EL GERMEN DE UN GRAN MAL
Hay gente empeñada en crear productos que parecen una tontería, una curiosidad o incluso una estupidez, pero que en su interior contienen el gérmen de un gran mal, que la mayoría de veces no sabemos intuir.
Hace unas semanas, conocíamos la existencia de un producto bastante absurdo, inventado en los EEUU.
Así es como nos presentan el producto en la web Activist Post, en un artículo de Melissa Dykes:
Por lo visto, no sólo vivimos en una sociedad de zombis tecnológicos, sino que ahora, además, la gente está haciendo cola voluntariamente para comprar por 200 dólares su propia pulsera que provoca descargas eléctricas para castigar al usuario cuando tenga malos hábitos.
De forma parecida a la educación mediante suministro de recompensas y castigos, la pulsera suministra descargas eléctricas dolorosas al portador para ayudarle a mejorar sus hábitos.
El dispositivo recibe el nombre de The Pavlok y como habrán adivinado, debe su nombre a Ivan Pavlov, el fisiólogo ruso que estableció las bases del condicionamiento pavloviano, como método de “educación” de la conducta.
La aversión provocada por el shock eléctrico, tiene el objetivo de programar a la persona para evitar cualquier mal hábito contra el que deba luchar y la compañía fabricante afirma que el dispositivo necesita tan solo cinco días o menos para “eliminar la tentación” asociando una descarga eléctrica con el mal hábito de una persona, reconfigurando su cerebro para que relacione dicho hábito con la desagradable sensación de electrocutarse.
Se desconoce qué efectos negativos a largo plazo puede tener el uso continuado de un dispositivo Pavlok, pero evidentemente, la marca fabricante indica que “ninguno”.
Paradójicamente, las noticias locales de Boston que ya han presentado el producto a la audiencia, lo califican como “340 Voltios de Fuerza de Voluntad usable (o portátil)”. De hecho, el dispositivo puede realizar descargas de entre 50 y 450 voltios, equivalentes a recibir la picadura de una abeja gigante.
El Pavlok puede ser programado para ser activado por sensores, apps de móviles, GPS o por control remoto. Entre sus funciones incluye, por ejemplo, programarlo para que provoque descargas cuando se acerca la mano a la cara para comerse las uñas u otro tipo de malos hábitos similares que se quieran erradicar.
En definitiva, el dispositivo es programable para eliminar prácticamente cualquier tipo de mal hábito o vicio, asociando con él una sensación desagradable.
Una de las primeras cosas que nos ha llamado la atención, es la frase o lema con la que el noticiero de Boston presenta el producto: “340 Voltios de Fuerza de Voluntad usable (o portátil)”.
Resulta especialmente paradójico que se defina un producto de este tipo como “un moldeador de la fuerza de voluntad”, cuando de hecho, es exactamente lo contrario.
La fuerza de voluntad implica precisamente “voluntad”, es decir, que seas tú el que luches conscientemente contra tus malos hábitos para vencerlos y superarte. El desarrollo de la fuerza de voluntad significa que emprendes un camino interior, en el que te conoces a tí mismo y derribas las paredes de tu mente y tus propias limitaciones, tomando poco a poco el control sobre todos los aspectos de tu persona.
En cambio, aplicarte descargas para reprogramar tu conducta, es lo opuesto a la fuerza de voluntad. Es la sustitución de ese importante proceso de interiorización y refuerzo del autocontrol, por un castigo externo que, aunque te lo apliques tú mismo, nada tiene que ver con la conciencia propia y con la superación de las propias barreras.
Es como si te programaras como un robot. Con ello, quizás consigues tomarle aversión a un determinado mal hábito, como por ejemplo fumar, pero al hacerlo con este método, no aprendes nada útil sobre tí mismo, no utilizas la lucha contra el mal hábito para mejorar como persona y jamás llegas a enfrentarte con la razón que te ha llevado a adquirir ese mal hábito.
