La influencia de la URSS en la creación del primer Estado independiente kurdo (y 2)
Barzani arenga a una unidad guerrillera |
Aunque de origen irakí, Mullah Mustafá Barzani, el padre de Massud
Barzani, fue uno de los cuatro generales más importantes de la República
de Mahabad. Era un guerrillero formado sobre el terreno, a base de
intuición y de experiencia práctica. Al frente de 300 combatientes había
luchado contra los irakíes, hasta que le capturaron y le desterraron a
Suleymaniya, una localidad en la frontera entre Irán e Irak en la que
vivió de 1936 a 1943.
En la capital intelectual del Kurdistán irakí, Barzani tuvo tiempo de formarse intelectual y políticamente. Participó en el movimiento clandestino Brayati (Fraternidad), que en 1941 se fusionará con otras organizaciones para formar el partido Hewa (Esperanza) con el que iniciará en 1943 un nuevo levantamiento contra el gobierno de Bagdad. La lucha se saldó con un nuevo fracaso porque el apoyo que los imperialistas británicos habían prometido, no llegó nunca. Por el contrario, hicieron que algunas tribus kurdas le traicionaran.
Cuando en el norte de Irán se proclamó la nueva República kurda, Barzani pasó a Mahabad, donde nació su hijo Massud, actual presidente del Gobierno Regional del Kurdistán irakí. Puso sus fuerzas al servicio del nuevo Estado, convirtiéndose en uno de los generales más importantes de la República.
Barzani fue uno de aquellos dirigentes instruidos política y militarmente por las fuerzas soviéticas que entonces ocupaban Kurdistán. Inmediatamente aprendió que la lucha de liberación nacional era una guerra y que para ganar una guerra, además de un ejército, hace falta un partido, y en agosto de 1946 se dispuso a crearlo en una condiciones rigurosas de clandestinidad.
Así surgió el Partido Democrático de Kurdistán, la primera fuerza política de masas de carácter independentista. Su ideología era un compuesto de lo que los soviéticos enseñaron tanto como de lo que los kurdos aprendieron. Como no podía ser de otra forma, se trataba de un conglomerado híbrido que, aunque estuviera fundado por un mullah como Barzani, un dirigente religioso tradicional, se reclamaba socialista.
En kurdo el neologismo “shoresh” (revolución) surge muy recientemente del persa, donde tenía un significado peyorativo: tumulto, desorden. Con ella se van introduciendo en el idioma las palabras imprescindibles para que las aspiraciones nacionales de liberación se puedan hacer realidad, como “militante”, un personaje bastante diferente de los “effendi”, los antiguos intelectuales burgueses, elitistas, educados en buenas universidades. Ahora los militantes proceden de las masas y son parte integrante de ellas.
En los últimos momentos de la de la República de Mahabad, cuando Qazi Mohamed aceptó participar en las negociaciones de paz con el gobierno de Irán, Barzani rechazó cualquier acuerdo, lo que salvó su vida porque eran una trampa. En el mismo lugar de la reunión, los iraníes capturaron a los miembros de la delegación kurda y los ahorcaron públicamente en diciembre de 1946. Después, desencadenaron una ofensiva militar contra el nuevo Estado, que fue aplastado.
Barzani se replegó a Irak con sus guerrilleros. Muchos de ellos fueron capturados y ejecutados. Los supervivientes tuvieron que huir al exilio, pero ¿qué país podía acogerles? No tenían otro refugio que la URSS. Bajo los ataques conjuntos de iraníes, irakíes y turcos, en 1947 cruzaron el río Araxe y se adentraron en la República Soviética de Azerbaián, donde fueron acogidos por el Partido Comunista.
La URSS siempre rechazó todas las peticiones dirigidas por el Sha de Irán para extraditar a los dirigentes kurdos, lo que contribuyó a empeorar las relaciones entre ambas partes. Barzani vivió en Moscú, donde asistió a los cursos de formación de la escuela del PCUS y se entrevistó personalmente con Malenkov y Jruschov. El dirigente kurdo llegó a alistarse en el Ejército Rojo y los independentistas kurdos formaron un regimiento y recibieron adiestramiento en táctica militar y política. Muchos de ellos aprendieron a leer y escribir por primer vez en su idioma. En la URSS a todos los refugiados kurdos y a sus familias se les dio un trabajo, atención hospitalaria y, por supuesto, vivienda.
