemocracia decía que era posible domesticar al capitalismo. Sin embargo este capitalismo ha ido cambiando las reglas del juego, y hoy no necesita de ese acuerdo capital- trabajo. Ya no es tan importante el aumento de la demanda, que tenía como condición el mantenimiento o incremento salarial, y ahora se busca, para mantener la tasa de beneficio, otras fuentes como son las guerras, la financiarización, (que obtiene ganancias por la desposesión: privatizaciones, deuda y especulación) y un modelo basado en las exportaciones. Con estas premisas al capital le interesa bajos salarios para poder competir en ese modelo de exportaciones, lo que da lugar a las deslocalizaciones y externalizaciones. Por otro lado este modelo no es válido para todos los países, porque no todos pueden exportar más que importar, como es el caso de España, país al que la inserción en la UE ha abocado a una economía de servicios y dependiente de la inversión externa. Además la financiarización se basa no en el aumento de la economía real, sino en crear burbujas especulativas que ya hemos visto explotar, como los casos de las “puntocom” y las inmobiliarias y bancarias. Son las contradicciones del capitalismo.
La socialdemocracia no puede sobrevivir en estas circunstancias. Por eso se ha convertido en social-liberaliberalismo, partidaria del neoliberalismo. Colaboran o gobiernan juntos con los partidos conservadores aplicando las políticas de austeridad. En España reformaron el artículo 135 de la Constitución, obligando a pagar la deuda antes que cubrir las necesidades sanitarias y de educación. En todo caso es imposible la vuelta de la socialdemocracia, como plantea algún partido populista de nuevo cuño. No hay espacio para un capitalismo domesticado. Solo cabe o el capitalismo salvaje, que es lo que estamos viviendo, o el avance hacia el socialismo. Un avance hacia el socialismo que consiste en una profundización de la democracia a todos los niveles, también el económico, a través de la planificación democrática, desde un sector público que abarque sectores estratégicos, haciendo que la dignidad de las personas y la sostenibilidad sean los ejes de la economía y la política.
En España, la superación de su condición de país periférico pasa por una profunda transformación de su sistema productivo impulsada por un sector público potente, y un replanteamiento de sus relaciones con la Europa del euro y la deuda.
Que no nos vendan mentiras estos señores del PSOE que hablan de “socialismo democrático”, cuando han apoyado y apoyan a UPN, al PP, a la OTAN, al TTIP y a la Monarquía cada vez que les es necesario a las élites capitalistas. Cuando llegan las elecciones dicen que son de izquierdas y plantean que la única salida es la suya. Reclaman el “voto útil” y en realidad son el “mal menor”. Ni siquiera son capaces de sentarse a discutir del gobierno sino es del brazo de Ciudadanos, la marca blanca del PP . Es de esperar que el electorado de izquierda que les vota de vaya desengañando.
Pero si capitalismo es un fracaso desde el punto de vista del interés general, es en cambio un éxito para una exigua e inmensa minoría. Y es un éxito porque nunca como hasta ahora los grandes capitalistas habían alcanzado tanto poder y concentración de riqueza. Este éxito ha sido alcanzado porque los grandes capitalistas han conseguido derrotar a las fuerzas que les oponían resistencia: los países socialistas, las izquierdas y el movimiento obrero.
El hundimiento de la URSS, además de por errores propios, principalmente la excesiva burocratización y centralización del poder, también fue en buena parte causado por la carrera militar que impusieron los EE.UU. y la OTAN, lo que obligó al desvío de ingentes recursos. No se puede sin embargo obviar, porque sería enorme una injusticia histórica, los innegables logros del socialismo en los susodichos países, en particular en la URSS, en materia de derechos sociales, en progreso económico, cultural y científico. En Cuba, pese al bloqueo, perduran estos logros. Además, la URSS y el mundo socialista fueron el contrapeso militar, político y económico del bloque capitalista de EE.UU. y la OTAN, permitieron los procesos de descolonización de muchos países, y fueron la retaguardia de la clase trabajadora occidental. Fue el miedo al comunismo uno de los factores que propició el desarrollo del estado del bienestar que tanto benefició a los trabajadores del mundo capitalista occidental. Este hundimiento ha causado una pérdida de referente a la izquierda comunista y una desacreditación del socialismo.
