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Debate entre bordiguistas y trotskistas sobre la Guerra de España (1938)
Tras
la ruptura con los trotskistas, la preocupación de los bordiguistas se
centró en la necesidad de publicar una revista en lengua francesa, que
les permitiese la difusión de sus análisis y el debate con otros grupos.
Por Agustín Guillamón
INTRODUCCIÓN
En el número 3 de Octobre, revista en lengua francesa del Buró Internacional de las Fracciones de Izquierda (mal llamada “bordiguista” por las demás formaciones políticas), fechado en abril de 1938, se publicó un artículo anónimo, titulado “Una “lección” trotskista de los acontecimientos de España”.
Octobre era la revista que había tomado el relevo de la revista Bilan, órgano de la Fracción de Izquierda del Partido Comunista de Italia (PCI), esto es, de los “bordiguistas” italianos exiliados en Francia, en los años treinta[1].
Este artículo recibió una respuesta inmediata de Fosco[2], que publicó en el número 129 de La Commune, fechado el 28 de mayo de 1938, un artículo titulado “Una lección bordiguista sobre los acontecimientos de España”.
El debate se producía, concretamente, entre Fosco, líder trotskista del Grupo Bolchevique-Leninista (GBL) Le Soviet (molinierista), y la Mayoría de la Fracción bordiguista, opuesta a la intervención de los revolucionarios en la Guerra de España. Esto excluía, pues, del debate a los trotskistas ortodoxos de la Sección bolchevique-leninista de España (SBLE), liderada por Munis[3], y a la Minoría de la Fracción, que se desplazó a España para combatir en la Columna Internacional Lenin del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), organizada por el trotskista Fosco y el bordiguista Enrico Russo.
EL PAPEL DE FOSCO EN LA GUERRA DE ESPAÑA.
El destacado papel de Fosco en la formación de la Columna Internacional Lenin del POUM, en el control de los militantes extranjeros, simpatizantes del POUM, que llegaban a España, y en la organización y control de los boletines y emisiones radiofónicas del POUM, en lenguas extranjeras, fue fundamental durante los primeros meses de la guerra civil. Esas emisiones de radio y los boletines en lenguas extranjeras, no fueron fruto de ningún plan de entrismo bolchevique-leninista (BL)[4] en el POUM, sino del excelente clima de leal colaboración, existente en esos primeros meses de la revolución: Benjamín Péret, locutor en lengua portuguesa, Mary Low, en lengua inglesa, Virginia Gervasini en francés e italiano. En cuanto a los boletines extranjeros del POUM, Virginia Gervasini se encargaba de los boletines francés e italiano, y Mary Low, y luego los Orr, del boletín en inglés.
Durante los primeros meses de guerra, entre julio y octubre de 1936, la colaboración entre los BL y el POUM gozó de un clima muy favorable, y de una buena predisposición por parte de Nin y Andrade. En octubre, con la disolución de la Columna Internacional, por la oposición al decreto de militarización de las Milicias Populares; y con la expulsión-dimisión de Fosco en el cargo de responsabilidad, ejercido hasta entonces, a causa de sus disidencias con Jean Rous, el representante de la Cuarta Internacional, se abría en realidad una escisión entre los trotskistas españoles, probablemente influida por la nueva ruptura con los molinieristas en el partido francés, tras un breve período de unificación.
En mayo de 1936, CNT y POUM iniciaron, en Barcelona, una campaña por la liberación de Fosco y otros extranjeros encarcelados por motivos políticos, ya que no había otra causa para su encarcelamiento que la de ser militantes antifascistas, exiliados de la Italia fascista o la Alemania nazi. De este modo nació el Centro Unificado Internacional de Refugiados Antifascistas (CUIRA), liderado por Fosco. En las jornadas revolucionarias de julio de 1936 esos exiliados antifascistas tomaron parte en los combates callejeros. De forma natural esa asociación, llamada CUIRA, se convirtió en el núcleo organizador de los milicianos extranjeros que estaban ya en España, o venían de toda Europa para combatir al fascismo. El CUIRA estuvo en el origen del reclutamiento de extranjeros para la Columna Internacional Lenin del POUM, así como en el aglutinamiento de los militantes trotskistas en un informal e incipiente Grupo Bolchevique de Barcelona. A mediados de diciembre, empezaron a surgir las primeras discrepancias políticas en el seno de ese grupo bolchevique informal. En noviembre Munis, que había llegado a España a finales de octubre, fundó en Barcelona la SBLE. En enero de 1937 se produjo la definitiva ruptura entre el grupo trotskista oficial (Munis), y el GBL Le Soviet, liderado por Fosco.
Fosco disentía de la táctica empleada por Rous, y sobre todo de su falta de tacto y de oportunidad respecto al POUM. Fosco intentó una aproximación a la fracción ex-Izquierda Comunista del POUM, y preconizó en los primeros meses el ingreso en el POUM, que fue rechazado por Rous y el Secretariado Internacional (SI) de la IV Internacional. Cuando en octubre Jean Rous y Benjamin Péret propugnaron el ingreso en el POUM, con derecho a formar una fracción, recibieron la negativa de los líderes poumistas, que de otra forma se hubieran enfrentado a una escisión de su propio partido. Fosco era partidario de ingresar en el POUM, como fracción de hecho, sin pedir el derecho formal de constituirla. Esta posición fue calificada por Rous y el SI como liquidacionista, esto es, como renuncia a constituir una organización trotskista en España, y como un llamamiento a liquidar la IV Internacional e integrarse en el POUM. Fosco era, según esto, un poumista.
Fosco, por su parte, criticó el sectarismo, la falta de tacto y de oportunidad, la provocación y el insulto[5] de que hicieron gala los representantes en España del Secretariado Internacional (SI) de la Cuarta. Posteriormente calificó como disparatado y falto de principios el proselitismo de la SBLE respecto a Los Amigos de Durruti. Según Fosco la única oportunidad de crear un partido revolucionario era la de constituir una fracción en el seno del POUM: y en lugar de intentarlo, la sección oficial (la SBLE, que editó La Voz Leninista) quiso hacer proselitismo entre la izquierda radical del anarquismo; y en lugar de trabajar con militantes probados, como los del grupo “Le Soviet”, se dedicó a captar gente dudosa, que luego resultarían ser (según Fosco) agentes fascistas (como Zanon) o soviéticos (como Leon Narwicz y el comisario “Joan” o Max).
Por su parte, la SBLE negaba siquiera el apelativo de trotskistas para el grupo de Fosco, puesto que (según ellos) eran poumistas que perseguían la desaparición de los militantes de la Cuarta en el seno del POUM. En realidad la SBLE jamás abandonó el trabajo en el seno del POUM, o las relaciones con los militantes poumistas, entre otras cosas porque muchos de sus militantes tenían una doble militancia, y también lo eran del POUM (como Jaime Fernández o Julio Cid) y porque existía un destacado núcleo fraccional bolchevique-leninista en el seno de ese partido (la sección de Madrid; la Izquierda del POUM en Barcelona, animada por Josep Rebull; o los militantes de la numerosa sección de Llerena, que habían sobrevivido a la masacre fascista).
Debe destacarse la dependencia orgánica de ambos grupos trotskistas respecto al POUM, del que eran (o pretendían ser) sólo una fracción, que se proponía “ganar” al partido, o la mayoría de militantes del POUM, a sus tesis. La ausencia de una auténtica organización trotskista en la situación revolucionaria española se hizo sentir pesadamente[6], y la única política posible para los trotskistas RESPECTO AL POUM fue la de solidaridad absoluta con los militantes poumistas, brutalmente golpeados por la represión estalinista y republicana a partir de junio de 1937, pero al mismo tiempo de crítica despiadada contra lo que ellos calificaban como “graves errores políticos de los dirigentes del POUM”.
Los trotskistas del GBL Le Soviet formaban el grupo heterodoxo español que, pese al rechazo inicial y el enfrentamiento entre Fosco y Molinier en Barcelona, en agosto de 1936, se aproximó a las posiciones políticas de los disidentes Raymond Molinier y Pierre Frank (que en Francia, rota la frágil unidad alcanzada el 1 de junio con la fundación del POI, volvían a publicar a partir del 23 de octubre el diario La Commune, como órgano del PCInt.)[7]. El GBL Le Soviet era menos numeroso que el grupo oficial y estaba formado por los italianos Nicola Di Bartolomeo (“Fosco”), Virginia Gervasini (“Sonia”), Cristofano Salvini (“Tosca”), y los franceses Henri Aïache, Georges Cheron (“Romero Julio”, “Remy”) y la compañera de éste Louise. Consiguieron reclutar al militante español Antonio Rodríguez Arroyo (“Rodas”), y posiblemente también a Eduardo Mauricio Ortiz (“O. Emem”) quien en 1939, ya en el exilio francés, militó en el GBL “Nuevo Curso”, de carácter molinierista y sucesor del Grupo BL Le Soviet.
Le Soviet era impreso a máquina de escribir por Sonia, y no se hacían más de ocho copias de cada número. La propia Sonia se encargaba de colorear el título de la publicación. Aparecieron quince números de Le Soviet, desde enero de 1937 hasta enero de 1938. Se publicaba en Barcelona, en lengua francesa, y su difusión era muy limitada, no sólo por estar escrito en francés, sino por la escasa influencia del grupo. Algunos artículos se reprodujeron en Francia en La Commune, el órgano del partido molinierista francés. En enero de 1938 los militantes del GBL Le Soviet regresaron a París.
EL FIN DE LA DICTADURA Y LA PROCLAMACIÓN DE LA SEGUNDA REPÚBLICA EN EL ANÁLISIS DE LOS BORDIGUISTAS.
La Fracción de Izquierda del PCI funcionó hasta 1933 como un grupo político homogéneo, situado en la órbita de la Oposición de Izquierda Comunista Internacional, esto es, de la organización impulsada por Trotsky desde su expulsión de la Unión Soviética.
Las relaciones entre la Fracción (bordiguista) y la Oposición (trotskista) oscilaron desde una mutua admiración inicial hasta la definitiva ruptura en febrero de 1933, cuando la Fracción fue excluida de la convocatoria a la conferencia internacional de París, por decisión personal de Trotsky.
No entraremos en los debates y razones que condujeron a la ruptura definitiva entre trotskistas y bordiguistas, ya estudiados por otros historiadores, pero sí que señalaremos que uno de los temas fundamentales de la discrepancia entre ambas corrientes marxistas fue el de la oportunidad, o no, de lanzar consignas democráticas en la situación creada en España a la caída de la Dictadura de Primo de Rivera, que conduciría a la proclamación de la Segunda República.
Desde el fin de la Dictadura los análisis de la Fracción y de Trotsky no podían ser más discordantes respecto a la táctica a seguir por los revolucionarios en la situación española.
A causa de estas discrepancias, la Fracción adoptó una resolución sobre las consignas democráticas que, pensadas para el caso español o italiano, consideraban generalizables a cualquier otro país. Esta resolución, publicada en el Boletín Internacional de la Oposición, pretendía ser un compendio de las posiciones sostenidas hasta entonces por la Fracción, publicadas en Prometeo. En realidad estas posiciones no eran ninguna novedad para los militantes bordiguistas, puesto que ya habían sido expuestas en las Tesis de Roma del PCI, en 1922.
En junio de 1931 Trotsky, en el prefacio de la edición italiana de su folleto La revolución española y los peligros que la amenazan, respondió a la Fracción:
“Las posiciones del grupo Prometeo, que niega las consignas democráticas por principio se revelan teóricamente inconsistentes y políticamente funestas a la luz de los acontecimientos españoles. ¡Peor para ellos si no saben sacar enseñanzas de los grandes acontecimientos históricos!”
La Fracción intentó situar con rigor las reales divergencias políticas existentes con la Oposición referentes a las consignas democráticas. Rechazó en todo momento la crítica de Trotsky, porque la consideraba una burda manipulación. La Fracción insistió en entablar una discusión política ajena a todo personalismo, que condujera a una clarificación de las auténticas posiciones políticas defendidas por la Fracción y la Oposición. Ese intento se realizó mediante un documento publicado en enero de 1932:
“Cualquier desviación sobre la noción fundamental del Segundo Congreso de la Internacional, sobre la cuestión de la democracia podría conducir a divergencias de principio.
Creemos que la clarificación de la divergencia táctica atañe al siguiente problema: “¿el proletariado debe o no debe, en los países capitalistas, hacer suyas las reivindicaciones institucionales y estatales democráticas, incluso allí donde exista un gobierno fascista?”.
Ante todo es falso afirmar (…) que el plan estratégico de los bolcheviques ha sido el de la lucha por la democracia. Todo lo contrario (…) En España el paso de la monarquía a la república, que en otras circunstancias habría sido resultado de una lucha armada, se verificaba con la comedia de la partida del rey tras el acuerdo entre Alcalá Zamora y Romanones.
En definitiva, con ocasión de las crisis revolucionarias está probado que las consignas democráticas encuentran una base para la reafirmación del capitalismo que consigue desviar al proletariado de la acción violenta e insurreccional.
(…) el deber de los comunistas consiste precisamente en la preparación de las masas y el proletariado a estas situaciones futuras, mediante la propaganda de la dictadura del proletariado.
En España, el hecho de que la oposición haya adoptado las posiciones políticas de apoyo a la transformación llamada democrática del Estado, ha suprimido cualquier posibilidad de desarrollo serio de nuestra sección.”
La Fracción partía del rechazo de la democracia efectuado en el II Congreso de la Tercera Internacional, así como en las Tesis de Roma, adoptadas en el II Congreso del PCI, en marzo de 1922. En el plano estratégico no cabía duda que los comunistas rechazaban la democracia burguesa, que en realidad no era otra cosa que la dictadura de la burguesía para imponer los mecanismos necesarios al funcionamiento de una sociedad basada en la explotación de una clase asalariada por otra, compradora de la mercancía fuerza de trabajo.
La discusión se establecía pues en el plano de la táctica. ¿El proletariado debía o no debía apoyar las consignas democráticas como medio para avanzar hacia la insurrección que implantaría la dictadura del proletariado? Para la Fracción las consignas democráticas desviaban al proletariado de su camino hacia la revolución, suponían un balón de oxígeno para la burguesía en las crisis revolucionarias.
El caso de la proclamación de la República en España el 14 de abril de 1931 era en este aspecto antológico. La Fracción criticaba que se utilizara el término “revolucionario” aplicado a los acontecimientos que condujeron a la proclamación de la República española, como hacían entre otros Trotsky y Maurín. Tanto la Fracción (bordiguista) como la Oposición (trotskista) coincidían en afirmar que la revolución burguesa ya había sido hecha en España.
La cuestión fundamental que preocupaba a la Fracción, en el caso español, era que la defensa de la democracia unía el proletariado a la fracción liberal de la burguesía, ataba a la clase obrera al programa y reivindicaciones democráticas y nacionalistas de la burguesía más radical. Y esto suponía desviar al proletariado del programa comunista.
Para la Oposición, por el contrario, las reivindicaciones democráticas debían ser desarrolladas y profundizadas, junto con las reivindicaciones de clase, hasta desbordar los límites burgueses. La posición defendida por la Fracción era calificada de defensa dogmática de los principios, abstracta y estéril.
Para la Fracción el dilema histórico que se planteaba no era el de la colaboración con la burguesía democrática, sino el antagonismo de clase entre burguesía y proletariado: la dictadura del proletariado y la revolución socialista estaban en el orden del día. La “profundización” de la democracia conducía a la derrota, porque suponía la “unión sagrada” del proletariado con la burguesía, o lo que era lo mismo, el abandono de los métodos y del programa propios del proletariado en favor de la unidad antifascista y de la democracia burguesa.
Este análisis de los bordiguistas les permitió afrontar las sucesivas, y cada vez más radicales, oscilaciones en el poder estatal español como diversos intentos de desviación de la lucha de clases, ya fuera la opción monarquía/república en 1930-1931, ya fuera la opción izquierda/derecha entre 1931 y 1936, ya fuera la opción fascismo/antifascismo entre 1936 y 1939. Para la Fracción no existió ruptura, sino continuidad, entre la caída de Primo de Rivera (y Berenguer) y la proclamación de la República. Estas diversas opciones políticas entre monarquía y república, entre izquierda y derecha, entre fascismo y antifascismo, tenían la misma función esencial de encauzar y doblegar al movimiento obrero, romper su autonomía y organización, y, sobre todo, confundirlo ideológicamente, para poder por fin derrotarlo y masacrarlo.