Es el camino opuesto a la toma de conciencia y a la mejora personal, por más que los vendedores del producto traten de convencernos de lo contrario.
Por lo tanto, resulta especialmente significativo que estos “periodistas” sean incapaces de distinguir entre lo que es fuerza de voluntad real y lo que es programación mental mediante el castigo.
Aunque tampoco debería sorprendernos: este tipo de presuntos periodistas y reporteros son el tipo gente idiotizada e inconsciente que se dedican profesionalmente a lavarle el cerebro a los espectadores.
Y naturalmente, son los primeros en dar ejemplo con su necedad.
Pero más allá de esta consideración, la cuestión es que se está comercializando un producto de autocastigo para personas que por ejemplo, quieran dejar de fumar o de beber, pero que tiene un enorme potencial para convertirse en un producto de sanción ante cualquier actitud que la sociedad califique como “negativa”.
Momentáneamente, es la propia persona que pretende “reprogramarse” la que tiene el control sobre el dispositivo y la que toma las decisiones.
Sin embargo, una vez instaurado, ¿cuánto tiempo tardaremos en ver que el control de este producto de castigo y condicionamiento de conducta esté en manos de actores externos a la propia persona que recibe las descargas correctoras?
Si dejamos volar la imaginación hacia los fecundos campos de la caricatura social, ya podemos imaginar un futuro distópico, con alumnos en las aulas, llevando dispositivos como estos y recibiendo descargas eléctricas de sus maestros cuando realicen comentarios fuera de lugar o suelten los típicos chistecillos graciosos. Y en lo que sería la culminación del control sobre el individuo, ya podemos imaginar a posibles compañeros “avanzados o de conducta intachable”, siendo ellos los que suministren los castigos a los que disturben el buen devenir del grupo.
Quizás en el futuro obliguen a todos los ciudadanos a llevar un dispositivo de este tipo, para esculpir la conducta cívica que debe tener un buen ciudadano, día tras día.
Si dices una palabrota, descarga, si tiras un papel al suelo, descarga, si maldices al ver a un policia, descarga. Y con cada descarga, 3 créditos menos en tu cuenta de dinero digital. Sería la evolución natural a lo que ya existe en la actualidad.
El potencial de lavado de cerebro y control de un producto de este tipo, sería enorme.
Obviamente, estamos caricaturizando.
No parece que el dispositivo vaya a tener demasiado éxito en estos momentos y se hace difícil imaginar un futuro en el que la gente vaya siendo castigada con descargas por la calle por “mala conducta”.
Parece imposible que las personas puedan llegar a aceptar un control de esta índole sin rebelarse contra sus opresores; un futuro de este tipo parece más propio de un capítulo de los Simpsons que una realidad plausible (Nota del "blogger": quizá en cárceles o reformatorios no sea una posibilidad tan remota).
Pero si analizamos esta posibilidad desde un punto de vista diferente, veremos que no es algo tan imposible.
Quizás la clave para que la sociedad llegue a aceptar métodos represivos de este tipo no esté en el instrumento o vehículo utilizado para aplicar dichas sanciones, (en este caso un brazalete electrónico), sino en la naturaleza de la autoridad que las aplique.
Supongamos que salimos a la calle y hacemos una encuesta entre los transeuntes.
Les preguntamos a los ciudadanos que van pasando, si aceptarían recibir castigos correctores inmediatos de este tipo por su “mala conducta cívica”, como por ejemplo, recibir una descarga de advertencia al tirar un papel al suelo, cruzar un semáforo en rojo, dañar mobiliario urbano o otros recursos públicos, escupir o orinar en plena calle, o agredir a alguien, etc …
A priori, podemos suponer que aún habrá un altísimo porcentaje de gente que se negará a aceptar que se le apliquen castigos de esta índole.