En 1958 un golpe de Estado en Bagdad acabó con la monarquía hachemita, poniendo al frente del Estado a un gobierno revolucionario encabezado por el general Kassem, que autorizó su regreso de los refugiados kurdos exiliados en la URSS. ¿Serían los independentistas kurdos un apoyo para la revolución en Irak?
Las cartas se habían tornado del revés. Al imperialismo ya no le interesaba el gobierno central, por lo que comienza a manipular a Barzani para luchar contra la revolución irakí. El Partido Democrático de Kurdistán se convierte así en una marioneta del imperialismo y un engranaje del conglomerado de enemigos del general Kassem. El mismo movimiento kurdo, que hasta entonces formaba parte de la revolución, se convierte en el brazo armado de la contrarrevolución. No es que el imperialismo apoye al Partido Democrático de Kurdistán, sino que éste se convierte en un apoyo del imperialismo en la región.
Barzani tensa la cuerda y en 1961 promueve un levantamiento que, a pesar de su fracaso inicial, desestabiliza al gobierno, que cae dos años después. La lucha había cambiado de bando y seguiría cambiando todavía más. Barzani era más bien un símbolo del pasado que del futuro de Kurdistán. Sólo el legendario aura de la Mahabad le mantenía como cabeza visible de un nuevo movimiento nacional, que se fue radicalizando progresivamente, llegando a Irán y a Turquía y asimilando los principios de las luchas guerrilleras y anticoloniales de aquella época, procedentes de Latinoamérica y Asia.
Los acontecimientos empiezan a cambiar muy rápidamente, sobre todo en Oriente Medio y el impulso que empuja esos cambios no tiene su origen en factores locales. Nadie acusa tanto las dificultades para adaptarse a las distintas situaciones como Barzani y los suyos. Tras el aplastamiento de la revolución en 1963, el partido Baas llega al gobierno en 1970, Saddam Hussein emprende negociaciones con Barzani y promete aprobar un estatuto de autonomía.
Pero, tras la experiencia de la República de Mahabad, Barzani nunca confió en sus propias fuerzas, no tenía una estrategia y, lo que es peor, se dejó ir a merced de los acontecimientos. Siempre buscó a quien apadrinara su causa, algunos tan inconfesables como Estados Unidos, Israel o el Irán del Sha. Esos apoyos eran efímeros porque no eran incondicionales sino que dependían, entre otras cosas, de las buenas o malas relaciones que dichos países mantenían con el gobierno central de Bagdad, o de las que mantenían entre sí, o con las grandes potencias.
Desde 1958 los kurdos se convierten en los peores enemigos de los árabes, precisamente cuando en distintos frentes éstos emprenden una formidable batalla contra el imperialismo. Los vínculos de Barzani con Israel, que hoy su hijo aún conserva, son paradigmáticos. Las fotos le muestran en compañía de Abba Eban, ministro israelí de Asuntos Exteriores y con el general Meir Abit cuando dirigía el Mossad. En 1967, durante la Guerra de los Seis Días, Barzani visita al general Moshe Dayan en Israel.
La otra muleta de Barzani era el Sha de Irán, otro enemigo del mundo árabe, que había permitido la instalación de bases kurdas en su país. La delegación del Partido Democrático del Kurdistán en Teherán la dirigía Shafiq Qazzaz, que era el enlace de Barzani con un tal “Justin”, la antena local de la CIA.
El 5 de marzo de 1975, durante una cumbre de la OPEP en Argel, el Sha llega a un acuerdo con el gobierno de Bagdad. De rebote, la luna de miel entre el Sha y Barzani se rompe. De refugiado en Teherán, el dirigente kurdo se convierte en un hombre estrechamente vigilado por la Savak, la policía secreta, que le mantiene en arresto domiciliario en un confortable vivienda.
Cuando el Sha regresa de Argel, en el aeropuerto de Teherán le espera Richard Helms, antiguo director de la CIA y en ese momento embajador de Estados Unidos. De nuevo, la suerte de los kurdos estaba echada; dejan de tener el apoyo de Estados Unidos. Fue un duro golpe para el movimiento nacionalista, convertidos en un objeto de usar y tirar.
Los imperialistas siempre mantienen ese tipo de marionetas en la recámara para futuras manipulaciones. En agosto de aquel mismo año, Barzani viaja en secreto de Teherán a Washington, donde creía contar con sólidos apoyos, como el senador Henri Jackson o George Meany, el podrido y mafioso dirigente del sindicato AFL-CIO. En el viaje no podía falta otra visita a sus padrinos en la mismísima central de la CIA en Langley, una visita que no le admiten a cualquier. Sin embargo, las entradas de Barzani en Langley acabaron convirtiéndose casi en una rutina.