Estas falsas opciones siempre pedían el mismo sacrificio para el proletariado (en 1931, en 1934, en 1936): cese de las huelgas, tregua en las reivindicaciones sociales y laborales, alianza o unidad sagrada con la fracción democrática de la burguesía para enfrentarse a la fracción reaccionaria, romper con la autonomía y auto organización de la clase, someterse a las exigencias “tácticas” de la democracia, la libertad y/o la república.
La opción izquierda/derecha, en situaciones cada vez más difíciles y radicales para la burguesía, no consiguió encauzar por la vía reformista a la mayoría del proletariado español durante la II República. Sin embargo, tampoco surgió un antagonismo entre el proletariado y el Estado que permitiera la maduración de una auténtica alternativa revolucionaria. De ahí el auge del ambiguo sindicalismo “revolucionario” de la CNT, con su permanente oscilación entre el reformismo de los “trentistas” y la “gimnasia insurreccional” de los faistas, aunque ni unos ni otros planteaban una auténtica alternativa revolucionaria.
LOS ANÁLISIS DE PROMETEO Y BILAN SOBRE LA SEGUNDA REPUBLICA.
Tras la ruptura con los trotskistas, la preocupación de los bordiguistas se centró en la necesidad de publicar una revista en lengua francesa, que les permitiese la difusión de sus análisis y el debate con otros grupos. Así es como, desde septiembre de 1932, editaron un boletín, en lengua francesa, que a partir de noviembre de 1933 se convirtió en una revista teórica de aparición mensual, publicada en París. Su título Bilan (Balance) subrayaba la necesidad imperiosa, para el movimiento obrero internacional, de extraer un balance de las recientes experiencias históricas. En su portada aparecían tres fechas y tres nombres emblemáticos: Lenin 1917, Noske 1919, Hitler 1933, que destacaban el paso de una fase histórica de carácter revolucionario a otra fase plenamente contrarrevolucionaria.
En Bruselas continuaba publicándose Prometeo, en lengua italiana, como órgano bimensual de la Fracción. La principal diferencia entre ambas publicaciones radicaba en el carácter teórico de Bilan, que era considerada como el instrumento para dar a conocer las propias posiciones políticas en el medio proletario francés y belga, y también el lugar idóneo para publicar los debates con otros grupos. Prometeo era más bien un boletín interno de la Fracción, y también el órgano de propaganda e influencia entre la emigración italiana en Francia y Bélgica. Algunos artículos aparecían en ambas publicaciones.
Por esta razón es evidente que las noticias o análisis sobre Italia aparecían en Prometeo. Del mismo modo los análisis sobre España solían aparecer en Bilan: la cuestión española era motivo de polémica con otros grupos franceses o belgas. Los artículos sobre España estaban muy bien documentados y aparecían con motivo de algún acontecimiento de resonancia internacional. Desde el primer número de Bilan hasta el estallido de la guerra civil española en julio del 36 los artículos sobre España son los siguientes:
– Bilan núm 2 (diciembre 1933): “Masacre de trabajadores en España”.
– Bilan núm. 12 (octubre 1934): “El aplastamiento del proletariado español”.
– Bilan núm. 13 (noviembre-diciembre 1934): aparece una nota sin firma ni encabezamiento que habla sobre la represión tras la insurrección de Asturias en octubre.
– Bilan núm. 14 (diciembre 1934 – enero 1935): “Cuando falta un partido de clase: sobre los acontecimientos españoles”, por Gatto Mammone [seudónimo de Virgilio Verdaro].
– Bilan núm. 28 (febrero-marzo 1936): “El Frente Popular triunfa en España”, por Gatto Mammone.
La atención sobre la situación española desde la proclamación de la República hasta julio del 36 fue, pues, muy esporádica. Se limitó al levantamiento anarquista de diciembre de 1933, la insurrección revolucionaria de octubre del 34, o las elecciones de febrero de 1936, ganadas por el Frente Popular.
Podemos sintetizar las tesis de Bilan del siguiente modo:
1.- La ausencia de un partido de clase determina el fracaso de las insurrecciones revolucionarias de diciembre del 33 y octubre del 34. Esa ausencia de un partido de clase se debe al atraso político del proletariado español. La lucha de clases en España no ha generado un partido revolucionario. Esto no significa que Bilan afirme que falta un centro o dirección revolucionaria, sino que el atraso de la lucha de clases no ha hecho surgir un auténtico partido revolucionario.
2.- En España ya se han realizado las tareas de una revolución burguesa. Todos los análisis económicos, sociales e históricos de Bilan se basaban en esta premisa teórica. Existe pues un abismo respecto a los teóricos y partidos políticos españoles, que en sus análisis sostenían el dogma de una revolución burguesa pendiente en España.
3.- Las consignas democráticas, aun las de carácter transitorio, eran denunciadas como consignas gradualistas favorables a los intereses de la burguesía. Sus consecuencias prácticas no podían ser otras que las de obstaculizar una madurez revolucionaria y desviar al proletariado de su terreno de clase.
Fue precisamente esta discrepancia táctica sobre la necesidad de propugnar unas consignas democráticas, tanto en el caso español como en el italiano, una de las razones que habían conducido a la definitiva delimitación entre bordiguistas y trotskistas, como ya hemos visto en el apartado anterior.
Sin embargo, para comprender las posiciones políticas de los bordiguistas es necesario enlazar su rechazo a las consignas democráticas con su análisis sobre el fascismo y el antifascismo.
4.- La esencia del antifascismo radica en promover la lucha contra el fascismo, fortaleciendo la democracia. Esto es, no apoya la lucha contra el capitalismo, sino sólo contra su forma fascista. No lucha por destruir el capitalismo, no lucha por la revolución proletaria, su objetivo es la caída del fascismo para restablecer la democracia burguesa. El antifascismo conduce al proletariado a la lucha por una opción burguesa, al tiempo que excluye la alternativa de una revolución proletaria. Y esa exclusión es precisamente la función contrarrevolucionaria del antifascismo.
Estos cuatro puntos son fundamentales para comprender las posiciones que adoptó el grupo Prometeo sobre la guerra civil española.
LA TRADUCCIÓN DE LOS DOS ARTÍCULOS DEL DEBATE
“Todo el mundo admite que los acontecimientos de España representan un momento decisivo para la cristalización de las posiciones políticas que se han enfrentado hasta ahora en el movimiento obrero. La naturaleza íntima y la función objetiva de todas las corrientes que se reclaman del proletariado se han desvelado, efectivamente, a la luz durante esta guerra; y la línea de demarcación que ha aparecido entre los diferentes grupos ha sido consagrada definitivamente por los millares de cadáveres obreros sepultados en tierra ibérica.
Ha llegado la hora de las lecciones, pero solamente de las lecciones de clase. Hay que extraer de la gigantesca hecatombe las armas ideológicas que eviten que las erupciones revolucionarias de mañana no desemboquen en la guerra imperialista. Pero esta obra de análisis histórico no puede hacerla cualquiera. Su clima, su terreno, son determinados por adelantado, y sólo a las organizaciones que no han fallado en su misión, y que han opuesto la bandera de la revolución a la bandera de la guerra imperialista, han conservado una naturaleza de clase que les permite ejercer ese trabajo de análisis y alcanzar soluciones políticas progresivas.
Trotsky se ha metido abiertamente en las discusiones sobre la cuestión española. También ha conseguido que interfiriera “genialmente” un cierto Crux[8], con tanta “profundidad” como cuando su polémica contra los “extremistas de izquierda”[9], o contra los anarquistas, a propósito de Kronstand. Se da por supuesto que nosotros no entendemos nada de los problemas del marxismo y sobre todo de los de la “revolución permanente”, ya que sólo Trotsky lo ve todo, lo sabe todo y puede lanzar sus “últimas advertencias” a los traidores que, en lugar de hacer la revolución y la guerra al mismo tiempo, se alían al Frente Popular contra los obreros (¡no es así señores anarquistas!). Puntualizado esto, ya podemos abordar el examen de los problemas que se desprenden de la guerra española, confrontando su respuesta de clase a las posiciones del movimiento trotskista y del propio Trotsky. Nuestro ex gran hombre nos perdonará si a su vista obramos con libertad, pero cuando se traicionan los intereses de clase de los proletarios, no se merece más que desprecio, aunque se sea un artesano del Octubre de 1917.*
En el seno del movimiento obrero, las únicas organizaciones que intentaron abordar un examen a fondo de los problemas de la democracia burguesa, según los criterios de la lucha de clases, fueron las fracciones de izquierda, que reaccionaron contra una deformación del pensamiento de Lenin, basado en sus posiciones tácticas referentes a la democracia burguesa. Estrategas de cualquier calaña “probaban” decididamente que Lenin siempre había recomendado retroceder a posiciones intermedias, que atañían no sólo al proletariado, sino también a las capas democráticas de la burguesía, cuando las circunstancias veían a la reacción capitalista desplegarse sobre toda la sociedad. Con el comodín de la “revolución permanente”, Trotsky podía, en cuanto a si mismo, pasar a un escalón superior, para desembocar finalmente en la insurrección. No estamos hablando de los centristas[10] o de los socialistas, que debían pasar, unos desde 1914, otros con la victoria de Stalin, a la abierta defensa de la dominación democrática del capitalismo.
A menudo hemos probado que libertades conquistadas por el proletariado y “libertades democráticas” son dos nociones antagónicas, que separa un abismo de clase, y que los obreros, al defender su conquista, no conseguían que sus organizaciones dieran un paso adelante con la burguesía democrática, sino que emprendían el camino de la victoria contra esta última. Sería ocioso volver aquí sobre el mismo tema. El problema reside en que la divergencia se ha agotado en una serie de aventuras y en dos guerras. El movimiento trotskista ha basculado del otro lado de la barricada, pese a las sutilezas de la revolución permanente. Es cierto que no existe sólo este problema, pero un conjunto complejo de elementos probarán que, incluso en los puntos centrales de la doctrina marxista (el Estado, la clase, el partido, la dictadura del proletariado y el período de transición) el trotskismo, lejos de continuar a Lenin, pasaba al empirismo y deformaba, de forma caricaturesca, la obra realizada por los bolcheviques. Los acontecimientos de España debían probarlo categóricamente.
Veamos los hechos que preceden a estos acontecimientos. Después de la guerra de Abisinia, el criterio aplicado por Trotsky consistía en escoger a los beligerantes menos reaccionarios, como en España escogerá a Largo Caballero contra Franco, para incorporar la lucha del proletariado. ¿Justificación? La IV Internacional se deja guiar por “criterios materialistas”, y si los trotskistas han sostenido por ejemplo Abisinia, pese a la esclavitud existente y su bárbaro régimen político, es: primeramente, porque en un país precapitalista, un Estado nacional independiente es un estadio histórico progresista; en segundo lugar, porque la derrota de Italia habría significado el principio del hundimiento del régimen capitalista “que se sobrevive” (número 1, IV Internacional, página 9). ¡Ya sabemos qué pasó! Los hechos han desdeñado tales florituras y el “criterio materialista” no se ha manifestado, porque los tiempos bíblicos de los milagros ya han caducado, pese a los hechizos trotskistas.
España había de ver la aplicación de este esquema a gran escala. El Estado Nacional Independiente, peón del imperialismo británico, iba a ser reemplazado por el Estado democrático. Para defender sus “libertades” (¡no la de los presos antifascistas de Barcelona!), los obreros eran invitados a marchar con la democracia, sin olvidar la revolución permanente que, en nombre del caso Kornilov, iba a darle la victoria. Pero, aquí, es aconsejable ver las cosas de cerca.
El Centro por la IV Internacional se había constituido oficialmente en julio de 1936, después de las exclusiones de los trotskistas de la III Internacional, y su reconstitución en Liga de los Comunistas Internacionalistas. Era inútil intentar probar que se trataba de la más extraña de las amalgamas que se haya conocido. ¿Pero un matrimonio entre Trotsky y los grupos socialistas de izquierda podía crear algo más que un aborto sin pies ni cabeza? Las secciones más importantes iban a comprenderlo muy pronto, atrayéndose los anatemas de Trotsky. Los belgas votaron a favor del clerical Van Zeelan, el mal menor frente a Degrelle[11]. Los holandeses se convirtieron en los abogados oficiales del POUM y los franceses que, en julio de 1936, se habían inclinado por esa misma posición, cambiaron diplomáticamente su punto de vista, sin decir una palabra.
Esta IV Internacional de opereta, durante la guerra de España se arrojó, con olfato infalible, en el campo de los antifascistas hasta sus últimas consecuencias.
¿Cómo se planteaba el problema? Los obreros de Barcelona respondieron a Franco desencadenando una batalla de clase. Los partidos obreros levantaron con sus cuerpos una muralla defensiva del Estado capitalista y escoltaron a los obreros hacia los campos de batalla. El grito general era “derrotar a Franco”, y sin renunciar a esa lucha, realizar reformas sociales con las que decían “hacer la revolución”. El problema central del Estado había sido escamoteado. Sólo era una fachada. Trotsky, en esta época, debía callarse a su pesar, gracias a los cuidados “democráticos” de los ministros socialistas de Noruega.
En esta época, el movimiento trotskista coincide con la dirección del POUM y con los anarquistas. La consigna es entrar en el POUM para hacer un trabajo de izquierda. Sólo más tarde se acordarán que hay que destruir al Estado. Y que no protesten los charlatanes de Francia y Bélgica, pues si hay que probar nuestras afirmaciones las probaremos con sus propios escritos.
Por fin, Trotsky se puso a hablar. El jefe de la revolución permanente ha perdido sus alas de águila, y no es más que un pato de corral. Primero es una entrevista en la que califica de cobardes a quienes no sostienen al ejército republicano. Luego, tendremos la justificación teórica del señor Crux, sombra de un tal Gourov[12] que, en 1932, preveía la posibilidad de una victoria sobre Hitler, incluso con Thalmann.
¡”La victoria de Largo Caballero sobre Franco no es imposible”! Evidentemente, sobre todo porque esto fue escrito a principios de 1937, después de las “traiciones” de los jefes militares republicanos en distintos frentes en los que había que facilitar la sangría de Franco. Pero esto sería secundario si, como consecuencia, no se vislumbrara la necesidad de esta posición: hay que ayudar con todas las fuerzas a las tropas republicanas. ¡Oh! ¡No temamos nada! El señor Crux ya sabe que la revolución no va a salir de una victoria republicana. Basta con aplicar, delante de nosotros, la teoría de la revolución permanente: “en la época del imperialismo, la democracia conserva una ventaja sobre el fascismo; y es que en todos los casos en que se enfrentan hostilmente una contra otro, el proletariado revolucionario está obligado a sostener la democracia contra el fascismo”. Se trata de explotar ese “enfrentamiento” de una con el otro. Pero, suprema sutileza: “debemos defender la democracia burguesa, no mediante los métodos de la democracia burguesa, sino con los métodos de la lucha de clases que preparan la sustitución de la democracia burguesa por la dictadura del proletariado”. Qué responder a tal verborrea, cuando está claro que hoy en España, como en todas partes, las fuerzas democráticas, lejos de enfrentarse a las fuerzas fascistas de una forma decisiva, se han reunido con ellas, por caminos diferentes, para masacrar al proletariado.
Por otra parte, la no intervención nos ha enseñado que, incluso en el terreno de las competiciones interimperialistas, los países democráticos y fascistas procuraban amortiguar sus enfrentamientos para unificar sus esfuerzos con vistas a terminar con el proletariado español y aprisionar en la Unión Sagrada a los obreros de otros países.
Sin embargo, el señor Crux quiere defender la democracia burguesa con métodos proletarios. ¡Como! Si hay que juzgar por la experiencia hecha por los trotskistas en España, se trataría de enviar los obreros a los frentes militares “proclamando” la necesidad de la lucha social. En suma, una política digna del POUM que añade, además, la reivindicación de los soviets y toda la demagogia verbal que tan bien conocemos. Ni siquiera se han preguntado si el proletariado podía utilizar los métodos de la lucha de clases para defender posiciones burguesas; ni si al intentar hacerlo, el proletariado no abandonaba su terreno específico para verse arrojado en la masacre de la guerra imperialista. ¿Por qué en la época del imperialismo, la democracia conservaría alguna ventaja sobre el fascismo? ¿Y por qué si el proletariado es capaz de defender la democracia frente al fascismo, no podría luchar directamente por sus propios objetivos? Más concretamente aún, ¿por qué se ha afirmado que los obreros españoles sólo serían capaces de vencer a Franco si defendían al Estado burgués y la democracia? Si eso fuera cierto, también habrían podido hacer la insurrección, puesto que el Estado se ponía bajo su “protección”. ¡Y uno se pregunta por qué no lo hicieron!
Pero en realidad, aunque no nos sea indiferente ver a los proletarios dominados democráticamente o violentamente, en ningún caso una u otra forma de esta dominación depende de la voluntad de los obreros. La experiencia histórica muestra que cuando los obreros se ven impulsados a defender la democracia, ésta se aprovecha para preparar el terreno al fascismo. Es una solemne tontería inventar una “ventaja” democrática para hacer del proletariado el campeón de su suicidio, igual que es un cretinismo permanente la creencia de que después de luchar por la democracia burguesa, los obreros pasarían a la lucha revolucionaria. Incluso durante la revolución rusa, las Tesis de Abril no se inspiraron en semejante criterio, superado por los acontecimientos de 1848, en Francia; y, sin embargo, en Rusia, existía una oposición entre la burguesía y el feudalismo. En España no queda ninguna revolución burguesa pendiente, y sólo el proletariado puede resolver los problemas económicos que siglos de parasitismo de las clases dominantes han convertido en insolubles para la actual burguesía española.
Pero, para Crux, la victoria de los ejércitos republicanos provocaría una explosión segura de la guerra civil. Su colega Trotsky[13] afirmará lo mismo para China donde explicará doctamente que una victoria de Chang-Kai-Chec provocaría la guerra civil en Japón. Conclusión: los bolchevique-leninistas, bandera al viento, ardientemente intransigentes, defenderán la independencia nacional de China junto con los verdugos del Kuomitang.
Qué marxistas tan curiosos son éstos que piden a los proletarios que ofrezcan sus vidas por la burguesía y que esperan que los montones de cadáveres sean quienes realicen la insurrección en el momento de la “victoria”.
Aquí, el ejemplo español nos deja sin réplicas: a cada victoria militar de los republicanos le ha seguido una represión contra los obreros. Las jornadas de mayo surgieron después de la consolidación del ejército republicano y su avance en los alrededores de Madrid. El propio Lenin esperaba las derrotas del imperialismo zarista para ver como los obreros se orientaban hacia el derrotismo revolucionario. Trotsky-Crux lo esperan de las victorias republicanas. El primero (Lenin) comprendía que un ejército dirigido por el Estado burgués es un ejército capitalista que hay que destruir, el segundo (Trotsky) imagina que, pese al Estado burgués, puede modificarse la naturaleza del ejército mediante la propaganda, sin perjudicar la lucha contra Franco.
En cualquier toma de decisión, el problema del Estado no es abordado de forma seria, como si la Comuna y Octubre de 1917 no hubieran existido, sino que es reemplazado por consideraciones de “estrategia”, sin sentido alguno, y de consejos gratuitos sobre una “dirección” que hay que crear para impulsar adelante la lucha.
*
En mayo de 1937, el Centro por la IV Internacional publica una resolución sobre España. En el seno de los distintos grupos trotskistas surgen numerosas divergencias, pero no sobre el fondo del problema español, sino sobre el sostén al POUM y el rechazo a su política. Trotsky ha dado la señal de ataque contra los consejeros poumistas de la Generalidad, y los bolchevique-leninistas españoles van al país de Don Quijote para asaltar los molinos de viento y fundar su sección española[14].
La resolución asimila de un solo golpe las jornadas de mayo de 1937 con julio de 1917 de la revolución rusa. ¿Dónde está el partido que ha de preparar Octubre? Ninguna huella, puesto que los obreros han sido traicionados por sus propios partidos y la represión intenta hacer comprender que el estado capitalista no es sólo una “fachada” insignificante, sino que puede hacer respetar el orden. Para los trotskistas, el desvío de la revolución española se inició en el momento en que las milicias fueron militarizadas y los comités obreros disueltos[15]. ¡Ay! ¿Pero es que acaso esta revolución existía cuando los obreros no podían luchar por derrotar al Estado capitalista? Es cierto que los primeros días[16], la revuelta fue grandiosa y tuvo un carácter de clase, pero las milicias se convirtieron en canales “obreros” para encaminar a los obreros hacia la guerra imperialista. Para estos señores, “el mayor problema reside en la constitución, al calor de la lucha, de una dirección bolchevique que ya habrá asimilado las lecciones de los pasados errores y sabrá, al mismo tiempo que continúa la lucha armada contra Franco, movilizar efectivamente a las masas en los comités y dirigirlos contra el Estado burgués, para quebrarlo en el momento oportuno (subrayado por nosotros NDLR) para la insurrección…”
Los trotskistas van a construir un partido “en el fragor del combate”, como si nunca hubiera existido un tal Lenin, y una experiencia histórica que nos enseña que un partido no se crea como una sección trotskista cualquiera, sino que es el resultado de una selección de ideas, de cuadros, de una evolución de los hechos, y ese fragor del combate es la prueba decisiva para estas agrupaciones y no la ocasión para salir a la luz. Además se obstinan en querer continuar la lucha contra Franco en un terreno capitalista y movilizar a los obreros en su terreno de clase. ¿Pero acaso pueden explicarnos estas gentes, de una vez, cómo pueden hacerse al mismo tiempo dos cosas opuestas? ¿Cuenta para algo la experiencia española? ¿Los hechos ya vividos siguen siendo hechos? El POUM ha cantado esta cantinela para acabar primero en los ministerios y luego en las prisiones. Los anarquistas han aprendido que había que hacer la guerra sin pensar en la revolución. ¿Esperan los trotskistas conquistar cargos en el Estado capitalista aunque sea para aprender que su charlatanería no es más que un relleno de cráneo infecto?
Pero la conclusión es todo un programa. Hay que destruir el Estado “en el momento oportuno”. ¡Ya conocemos bien esa fórmula tan cara a los reformistas! ¿Pero quién designará ese “momento oportuno”? ¿Sin duda los acontecimientos? ¿Una victoria militar de Negrín? Pero, mientras tanto, hay que combatir en los ejércitos republicanos, y el Estado sale reforzado, reenviando el “momento” a las calendas griegas.
Para ilustrar este argumento, ahí tenemos a los bolchevique-leninistas españoles que, en agosto de 1937, (como consecuencia de sus fanfarronadas) lanzaron un manifiesto para explicar que “mientras el proletariado no sea capaz de tomar el poder, defenderemos, en el marco del régimen capitalista en transición, los derechos democráticos de los obreros”. Y luego pretenden que los centristas son los únicos campeones de la democracia burguesa.
Y, por fin, en la última fase de los acontecimientos de España, cuando ya se hace patente que la guerra imperialista campa libremente y que masacra sin piedad a millares de proletarios y a sus familias, en un momento en el que el “orden” reina tanto en Barcelona como en Burgos, Trotsky va a hablar solemnemente. Lanza su “última advertencia”. Parecería sensato extraer las enseñanzas de los dos años de guerra, en nombre y por cuenta del movimiento de la IV Internacional.
Pero Trotsky promete mucho y se contenta con poco. Aunque quiera contradecir al señor Crux (y con razón) se limitará a completarlo modestamente. Dejemos de costado la charlatanería del tipo que pretende que el duelo esencial en España se dio entre el bolchevismo y el menchevismo […]
Trotsky muestra en su artículo que cuando los obreros se someten a la dirección de la burguesía, en el curso de la guerra civil, su derrota es inevitable ¿Pero acaso Crux no decía que, pese a todo, la victoria de Largo Caballero sobre Franco no era imposible? ¡Y, sin embargo, los obreros se sometieron a la dirección burguesa! ¿Pero, claro, había que luchar contra Largo Caballero, sin someterse a él, no es cierto? Trotsky viaja rápidamente con destino a la Luna, pues el Estado capitalista que tomaba en sus manos el ejército republicano, planteaba así el problema: la guerra antifascista será conducida por nosotros según criterios burgueses o no habrá guerra, sino un frente único directo y no disimulado con Franco. No se podía hacer la guerra junto con la burguesía democrática y al mismo tiempo separarse de ella. Dos años han probado que, en este terreno, los proletarios debían abdicar progresivamente sus aspiraciones sociales en nombre de los intereses de la guerra, cuyo representante era el Estado, y admitir el restablecimiento de la legalidad.
A Trotsky ya sólo le queda el campo de los subterfugios, donde siempre encontrará refugio. En España se ha aliado con “la sombra de la burguesía”, pues esta burguesía ya se había pasado en su inmensa mayoría al lado de Franco. Pero hay “sombras” muy poderosas, puesto que la de la España republicana conservaba intacto el Estado capitalista y se infeudaba, además, a los partidos del Frente Popular, los anarquistas, el POUM, y los propios trotskistas. Nadie pensó lanzarse al asalto del poder, destruir el Estado y derrocar la burguesía, porque no se lucha contra una “sombra”.
Sin embargo, muy pronto esa “sombra” ha tomado cuerpo en la representación antiobrera y ha dispuesto de agentes socialistas y centristas, con un notable vigor para hacer de cada episodio de la guerra, un episodio de restablecimiento tradicional del ritmo de la sociedad burguesa, orientado al torbellino de la masacre.
Ciertamente se encuentra, por aquí y por allá, en esta “última advertencia”, palabras que dejarían suponer una innovación y sobre todo una toma de posición más seria, pero sólo son palabras. No se ha tratado del problema del Estado, ¿Deben luchar los obreros en el ejército republicano, cuyo contenido de clase está determinado por la clase en el poder? Sí, nos enseña Trotsky, pero es necesario que las masas revolucionarias tengan un aparato estatal que exprese directa e inmediatamente su voluntad. Ese aparato son los soviets. Sin embargo, en Rusia han surgido y han sido ganados por los bolcheviques sobre la base de una perspectiva de derrotismo y de destrucción del Estado burgués. Pero sí que es cierto que Trotsky, para salvaguardar la revolución permanente, ha de defender la democracia republicana contra Franco, y esto excluye el derrotismo. Evidentemente, en estas condiciones, los soviets seguirán siendo una quimera, pero por lo menos tendrá el consuelo de haberlo pensado.
Luego Trotsky, considera responder contundentemente a la guerra civil que la burguesía lleva contra el proletariado, en la zona republicana, pero se olvida de decirnos cómo. Explicaba a los anarquistas que luchar como los “mejores combatientes” en el frente, era la posibilidad que encontrarían para denunciar ante las masas a los “traidores”. ¡Sí! ¿Cómo puede el proletariado llevar a cabo una guerra civil, sin romper nada, sin destruir para nada los frentes militares? Es un enigma que Trotsky deja en las tinieblas desde el comienzo hasta el fin. ¿Antes que nada, hay que preconizar la fraternización de los explotados de los dos frentes para aniquilar al Estado capitalista? Es aquí donde se encuentra la línea de separación entre los partidarios vergonzosos o entusiastas de la guerra imperialista de España o de China, y los internacionalistas.
Trotsky y su Cuarta Internacional ya han escogido. Los acontecimientos de España lo han probado categóricamente. Nosotros también hemos escogido y, por esta razón, lo que nos separa, no son sólo pequeñas divergencias, sino cuestiones de clase fundamentales. Las “lecciones” trotskistas han sido concebidas para repetir la experiencia de España en otros países, y sus “advertencias” son sencillamente de divulgación, destinadas a enturbiar todavía más el cerebro de los obreros que pudieran leerlas.”
FIN DEL ARTÍCULO
“El estudio de los problemas de la guerra civil española, la comprensión de su importancia, para extraer todas las consecuencias de los acontecimientos, es un problema que aún no está resuelto. Pero puede decirse que sobre una serie de cuestiones importantes, los propios hechos han aportado la solución.
Por otra parte, hemos “registrado” todo lo positivo y lo negativo que debe servir para orientar a la clase obrera.
Un grupo, la “izquierda comunista”[17], no quiere resignarse a su impotencia, e intenta interpretar los sucesos de España, falsificándolos de cabo a rabo y cambiando las posiciones de los BL[18] para extraer la conclusión de que sólo la “izquierda italiana” ha sido infalible. Su único consuelo es el de darse la razón frente a las falsificaciones hechas a los demás, acompañándolas de los más vulgares insultos antiproletarios. Vamos a dejar de lado todos los insultos contra Trotsky, que tienen la misma naturaleza que los del estalinismo, y la forma de tratar a Molinier[19] como aventurero, para discutir algunos problemas políticos que pueden interesar a la clase obrera.
Octobre[20], admite que “los obreros de Barcelona respondieran a Franco desencadenando una batalla de clases”, pero no puede comprender que la tarea de los BL era la de situarse a la cabeza de los obreros y combatir con la clase obrera.
“En esta época el movimiento trotskista marcha de acuerdo con la dirección del POUM y los anarquistas. La consigna es entrar en el POUM para hacer un trabajo de izquierda. Sólo más tarde se acordarán de que era necesario destruir el Estado”.
¿Cuándo los trotskistas han marchado de acuerdo con la dirección del POUM, y de los anarquistas…? La única verdad a la que se refiere Octobre es cuando los trotskistas dijeron que querían entrar en el POUM, pero falsifica los hechos cuando afirma que los trotskistas estaban de acuerdo con la dirección del POUM y de los anarquistas. La única verdad que nos recuerdan era que más tarde había que destruir el Estado.
La entrada de los BL en el POUM, que no llegó a realizarse, constituía una posición estratégica revolucionaria de primer orden, que sólo los marxistas pueden apreciar en su valor político respecto a la cuestión del poder en un país en revolución. Nadie ha creído que la entrada en el POUM constituía la condición imprescindible para construir el partido revolucionario en una revolución ya en curso; y nadie ha pensado en subordinar nuestra política revolucionaria a la cuestión del POUM, como quiere hacernos creer Octobre.
La “Fracción de izquierda italiana” que siempre ha negado, aunque sea por un solo día, el carácter revolucionario de los acontecimientos en España, está obligada a admitir que durante un cierto tiempo (¿por cuánto tiempo?) el movimiento ha revestido un carácter revolucionario. En una situación revolucionaria y cuando la clase obrera practica la lucha armada, ¿qué debe hacer el movimiento de vanguardia?
¿Esperar la derrota o intervenir en los acontecimientos? ¿Y cómo intervenir en un país en el que no existe un auténtico partido revolucionario? Nosotros no podíamos, como lo ha hecho la izquierda comunista italiana, esperar que los obreros fuesen derrotados para discutir luego su derrota sin haber participado. Sabíamos que a la clase obrera le faltaba un partido para conducirle a la victoria revolucionaria, pero no podía excluirse durante un cierto período la victoria de la democracia sobre el fascismo, que diera tiempo a la clase obrera, en base a la experiencia, de plantear el problema del partido y de luchar por el poder.
¿Podíamos seguir sin participar con la clase obrera en la lucha contra Franco? La única posibilidad que se presentaba para tener armas, para ponerse a la cabeza de la clase obrera, para participar en la lucha militar política y revolucionaria, era la de entrar en una organización. El partido que ofrecía mayores garantías era el POUM. Las divergencias de fondo y de forma contra la política centrista, oportunista, antifascista, frentepopulista, de la dirección del POUM jamás han sido escondidas ni guardadas en silencio. La izquierda italiana se consuela porque ella nunca se ha comprometido con el POUM ni con ningún otro partido oportunista; y reprocha a los BL que quieran entrar en el POUM para luchar contra la burguesía fascista y democrática, única posibilidad para construir el partido de la revolución.
Gracias a su “pureza” marxista, la izquierda italiana nuca se ha manchado las manos con la pólvora. Lo que no ha impedido a los camaradas de la Fracción de izquierda comer y dormir en los locales del POUM[21], considerado un partido algo menos que fascista.
Para justificar su posición “al margen del tiempo y del espacio”, Octobre teoriza sobre la guerra civil española definiéndola como guerra imperialista. ¡El esquema no está mal! ¿Y por qué no hacer una demostración de esta afirmación? Con ayuda de ese esquema quiere demostrarse como justa la posición de un “Buró internacional de la Izquierda”, de no haber participado en los acontecimientos de la Guerra civil española. Y para defender tan fantástica elucubración, se cita a Lenin, como se citaría a Stalin contra el trotskismo, porque no habría comprendido nunca los problemas de la lucha por la democracia burguesa, pese a su teoría de la revolución permanente.