Lo más probable es que estas personas justificaran su negativa a los castigos esgrimiendo conceptos como “represión” o “tiranía” y sobretodo argumentando que prácticas como éstas podrían conllevar “abusos” por parte de los agentes de la autoridad encargados de suministrar las correciones.
Rápidamente intuirían que las descargas podrían ser aplicadas de forma injusta y arbitraria y que quizás algunos individuos o colectivos, por su aspecto, por su raza o por la razón que fuera, podrían ser objetivo de más castigos que otros.
Pero, ¿qué sucedería si a esos mismos ciudadanos les dijéramos que los castigos no serán aplicados por policías uniformados ni por otras personas “imperfectas”, sino por un sistema de inteligencia artificial autónomo, que detectara las conductas sancionables y aplicara los castigos correspondientes de forma automática, igualitaria, basándose en criterios fríos y bien estipulados, libres de todo prejuicio y de toda posibilidad de error o mala interpretación?
Algo parecido a un árbitro de inteligencia artificial en un campo de fútbol, que en lugar de ser un individuo que corretea por el cesped entre los jugadores cargado con sus limitaciones, fuera una suerte de presencia omnisciente, capaz de ver y analizar todas las jugadas desde diferentes ángulos simultáneamente, mediante múltiples cámaras de alta resolución, dotado de unos algoritmos de análisis que le llevaran a arbitrar los partidos sin posibilidad de error, parcialidad o mala fe, como presumiblemente sucede con muchos de los árbitros humanos.
¿Cuánta gente aceptaría ser juzgada y castigada en su vida cotidiana y de forma automatizada por un juez artificial, presuntamente sin prejuicios, capaz de recopilar infinidad de datos y de analizar cualquier acción desde múltiples ángulos sin posibilidad de error?
Nos tememos que el porcentaje de personas que aceptarían ser controladas por una “máquina imparcial e infalible” aumentaría dramáticamente respecto a los que ya aceptaban un sistema de castigo basado en criterios de análisis humanos.
Y ese es, precisamente, el peligro que se oculta detrás de tecnologías como estas.
Cuando oímos hablar de productos como este “brazalete castigador”, tendemos a interpretarlos como un producto final y lo aceptamos o lo rechazamos sin más, sin darnos cuenta de que en realidad, estas ideas son una etapa intermedia que forma parte de un proceso más largo, que se está desarrollando a nuestro alrededor y que va a cambiar la vida humana de forma dramática en un futuro no muy lejano.
En realidad, el brazalete castigador Pavlok, no es un producto final, sino un punto intermedio hacia un futuro en el que seremos juzgados y castigados telemáticamente por una máquina con algoritmos infalibles.
Y lo más probable, es que ni sus propios creadores, ni aquellos periodistas que lo publicitan con su proverbial superficialidad y estupidez, sean conscientes de que el dichoso brazalete forma parte de ese proceso tecnológico-social.
Lo importante no es el producto en sí, sino la idea que el Pavlok implanta en nuestro cerebro: la posibilidad de que una máquina electrónica nos castigue, nos controle y moldee nuestra actitud hasta corregirla por completo.
Una vez hemos aceptado el concepto como algo plausible, una vez hemos aceptado sin alarmarnos y sin sentir un profundo rechazo la posibilidad de ponernos en la muñeca un artefacto que nos suministre una descarga “correctora”, ya no importa quién nos la aplique, ni bajo qué justificación.
Pongamos un ejemplo: al principio, el agua era gratuita para todos, pues era un recurso natural disponible en el planeta. Ningún hombre primitivo habría podido concebir la idea que el agua del río de la que bebía, pudiera pertenecer a un congénere suyo.
Sin embargo, ha acabado sucediendo.