El kurdo pasó sus últimos momentos en Washington, donde murió en 1979, tratando inútilmente de mendigar que los imperialistas prestaran algún apoyo a la causa kurda.
En la capital intelectual del Kurdistán irakí, Barzani tuvo tiempo de formarse intelectual y políticamente. Participó en el movimiento clandestino Brayati (Fraternidad), que en 1941 se fusionará con otras organizaciones para formar el partido Hewa (Esperanza) con el que iniciará en 1943 un nuevo levantamiento contra el gobierno de Bagdad. La lucha se saldó con un nuevo fracaso porque el apoyo que los imperialistas británicos habían prometido, no llegó nunca. Por el contrario, hicieron que algunas tribus kurdas le traicionaran.
Cuando en el norte de Irán se proclamó la nueva República kurda, Barzani pasó a Mahabad, donde nació su hijo Massud, actual presidente del Gobierno Regional del Kurdistán irakí. Puso sus fuerzas al servicio del nuevo Estado, convirtiéndose en uno de los generales más importantes de la República.
Barzani fue uno de aquellos dirigentes instruidos política y militarmente por las fuerzas soviéticas que entonces ocupaban Kurdistán. Inmediatamente aprendió que la lucha de liberación nacional era una guerra y que para ganar una guerra, además de un ejército, hace falta un partido, y en agosto de 1946 se dispuso a crearlo en una condiciones rigurosas de clandestinidad.
Así surgió el Partido Democrático de Kurdistán, la primera fuerza política de masas de carácter independentista. Su ideología era un compuesto de lo que los soviéticos enseñaron tanto como de lo que los kurdos aprendieron. Como no podía ser de otra forma, se trataba de un conglomerado híbrido que, aunque estuviera fundado por un mullah como Barzani, un dirigente religioso tradicional, se reclamaba socialista.
En kurdo el neologismo “shoresh” (revolución) surge muy recientemente del persa, donde tenía un significado peyorativo: tumulto, desorden. Con ella se van introduciendo en el idioma las palabras imprescindibles para que las aspiraciones nacionales de liberación se puedan hacer realidad, como “militante”, un personaje bastante diferente de los “effendi”, los antiguos intelectuales burgueses, elitistas, educados en buenas universidades. Ahora los militantes proceden de las masas y son parte integrante de ellas.
En los últimos momentos de la de la República de Mahabad, cuando Qazi Mohamed aceptó participar en las negociaciones de paz con el gobierno de Irán, Barzani rechazó cualquier acuerdo, lo que salvó su vida porque eran una trampa. En el mismo lugar de la reunión, los iraníes capturaron a los miembros de la delegación kurda y los ahorcaron públicamente en diciembre de 1946. Después, desencadenaron una ofensiva militar contra el nuevo Estado, que fue aplastado.
Barzani se replegó a Irak con sus guerrilleros. Muchos de ellos fueron capturados y ejecutados. Los supervivientes tuvieron que huir al exilio, pero ¿qué país podía acogerles? No tenían otro refugio que la URSS. Bajo los ataques conjuntos de iraníes, irakíes y turcos, en 1947 cruzaron el río Araxe y se adentraron en la República Soviética de Azerbaián, donde fueron acogidos por el Partido Comunista.
La URSS siempre rechazó todas las peticiones dirigidas por el Sha de Irán para extraditar a los dirigentes kurdos, lo que contribuyó a empeorar las relaciones entre ambas partes. Barzani vivió en Moscú, donde asistió a los cursos de formación de la escuela del PCUS y se entrevistó personalmente con Malenkov y Jruschov. El dirigente kurdo llegó a alistarse en el Ejército Rojo y los independentistas kurdos formaron un regimiento y recibieron adiestramiento en táctica militar y política. Muchos de ellos aprendieron a leer y escribir por primer vez en su idioma. En la URSS a todos los refugiados kurdos y a sus familias se les dio un trabajo, atención hospitalaria y, por supuesto, vivienda.
En 1958 un golpe de Estado en Bagdad acabó con la monarquía hachemita, poniendo al frente del Estado a un gobierno revolucionario encabezado por el general Kassem, que autorizó su regreso de los refugiados kurdos exiliados en la URSS. ¿Serían los independentistas kurdos un apoyo para la revolución en Irak?
Las cartas se habían tornado del revés. Al imperialismo ya no le interesaba el gobierno central, por lo que comienza a manipular a Barzani para luchar contra la revolución irakí. El Partido Democrático de Kurdistán se convierte así en una marioneta del imperialismo y un engranaje del conglomerado de enemigos del general Kassem. El mismo movimiento kurdo, que hasta entonces formaba parte de la revolución, se convierte en el brazo armado de la contrarrevolución. No es que el imperialismo apoye al Partido Democrático de Kurdistán, sino que éste se convierte en un apoyo del imperialismo en la región.
Barzani tensa la cuerda y en 1961 promueve un levantamiento que, a pesar de su fracaso inicial, desestabiliza al gobierno, que cae dos años después. La lucha había cambiado de bando y seguiría cambiando todavía más. Barzani era más bien un símbolo del pasado que del futuro de Kurdistán. Sólo el legendario aura de la Mahabad le mantenía como cabeza visible de un nuevo movimiento nacional, que se fue radicalizando progresivamente, llegando a Irán y a Turquía y asimilando los principios de las luchas guerrilleras y anticoloniales de aquella época, procedentes de Latinoamérica y Asia.
Los acontecimientos empiezan a cambiar muy rápidamente, sobre todo en Oriente Medio y el impulso que empuja esos cambios no tiene su origen en factores locales. Nadie acusa tanto las dificultades para adaptarse a las distintas situaciones como Barzani y los suyos. Tras el aplastamiento de la revolución en 1963, el partido Baas llega al gobierno en 1970, Saddam Hussein emprende negociaciones con Barzani y promete aprobar un estatuto de autonomía.
Pero, tras la experiencia de la República de Mahabad, Barzani nunca confió en sus propias fuerzas, no tenía una estrategia y, lo que es peor, se dejó ir a merced de los acontecimientos. Siempre buscó a quien apadrinara su causa, algunos tan inconfesables como Estados Unidos, Israel o el Irán del Sha. Esos apoyos eran efímeros porque no eran incondicionales sino que dependían, entre otras cosas, de las buenas o malas relaciones que dichos países mantenían con el gobierno central de Bagdad, o de las que mantenían entre sí, o con las grandes potencias.
Desde 1958 los kurdos se convierten en los peores enemigos de los árabes, precisamente cuando en distintos frentes éstos emprenden una formidable batalla contra el imperialismo. Los vínculos de Barzani con Israel, que hoy su hijo aún conserva, son paradigmáticos. Las fotos le muestran en compañía de Abba Eban, ministro israelí de Asuntos Exteriores y con el general Meir Abit cuando dirigía el Mossad. En 1967, durante la Guerra de los Seis Días, Barzani visita al general Moshe Dayan en Israel.
La otra muleta de Barzani era el Sha de Irán, otro enemigo del mundo árabe, que había permitido la instalación de bases kurdas en su país. La delegación del Partido Democrático del Kurdistán en Teherán la dirigía Shafiq Qazzaz, que era el enlace de Barzani con un tal “Justin”, la antena local de la CIA.
El 5 de marzo de 1975, durante una cumbre de la OPEP en Argel, el Sha llega a un acuerdo con el gobierno de Bagdad. De rebote, la luna de miel entre el Sha y Barzani se rompe. De refugiado en Teherán, el dirigente kurdo se convierte en un hombre estrechamente vigilado por la Savak, la policía secreta, que le mantiene en arresto domiciliario en un confortable vivienda.
Cuando el Sha regresa de Argel, en el aeropuerto de Teherán le espera Richard Helms, antiguo director de la CIA y en ese momento embajador de Estados Unidos. De nuevo, la suerte de los kurdos estaba echada; dejan de tener el apoyo de Estados Unidos. Fue un duro golpe para el movimiento nacionalista, convertidos en un objeto de usar y tirar.
Los imperialistas siempre mantienen ese tipo de marionetas en la recámara para futuras manipulaciones. En agosto de aquel mismo año, Barzani viaja en secreto de Teherán a Washington, donde creía contar con sólidos apoyos, como el senador Henri Jackson o George Meany, el podrido y mafioso dirigente del sindicato AFL-CIO. En el viaje no podía falta otra visita a sus padrinos en la mismísima central de la CIA en Langley, una visita que no le admiten a cualquier. Sin embargo, las entradas de Barzani en Langley acabaron convirtiéndose casi en una rutina.
El kurdo pasó sus últimos momentos en Washington, donde murió en 1979, tratando inútilmente de mendigar que los imperialistas prestaran algún apoyo a la causa kurda.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario