África ya sólo tiene ojos para mirar hacia China
La mayor parte del comercio exterior de África ya tiene a China como
destino principal. El mes pasado el Ministro chino de Asuntos
Exteriores, Wang Yi, hizo una gira por el continente visitando
Madagascar, Zambia, Tanzania, República del Congo y Nigeria. De enero de
2006 a julio de 2014 la inversión del gigante asiático superó los
150.000 millones de dólares.
No es más que el comienzo de algo mucho mayor. En los diez primeros meses del pasado año, la inversiones chinas sumaron otros 2.500 millones, un incremento del 31 por ciento respecto al año anterior. Todas las cifras que se puedan ofrecer resultan mareantes por su enormidad.
En diciembre de 2015 el dirigente chino Li Keqiang intervino en una cumbre chino-africana en la que anunció que hasta 2020 su objetivo era llegar a un volumen de intercambios comerciales de 400.000 millones de dólares.
China importa materias primas y exporta textiles, móviles y vehículos. El número de empresas orientales que operan en el Continente Negro es de 2.500, acusadas sistemáticamente de una succión inagotable de minerales, de contaminación del medio ambiente, de no crear puestos de trabajo ni aportar conocimientos técnicos.
Un país rico en oro, dimantes y bauxita como Guinea es uno de los ejemplos de las actividades de China en África, el mayor productor de aluminio del mundo. Guinea tiene un tercio de las reservas mundiales conocidas de bauxita y en 2015 firmó un acuerdo con la empresa China Hongqiao para extraer 10 millones anuales de toneladas, amenazando el aire y el agua del país africano.
Este tipo de negocios suponen, además, la creación de pozos sépticos de corrupción en los respectivos gobiernos locales. El antiguo ministro guineano de minas, Mahmoud Thiam, ha sido acusado de haberse llevado en 2009 una mordida de 8,5 millones de dólares de una multinacional china. El asunto ha salpicado también a otros ministros y a otras empresas, como Rio Tinto.
Durante la cumbre de 2015, China comprometió préstamos a países africanos durante diez años por una suma de 60.000 millones de dólares, ciertamente en condiciones extraordinariamente ventajosas: de ellos 40.000 son preferenciales, es decir, a tipos de interés cero. Con el dinero África tiene un oportunidad única, histórica, para desarrollar infraestructuras en carreteras, ferrocarriles y aeropuertos, así como otros proyectos agrarios, educativos y sanitarios.
La cifra triplica las inversiones previstas en la cumbre de 2012 porque África ya sólo tiene ojos para mirar hacia China.
No es más que el comienzo de algo mucho mayor. En los diez primeros meses del pasado año, la inversiones chinas sumaron otros 2.500 millones, un incremento del 31 por ciento respecto al año anterior. Todas las cifras que se puedan ofrecer resultan mareantes por su enormidad.
En diciembre de 2015 el dirigente chino Li Keqiang intervino en una cumbre chino-africana en la que anunció que hasta 2020 su objetivo era llegar a un volumen de intercambios comerciales de 400.000 millones de dólares.
China importa materias primas y exporta textiles, móviles y vehículos. El número de empresas orientales que operan en el Continente Negro es de 2.500, acusadas sistemáticamente de una succión inagotable de minerales, de contaminación del medio ambiente, de no crear puestos de trabajo ni aportar conocimientos técnicos.
Un país rico en oro, dimantes y bauxita como Guinea es uno de los ejemplos de las actividades de China en África, el mayor productor de aluminio del mundo. Guinea tiene un tercio de las reservas mundiales conocidas de bauxita y en 2015 firmó un acuerdo con la empresa China Hongqiao para extraer 10 millones anuales de toneladas, amenazando el aire y el agua del país africano.
Este tipo de negocios suponen, además, la creación de pozos sépticos de corrupción en los respectivos gobiernos locales. El antiguo ministro guineano de minas, Mahmoud Thiam, ha sido acusado de haberse llevado en 2009 una mordida de 8,5 millones de dólares de una multinacional china. El asunto ha salpicado también a otros ministros y a otras empresas, como Rio Tinto.
Durante la cumbre de 2015, China comprometió préstamos a países africanos durante diez años por una suma de 60.000 millones de dólares, ciertamente en condiciones extraordinariamente ventajosas: de ellos 40.000 son preferenciales, es decir, a tipos de interés cero. Con el dinero África tiene un oportunidad única, histórica, para desarrollar infraestructuras en carreteras, ferrocarriles y aeropuertos, así como otros proyectos agrarios, educativos y sanitarios.
La cifra triplica las inversiones previstas en la cumbre de 2012 porque África ya sólo tiene ojos para mirar hacia China.
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