Y una vez se implantó en nuestro cerebro el concepto de que alguien se pudiera apropiar de ese recurso natural que es de todos y nos cobrara por su consumo, ya poco ha importado quién lo hiciera. Primero le pagamos a las autoridades públicas por el consumo y el suministro y ahora ya le pagamos a grupos privados en muchos lugares, que se han apropiado literalmente de la gestión de un recurso natural que debería ser de todos. Y una vez hemos aceptado esto, ya nos pueden cortar el suministro de agua si no pagamos, a pesar de ser un recurso indispensable para nuestras vidas e incluso para nuestra subsistencia, al que en un principio podíamos acceder libremente. El resultado final del proceso, es que a final, ya no solo nos cobran por la gestión o el suministro del recurso natural, sino que literalmente, hay grandes corporaciones y bancos que se apoderan de los acuíferos en propiedad. El agua es “suya”.
Pues bien, con el concepto del brazalete de castigo (y otros conceptos similares), seguimos un procedimiento similar.
La clave de la manipulación está en aceptar el concepto base inicial, su estructura básica, que reprograma y altera para siempre nuestra concepción de la realidad. Después los aspectos que puedan rodear a esa idea base, son mutables en el tiempo y en la forma. Son meros accesorios, por más que generalmente se conviertan en el foco central de las polémicas y las discusiones.
Ahora aceptamos el concepto de “máquina electrónica que a las órdenes de un actor ‘Y’, nos aplica una descarga para corregir una actitud ‘X'”. Y la mayoría de nosotros nos distraemos discutiendo sobre la naturaleza de esas “X e Y”, cuando en realidad, no son más que variables que se irán adaptando a las cambiantes circunstancias sociales de cada momento.
Una vez aceptamos e incorporamos a nuestra psique la idea de que una persona tenga un presunto “derecho” a ejercer su “dominio” sobre nosotros, amparándose en una supuesta “ley”, poco importa si a esa persona la llamamos líder, césar, faraón, emperador, rey, papa, presidente, director, jefe, general o capitán.
Son solo denominaciones sucesivas para las variables X o Y, que van adaptándose a las circunstancias histórico-sociales que nos afectan a cada momento. Esas circunstancias histórico-sociales que van cambiando y por las que la gente ha luchado hasta la muerte a lo largo de la historia, en realidad no son más que diferentes manifestaciones externas de la misma estructura mental.
Poco importa que luchemos hasta la muerte para cambiar la “Monarquía” y el “Rey” y poner en su lugar una “República” con su “Presidente”. En la estructura base que hay dentro de tu psique, siempre hay “un tipo que tiene un presunto derecho para ejercer su dominio sobre tí basándose en una supuesta ley que no puedes poner en duda”.
Por esa razón, resulta tan preocupante que todos hayamos aceptado con naturalidad la idea de “castigo instantáneo para reconducir una conducta erronea mediante dispositivo electrónico”, que es la idea base que rodea al brazalete Pavlok.
Esa falta de rechazo significa que el concepto base ya ha sido incorporado a nuestra mente y con ello ha moldeado para siempre nuestra percepción de la realidad. Ha creado un nuevo escenario en nuestra psique, al que podremos ir incorporando diferentes actores o personajes.
Por esa razón es tan importante tomar conciencia de la existencia de estos conceptos base y la extrema importancia que tiene detectar su significado profundo en un primer momento y oponerse a ellos con todas sus fuerzas, antes de que alteren nuestra visión de la realidad de forma inmutable.
Estos mecanismos psíquicos son el esqueleto del Sistema y una vez están inoculados en nuestra mente, por más inocuos que puedan parecernos inicialmente, su evolución posterior ya está escrita y será muy difícil impedir que evolucionen siguiendo el peor camino posible.
Son como un papelito redoblado en mil pliegues, que parece inocuo cuando lo vemos por primera vez, pero que poco a poco y de forma inexorable, se va desplegando ante nuestros ojos, hasta que al final nos muestra la oscura maldición que llevaba escrita desde el principio … y que no habíamos sabido ver.
(Fuente: GAZZETTA DEL APOCALIPSIS)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario