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¿Somos pobres porque hay demasiados ricos?
Por Manuel Monereo
El verdadero problema de nuestro país es el enorme crecimiento de la riqueza.
Por Manuel Monereo
Hay que insistir, el problema más importante de nuestro país es el paro y la precariedad. El problema fundamental, causa última de nuestras dificultades, es el crecimiento descomunal de las desigualdades de renta, riqueza, territoriales y de poder. Se tiende a olvidar y no se debería. En nuestras sociedades siempre hay una distribución desigual del poder entre clases, entre grupos sociales, entre géneros, entre generaciones, entre territorios. Esta distribución desigual puede incrementarse o disminuir, puede agravarse o disminuir significativamente, es decir, depende del conflicto social y del poder entre los sectores sociales básicos.
Las políticas que se ponen en práctica —máximo en tiempos de crisis como los que vivimos— desvelan, ponen de manifiesto el carácter de clase del poder público y del gobierno. Si analizamos desde este punto de vista las reformas laborales y socioeconómicas aplicadas desde el 2008, veremos como ellas tienden a disminuir el ya escaso poder de los asalariados, de las clases trabajadoras frente al poder ya casi omnímodo del empresario. El paro disciplina a los trabajadores, la precariedad, la disminución de derechos laborales y sindicales, convierte a la persona que busca empleo en un casi siervo. Ninguna de las condiciones laborales reales dependen ya del trabajador, sobre todo si se es joven. La consigna sería la siguiente: todo el poder al empresario y liberarlo de cualquier tipo de regulación laboral, sindical, fiscal, medioambiental.
Resumiendo,
el verdadero problema de nuestro país es el enorme crecimiento de la
riqueza. No falta dinero, sino que éste se distribuye mal, favorece el
estancamiento productivo, perpetúa un modelo social y ecológicamente
insostenible y condena a una parte sustancial de nuestra población a la
precarización de sus condiciones de vida, a la inseguridad y a falta de
futuro, sobre todo para las generaciones más jóvenes
Por Manuel Monereo
Hay que insistir, el problema más importante de nuestro país es el paro y la precariedad. El problema fundamental, causa última de nuestras dificultades, es el crecimiento descomunal de las desigualdades de renta, riqueza, territoriales y de poder. Se tiende a olvidar y no se debería. En nuestras sociedades siempre hay una distribución desigual del poder entre clases, entre grupos sociales, entre géneros, entre generaciones, entre territorios. Esta distribución desigual puede incrementarse o disminuir, puede agravarse o disminuir significativamente, es decir, depende del conflicto social y del poder entre los sectores sociales básicos.
Las políticas que se ponen en práctica —máximo en tiempos de crisis como los que vivimos— desvelan, ponen de manifiesto el carácter de clase del poder público y del gobierno. Si analizamos desde este punto de vista las reformas laborales y socioeconómicas aplicadas desde el 2008, veremos como ellas tienden a disminuir el ya escaso poder de los asalariados, de las clases trabajadoras frente al poder ya casi omnímodo del empresario. El paro disciplina a los trabajadores, la precariedad, la disminución de derechos laborales y sindicales, convierte a la persona que busca empleo en un casi siervo. Ninguna de las condiciones laborales reales dependen ya del trabajador, sobre todo si se es joven. La consigna sería la siguiente: todo el poder al empresario y liberarlo de cualquier tipo de regulación laboral, sindical, fiscal, medioambiental.
La
consecuencia de todo esto no es otra que, de un lado, el crecimiento
enorme de la riqueza en una minoría cada vez con más poder e influencia
política; de otro lado, el crecimiento generalizado de la precariedad,
la inseguridad social y la pobreza, tanto absoluta como relativa. A esto
se añade una economía que crece poco y mal y con una deuda pública que
ya supera al PIB. El proceso es, al menos, curioso: se siguen bajando
los impuestos para los ricos, lo que agrava la crisis fiscal del Estado
que, de una u otra forma, obliga a este a emitir deuda pública que los
ricos acaban comprando, dejando a las arcas del Estado bajo su control.
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