Todos sabemos que la globalización ha tomado un giro devastador,
desde la última crisis del predominante sistema financiero global de
2008-2009, hasta la fecha a nivel mundial: porque la influencia
especulativa se sobrepone con un impulso que corroe lenta, paulatina e
irremediablemente economías y países enteros, como serpiente negra que se muerde la cola. La (des)Unión Europea es un buen ejemplo de ello, cuando no el mejor.
El
capitalismo moderno que sostiene la globalización —capital financiero
pero especulativo, de crisis cíclicas que nunca podrá dejar atrás porque
anidan en sus entrañas—, no únicamente continúa acelerando las
polaridades entre países ricos y pobres, desarrollados y
subdesarrollados, explotadores y explotados o los viejos conceptos de
primer y tercer mundo.
La globalización de
nuestros días está profundizando todas las contradicciones que antes
veíamos claramente sólo entre países o bloques de países dominantes, y
ahora las vemos al interior de ellos mismos —países y bloques de países
desarrollados—, en el llamado capitalismo central porque la
globalización está arrasando con todo o autodestruyéndose con el flagelo
del capital financiero como principal actor dominante en la escena. Son
los grandes corporativos donde anidan multinacionales de las finanzas,
de la guerra, de los alimentos, de la electrónica, todos, unos cuantos
controlados por unas pocas familias desde los principales países otrora
desarrollados como Estados Unidos de América (EUA), Gran Bretaña (GB),
Holanda, Suiza, Alemania, Australia, y unos pocos dispersos en otros
países.
Es decir, las políticas neoliberales de la
presunta “estabilidad macroeconómica”, aplicadas como reacción a la
crisis económica mundial de los años 70, tras la caída de los precios
del petróleo —la gran incidencia de la Organización de los países de
Petróleo (OPEP), que ahora ya ni existe—, en los años 80 y 90,
comenzando en EUA y GB, con los entonces presidentes Ronald Reagan y
Margaret Thatcher respectivamente, trajeron consigo la idea del Estado mínimo y la prevalencia del libre mercado,
de intervenir el mecanismo Estado/economía para beneficiar a la
iniciativa privada (sin problema, porque el interés privado resolvería
todo como sustituto del Estado, ¡sic!
Fueron
los años de la generalización y aplicación de las políticas
neoliberales —que no fue otra cosa que el desmantelamiento del Estado de
Bienestar por el Estado Neoliberal; gran algarabía en México sobre todo
con Carlos Salinas de Gortari [1]— en el mundo [2] y en América Latina [3]: privatización
de paraestatales en muchos países, la presunta “revolución silenciosa”,
“oleada del futuro” o “llave para el buen gobierno”, de todas las
empresas otrora en manos del Estado.
Las también llamadas “desincorporaciones” pretendían reducir el gasto público, con menores tasas de endeudamiento; además la liberalización del comercio, para dejar todo en manos de la iniciativa privada; el derribar las barreras arancelarias para la libre importación/exportación de mercancías; la desregulación, para eliminar trámites administrativos engorrosos para las empresas.
México,
el segundo país más privatizado, convertido en uno con desarrollo
sólido a tasas de crecimiento del 6% de PIB en promedio durante las
cuatro décadas anteriores, a una chatarra con crecimientos nunca mayores al 2% en promedio, sin oportunidades para la población. Al mismo tiempo, se aplicaron los grilletes
del control: la firma de tratados comerciales, gran activismo de la
Organización Mundial de Comercio (OMC) y Organización para la
Cooperación del Desarrollo Económico (OCDE), con el Acuerdo General
sobre Aranceles y Comercio (GATT), su antecedente. Los grandes
promotores del neoliberalismo, a expensas de Washington, el Fondo
Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM).
EUA
promovió junto con Canadá y México el Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN), y el saldo al paso de las décadas ha sido
favorable solo para las grandes empresas, monopólicas y multinacionales
de la globalización de EUA y algunas de Canadá —como las mineras que han
destruido grandes extensiones de suelo mexicano para la obtención de
oro y plata—, en tanto a México le resulta mayor pobreza y destrucción ecológica,
porque son muy pocas las empresas locales beneficiadas. Aparte, con
esos antecedentes, México se convirtió en el país con más tratados
comerciales del mundo.