También ha sido derrotada la izquierda socialdemócrata, con la liquidación del estado del bienestar y los derechos sociales y laborales conseguidos por la lucha de los trabajadores de los países capitalistas occidentales. La consecución del estado del bienestar se debió a la concurrencia de varios factores: la necesidad de reconstruir los países arrasados por la 2ª Guerra Mundial, con una potente intervención estatal, siguiendo la doctrina económica keynessiana; la implantación de la producción en serie masiva (el fordismo) que favoreció el pleno empleo y los altos salarios para absorber la producción; y la fuerte implantación y lucha de la clase obrera y del sindicalismo de clase, que favoreció electoralmente a los partidos socialdemócratas y acentuó el desarrollo del estado del bienestar. Pero también hubo factores externos, como el miedo de las élites capitalistas a que la clase trabajadora occidental quisiera emular los logros de los países socialistas, así como las ingentes riquezas obtenidas de los países colonizados que permanecieron dentro de la órbita del imperialismo capitalista, explotación al que no fue ajena la socialdemocracia occidental, alineada junto a los EE.UU. y la OTAN.
La socialdemocracia se basaba en un pacto capital-trabajo en unas circunstancias económicas en las que el crecimiento económico podía satisfacer unos mayores beneficios y a la vez una mejora de los salarios y de las condiciones de vida. La socialdemocracia decía que era posible domesticar al capitalismo. Sin embargo este capitalismo ha ido cambiando las reglas del juego, y hoy no necesita de ese acuerdo capital- trabajo. Ya no es tan importante el aumento de la demanda, que tenía como condición el mantenimiento o incremento salarial, y ahora se busca, para mantener la tasa de beneficio, otras fuentes como son las guerras, la financiarización, (que obtiene ganancias por la desposesión: privatizaciones, deuda y especulación) y un modelo basado en las exportaciones. Con estas premisas al capital le interesa bajos salarios para poder competir en ese modelo de exportaciones, lo que da lugar a las deslocalizaciones y externalizaciones. Por otro lado este modelo no es válido para todos los países, porque no todos pueden exportar más que importar, como es el caso de España, país al que la inserción en la UE ha abocado a una economía de servicios y dependiente de la inversión externa. Además la financiarización se basa no en el aumento de la economía real, sino en crear burbujas especulativas que ya hemos visto explotar, como los casos de las “puntocom” y las inmobiliarias y bancarias. Son las contradicciones del capitalismo.
La socialdemocracia no puede sobrevivir en estas circunstancias. Por eso se ha convertido en social-liberaliberalismo, partidaria del neoliberalismo. Colaboran o gobiernan juntos con los partidos conservadores aplicando las políticas de austeridad. En España reformaron el artículo 135 de la Constitución, obligando a pagar la deuda antes que cubrir las necesidades sanitarias y de educación. En todo caso es imposible la vuelta de la socialdemocracia, como plantea algún partido populista de nuevo cuño. No hay espacio para un capitalismo domesticado. Solo cabe o el capitalismo salvaje, que es lo que estamos viviendo, o el avance hacia el socialismo. Un avance hacia el socialismo que consiste en una profundización de la democracia a todos los niveles, también el económico, a través de la planificación democrática, desde un sector público que abarque sectores estratégicos, haciendo que la dignidad de las personas y la sostenibilidad sean los ejes de la economía y la política.
En España, la superación de su condición de país periférico pasa por una profunda transformación de su sistema productivo impulsada por un sector público potente, y un replanteamiento de sus relaciones con la Europa del euro y la deuda.
Que no nos vendan mentiras estos señores del PSOE que hablan de “socialismo democrático”, cuando han apoyado y apoyan a UPN, al PP, a la OTAN, al TTIP y a la Monarquía cada vez que les es necesario a las élites capitalistas. Cuando llegan las elecciones dicen que son de izquierdas y plantean que la única salida es la suya. Reclaman el “voto útil” y en realidad son el “mal menor”. Ni siquiera son capaces de sentarse a discutir del gobierno sino es del brazo de Ciudadanos, la marca blanca del PP . Es de esperar que el electorado de izquierda que les vota de vaya desengañando.
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