No, no era necesario definir la guerra civil española como una guerra imperialista para defender la posición “doctrinal” del bordiguismo sobre el problema de la democracia y los pueblos colonizados.
¿Guerra civil o guerra imperialista?
¿Cómo pueden deformarse los principios elementales del marxismo para definir la guerra civil española como una guerra imperialista? La característica fundamental de una guerra imperialista nos viene dada por la guerra de 1914-1918, y por la que se está preparando en todos los países imperialistas, ya sean democráticos o fascistas. La guerra imperialista se caracteriza no sólo por la naturaleza del plan de sus operaciones militares internacionales, sino principalmente por la conquista de mercados mundiales, materias primas, colonias, etcétera; características que están ausentes en la guerra de España.
En España, pese a la intervención de Italia, Alemania, Francia, Inglaterra, Rusia, etcétera, y a pesar de que la clase obrera haya salido aplastada, la guerra mantiene aún el carácter de una guerra civil nacional, entra las dos fracciones de la burguesía, la demócrata y la fascista. La clase obrera no puede, sin suicidarse, permanecer ajena al movimiento, porque su intervención, al lado de la democracia y contra el fascismo, constituye provisionalmente una posición estratégica general para transformar esta guerra en una guerra revolucionaria de clases, favorable a la revolución socialista. Es cierto que la derrota del proletariado favorece la contrarrevolución, que puede provocar un conflicto mundial y una guerra imperialista a partir de la Guerra de España. El problema consiste en ver si actualmente nos encontramos ante una guerra imperialista. Los hechos demuestran que la evolución se establece en dos direcciones: guerra imperialista y guerra civil.
Proclamar hoy el derrotismo en España entre las líneas republicanas, y la fraternización con los falangistas de Franco, como sostiene la “izquierda comunista”, significa favorecer a Mussolini y Hitler, sea cuales fueren las razones.
La lucha que llevamos contra el capitalismo es una lucha que se da en dos frentes: 1.- contra el fascismo; 2.- contra sus cómplices, reformistas, estalinistas, y del gobierno Negrín, para construir un gobierno revolucionario, destruir el estado burgués para instaurar la dictadura del proletariado, única garantía para resolver los problemas de la democracia y asegurar la victoria sobre Franco; esta es la única posición marxista revolucionaria.
En Italia, la posición del partido comunista, bajo la dirección de la fracción de izquierdas, no fue diferente de la actual posición de Prometeo y Octobre, sin que Bordiga haya definido imperialista la lucha entre democracia y fascismo, y del proletariado contra ambos… y al mismo tiempo sostener la democracia contra el fascismo…
En el momento en que Mussolini preparaba la marcha sobre Roma, que ejecutaba para exterminar a la clase obrera y destruirle toda posibilidad de defensa, suprimiendo la libertad de prensa, de organización, de partido y de huelga; el partido comunista dirigido por la izquierda comunista declaraba que la marcha sobre Roma constituía una mascarada, y que el paso del poder desde la democracia al fascismo no interesaba a la clase obrera. Los únicos obstáculos que encontró el fascismo en Italia para la conquista del poder, y, a pesar de la política contrarrevolucionaria del reformismo, fueron los obreros luchando sin orientación alguna, sin perspectivas y sin dirección.
La posición defendida por los BL en España, sobre el problema de la “democracia” contra el fascismo, sin cesar un solo instante la lucha ideológica y política contra el Estado burgués, democrático o fascista, en el proceso de maduración del movimiento revolucionario, favorable a la revolución socialista, es la misma posición tomada por el partido bolchevique contra Kornilov, sosteniendo a Kerenski para abatirlo enseguida. Es la misma posición defendida por Lenin, contra Bordiga y la dirección bordiguista del partido. Sin embargo, el retraso en la construcción del partido comunista [en Italia] y la política contrarrevolucionaria del partido socialista y de la Confederación [italiana] del Trabajo, no habría facilitado la victoria del fascismo sin los errores del partido comunista [italiano].
La clase obrera ha sido derrotada [en Italia] no sólo por la política del social-reformismo y del centrismo maximalista, sino también por la política antimarxista del partido comunista bajo la dirección de Bordiga.
El centrismo y el estalinismo han sido fortalecidos [en Italia] por la destrucción del partido comunista por parte del bordiguismo.
En cuanto a España, la izquierda italiana ha mostrado la enormidad de su pretenciosa ignorancia. La escisión que ha sufrido[22] no tardará en profundizarse, en el curso de los acontecimientos, que están madurando, y que exigen soluciones precisas no ya sobre el papel, sino en la acción y los hechos.
No es un hecho sin importancia que el grupo proletario más combativo de 25 a 30 obreros, haya roto con la dirección del grupo, y se haya ido a España para luchar al lado del proletariado revolucionario.
La ruptura más grave en el seno de la izquierda italiana, observada en estos últimos tiempos, ha sido realizada por este grupo que ha comprendido la importancia de los acontecimientos de España, participando. El hecho de que ese grupo no haya conseguido [consolidar] posiciones propias y una organización en oposición a la dirección infalible [de la Fracción] no disminuye su importancia política. Se trata de una escisión, a pesar de que la dirección no quiere darle importancia, que rectifica en su totalidad la falsa política del bordiguismo en Italia, además de ser una premisa para el reagrupamiento de las fuerzas de vanguardia en el terreno del marxismo revolucionario. Se ha planteado el dilema, y no tardará demasiado en plantearse aún más claramente a ese grupo: regreso al bordiguismo o pase a la IV Internacional, si no quiere estancarse como un grupo centrista.”
FIN DEL ARTÍCULO
EL DEBATE ENTRE FOSCO Y LA FRACCIÓN
Al artículo, publicado anónimamente por la Fracción en abril de 1938, le respondió inmediatamente Fosco (sin firmarlo) en mayo de 1938, desde las páginas de La Commune.
Los militantes de la Fracción (tanto la Mayoría como la Minoría), así como los del GBL Le Soviet habían dejado ya España, y residían en Francia. Los primeros desde octubre-noviembre de 1936, cuando abandonaron la Columna Internacional Lenin del POUM, por no aceptar la militarización de las columnas milicianas; Fosco y Sonia desde enero de 1938.
El debate entre Fosco y la Fracción de abril-mayo de 1938 no era nuevo, sino que hundía sus raíces en 1931, en los ya entonces añejos debates sobre la aceptación de las consignas democráticas para España e Italia, que sumados a las discrepancias existentes respecto a la cuestiones rusa y alemana, condujeron a la separación definitiva entre ambas corrientes, en 1933. El debate se centraba ahora (1938) en unas concepciones absolutamente opuestas sobre el carácter y naturaleza de la guerra iniciada en 1936 en España.
Para la Fracción no hay revolución sin destrucción del Estado, la democracia no es un aliado o una opción mejor que el fascismo, y el partido no puede construirse en una fase contrarrevolucionaria. Para la Fracción, pasados los primeros días del enfrentamiento obrero al alzamiento militar, no se planteó en ningún momento una alternativa revolucionaria. Sólo se abrió paso la guerra, una guerra que enfrentaba a dos fracciones de la burguesía: la fascista y la democrático-republicana; que por ese motivo era definida como una guerra “imperialista”, cuya existencia suponía ya la derrota de la alternativa revolucionaria.
El desafortunado y confuso calificativo de “imperialista” dado por la Fracción a la guerra de España no hacía referencia a ninguna disputa económica por nuevos mercados, o materias primas; sino a la necesidad burguesa de movilizar a la clase obrera en torno al enfrentamiento entre fascismo y antifascismo. Para la Fracción esa opción, entre fascismo y antifascismo, suponía la renuncia de la clase obrera a la revolución proletaria, en favor de la democracia burguesa.
La polémica con Fosco giraba en torno a la validez, o no, de la opción antifascista. Para Fosco era posible construir el partido revolucionario, infiltrándose en el POUM. Para la Fracción, por el contrario, tanto POUM como CNT se estaban convirtiendo en puntales del Estado capitalista, eso sí, democrático y republicano, entrando en gobiernos de coalición antifascista, cuya primera misión era precisamente la de acabar con el menor atisbo de amenaza revolucionaria: militarización de las milicias, control estatal de las colectivizaciones y disolución de los comités revolucionarios. Las ilusiones de Fosco, respecto a la posibilidad de dar un salto desde el antifascismo a la revolución, con el paso del tiempo, parecían cada vez más quiméricas e irreales.
Sin embargo, Fosco hizo una crítica demoledora a la Fracción al señalar su pasividad e inoperancia ante el aplastamiento de la clase obrera española. La Fracción se había escindido de hecho en dos grupos, que se denominaron Mayoría y Minoría de la Fracción. La Minoría, que había marchado a España para combatir al fascismo en las filas de la Columna Internacional Lenin del POUM, consideraba que la Guerra de España era una guerra revolucionaria, que perdió ese carácter con la militarización de las Milicias. El 24 de octubre se había emitido un decreto de militarización de las Milicias Populares, que el POUM aceptó sumisamente. Los milicianos extranjeros de la Columna internacional Lenin celebraron una asamblea para discutir ese decreto de militarización. La Mayoría de los bordiguistas decidió abandonar la columna, y regresar a Francia. Ese abandono no supuso, sin embargo, el retorno a las posiciones de la Mayoría de la Fracción, y en la práctica los miembros de la Minoría, que regresaron a Francia, ingresaron en Union Communiste, liderada por Gaston Davoust. Algunos pocos decidieron permanecer en España, pero no en el frente. La mayoría de trotskistas, maximalistas y sin partido de la Columna Lenin decidió permanecer en el frente.
Aún en el caso de que las posiciones de la Mayoría fueran adecuadas y válidas, desde un punto de vista revolucionario, la táctica que adoptaron, en la práctica, se limitó al intento de convencer a la Minoría, con el objetivo de evitar la escisión. La teórica defensa del derrotismo en ambos campos (republicano y franquista), no se concretó en ninguna medida de boicot y sabotaje a la “guerra imperialista”. La acusación de pasividad lanzada por Fosco tenía un fundamento real, en cuanto la Mayoría no pudo o no supo defender y difundir sus posiciones en España, esto es, entre los militantes del POUM y los sectores radicales del anarquismo.
Y de hecho, ese decreto de militarización causó un gran descontento entre las columnas anarcosindicalistas. Hubo una gran resistencia a su aplicación. Por otra parte, las deserciones masivas, causadas por el rechazo de unos milicianos voluntarios a ser militarizados, el descontento por la crónica falta de armamentos y la prolongación y endurecimiento de un conflicto que habían concebido como muy breve, fueron muy preocupantes y generalizadas en los siguientes meses. Finalmente, a principios de febrero de 1937, se reunió una asamblea de columnas confederales que, ante las medidas coactivas gubernamentales de no recibir soldada, ni provisiones, ni armamento, si no se militarizaban, decidieron aceptarlas para evitar, al menos, la dispersión en otras unidades.
En el sector de Gelsa de la Columna Durruti, ochocientos hombres abandonaron el frente a finales de febrero, llevándose las armas a Barcelona, donde constituyeron el núcleo organizativo de la Agrupación de Los Amigos de Durruti, que se propuso terminar con el colaboracionismo cenetista y sustituir el gobierno de la Generalidad por una Junta Revolucionaria. Fue el ejemplo práctico de un derrotismo activo y revolucionario. Los milicianos de Gelsa no se fueron a París a seguir pensando y teorizando, sino que bajaron a Barcelona, con sus armas, para impulsar la revolución en la calle, con su destacada intervención en la insurrección conocida como Los Hechos de Mayo de 1937 en Barcelona.
La pasividad de la Fracción era el fruto amargo del terrible aislamiento al que le había conducido la defensa intransigente de sus principios, porque “los principios son las armas de la revolución”. El debate en curso, en 1938, entre la Fracción y Fosco, no dejaba de ser un debate “muy parisino” y verbalista, sin incidencia alguna en la realidad social y política española del momento. Era medianoche en el siglo[23].
Agustín Guillamón
Barcelona, diciembre 2016
Artículo corregido en diciembre de 2016, publicado originalmente en el cuaderno número 36 de Balance (novembre de 2011)
[1] Sobre Bilan y las tesis bordiguistas sobre la Guerra de España, véase: GUILLAMÓN, Agustín: “Los bordiguistas en la guerra civil española”. Balance, número 1 (1993). Existe una traducción al italiano en Quaderni Centro Studi Pietro Tresso.
[2] Seudónimo de Nicola di Bartolomeo.
[3] Seudónimo de Manuel Fernández-Grandizo y Martínez.
[4] En los años treinta los trotskistas se autodenominaban bolchevique-leninistas.
[5] Rous insistía en difundir un artículo de Trotsky, escrito con motivo de las elecciones de febrero de 1936, en el que se calificaba a Nin y Andrade de traidores.
[6] La fundación del POUM, en septiembre de 1935, supuso la desaparición de la Izquierda Comunista de España como organización trotskista consolidada y con cierto número de militantes.
[7] El oficiliasta Parti Ouvrier International (POI) y el molinierista Parti Communiste International (PCInt.).
[8] Crux era un seudónimo literario de Trotsky.
[9] Nota original del texto: “Ver Bilan número 41: “Un gran renegado con cola de pavo real”.”
[10] La palabra centrista en los años treinta equivale a lo que hoy llamaríamos estalinista.
[11] Leon Degrelle, de ideología nazi, en 1936 obtuvo notable representación parlamentaria con su partido rexista (Christus Rex). Durante la Segunda guerra mundial combatió en las Waffen-SS. Condenado como criminal de guerra, Franco le dió refugio en España.
[12] Crux y Gourov son seudónimos de Trotsky, que el redactor del texto no sólo no identifica con Trotsky, sino que cree que son personas distintas.
[13] Crux es un seudónimo literario de Trotsky.
[14] La Sección BL de España (SBLE), que era la sección oficial de la IV Internacional, ya había sido fundada por Munis en noviembre de 1936. La fecha señalada en el texto (mayo de 1937) es errónea.
[15] Los decretos de militarización de las Milicias y de disolución de los comités se promulgaron en octubre de 1936, poco después de la incorporación de Nin (por el POUM) y de cuatro anarquistas como consejeros (ministros) del gobierno autónomo catalán de la Generalidad.
[16] A partir del 19 y 20 de julio de 1936.
[17] La Izquierda Comunista había sido anatemizada por Lenin en su folleto El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo. Posteriormente se consolidó en dos corrientes fundamentales: la germano-holandesa que se reclamaba del Partido comunista obrero alemán (KAPD) y que estaba representada por teóricos como Pannekoek, Gorter, Rühle o Korsch; la otra era la italiana, que se reclamaba de la Izquierda del Partido comunista de Italia (PCI) y de las tesis de Bordiga.
[18] Bolchevique-leninistas (BL) era el nombre que se daban a si mismos los trotskistas en los años treinta.
[19] El Parti communiste internationaliste (PCInt.) era un partido trotskista (heterodoxo) francés, fundado por Raymond Molinier y Pierre Frank en marzo de 1936, que publicaba el diario La Commune. Se oponía al partido ortodoxo, el Parti ouvrier internationaliste (POI) de Jean Rous e Yvan Craipeau, que era la sección oficial trotskista, reconocida por Trotsky.[
[20] Este artículo de Fosco es la respuesta trotskista al ataque de los bordiguistas, realizado en el artículo publicado en Octobre, que hemos reproducido íntegramente más arriba.
[21] Fosco alude aquí a la estancia en Barcelona de los miembros de la Mayoría de la Fracción, que habían viajado a España para hablar con los miembros de la Minoría, en su mayoría enrolados en las filas de la Columna Internacional Lenin del POUM, con el propósito de evitar la escisión de la Fracción. La acusación de Fosco es curiosa, porque él había sido calumniado por Gorkin de llevarse la cubertería de plata del Hotel Falcón, cuando fue expulsado de su cargo como organizador de esa columna, porque la dirección del POUM le dio un ultimátum para afiliarse al POUM, o dejar todos sus cargos, que Fosco no pudo aceptar porque significaba abandonar su militancia trotskista.
[22] Véase GUILLAMÓN, Agustín: “Los bordiguistas en la guerra civil española”. Balance número 1 (1993). Existe traducción al italiano en Quaderni Centro Studi Pietro Tresso.