En materia de energía, por
ejemplo, y tras las “reformas estructurales” en el país, se hacen
presentes ya las multinacionales del petróleo y el gas anglosajonas —las
4 que quedan de las “7 Hermanas”: Chevron y ExxonMobil, de EUA; Shell,
de Países Bajos y Reino Unido y BP (la responsable del gran derrame en
el Golfo de México en 2010) del Reino Unido, para “explotación en aguas
profundas”—, desde la privatización de Petróleos Mexicanos (PEMEX) y la
Comisión Federal de Electricidad (CFE), producto de los últimos cambios a
la Constitución que sacó Enrique Peña Nieto del Congreso de la Unión
con la aprobación de los firmantes del llamado “Pacto por (contra) México”, a propuesta de un partido de la izquierda del espectro político.
México, como país ejemplo porque “en vías de desarrollo”, como se les clasifica a otros que rondan por la también llamada periferia del capitalismo —como los países latinoamericanos, con algunas salvedades que intentan salir del injerencismo de
las políticas externas—, lo que les queda como saldo neoliberal mayor
desigualdad, más pobreza, menos educación, más enfermedades, creciente
desempleo, pocas opciones de vivienda, pésima seguridad —violencia y
crisis de la seguridad pública, sobre todo en aquellos países donde
reinan las mafias de las drogas como México—; una polarización muy
marcada entre poseedores (concentración en pocas manos) y desposeídos,
ricos y pobres, etcétera. Por cierto, el saldo de las privatizaciones
fue negativo, tan solo “los gastos sobrepasaron a los ingresos recibidos por la privatización” [4]
A
gran escala, el reinado del capital financiero/especulativo ha impuesto
sus leyes destructivas, la UE es ejemplo claro y encamina a la ruina a
sus propios países periféricos, como Grecia, España, Portugal, Italia,
Irlanda bajo la directiva de la Comisión Europea, el BCE y el FMI (la Troika).
El
capital financiero que no pasa de burbujas, “números en el ordenador”
pero a la postre resultan deuda real para los ciudadanos de a pie, como
la crisis de las hipotecas subprime en EUA, que al no poder pagarse los deudores perdieron sus casas y los lanzaron a la calle. El país del american way of life
se derrite fabricando pobres, criminalizando a los de raza negra y más
con sus tretas imperiales contra el mundo en el terreno de la
geopolítica como el terrorismo de Estado (del que no hablaremos ahora).
Pero son los ricos, de los grandes bancos, en cambio, quienes desde la crisis del 2008-2009 sí fueron rescatados por los banqueros centrales —la Reserva Federal, el Banco Central Europeo, etcétera—, además de brindarles préstamos de capital financiero a cero intereses para evitar su quiebra o insolvencia con la impresión de billetes.
Tan
sólo en EUA fueron rescatados ¡los más grandes corporativos!: Fannie
Mae y Freddie Mac (2008); Goldman Sachs y Berkshire Hathaway (2008);
Morgan Stanley (2008); American International Group (2008-2009); General
Motors Corporation y Chrysler LLC (2008), Bank of America por su compra
de Merrill Lynch (2008). Antes, en 1971 fue rescatada Lockheed
Corporation, en 1980 Chrysler Corporation y en 2003 Parmalat.
También
hubo tabla de salvación en los sistemas bancarios irlandés, sueco,
español. Todo bajo el mecanismo llamado de la “flexibilización
cuantitativa”, ese instrumento de política monetaria donde los bancos
centrales benefician a banqueros, administraciones públicas, a los
inversores en activos, a exportadores nacionales y algunos deudores; en
perjuicio siempre de los tenedores de moneda, los contribuyentes, nuevos
ahorradores, importadores locales y deudores más solventes. Situación
que no impulsa la economía y sí acelera la burbuja especulativa de
oropel. Deteriora las condiciones sociales al extremo, porque la carga
de las deudas de los bancos las pagan los trabajadores.
Cuando
en 1990 Japón pasó por un proceso similar al de EUA y el mundo en
2008-2009, y tras la década perdida entre 1992 y 2003 con una tasa de
crecimiento del 1% anual, inició en 1998 con un gasto de 470 millones de
dólares (al tipo de cambio 2008), tanto para comprar activos tóxicos de
los bancos, como recapitalizarlos y quedándose con dos de ellos. Por
esto es que Japón aconsejó al Departamento del Tesoro gastar más en
compra de tóxicos y recapitalizar a los bancos con dinero de los
contribuyentes.