[23] Título de una novela de Víctor Serge.
Por Agustín Guillamón
INTRODUCCIÓN
En el número 3 de Octobre, revista en lengua francesa del Buró Internacional de las Fracciones de Izquierda (mal llamada “bordiguista” por las demás formaciones políticas), fechado en abril de 1938, se publicó un artículo anónimo, titulado “Una “lección” trotskista de los acontecimientos de España”.
Octobre era la revista que había tomado el relevo de la revista Bilan, órgano de la Fracción de Izquierda del Partido Comunista de Italia (PCI), esto es, de los “bordiguistas” italianos exiliados en Francia, en los años treinta[1].
Este artículo recibió una respuesta inmediata de Fosco[2], que publicó en el número 129 de La Commune, fechado el 28 de mayo de 1938, un artículo titulado “Una lección bordiguista sobre los acontecimientos de España”.
El debate se producía, concretamente, entre Fosco, líder trotskista del Grupo Bolchevique-Leninista (GBL) Le Soviet (molinierista), y la Mayoría de la Fracción bordiguista, opuesta a la intervención de los revolucionarios en la Guerra de España. Esto excluía, pues, del debate a los trotskistas ortodoxos de la Sección bolchevique-leninista de España (SBLE), liderada por Munis[3], y a la Minoría de la Fracción, que se desplazó a España para combatir en la Columna Internacional Lenin del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), organizada por el trotskista Fosco y el bordiguista Enrico Russo.
EL PAPEL DE FOSCO EN LA GUERRA DE ESPAÑA.
El destacado papel de Fosco en la formación de la Columna Internacional Lenin del POUM, en el control de los militantes extranjeros, simpatizantes del POUM, que llegaban a España, y en la organización y control de los boletines y emisiones radiofónicas del POUM, en lenguas extranjeras, fue fundamental durante los primeros meses de la guerra civil. Esas emisiones de radio y los boletines en lenguas extranjeras, no fueron fruto de ningún plan de entrismo bolchevique-leninista (BL)[4] en el POUM, sino del excelente clima de leal colaboración, existente en esos primeros meses de la revolución: Benjamín Péret, locutor en lengua portuguesa, Mary Low, en lengua inglesa, Virginia Gervasini en francés e italiano. En cuanto a los boletines extranjeros del POUM, Virginia Gervasini se encargaba de los boletines francés e italiano, y Mary Low, y luego los Orr, del boletín en inglés.
Durante los primeros meses de guerra, entre julio y octubre de 1936, la colaboración entre los BL y el POUM gozó de un clima muy favorable, y de una buena predisposición por parte de Nin y Andrade. En octubre, con la disolución de la Columna Internacional, por la oposición al decreto de militarización de las Milicias Populares; y con la expulsión-dimisión de Fosco en el cargo de responsabilidad, ejercido hasta entonces, a causa de sus disidencias con Jean Rous, el representante de la Cuarta Internacional, se abría en realidad una escisión entre los trotskistas españoles, probablemente influida por la nueva ruptura con los molinieristas en el partido francés, tras un breve período de unificación.
En mayo de 1936, CNT y POUM iniciaron, en Barcelona, una campaña por la liberación de Fosco y otros extranjeros encarcelados por motivos políticos, ya que no había otra causa para su encarcelamiento que la de ser militantes antifascistas, exiliados de la Italia fascista o la Alemania nazi. De este modo nació el Centro Unificado Internacional de Refugiados Antifascistas (CUIRA), liderado por Fosco. En las jornadas revolucionarias de julio de 1936 esos exiliados antifascistas tomaron parte en los combates callejeros. De forma natural esa asociación, llamada CUIRA, se convirtió en el núcleo organizador de los milicianos extranjeros que estaban ya en España, o venían de toda Europa para combatir al fascismo. El CUIRA estuvo en el origen del reclutamiento de extranjeros para la Columna Internacional Lenin del POUM, así como en el aglutinamiento de los militantes trotskistas en un informal e incipiente Grupo Bolchevique de Barcelona. A mediados de diciembre, empezaron a surgir las primeras discrepancias políticas en el seno de ese grupo bolchevique informal. En noviembre Munis, que había llegado a España a finales de octubre, fundó en Barcelona la SBLE. En enero de 1937 se produjo la definitiva ruptura entre el grupo trotskista oficial (Munis), y el GBL Le Soviet, liderado por Fosco.
Fosco disentía de la táctica empleada por Rous, y sobre todo de su falta de tacto y de oportunidad respecto al POUM. Fosco intentó una aproximación a la fracción ex-Izquierda Comunista del POUM, y preconizó en los primeros meses el ingreso en el POUM, que fue rechazado por Rous y el Secretariado Internacional (SI) de la IV Internacional. Cuando en octubre Jean Rous y Benjamin Péret propugnaron el ingreso en el POUM, con derecho a formar una fracción, recibieron la negativa de los líderes poumistas, que de otra forma se hubieran enfrentado a una escisión de su propio partido. Fosco era partidario de ingresar en el POUM, como fracción de hecho, sin pedir el derecho formal de constituirla. Esta posición fue calificada por Rous y el SI como liquidacionista, esto es, como renuncia a constituir una organización trotskista en España, y como un llamamiento a liquidar la IV Internacional e integrarse en el POUM. Fosco era, según esto, un poumista.
Fosco, por su parte, criticó el sectarismo, la falta de tacto y de oportunidad, la provocación y el insulto[5] de que hicieron gala los representantes en España del Secretariado Internacional (SI) de la Cuarta. Posteriormente calificó como disparatado y falto de principios el proselitismo de la SBLE respecto a Los Amigos de Durruti. Según Fosco la única oportunidad de crear un partido revolucionario era la de constituir una fracción en el seno del POUM: y en lugar de intentarlo, la sección oficial (la SBLE, que editó La Voz Leninista) quiso hacer proselitismo entre la izquierda radical del anarquismo; y en lugar de trabajar con militantes probados, como los del grupo “Le Soviet”, se dedicó a captar gente dudosa, que luego resultarían ser (según Fosco) agentes fascistas (como Zanon) o soviéticos (como Leon Narwicz y el comisario “Joan” o Max).
Por su parte, la SBLE negaba siquiera el apelativo de trotskistas para el grupo de Fosco, puesto que (según ellos) eran poumistas que perseguían la desaparición de los militantes de la Cuarta en el seno del POUM. En realidad la SBLE jamás abandonó el trabajo en el seno del POUM, o las relaciones con los militantes poumistas, entre otras cosas porque muchos de sus militantes tenían una doble militancia, y también lo eran del POUM (como Jaime Fernández o Julio Cid) y porque existía un destacado núcleo fraccional bolchevique-leninista en el seno de ese partido (la sección de Madrid; la Izquierda del POUM en Barcelona, animada por Josep Rebull; o los militantes de la numerosa sección de Llerena, que habían sobrevivido a la masacre fascista).
Debe destacarse la dependencia orgánica de ambos grupos trotskistas respecto al POUM, del que eran (o pretendían ser) sólo una fracción, que se proponía “ganar” al partido, o la mayoría de militantes del POUM, a sus tesis. La ausencia de una auténtica organización trotskista en la situación revolucionaria española se hizo sentir pesadamente[6], y la única política posible para los trotskistas RESPECTO AL POUM fue la de solidaridad absoluta con los militantes poumistas, brutalmente golpeados por la represión estalinista y republicana a partir de junio de 1937, pero al mismo tiempo de crítica despiadada contra lo que ellos calificaban como “graves errores políticos de los dirigentes del POUM”.
Los trotskistas del GBL Le Soviet formaban el grupo heterodoxo español que, pese al rechazo inicial y el enfrentamiento entre Fosco y Molinier en Barcelona, en agosto de 1936, se aproximó a las posiciones políticas de los disidentes Raymond Molinier y Pierre Frank (que en Francia, rota la frágil unidad alcanzada el 1 de junio con la fundación del POI, volvían a publicar a partir del 23 de octubre el diario La Commune, como órgano del PCInt.)[7]. El GBL Le Soviet era menos numeroso que el grupo oficial y estaba formado por los italianos Nicola Di Bartolomeo (“Fosco”), Virginia Gervasini (“Sonia”), Cristofano Salvini (“Tosca”), y los franceses Henri Aïache, Georges Cheron (“Romero Julio”, “Remy”) y la compañera de éste Louise. Consiguieron reclutar al militante español Antonio Rodríguez Arroyo (“Rodas”), y posiblemente también a Eduardo Mauricio Ortiz (“O. Emem”) quien en 1939, ya en el exilio francés, militó en el GBL “Nuevo Curso”, de carácter molinierista y sucesor del Grupo BL Le Soviet.
Le Soviet era impreso a máquina de escribir por Sonia, y no se hacían más de ocho copias de cada número. La propia Sonia se encargaba de colorear el título de la publicación. Aparecieron quince números de Le Soviet, desde enero de 1937 hasta enero de 1938. Se publicaba en Barcelona, en lengua francesa, y su difusión era muy limitada, no sólo por estar escrito en francés, sino por la escasa influencia del grupo. Algunos artículos se reprodujeron en Francia en La Commune, el órgano del partido molinierista francés. En enero de 1938 los militantes del GBL Le Soviet regresaron a París.
EL FIN DE LA DICTADURA Y LA PROCLAMACIÓN DE LA SEGUNDA REPÚBLICA EN EL ANÁLISIS DE LOS BORDIGUISTAS.
La Fracción de Izquierda del PCI funcionó hasta 1933 como un grupo político homogéneo, situado en la órbita de la Oposición de Izquierda Comunista Internacional, esto es, de la organización impulsada por Trotsky desde su expulsión de la Unión Soviética.
Las relaciones entre la Fracción (bordiguista) y la Oposición (trotskista) oscilaron desde una mutua admiración inicial hasta la definitiva ruptura en febrero de 1933, cuando la Fracción fue excluida de la convocatoria a la conferencia internacional de París, por decisión personal de Trotsky.
No entraremos en los debates y razones que condujeron a la ruptura definitiva entre trotskistas y bordiguistas, ya estudiados por otros historiadores, pero sí que señalaremos que uno de los temas fundamentales de la discrepancia entre ambas corrientes marxistas fue el de la oportunidad, o no, de lanzar consignas democráticas en la situación creada en España a la caída de la Dictadura de Primo de Rivera, que conduciría a la proclamación de la Segunda República.
Desde el fin de la Dictadura los análisis de la Fracción y de Trotsky no podían ser más discordantes respecto a la táctica a seguir por los revolucionarios en la situación española.
A causa de estas discrepancias, la Fracción adoptó una resolución sobre las consignas democráticas que, pensadas para el caso español o italiano, consideraban generalizables a cualquier otro país. Esta resolución, publicada en el Boletín Internacional de la Oposición, pretendía ser un compendio de las posiciones sostenidas hasta entonces por la Fracción, publicadas en Prometeo. En realidad estas posiciones no eran ninguna novedad para los militantes bordiguistas, puesto que ya habían sido expuestas en las Tesis de Roma del PCI, en 1922.
En junio de 1931 Trotsky, en el prefacio de la edición italiana de su folleto La revolución española y los peligros que la amenazan, respondió a la Fracción:
“Las posiciones del grupo Prometeo, que niega las consignas democráticas por principio se revelan teóricamente inconsistentes y políticamente funestas a la luz de los acontecimientos españoles. ¡Peor para ellos si no saben sacar enseñanzas de los grandes acontecimientos históricos!”
La Fracción intentó situar con rigor las reales divergencias políticas existentes con la Oposición referentes a las consignas democráticas. Rechazó en todo momento la crítica de Trotsky, porque la consideraba una burda manipulación. La Fracción insistió en entablar una discusión política ajena a todo personalismo, que condujera a una clarificación de las auténticas posiciones políticas defendidas por la Fracción y la Oposición. Ese intento se realizó mediante un documento publicado en enero de 1932:
“Cualquier desviación sobre la noción fundamental del Segundo Congreso de la Internacional, sobre la cuestión de la democracia podría conducir a divergencias de principio.
Creemos que la clarificación de la divergencia táctica atañe al siguiente problema: “¿el proletariado debe o no debe, en los países capitalistas, hacer suyas las reivindicaciones institucionales y estatales democráticas, incluso allí donde exista un gobierno fascista?”.
Ante todo es falso afirmar (…) que el plan estratégico de los bolcheviques ha sido el de la lucha por la democracia. Todo lo contrario (…) En España el paso de la monarquía a la república, que en otras circunstancias habría sido resultado de una lucha armada, se verificaba con la comedia de la partida del rey tras el acuerdo entre Alcalá Zamora y Romanones.
En definitiva, con ocasión de las crisis revolucionarias está probado que las consignas democráticas encuentran una base para la reafirmación del capitalismo que consigue desviar al proletariado de la acción violenta e insurreccional.
(…) el deber de los comunistas consiste precisamente en la preparación de las masas y el proletariado a estas situaciones futuras, mediante la propaganda de la dictadura del proletariado.
En España, el hecho de que la oposición haya adoptado las posiciones políticas de apoyo a la transformación llamada democrática del Estado, ha suprimido cualquier posibilidad de desarrollo serio de nuestra sección.”
La Fracción partía del rechazo de la democracia efectuado en el II Congreso de la Tercera Internacional, así como en las Tesis de Roma, adoptadas en el II Congreso del PCI, en marzo de 1922. En el plano estratégico no cabía duda que los comunistas rechazaban la democracia burguesa, que en realidad no era otra cosa que la dictadura de la burguesía para imponer los mecanismos necesarios al funcionamiento de una sociedad basada en la explotación de una clase asalariada por otra, compradora de la mercancía fuerza de trabajo.
La discusión se establecía pues en el plano de la táctica. ¿El proletariado debía o no debía apoyar las consignas democráticas como medio para avanzar hacia la insurrección que implantaría la dictadura del proletariado? Para la Fracción las consignas democráticas desviaban al proletariado de su camino hacia la revolución, suponían un balón de oxígeno para la burguesía en las crisis revolucionarias.
El caso de la proclamación de la República en España el 14 de abril de 1931 era en este aspecto antológico. La Fracción criticaba que se utilizara el término “revolucionario” aplicado a los acontecimientos que condujeron a la proclamación de la República española, como hacían entre otros Trotsky y Maurín. Tanto la Fracción (bordiguista) como la Oposición (trotskista) coincidían en afirmar que la revolución burguesa ya había sido hecha en España.
La cuestión fundamental que preocupaba a la Fracción, en el caso español, era que la defensa de la democracia unía el proletariado a la fracción liberal de la burguesía, ataba a la clase obrera al programa y reivindicaciones democráticas y nacionalistas de la burguesía más radical. Y esto suponía desviar al proletariado del programa comunista.
Para la Oposición, por el contrario, las reivindicaciones democráticas debían ser desarrolladas y profundizadas, junto con las reivindicaciones de clase, hasta desbordar los límites burgueses. La posición defendida por la Fracción era calificada de defensa dogmática de los principios, abstracta y estéril.
Para la Fracción el dilema histórico que se planteaba no era el de la colaboración con la burguesía democrática, sino el antagonismo de clase entre burguesía y proletariado: la dictadura del proletariado y la revolución socialista estaban en el orden del día. La “profundización” de la democracia conducía a la derrota, porque suponía la “unión sagrada” del proletariado con la burguesía, o lo que era lo mismo, el abandono de los métodos y del programa propios del proletariado en favor de la unidad antifascista y de la democracia burguesa.
Este análisis de los bordiguistas les permitió afrontar las sucesivas, y cada vez más radicales, oscilaciones en el poder estatal español como diversos intentos de desviación de la lucha de clases, ya fuera la opción monarquía/república en 1930-1931, ya fuera la opción izquierda/derecha entre 1931 y 1936, ya fuera la opción fascismo/antifascismo entre 1936 y 1939. Para la Fracción no existió ruptura, sino continuidad, entre la caída de Primo de Rivera (y Berenguer) y la proclamación de la República. Estas diversas opciones políticas entre monarquía y república, entre izquierda y derecha, entre fascismo y antifascismo, tenían la misma función esencial de encauzar y doblegar al movimiento obrero, romper su autonomía y organización, y, sobre todo, confundirlo ideológicamente, para poder por fin derrotarlo y masacrarlo.
Estas falsas opciones siempre pedían el mismo sacrificio para el proletariado (en 1931, en 1934, en 1936): cese de las huelgas, tregua en las reivindicaciones sociales y laborales, alianza o unidad sagrada con la fracción democrática de la burguesía para enfrentarse a la fracción reaccionaria, romper con la autonomía y auto organización de la clase, someterse a las exigencias “tácticas” de la democracia, la libertad y/o la república.
La opción izquierda/derecha, en situaciones cada vez más difíciles y radicales para la burguesía, no consiguió encauzar por la vía reformista a la mayoría del proletariado español durante la II República. Sin embargo, tampoco surgió un antagonismo entre el proletariado y el Estado que permitiera la maduración de una auténtica alternativa revolucionaria. De ahí el auge del ambiguo sindicalismo “revolucionario” de la CNT, con su permanente oscilación entre el reformismo de los “trentistas” y la “gimnasia insurreccional” de los faistas, aunque ni unos ni otros planteaban una auténtica alternativa revolucionaria.
LOS ANÁLISIS DE PROMETEO Y BILAN SOBRE LA SEGUNDA REPUBLICA.
Tras la ruptura con los trotskistas, la preocupación de los bordiguistas se centró en la necesidad de publicar una revista en lengua francesa, que les permitiese la difusión de sus análisis y el debate con otros grupos. Así es como, desde septiembre de 1932, editaron un boletín, en lengua francesa, que a partir de noviembre de 1933 se convirtió en una revista teórica de aparición mensual, publicada en París. Su título Bilan (Balance) subrayaba la necesidad imperiosa, para el movimiento obrero internacional, de extraer un balance de las recientes experiencias históricas. En su portada aparecían tres fechas y tres nombres emblemáticos: Lenin 1917, Noske 1919, Hitler 1933, que destacaban el paso de una fase histórica de carácter revolucionario a otra fase plenamente contrarrevolucionaria.
En Bruselas continuaba publicándose Prometeo, en lengua italiana, como órgano bimensual de la Fracción. La principal diferencia entre ambas publicaciones radicaba en el carácter teórico de Bilan, que era considerada como el instrumento para dar a conocer las propias posiciones políticas en el medio proletario francés y belga, y también el lugar idóneo para publicar los debates con otros grupos. Prometeo era más bien un boletín interno de la Fracción, y también el órgano de propaganda e influencia entre la emigración italiana en Francia y Bélgica. Algunos artículos aparecían en ambas publicaciones.
Por esta razón es evidente que las noticias o análisis sobre Italia aparecían en Prometeo. Del mismo modo los análisis sobre España solían aparecer en Bilan: la cuestión española era motivo de polémica con otros grupos franceses o belgas. Los artículos sobre España estaban muy bien documentados y aparecían con motivo de algún acontecimiento de resonancia internacional. Desde el primer número de Bilan hasta el estallido de la guerra civil española en julio del 36 los artículos sobre España son los siguientes:
– Bilan núm 2 (diciembre 1933): “Masacre de trabajadores en España”.
– Bilan núm. 12 (octubre 1934): “El aplastamiento del proletariado español”.
– Bilan núm. 13 (noviembre-diciembre 1934): aparece una nota sin firma ni encabezamiento que habla sobre la represión tras la insurrección de Asturias en octubre.
– Bilan núm. 14 (diciembre 1934 – enero 1935): “Cuando falta un partido de clase: sobre los acontecimientos españoles”, por Gatto Mammone [seudónimo de Virgilio Verdaro].
– Bilan núm. 28 (febrero-marzo 1936): “El Frente Popular triunfa en España”, por Gatto Mammone.
La atención sobre la situación española desde la proclamación de la República hasta julio del 36 fue, pues, muy esporádica. Se limitó al levantamiento anarquista de diciembre de 1933, la insurrección revolucionaria de octubre del 34, o las elecciones de febrero de 1936, ganadas por el Frente Popular.
Podemos sintetizar las tesis de Bilan del siguiente modo:
1.- La ausencia de un partido de clase determina el fracaso de las insurrecciones revolucionarias de diciembre del 33 y octubre del 34. Esa ausencia de un partido de clase se debe al atraso político del proletariado español. La lucha de clases en España no ha generado un partido revolucionario. Esto no significa que Bilan afirme que falta un centro o dirección revolucionaria, sino que el atraso de la lucha de clases no ha hecho surgir un auténtico partido revolucionario.
2.- En España ya se han realizado las tareas de una revolución burguesa. Todos los análisis económicos, sociales e históricos de Bilan se basaban en esta premisa teórica. Existe pues un abismo respecto a los teóricos y partidos políticos españoles, que en sus análisis sostenían el dogma de una revolución burguesa pendiente en España.
3.- Las consignas democráticas, aun las de carácter transitorio, eran denunciadas como consignas gradualistas favorables a los intereses de la burguesía. Sus consecuencias prácticas no podían ser otras que las de obstaculizar una madurez revolucionaria y desviar al proletariado de su terreno de clase.
Fue precisamente esta discrepancia táctica sobre la necesidad de propugnar unas consignas democráticas, tanto en el caso español como en el italiano, una de las razones que habían conducido a la definitiva delimitación entre bordiguistas y trotskistas, como ya hemos visto en el apartado anterior.
Sin embargo, para comprender las posiciones políticas de los bordiguistas es necesario enlazar su rechazo a las consignas democráticas con su análisis sobre el fascismo y el antifascismo.
4.- La esencia del antifascismo radica en promover la lucha contra el fascismo, fortaleciendo la democracia. Esto es, no apoya la lucha contra el capitalismo, sino sólo contra su forma fascista. No lucha por destruir el capitalismo, no lucha por la revolución proletaria, su objetivo es la caída del fascismo para restablecer la democracia burguesa. El antifascismo conduce al proletariado a la lucha por una opción burguesa, al tiempo que excluye la alternativa de una revolución proletaria. Y esa exclusión es precisamente la función contrarrevolucionaria del antifascismo.
Estos cuatro puntos son fundamentales para comprender las posiciones que adoptó el grupo Prometeo sobre la guerra civil española.
LA TRADUCCIÓN DE LOS DOS ARTÍCULOS DEL DEBATE
- EL ARTÍCULO DE LOS BORDIGUISTAS (la Mayoría de la Fracción).
“Todo el mundo admite que los acontecimientos de España representan un momento decisivo para la cristalización de las posiciones políticas que se han enfrentado hasta ahora en el movimiento obrero. La naturaleza íntima y la función objetiva de todas las corrientes que se reclaman del proletariado se han desvelado, efectivamente, a la luz durante esta guerra; y la línea de demarcación que ha aparecido entre los diferentes grupos ha sido consagrada definitivamente por los millares de cadáveres obreros sepultados en tierra ibérica.
Ha llegado la hora de las lecciones, pero solamente de las lecciones de clase. Hay que extraer de la gigantesca hecatombe las armas ideológicas que eviten que las erupciones revolucionarias de mañana no desemboquen en la guerra imperialista. Pero esta obra de análisis histórico no puede hacerla cualquiera. Su clima, su terreno, son determinados por adelantado, y sólo a las organizaciones que no han fallado en su misión, y que han opuesto la bandera de la revolución a la bandera de la guerra imperialista, han conservado una naturaleza de clase que les permite ejercer ese trabajo de análisis y alcanzar soluciones políticas progresivas.
Trotsky se ha metido abiertamente en las discusiones sobre la cuestión española. También ha conseguido que interfiriera “genialmente” un cierto Crux[8], con tanta “profundidad” como cuando su polémica contra los “extremistas de izquierda”[9], o contra los anarquistas, a propósito de Kronstand. Se da por supuesto que nosotros no entendemos nada de los problemas del marxismo y sobre todo de los de la “revolución permanente”, ya que sólo Trotsky lo ve todo, lo sabe todo y puede lanzar sus “últimas advertencias” a los traidores que, en lugar de hacer la revolución y la guerra al mismo tiempo, se alían al Frente Popular contra los obreros (¡no es así señores anarquistas!). Puntualizado esto, ya podemos abordar el examen de los problemas que se desprenden de la guerra española, confrontando su respuesta de clase a las posiciones del movimiento trotskista y del propio Trotsky. Nuestro ex gran hombre nos perdonará si a su vista obramos con libertad, pero cuando se traicionan los intereses de clase de los proletarios, no se merece más que desprecio, aunque se sea un artesano del Octubre de 1917.*
En el seno del movimiento obrero, las únicas organizaciones que intentaron abordar un examen a fondo de los problemas de la democracia burguesa, según los criterios de la lucha de clases, fueron las fracciones de izquierda, que reaccionaron contra una deformación del pensamiento de Lenin, basado en sus posiciones tácticas referentes a la democracia burguesa. Estrategas de cualquier calaña “probaban” decididamente que Lenin siempre había recomendado retroceder a posiciones intermedias, que atañían no sólo al proletariado, sino también a las capas democráticas de la burguesía, cuando las circunstancias veían a la reacción capitalista desplegarse sobre toda la sociedad. Con el comodín de la “revolución permanente”, Trotsky podía, en cuanto a si mismo, pasar a un escalón superior, para desembocar finalmente en la insurrección. No estamos hablando de los centristas[10] o de los socialistas, que debían pasar, unos desde 1914, otros con la victoria de Stalin, a la abierta defensa de la dominación democrática del capitalismo.
A menudo hemos probado que libertades conquistadas por el proletariado y “libertades democráticas” son dos nociones antagónicas, que separa un abismo de clase, y que los obreros, al defender su conquista, no conseguían que sus organizaciones dieran un paso adelante con la burguesía democrática, sino que emprendían el camino de la victoria contra esta última. Sería ocioso volver aquí sobre el mismo tema. El problema reside en que la divergencia se ha agotado en una serie de aventuras y en dos guerras. El movimiento trotskista ha basculado del otro lado de la barricada, pese a las sutilezas de la revolución permanente. Es cierto que no existe sólo este problema, pero un conjunto complejo de elementos probarán que, incluso en los puntos centrales de la doctrina marxista (el Estado, la clase, el partido, la dictadura del proletariado y el período de transición) el trotskismo, lejos de continuar a Lenin, pasaba al empirismo y deformaba, de forma caricaturesca, la obra realizada por los bolcheviques. Los acontecimientos de España debían probarlo categóricamente.
Veamos los hechos que preceden a estos acontecimientos. Después de la guerra de Abisinia, el criterio aplicado por Trotsky consistía en escoger a los beligerantes menos reaccionarios, como en España escogerá a Largo Caballero contra Franco, para incorporar la lucha del proletariado. ¿Justificación? La IV Internacional se deja guiar por “criterios materialistas”, y si los trotskistas han sostenido por ejemplo Abisinia, pese a la esclavitud existente y su bárbaro régimen político, es: primeramente, porque en un país precapitalista, un Estado nacional independiente es un estadio histórico progresista; en segundo lugar, porque la derrota de Italia habría significado el principio del hundimiento del régimen capitalista “que se sobrevive” (número 1, IV Internacional, página 9). ¡Ya sabemos qué pasó! Los hechos han desdeñado tales florituras y el “criterio materialista” no se ha manifestado, porque los tiempos bíblicos de los milagros ya han caducado, pese a los hechizos trotskistas.
España había de ver la aplicación de este esquema a gran escala. El Estado Nacional Independiente, peón del imperialismo británico, iba a ser reemplazado por el Estado democrático. Para defender sus “libertades” (¡no la de los presos antifascistas de Barcelona!), los obreros eran invitados a marchar con la democracia, sin olvidar la revolución permanente que, en nombre del caso Kornilov, iba a darle la victoria. Pero, aquí, es aconsejable ver las cosas de cerca.
El Centro por la IV Internacional se había constituido oficialmente en julio de 1936, después de las exclusiones de los trotskistas de la III Internacional, y su reconstitución en Liga de los Comunistas Internacionalistas. Era inútil intentar probar que se trataba de la más extraña de las amalgamas que se haya conocido. ¿Pero un matrimonio entre Trotsky y los grupos socialistas de izquierda podía crear algo más que un aborto sin pies ni cabeza? Las secciones más importantes iban a comprenderlo muy pronto, atrayéndose los anatemas de Trotsky. Los belgas votaron a favor del clerical Van Zeelan, el mal menor frente a Degrelle[11]. Los holandeses se convirtieron en los abogados oficiales del POUM y los franceses que, en julio de 1936, se habían inclinado por esa misma posición, cambiaron diplomáticamente su punto de vista, sin decir una palabra.
Esta IV Internacional de opereta, durante la guerra de España se arrojó, con olfato infalible, en el campo de los antifascistas hasta sus últimas consecuencias.
¿Cómo se planteaba el problema? Los obreros de Barcelona respondieron a Franco desencadenando una batalla de clase. Los partidos obreros levantaron con sus cuerpos una muralla defensiva del Estado capitalista y escoltaron a los obreros hacia los campos de batalla. El grito general era “derrotar a Franco”, y sin renunciar a esa lucha, realizar reformas sociales con las que decían “hacer la revolución”. El problema central del Estado había sido escamoteado. Sólo era una fachada. Trotsky, en esta época, debía callarse a su pesar, gracias a los cuidados “democráticos” de los ministros socialistas de Noruega.
En esta época, el movimiento trotskista coincide con la dirección del POUM y con los anarquistas. La consigna es entrar en el POUM para hacer un trabajo de izquierda. Sólo más tarde se acordarán que hay que destruir al Estado. Y que no protesten los charlatanes de Francia y Bélgica, pues si hay que probar nuestras afirmaciones las probaremos con sus propios escritos.
Por fin, Trotsky se puso a hablar. El jefe de la revolución permanente ha perdido sus alas de águila, y no es más que un pato de corral. Primero es una entrevista en la que califica de cobardes a quienes no sostienen al ejército republicano. Luego, tendremos la justificación teórica del señor Crux, sombra de un tal Gourov[12] que, en 1932, preveía la posibilidad de una victoria sobre Hitler, incluso con Thalmann.
¡”La victoria de Largo Caballero sobre Franco no es imposible”! Evidentemente, sobre todo porque esto fue escrito a principios de 1937, después de las “traiciones” de los jefes militares republicanos en distintos frentes en los que había que facilitar la sangría de Franco. Pero esto sería secundario si, como consecuencia, no se vislumbrara la necesidad de esta posición: hay que ayudar con todas las fuerzas a las tropas republicanas. ¡Oh! ¡No temamos nada! El señor Crux ya sabe que la revolución no va a salir de una victoria republicana. Basta con aplicar, delante de nosotros, la teoría de la revolución permanente: “en la época del imperialismo, la democracia conserva una ventaja sobre el fascismo; y es que en todos los casos en que se enfrentan hostilmente una contra otro, el proletariado revolucionario está obligado a sostener la democracia contra el fascismo”. Se trata de explotar ese “enfrentamiento” de una con el otro. Pero, suprema sutileza: “debemos defender la democracia burguesa, no mediante los métodos de la democracia burguesa, sino con los métodos de la lucha de clases que preparan la sustitución de la democracia burguesa por la dictadura del proletariado”. Qué responder a tal verborrea, cuando está claro que hoy en España, como en todas partes, las fuerzas democráticas, lejos de enfrentarse a las fuerzas fascistas de una forma decisiva, se han reunido con ellas, por caminos diferentes, para masacrar al proletariado.
Por otra parte, la no intervención nos ha enseñado que, incluso en el terreno de las competiciones interimperialistas, los países democráticos y fascistas procuraban amortiguar sus enfrentamientos para unificar sus esfuerzos con vistas a terminar con el proletariado español y aprisionar en la Unión Sagrada a los obreros de otros países.
Sin embargo, el señor Crux quiere defender la democracia burguesa con métodos proletarios. ¡Como! Si hay que juzgar por la experiencia hecha por los trotskistas en España, se trataría de enviar los obreros a los frentes militares “proclamando” la necesidad de la lucha social. En suma, una política digna del POUM que añade, además, la reivindicación de los soviets y toda la demagogia verbal que tan bien conocemos. Ni siquiera se han preguntado si el proletariado podía utilizar los métodos de la lucha de clases para defender posiciones burguesas; ni si al intentar hacerlo, el proletariado no abandonaba su terreno específico para verse arrojado en la masacre de la guerra imperialista. ¿Por qué en la época del imperialismo, la democracia conservaría alguna ventaja sobre el fascismo? ¿Y por qué si el proletariado es capaz de defender la democracia frente al fascismo, no podría luchar directamente por sus propios objetivos? Más concretamente aún, ¿por qué se ha afirmado que los obreros españoles sólo serían capaces de vencer a Franco si defendían al Estado burgués y la democracia? Si eso fuera cierto, también habrían podido hacer la insurrección, puesto que el Estado se ponía bajo su “protección”. ¡Y uno se pregunta por qué no lo hicieron!
Pero en realidad, aunque no nos sea indiferente ver a los proletarios dominados democráticamente o violentamente, en ningún caso una u otra forma de esta dominación depende de la voluntad de los obreros. La experiencia histórica muestra que cuando los obreros se ven impulsados a defender la democracia, ésta se aprovecha para preparar el terreno al fascismo. Es una solemne tontería inventar una “ventaja” democrática para hacer del proletariado el campeón de su suicidio, igual que es un cretinismo permanente la creencia de que después de luchar por la democracia burguesa, los obreros pasarían a la lucha revolucionaria. Incluso durante la revolución rusa, las Tesis de Abril no se inspiraron en semejante criterio, superado por los acontecimientos de 1848, en Francia; y, sin embargo, en Rusia, existía una oposición entre la burguesía y el feudalismo. En España no queda ninguna revolución burguesa pendiente, y sólo el proletariado puede resolver los problemas económicos que siglos de parasitismo de las clases dominantes han convertido en insolubles para la actual burguesía española.
Pero, para Crux, la victoria de los ejércitos republicanos provocaría una explosión segura de la guerra civil. Su colega Trotsky[13] afirmará lo mismo para China donde explicará doctamente que una victoria de Chang-Kai-Chec provocaría la guerra civil en Japón. Conclusión: los bolchevique-leninistas, bandera al viento, ardientemente intransigentes, defenderán la independencia nacional de China junto con los verdugos del Kuomitang.
Qué marxistas tan curiosos son éstos que piden a los proletarios que ofrezcan sus vidas por la burguesía y que esperan que los montones de cadáveres sean quienes realicen la insurrección en el momento de la “victoria”.
Aquí, el ejemplo español nos deja sin réplicas: a cada victoria militar de los republicanos le ha seguido una represión contra los obreros. Las jornadas de mayo surgieron después de la consolidación del ejército republicano y su avance en los alrededores de Madrid. El propio Lenin esperaba las derrotas del imperialismo zarista para ver como los obreros se orientaban hacia el derrotismo revolucionario. Trotsky-Crux lo esperan de las victorias republicanas. El primero (Lenin) comprendía que un ejército dirigido por el Estado burgués es un ejército capitalista que hay que destruir, el segundo (Trotsky) imagina que, pese al Estado burgués, puede modificarse la naturaleza del ejército mediante la propaganda, sin perjudicar la lucha contra Franco.
En cualquier toma de decisión, el problema del Estado no es abordado de forma seria, como si la Comuna y Octubre de 1917 no hubieran existido, sino que es reemplazado por consideraciones de “estrategia”, sin sentido alguno, y de consejos gratuitos sobre una “dirección” que hay que crear para impulsar adelante la lucha.
*
En mayo de 1937, el Centro por la IV Internacional publica una resolución sobre España. En el seno de los distintos grupos trotskistas surgen numerosas divergencias, pero no sobre el fondo del problema español, sino sobre el sostén al POUM y el rechazo a su política. Trotsky ha dado la señal de ataque contra los consejeros poumistas de la Generalidad, y los bolchevique-leninistas españoles van al país de Don Quijote para asaltar los molinos de viento y fundar su sección española[14].
La resolución asimila de un solo golpe las jornadas de mayo de 1937 con julio de 1917 de la revolución rusa. ¿Dónde está el partido que ha de preparar Octubre? Ninguna huella, puesto que los obreros han sido traicionados por sus propios partidos y la represión intenta hacer comprender que el estado capitalista no es sólo una “fachada” insignificante, sino que puede hacer respetar el orden. Para los trotskistas, el desvío de la revolución española se inició en el momento en que las milicias fueron militarizadas y los comités obreros disueltos[15]. ¡Ay! ¿Pero es que acaso esta revolución existía cuando los obreros no podían luchar por derrotar al Estado capitalista? Es cierto que los primeros días[16], la revuelta fue grandiosa y tuvo un carácter de clase, pero las milicias se convirtieron en canales “obreros” para encaminar a los obreros hacia la guerra imperialista. Para estos señores, “el mayor problema reside en la constitución, al calor de la lucha, de una dirección bolchevique que ya habrá asimilado las lecciones de los pasados errores y sabrá, al mismo tiempo que continúa la lucha armada contra Franco, movilizar efectivamente a las masas en los comités y dirigirlos contra el Estado burgués, para quebrarlo en el momento oportuno (subrayado por nosotros NDLR) para la insurrección…”
Los trotskistas van a construir un partido “en el fragor del combate”, como si nunca hubiera existido un tal Lenin, y una experiencia histórica que nos enseña que un partido no se crea como una sección trotskista cualquiera, sino que es el resultado de una selección de ideas, de cuadros, de una evolución de los hechos, y ese fragor del combate es la prueba decisiva para estas agrupaciones y no la ocasión para salir a la luz. Además se obstinan en querer continuar la lucha contra Franco en un terreno capitalista y movilizar a los obreros en su terreno de clase. ¿Pero acaso pueden explicarnos estas gentes, de una vez, cómo pueden hacerse al mismo tiempo dos cosas opuestas? ¿Cuenta para algo la experiencia española? ¿Los hechos ya vividos siguen siendo hechos? El POUM ha cantado esta cantinela para acabar primero en los ministerios y luego en las prisiones. Los anarquistas han aprendido que había que hacer la guerra sin pensar en la revolución. ¿Esperan los trotskistas conquistar cargos en el Estado capitalista aunque sea para aprender que su charlatanería no es más que un relleno de cráneo infecto?
Pero la conclusión es todo un programa. Hay que destruir el Estado “en el momento oportuno”. ¡Ya conocemos bien esa fórmula tan cara a los reformistas! ¿Pero quién designará ese “momento oportuno”? ¿Sin duda los acontecimientos? ¿Una victoria militar de Negrín? Pero, mientras tanto, hay que combatir en los ejércitos republicanos, y el Estado sale reforzado, reenviando el “momento” a las calendas griegas.
Para ilustrar este argumento, ahí tenemos a los bolchevique-leninistas españoles que, en agosto de 1937, (como consecuencia de sus fanfarronadas) lanzaron un manifiesto para explicar que “mientras el proletariado no sea capaz de tomar el poder, defenderemos, en el marco del régimen capitalista en transición, los derechos democráticos de los obreros”. Y luego pretenden que los centristas son los únicos campeones de la democracia burguesa.
Y, por fin, en la última fase de los acontecimientos de España, cuando ya se hace patente que la guerra imperialista campa libremente y que masacra sin piedad a millares de proletarios y a sus familias, en un momento en el que el “orden” reina tanto en Barcelona como en Burgos, Trotsky va a hablar solemnemente. Lanza su “última advertencia”. Parecería sensato extraer las enseñanzas de los dos años de guerra, en nombre y por cuenta del movimiento de la IV Internacional.
Pero Trotsky promete mucho y se contenta con poco. Aunque quiera contradecir al señor Crux (y con razón) se limitará a completarlo modestamente. Dejemos de costado la charlatanería del tipo que pretende que el duelo esencial en España se dio entre el bolchevismo y el menchevismo […]
Trotsky muestra en su artículo que cuando los obreros se someten a la dirección de la burguesía, en el curso de la guerra civil, su derrota es inevitable ¿Pero acaso Crux no decía que, pese a todo, la victoria de Largo Caballero sobre Franco no era imposible? ¡Y, sin embargo, los obreros se sometieron a la dirección burguesa! ¿Pero, claro, había que luchar contra Largo Caballero, sin someterse a él, no es cierto? Trotsky viaja rápidamente con destino a la Luna, pues el Estado capitalista que tomaba en sus manos el ejército republicano, planteaba así el problema: la guerra antifascista será conducida por nosotros según criterios burgueses o no habrá guerra, sino un frente único directo y no disimulado con Franco. No se podía hacer la guerra junto con la burguesía democrática y al mismo tiempo separarse de ella. Dos años han probado que, en este terreno, los proletarios debían abdicar progresivamente sus aspiraciones sociales en nombre de los intereses de la guerra, cuyo representante era el Estado, y admitir el restablecimiento de la legalidad.
A Trotsky ya sólo le queda el campo de los subterfugios, donde siempre encontrará refugio. En España se ha aliado con “la sombra de la burguesía”, pues esta burguesía ya se había pasado en su inmensa mayoría al lado de Franco. Pero hay “sombras” muy poderosas, puesto que la de la España republicana conservaba intacto el Estado capitalista y se infeudaba, además, a los partidos del Frente Popular, los anarquistas, el POUM, y los propios trotskistas. Nadie pensó lanzarse al asalto del poder, destruir el Estado y derrocar la burguesía, porque no se lucha contra una “sombra”.
Sin embargo, muy pronto esa “sombra” ha tomado cuerpo en la representación antiobrera y ha dispuesto de agentes socialistas y centristas, con un notable vigor para hacer de cada episodio de la guerra, un episodio de restablecimiento tradicional del ritmo de la sociedad burguesa, orientado al torbellino de la masacre.
Ciertamente se encuentra, por aquí y por allá, en esta “última advertencia”, palabras que dejarían suponer una innovación y sobre todo una toma de posición más seria, pero sólo son palabras. No se ha tratado del problema del Estado, ¿Deben luchar los obreros en el ejército republicano, cuyo contenido de clase está determinado por la clase en el poder? Sí, nos enseña Trotsky, pero es necesario que las masas revolucionarias tengan un aparato estatal que exprese directa e inmediatamente su voluntad. Ese aparato son los soviets. Sin embargo, en Rusia han surgido y han sido ganados por los bolcheviques sobre la base de una perspectiva de derrotismo y de destrucción del Estado burgués. Pero sí que es cierto que Trotsky, para salvaguardar la revolución permanente, ha de defender la democracia republicana contra Franco, y esto excluye el derrotismo. Evidentemente, en estas condiciones, los soviets seguirán siendo una quimera, pero por lo menos tendrá el consuelo de haberlo pensado.
Luego Trotsky, considera responder contundentemente a la guerra civil que la burguesía lleva contra el proletariado, en la zona republicana, pero se olvida de decirnos cómo. Explicaba a los anarquistas que luchar como los “mejores combatientes” en el frente, era la posibilidad que encontrarían para denunciar ante las masas a los “traidores”. ¡Sí! ¿Cómo puede el proletariado llevar a cabo una guerra civil, sin romper nada, sin destruir para nada los frentes militares? Es un enigma que Trotsky deja en las tinieblas desde el comienzo hasta el fin. ¿Antes que nada, hay que preconizar la fraternización de los explotados de los dos frentes para aniquilar al Estado capitalista? Es aquí donde se encuentra la línea de separación entre los partidarios vergonzosos o entusiastas de la guerra imperialista de España o de China, y los internacionalistas.
Trotsky y su Cuarta Internacional ya han escogido. Los acontecimientos de España lo han probado categóricamente. Nosotros también hemos escogido y, por esta razón, lo que nos separa, no son sólo pequeñas divergencias, sino cuestiones de clase fundamentales. Las “lecciones” trotskistas han sido concebidas para repetir la experiencia de España en otros países, y sus “advertencias” son sencillamente de divulgación, destinadas a enturbiar todavía más el cerebro de los obreros que pudieran leerlas.”
FIN DEL ARTÍCULO
- EL ARTÍCULO DE FOSCO, EN DEFENSA DE LOS TROTSKISTAS.
“El estudio de los problemas de la guerra civil española, la comprensión de su importancia, para extraer todas las consecuencias de los acontecimientos, es un problema que aún no está resuelto. Pero puede decirse que sobre una serie de cuestiones importantes, los propios hechos han aportado la solución.
Por otra parte, hemos “registrado” todo lo positivo y lo negativo que debe servir para orientar a la clase obrera.
Un grupo, la “izquierda comunista”[17], no quiere resignarse a su impotencia, e intenta interpretar los sucesos de España, falsificándolos de cabo a rabo y cambiando las posiciones de los BL[18] para extraer la conclusión de que sólo la “izquierda italiana” ha sido infalible. Su único consuelo es el de darse la razón frente a las falsificaciones hechas a los demás, acompañándolas de los más vulgares insultos antiproletarios. Vamos a dejar de lado todos los insultos contra Trotsky, que tienen la misma naturaleza que los del estalinismo, y la forma de tratar a Molinier[19] como aventurero, para discutir algunos problemas políticos que pueden interesar a la clase obrera.
Octobre[20], admite que “los obreros de Barcelona respondieran a Franco desencadenando una batalla de clases”, pero no puede comprender que la tarea de los BL era la de situarse a la cabeza de los obreros y combatir con la clase obrera.
“En esta época el movimiento trotskista marcha de acuerdo con la dirección del POUM y los anarquistas. La consigna es entrar en el POUM para hacer un trabajo de izquierda. Sólo más tarde se acordarán de que era necesario destruir el Estado”.
¿Cuándo los trotskistas han marchado de acuerdo con la dirección del POUM, y de los anarquistas…? La única verdad a la que se refiere Octobre es cuando los trotskistas dijeron que querían entrar en el POUM, pero falsifica los hechos cuando afirma que los trotskistas estaban de acuerdo con la dirección del POUM y de los anarquistas. La única verdad que nos recuerdan era que más tarde había que destruir el Estado.
La entrada de los BL en el POUM, que no llegó a realizarse, constituía una posición estratégica revolucionaria de primer orden, que sólo los marxistas pueden apreciar en su valor político respecto a la cuestión del poder en un país en revolución. Nadie ha creído que la entrada en el POUM constituía la condición imprescindible para construir el partido revolucionario en una revolución ya en curso; y nadie ha pensado en subordinar nuestra política revolucionaria a la cuestión del POUM, como quiere hacernos creer Octobre.
La “Fracción de izquierda italiana” que siempre ha negado, aunque sea por un solo día, el carácter revolucionario de los acontecimientos en España, está obligada a admitir que durante un cierto tiempo (¿por cuánto tiempo?) el movimiento ha revestido un carácter revolucionario. En una situación revolucionaria y cuando la clase obrera practica la lucha armada, ¿qué debe hacer el movimiento de vanguardia?
¿Esperar la derrota o intervenir en los acontecimientos? ¿Y cómo intervenir en un país en el que no existe un auténtico partido revolucionario? Nosotros no podíamos, como lo ha hecho la izquierda comunista italiana, esperar que los obreros fuesen derrotados para discutir luego su derrota sin haber participado. Sabíamos que a la clase obrera le faltaba un partido para conducirle a la victoria revolucionaria, pero no podía excluirse durante un cierto período la victoria de la democracia sobre el fascismo, que diera tiempo a la clase obrera, en base a la experiencia, de plantear el problema del partido y de luchar por el poder.
¿Podíamos seguir sin participar con la clase obrera en la lucha contra Franco? La única posibilidad que se presentaba para tener armas, para ponerse a la cabeza de la clase obrera, para participar en la lucha militar política y revolucionaria, era la de entrar en una organización. El partido que ofrecía mayores garantías era el POUM. Las divergencias de fondo y de forma contra la política centrista, oportunista, antifascista, frentepopulista, de la dirección del POUM jamás han sido escondidas ni guardadas en silencio. La izquierda italiana se consuela porque ella nunca se ha comprometido con el POUM ni con ningún otro partido oportunista; y reprocha a los BL que quieran entrar en el POUM para luchar contra la burguesía fascista y democrática, única posibilidad para construir el partido de la revolución.
Gracias a su “pureza” marxista, la izquierda italiana nuca se ha manchado las manos con la pólvora. Lo que no ha impedido a los camaradas de la Fracción de izquierda comer y dormir en los locales del POUM[21], considerado un partido algo menos que fascista.
Para justificar su posición “al margen del tiempo y del espacio”, Octobre teoriza sobre la guerra civil española definiéndola como guerra imperialista. ¡El esquema no está mal! ¿Y por qué no hacer una demostración de esta afirmación? Con ayuda de ese esquema quiere demostrarse como justa la posición de un “Buró internacional de la Izquierda”, de no haber participado en los acontecimientos de la Guerra civil española. Y para defender tan fantástica elucubración, se cita a Lenin, como se citaría a Stalin contra el trotskismo, porque no habría comprendido nunca los problemas de la lucha por la democracia burguesa, pese a su teoría de la revolución permanente.
No, no era necesario definir la guerra civil española como una guerra imperialista para defender la posición “doctrinal” del bordiguismo sobre el problema de la democracia y los pueblos colonizados.
¿Guerra civil o guerra imperialista?
¿Cómo pueden deformarse los principios elementales del marxismo para definir la guerra civil española como una guerra imperialista? La característica fundamental de una guerra imperialista nos viene dada por la guerra de 1914-1918, y por la que se está preparando en todos los países imperialistas, ya sean democráticos o fascistas. La guerra imperialista se caracteriza no sólo por la naturaleza del plan de sus operaciones militares internacionales, sino principalmente por la conquista de mercados mundiales, materias primas, colonias, etcétera; características que están ausentes en la guerra de España.
En España, pese a la intervención de Italia, Alemania, Francia, Inglaterra, Rusia, etcétera, y a pesar de que la clase obrera haya salido aplastada, la guerra mantiene aún el carácter de una guerra civil nacional, entra las dos fracciones de la burguesía, la demócrata y la fascista. La clase obrera no puede, sin suicidarse, permanecer ajena al movimiento, porque su intervención, al lado de la democracia y contra el fascismo, constituye provisionalmente una posición estratégica general para transformar esta guerra en una guerra revolucionaria de clases, favorable a la revolución socialista. Es cierto que la derrota del proletariado favorece la contrarrevolución, que puede provocar un conflicto mundial y una guerra imperialista a partir de la Guerra de España. El problema consiste en ver si actualmente nos encontramos ante una guerra imperialista. Los hechos demuestran que la evolución se establece en dos direcciones: guerra imperialista y guerra civil.
Proclamar hoy el derrotismo en España entre las líneas republicanas, y la fraternización con los falangistas de Franco, como sostiene la “izquierda comunista”, significa favorecer a Mussolini y Hitler, sea cuales fueren las razones.
La lucha que llevamos contra el capitalismo es una lucha que se da en dos frentes: 1.- contra el fascismo; 2.- contra sus cómplices, reformistas, estalinistas, y del gobierno Negrín, para construir un gobierno revolucionario, destruir el estado burgués para instaurar la dictadura del proletariado, única garantía para resolver los problemas de la democracia y asegurar la victoria sobre Franco; esta es la única posición marxista revolucionaria.
En Italia, la posición del partido comunista, bajo la dirección de la fracción de izquierdas, no fue diferente de la actual posición de Prometeo y Octobre, sin que Bordiga haya definido imperialista la lucha entre democracia y fascismo, y del proletariado contra ambos… y al mismo tiempo sostener la democracia contra el fascismo…
En el momento en que Mussolini preparaba la marcha sobre Roma, que ejecutaba para exterminar a la clase obrera y destruirle toda posibilidad de defensa, suprimiendo la libertad de prensa, de organización, de partido y de huelga; el partido comunista dirigido por la izquierda comunista declaraba que la marcha sobre Roma constituía una mascarada, y que el paso del poder desde la democracia al fascismo no interesaba a la clase obrera. Los únicos obstáculos que encontró el fascismo en Italia para la conquista del poder, y, a pesar de la política contrarrevolucionaria del reformismo, fueron los obreros luchando sin orientación alguna, sin perspectivas y sin dirección.
La posición defendida por los BL en España, sobre el problema de la “democracia” contra el fascismo, sin cesar un solo instante la lucha ideológica y política contra el Estado burgués, democrático o fascista, en el proceso de maduración del movimiento revolucionario, favorable a la revolución socialista, es la misma posición tomada por el partido bolchevique contra Kornilov, sosteniendo a Kerenski para abatirlo enseguida. Es la misma posición defendida por Lenin, contra Bordiga y la dirección bordiguista del partido. Sin embargo, el retraso en la construcción del partido comunista [en Italia] y la política contrarrevolucionaria del partido socialista y de la Confederación [italiana] del Trabajo, no habría facilitado la victoria del fascismo sin los errores del partido comunista [italiano].
La clase obrera ha sido derrotada [en Italia] no sólo por la política del social-reformismo y del centrismo maximalista, sino también por la política antimarxista del partido comunista bajo la dirección de Bordiga.
El centrismo y el estalinismo han sido fortalecidos [en Italia] por la destrucción del partido comunista por parte del bordiguismo.
En cuanto a España, la izquierda italiana ha mostrado la enormidad de su pretenciosa ignorancia. La escisión que ha sufrido[22] no tardará en profundizarse, en el curso de los acontecimientos, que están madurando, y que exigen soluciones precisas no ya sobre el papel, sino en la acción y los hechos.
No es un hecho sin importancia que el grupo proletario más combativo de 25 a 30 obreros, haya roto con la dirección del grupo, y se haya ido a España para luchar al lado del proletariado revolucionario.
La ruptura más grave en el seno de la izquierda italiana, observada en estos últimos tiempos, ha sido realizada por este grupo que ha comprendido la importancia de los acontecimientos de España, participando. El hecho de que ese grupo no haya conseguido [consolidar] posiciones propias y una organización en oposición a la dirección infalible [de la Fracción] no disminuye su importancia política. Se trata de una escisión, a pesar de que la dirección no quiere darle importancia, que rectifica en su totalidad la falsa política del bordiguismo en Italia, además de ser una premisa para el reagrupamiento de las fuerzas de vanguardia en el terreno del marxismo revolucionario. Se ha planteado el dilema, y no tardará demasiado en plantearse aún más claramente a ese grupo: regreso al bordiguismo o pase a la IV Internacional, si no quiere estancarse como un grupo centrista.”
FIN DEL ARTÍCULO
EL DEBATE ENTRE FOSCO Y LA FRACCIÓN
Al artículo, publicado anónimamente por la Fracción en abril de 1938, le respondió inmediatamente Fosco (sin firmarlo) en mayo de 1938, desde las páginas de La Commune.
Los militantes de la Fracción (tanto la Mayoría como la Minoría), así como los del GBL Le Soviet habían dejado ya España, y residían en Francia. Los primeros desde octubre-noviembre de 1936, cuando abandonaron la Columna Internacional Lenin del POUM, por no aceptar la militarización de las columnas milicianas; Fosco y Sonia desde enero de 1938.
El debate entre Fosco y la Fracción de abril-mayo de 1938 no era nuevo, sino que hundía sus raíces en 1931, en los ya entonces añejos debates sobre la aceptación de las consignas democráticas para España e Italia, que sumados a las discrepancias existentes respecto a la cuestiones rusa y alemana, condujeron a la separación definitiva entre ambas corrientes, en 1933. El debate se centraba ahora (1938) en unas concepciones absolutamente opuestas sobre el carácter y naturaleza de la guerra iniciada en 1936 en España.
Para la Fracción no hay revolución sin destrucción del Estado, la democracia no es un aliado o una opción mejor que el fascismo, y el partido no puede construirse en una fase contrarrevolucionaria. Para la Fracción, pasados los primeros días del enfrentamiento obrero al alzamiento militar, no se planteó en ningún momento una alternativa revolucionaria. Sólo se abrió paso la guerra, una guerra que enfrentaba a dos fracciones de la burguesía: la fascista y la democrático-republicana; que por ese motivo era definida como una guerra “imperialista”, cuya existencia suponía ya la derrota de la alternativa revolucionaria.
El desafortunado y confuso calificativo de “imperialista” dado por la Fracción a la guerra de España no hacía referencia a ninguna disputa económica por nuevos mercados, o materias primas; sino a la necesidad burguesa de movilizar a la clase obrera en torno al enfrentamiento entre fascismo y antifascismo. Para la Fracción esa opción, entre fascismo y antifascismo, suponía la renuncia de la clase obrera a la revolución proletaria, en favor de la democracia burguesa.
La polémica con Fosco giraba en torno a la validez, o no, de la opción antifascista. Para Fosco era posible construir el partido revolucionario, infiltrándose en el POUM. Para la Fracción, por el contrario, tanto POUM como CNT se estaban convirtiendo en puntales del Estado capitalista, eso sí, democrático y republicano, entrando en gobiernos de coalición antifascista, cuya primera misión era precisamente la de acabar con el menor atisbo de amenaza revolucionaria: militarización de las milicias, control estatal de las colectivizaciones y disolución de los comités revolucionarios. Las ilusiones de Fosco, respecto a la posibilidad de dar un salto desde el antifascismo a la revolución, con el paso del tiempo, parecían cada vez más quiméricas e irreales.
Sin embargo, Fosco hizo una crítica demoledora a la Fracción al señalar su pasividad e inoperancia ante el aplastamiento de la clase obrera española. La Fracción se había escindido de hecho en dos grupos, que se denominaron Mayoría y Minoría de la Fracción. La Minoría, que había marchado a España para combatir al fascismo en las filas de la Columna Internacional Lenin del POUM, consideraba que la Guerra de España era una guerra revolucionaria, que perdió ese carácter con la militarización de las Milicias. El 24 de octubre se había emitido un decreto de militarización de las Milicias Populares, que el POUM aceptó sumisamente. Los milicianos extranjeros de la Columna internacional Lenin celebraron una asamblea para discutir ese decreto de militarización. La Mayoría de los bordiguistas decidió abandonar la columna, y regresar a Francia. Ese abandono no supuso, sin embargo, el retorno a las posiciones de la Mayoría de la Fracción, y en la práctica los miembros de la Minoría, que regresaron a Francia, ingresaron en Union Communiste, liderada por Gaston Davoust. Algunos pocos decidieron permanecer en España, pero no en el frente. La mayoría de trotskistas, maximalistas y sin partido de la Columna Lenin decidió permanecer en el frente.
Aún en el caso de que las posiciones de la Mayoría fueran adecuadas y válidas, desde un punto de vista revolucionario, la táctica que adoptaron, en la práctica, se limitó al intento de convencer a la Minoría, con el objetivo de evitar la escisión. La teórica defensa del derrotismo en ambos campos (republicano y franquista), no se concretó en ninguna medida de boicot y sabotaje a la “guerra imperialista”. La acusación de pasividad lanzada por Fosco tenía un fundamento real, en cuanto la Mayoría no pudo o no supo defender y difundir sus posiciones en España, esto es, entre los militantes del POUM y los sectores radicales del anarquismo.
Y de hecho, ese decreto de militarización causó un gran descontento entre las columnas anarcosindicalistas. Hubo una gran resistencia a su aplicación. Por otra parte, las deserciones masivas, causadas por el rechazo de unos milicianos voluntarios a ser militarizados, el descontento por la crónica falta de armamentos y la prolongación y endurecimiento de un conflicto que habían concebido como muy breve, fueron muy preocupantes y generalizadas en los siguientes meses. Finalmente, a principios de febrero de 1937, se reunió una asamblea de columnas confederales que, ante las medidas coactivas gubernamentales de no recibir soldada, ni provisiones, ni armamento, si no se militarizaban, decidieron aceptarlas para evitar, al menos, la dispersión en otras unidades.
En el sector de Gelsa de la Columna Durruti, ochocientos hombres abandonaron el frente a finales de febrero, llevándose las armas a Barcelona, donde constituyeron el núcleo organizativo de la Agrupación de Los Amigos de Durruti, que se propuso terminar con el colaboracionismo cenetista y sustituir el gobierno de la Generalidad por una Junta Revolucionaria. Fue el ejemplo práctico de un derrotismo activo y revolucionario. Los milicianos de Gelsa no se fueron a París a seguir pensando y teorizando, sino que bajaron a Barcelona, con sus armas, para impulsar la revolución en la calle, con su destacada intervención en la insurrección conocida como Los Hechos de Mayo de 1937 en Barcelona.
La pasividad de la Fracción era el fruto amargo del terrible aislamiento al que le había conducido la defensa intransigente de sus principios, porque “los principios son las armas de la revolución”. El debate en curso, en 1938, entre la Fracción y Fosco, no dejaba de ser un debate “muy parisino” y verbalista, sin incidencia alguna en la realidad social y política española del momento. Era medianoche en el siglo[23].
Agustín Guillamón
Barcelona, diciembre 2016
Artículo corregido en diciembre de 2016, publicado originalmente en el cuaderno número 36 de Balance (novembre de 2011)
[1] Sobre Bilan y las tesis bordiguistas sobre la Guerra de España, véase: GUILLAMÓN, Agustín: “Los bordiguistas en la guerra civil española”. Balance, número 1 (1993). Existe una traducción al italiano en Quaderni Centro Studi Pietro Tresso.
[2] Seudónimo de Nicola di Bartolomeo.
[3] Seudónimo de Manuel Fernández-Grandizo y Martínez.
[4] En los años treinta los trotskistas se autodenominaban bolchevique-leninistas.
[5] Rous insistía en difundir un artículo de Trotsky, escrito con motivo de las elecciones de febrero de 1936, en el que se calificaba a Nin y Andrade de traidores.
[6] La fundación del POUM, en septiembre de 1935, supuso la desaparición de la Izquierda Comunista de España como organización trotskista consolidada y con cierto número de militantes.
[7] El oficiliasta Parti Ouvrier International (POI) y el molinierista Parti Communiste International (PCInt.).
[8] Crux era un seudónimo literario de Trotsky.
[9] Nota original del texto: “Ver Bilan número 41: “Un gran renegado con cola de pavo real”.”
[10] La palabra centrista en los años treinta equivale a lo que hoy llamaríamos estalinista.
[11] Leon Degrelle, de ideología nazi, en 1936 obtuvo notable representación parlamentaria con su partido rexista (Christus Rex). Durante la Segunda guerra mundial combatió en las Waffen-SS. Condenado como criminal de guerra, Franco le dió refugio en España.
[12] Crux y Gourov son seudónimos de Trotsky, que el redactor del texto no sólo no identifica con Trotsky, sino que cree que son personas distintas.
[13] Crux es un seudónimo literario de Trotsky.
[14] La Sección BL de España (SBLE), que era la sección oficial de la IV Internacional, ya había sido fundada por Munis en noviembre de 1936. La fecha señalada en el texto (mayo de 1937) es errónea.
[15] Los decretos de militarización de las Milicias y de disolución de los comités se promulgaron en octubre de 1936, poco después de la incorporación de Nin (por el POUM) y de cuatro anarquistas como consejeros (ministros) del gobierno autónomo catalán de la Generalidad.
[16] A partir del 19 y 20 de julio de 1936.
[17] La Izquierda Comunista había sido anatemizada por Lenin en su folleto El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo. Posteriormente se consolidó en dos corrientes fundamentales: la germano-holandesa que se reclamaba del Partido comunista obrero alemán (KAPD) y que estaba representada por teóricos como Pannekoek, Gorter, Rühle o Korsch; la otra era la italiana, que se reclamaba de la Izquierda del Partido comunista de Italia (PCI) y de las tesis de Bordiga.
[18] Bolchevique-leninistas (BL) era el nombre que se daban a si mismos los trotskistas en los años treinta.
[19] El Parti communiste internationaliste (PCInt.) era un partido trotskista (heterodoxo) francés, fundado por Raymond Molinier y Pierre Frank en marzo de 1936, que publicaba el diario La Commune. Se oponía al partido ortodoxo, el Parti ouvrier internationaliste (POI) de Jean Rous e Yvan Craipeau, que era la sección oficial trotskista, reconocida por Trotsky.[
[20] Este artículo de Fosco es la respuesta trotskista al ataque de los bordiguistas, realizado en el artículo publicado en Octobre, que hemos reproducido íntegramente más arriba.
[21] Fosco alude aquí a la estancia en Barcelona de los miembros de la Mayoría de la Fracción, que habían viajado a España para hablar con los miembros de la Minoría, en su mayoría enrolados en las filas de la Columna Internacional Lenin del POUM, con el propósito de evitar la escisión de la Fracción. La acusación de Fosco es curiosa, porque él había sido calumniado por Gorkin de llevarse la cubertería de plata del Hotel Falcón, cuando fue expulsado de su cargo como organizador de esa columna, porque la dirección del POUM le dio un ultimátum para afiliarse al POUM, o dejar todos sus cargos, que Fosco no pudo aceptar porque significaba abandonar su militancia trotskista.
[22] Véase GUILLAMÓN, Agustín: “Los bordiguistas en la guerra civil española”. Balance número 1 (1993). Existe traducción al italiano en Quaderni Centro Studi Pietro Tresso.
[23] Título de una novela de Víctor Serge.
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