No recomendó —y tampoco EUA ni la
UE adoptaron— las medidas de Tailandia que cerró 42 compañías
financieras, de Indonesia, 61 bancos en el mismo año y de Corea que
cerró los bancos comerciales, los tres países en 1997. En ellos súmese
Malasia, países en los cuales la crisis se contuvo. Tampoco la chiripa de Islandia, país de extremos que ejemplarmente y obligado por la escases de fondos también la libró.
País
de sorpresas, Islandia venía de ser el más pobre de Europa a principios
del siglo XX, considerado el más desarrollado conforme al Índice de
Desarrollo humano por la ONU y el más verde del mundo en 2007, boyante
cuando le alcanzó la crisis también por la ilusión neoliberal y
financiera. Le sorprendió la caída de Lehman Brothers; es decir, todo
comenzó con el hundimiento generado por el shock más brutal y fulminante de la crisis financiera internacional de 2008.
El
gobierno del primer ministro Geir Haarde decidió no rescatar a los tres
bancos comerciales en 2008. “Existía un peligro real… —dijo entonces—,
de que la economía islandesa, en el peor de los casos, fuera absorbida
con sus bancos y el resultado podría haber sido una bancarrota
nacional”. Y, pese a problemas que enfrentó, como devaluación,
endeudamiento, recesión con caída del 5.5%, un costo de la crisis que
superaba el 75% de su PIB y congelación de depósitos de ciudadanos,
entre otras medidas, salió adelante.
Luego se dijo
que “Islandia no es ejemplo de nada…”, porque “simplemente no había
dinero (en su momento) para rescatar a los bancos: de lo contrario el
Estado los habría salvado”, llegaron a pedirle prestado a Rusia, dice el
politólogo local Eirikur Bergmann. Resultó por “accidente: no queríamos
pero tuvimos que dejarlos quebrar, y ahora los políticos tratan de
vender esa leyenda, de que Islandia ha dado otra respuesta”. Nada de
eso, dicen otros.
Pero a la postre resultó. Porque
Islandia, al igual que los países de la desUE y de Latinoamérica, fue
saqueada por unas 20 o 30 personas. Una docena de banqueros, unos pocos
empresarios y un puñado de políticos formaron un grupo salvaje
que llevó al país a la ruina: 10 de los 63 parlamentarios islandeses,
incluidos los dos líderes del partido que ha gobernado caso
ininterrumpidamente desde 1944, tenía préstamos personales por valor de
casi 10 millones de euros por cada uno.
Hoy el
presidente electo en 1996 Ólagur Ragnar Grímsson, y tres veces reelecto
(2000, 2004 y 2008), considera “una locura” que sus conciudadanos
“tengan que pagar la factura de su banca sin que se les consulte”. En
2009 fue su shock del presente (-6.8 del PIB), pero a partir de
2011 cuando Islandia encarceló a políticos y banqueros, ya en 2012-2013
estaba creciendo a tasas tres veces superiores a la UE (2011, 3.1%;
2012, 1.6%; 2013, 1.9% del PIB). La medida resultó, pero el mundo
occidental lo tiene en la opacidad, porque ningún banquero
quiere perder sus “exorbitantes ganancias”, como le sucedió a Grecia y
al resto de países periféricos de la UE con la troika.
Luego
entonces, producto del abandono del Estado y de sus responsabilidades
con la sociedad porque todo dejó a manos del libre mercado (¡el libre mercado
no existe!), como en los tiempos del Estado “benefactor o protector”,
las políticas sociales están desapareciendo de las políticas públicas,
que antes llevaban servicios de educación, salud, vivienda, bienestar
para los generadores reales y efectivos de la riqueza, los trabajadores y
la población en general. En Grecia, España, Portugal, Italia e Irlanda
crece el endeudamiento público, se profundizan las medidas antisociales,
sin empleo y salarios de hambre.
Por eso es que
el saldo de la globalización en el mundo de hoy pulula entre extensas
franjas de pobreza y enfermedades, no ya solo en países tradicionalmente
pobres como África y Asia, como en el propio corazón de EUA, en Nueva
York y Washington. Algo no le salió bien a la globalización y al
neoliberalismo como instrumento de política monetaria, que no de
crecimiento y desarrollo. Los ganadores son unas cuantas
multinacionales, que de la mano de los banqueros centrales, están
destruyendo economías, países y población completos.
La
crisis económica, en su vertiente financiera, lleva al mundo a la
destrucción. Antes, donde el Estado de bienestar estaba más desarrollado
y las desigualdades sociales eran menores, la capacidad de ahorro era
superior; ahora, donde rige el capital financiero/especulativo la
polaridad riqueza/pobreza se profundiza. Con la globalización neoliberal
disminuyen tasas de ahorro e inversión, caen los salaros, las tasas de
desempleo aumentan, hay mayor desigualdad, una alta concentración de la
renta y deterioro de los niveles educativos. Ello sucede al interior de
los países antes llamados desarrollados.
El
“problema” de la inmigración procedente de aquellos países en guerra
como Irak, Afganistán, Siria y el norte de África, azuzados todos por el
terrorismo atizado también desde países como EUA, algunos de la UE,
Arabia Saudita y Turquía entre otros, no es más que otro saldo
neoliberal y de las guerras como negocio turbio, tanto para la
apropiación de las reservas de energéticos como la venta de armamento,
el negocio de la guerra.
Ya, por ejemplo también,
en 1999 antes de la debacle del 2008, las diferencias en materia de
ingresos entre los 10% más ricos y los 10% más pobres eran: en EUA 19
veces; en España 9 veces; Argentina 24 veces; Brasil 58 veces; México,
40 veces; Venezuela 22 veces. Esa brecha ha crecido, no solo en
Latinoamérica, también en la UE y el EUA, los bastiones del sistema
financiero.
Luego entonces, la globalización está
llevando a la ruina a la población, a países enteros; está destruyendo
la naturaleza y metiendo al mundo en una profunda crisis a punto de
estallar. A la velocidad de los “derivados” en los mercados de futuro
avanza hacia la destrucción y con ella la catástrofe, no sólo económica porque la burbuja del 2008-2009 sigue inflada y estallará con cualquier pretexto, de mayores alcances.
No
obstante, llegó la hora de defender la vida y al planeta. Conocido es
que cuando el pueblo se moviliza el poder tiembla. Por eso los
mecanismos de intimidación, el uso del poder policiaco y militar. Pero
ni el más grande ejército ha derrotado a los pueblos. En el mundo del
presente reina el caos, y el futuro es nada promisorio gracias a la
llamada globalización que todo lo que toca destruye. (05 de junio de
2016).
1
El gobierno de José López Portillo (1976-1982) dio inicio a la venta
con 400 empresas paraestatales. Miguel de la Madrid (1982-1988): 294
liquidaciones, 72 fusiones, 25 transferencias, 155 empresas; solo en
1988 hubo 750 “desincorporaciones”. Empresas de sectores como la
siderurgia, banca, teléfonos, ferrocarriles, energía, etcétera. En
total, de las 1 mil 150 empresas que existían en 1982, quedaron 200 en
1994. Carlos Salinas vendió TELMEX y el grueso de empresas estratégicas
de México. Ernesto Zedillo (1995-2000) privatizó los ferrocarriles,
permitió inversiones en comunicación satelital, creó las Afores para
privatizar los Fondos de pensión, así como los servicios de salud IMSS e
ISSSTE. Operó el rescate bancario tras el llamado “efecto tequila” de
1984-1985, mediante el FOBAPROA/IPAB de una banca que ahora es el 90%
extranjera ¡los servicios financieros mexicanos en manos extranjeros!;
aeropuertos y aerolíneas. Vicente Fox (2000-2006), Aseguradora Hidalgo,
industria azucarera, a la que luego “rescató”. Felipe Calderón
(2006-2012) impulsó la venta del sector energético, desmanteló Cía. de
Luz. Peña Nieto (2012-2018) cerró la piza neoliberal que se abrió
cínicamente con Salinas para perjudicar al país, y quedaban energía,
educación. Son los presidentes traidores de México, los culminadores de
la brecha abierta por Antonio de Padua María Severiano López de Santa
Anna y Pérez de Lebrón, mejor conocido como “su alteza serenísima”.
2
En países desarrollados: Gran Bretaña, Alemania, Francia, Italia,
Japón, España, Austria. Holanda, Portugal, Irlanda, Canadá. En Asia:
Turquía, Filipinas, Pakistán, India.
3 Chile, el primer experimento monetarista de los Chicago Boys,
con Milton Friedman a la cabeza, arranca con la bota militar de la
dictadura de Augusto Pinochet. También se dieron privatizaciones en
Argentina, Brasil y Venezuela, Bolivia, Perú.
4 Sacristán Roy Emilio, Facultad de Economía, UNAM, 2006. Consulta electrónica, en: http://bit.ly/1UBWKX7.
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