El anarquismo que viene
Por Tomás Ibáñez
Publicado en Libre Pensamiento núm.88.
¿Quién puede anticipar cómo será el anarquismo que viene? Nadie, por supuesto. Sin embargo, sí existe una razón de principio que nos permite afirmar con total seguridad que ese anarquismo que viene, y que ya está asomando su rostro, será necesariamente diferente del anarquismo que hemos heredado y que hoy conocemos.
En efecto, el anarquismo no es tan solo una formidable exigencia de libertad, quizás la más extrema de todas las que se han formulado, sino que también consiste en el pensamiento político de la crítica de la dominación, junto con la práctica política de la lucha en su contra. Es, por lo tanto, en el seno de las luchas contra la dominación en cualquiera de sus formas donde este se fragua y donde adquiere buena parte de sus características.
Ahora bien, como los dispositivos de dominación se van transformando en el transcurso del tiempo histórico, resulta que, para no perder eficacia, también se modifica correlativamente lo que se opone a ellos, lo que les planta cara, incluida la lucha que desarrolla el anarquismo. Lo curioso es que como consecuencia de esa inevitable modificación de sus prácticas antagonistas también se modifica el propio entramado teórico del anarquismo. La razón no es otra que la peculiar simbiosis que este establece entre la teoría y la práctica, entre la “idea” y “la acción”, y que implica, necesariamente, que si la acción se modifica, la idea no pueda permanecer estática, porque una parte de lo que la constituye, es decir, una parte de ella misma, que no es otra que la práctica, se ha modificado.
Por consiguiente, en la medida en que los dispositivos de dominación se van modificando, resulta que el anarquismo que viene será necesariamente distinto del actual. Es más, podemos afirmar, no ya por una razón de principio, sino por una constatación de tipo puramente empírico, que el anarquismo que viene no solo será diferente del actual, sino que, además, será muy diferente. El motivo es que los cambios sociales que se avecinan, y que ya están empezando a acontecer, son de tal magnitud que sus efectos sobre el anarquismo solo pueden ser de un enorme calado, situándolo frente al reto de tener que reinventarse a sí mismo.
El ejercicio creativo que consiste en imaginar cómo será el anarquismo del futuro es, sin duda, encomiable, sin embargo, dudo mucho que dejar volar libremente nuestra imaginación sea el mejor camino para intentar acercarnos a la forma que podría tomar esa reinvención. Porque si la forma del anarquismo que viene va a depender, en parte, de cómo serán los dispositivos de dominación a los que se enfrentará y de cómo será el mundo en el que se insertará, lo que precisamos para acercarnos al anarquismo del mañana es interrogar ese mundo que viene a partir de las líneas evolutivas que ya se están dibujando en el seno de la realidad actual.
Ahora bien, si queremos captar los rasgos que están emergiendo, debemos entender que los cambios que experimenta el mundo desde hace ya algunas décadas, lejos de representar un conjunto de modificaciones menores, dispersas e inconexas, anuncian e inician un auténtico cambio de época y una verdadera discontinuidad histórica.
En efecto, todo indica que ya hemos emprendido el camino que conduce, a la vez, hacia una nueva era capitalista, hacia una nueva era tecnológica, y hacia una nueva era ideológica. Esos tres grandes acontecimientos están estrechamente entrelazados, están anudados en una relación sinérgica, se potencian mutuamente y constituyen en realidad tres facetas de un mismo fenómeno global.
Así que, sin pretender trazar, ni siquiera con trazos gruesos, un diagnóstico del presente, creo que bien vale la pena detenernos sobre ese cambio de época que se está gestando, porque esa es la mejor manera de acercarnos al contexto en cuyo seno se constituirá el anarquismo del mañana y en el que se fraguarán sus rasgos.
La mutación del capitalismo
Para empezar por la primera de esas grandes mutaciones, veamos qué es lo que está pasando con el capitalismo. Pero, eso sí, dejando previamente bien claro, que la destrucción del capitalismo es una exigencia irrenunciable para una corriente política que se define por su lucha contra la dominación bajo todas sus formas, incluida, por lo tanto, la explotación laboral. Y eso implica que el anarquismo, tanto el actual como el que viene, no puede, bajo ningún concepto, dejar de luchar para salir del capitalismo.
Pues bien lo que está pasando con el capitalismo es que, desmintiendo los doctos augurios que anuncian repetidamente su crisis terminal, su gran colapso, el capitalismo sigue demostrando, como lo ha hecho sobradamente en el pasado, su enorme capacidad de regeneración. Una capacidad perfectamente evocada por la metáfora de esa hidra a la cual le crecen varias cabezas por cada una que se le corta.
Es obvio que, siendo capaz, como lo es, de nutrirse de aquello mismo que se le opone, el capitalismo se adapta y se transforma con una temible eficacia, y está operando hoy una autentica renovación que lo aleja considerablemente de sus formas anteriores.
Por supuesto, su motor sigue siendo el mismo: apropiación de la plusvalía, maximización del beneficio, y mercantilización de todo lo que pueda ser mercantilizado. Sin embargo, sus mecanismos, su funcionamiento, sus características, todo eso está cambiando.
Por ejemplo, la nueva modalidad del capitalismo se muestra especialmente apta para extraer beneficios de los grandes flujos, ya sean flujos financieros o flujos de información, entre otros. Así mismo, resulta que la producción de valor ya no descansa exclusivamente sobre el trabajo, y aunque la explotación de la mano de obra sigue siendo escandalosa esta ha perdido gran parte de su centralidad.
De hecho, son todas las actividades de la vida cotidiana las que ese capitalismo de nuevo cuño convierte en fuente de beneficio, procurando construir, en lugar de simplemente buscar, los sujetos que resultan más adecuados para proporcionarle ganancias. Se trata, para él, de producir subjetividades que se acoplen perfectamente a su lógica, y que faciliten su funcionamiento tanto en el campo del consumo como en el del trabajo. Se trata de construir la forma de ser, la forma de sentir, de desear, de pensar, de relacionarse, de las personas, y, para ello, debe infiltrar y colonizar nuestros deseos, nuestro imaginario, nuestras motivaciones, nuestras relaciones sociales y, en definitiva, nuestro modo de existencia.
Así, por ejemplo, en el ámbito laboral el capitalismo procura sacar provecho de todas las facetas de la persona contratada, no se limita a utilizar sus habilidades técnicas o su fuerza de trabajo, sino que intenta movilizar la totalidad de sus recursos, desde sus motivaciones, sus deseos, sus angustias, sus recursos cognitivos, y hasta sus lazos afectivos.
Y eso es posible gracias a la constitución, a lo largo del último siglo, de un considerable volumen de saberes expertos sobre el ser humano. Tanto en el plano biológico: gestión de la vida, como en el plano psicológico: producción de subjetividades, y en el plano colectivo: gestión de poblaciones.
Ni siquiera la libertad queda al margen de esas operaciones. Esta se utiliza hoy como un instrumento de sometimiento y, por ejemplo, las estructuras jerárquicas se flexibilizan para incrementar la sumisión de los sujetos o el rendimiento de los trabajadores. Porque resulta que gobernar, gestionar, y hacer trabajar en nombre, pero sobre todo en base, a la libertad, permite conseguir que sean los propios gobernados y los propios trabajadores quienes contribuyan a mejorar los mecanismos mediante los cuales son gobernados y son explotados.
Por otra parte, en la actual globalización, la impresionante ubicuidad del capitalismo significa que ya no existe exterioridad con relación a él, que ya no hay un “afuera” del capitalismo, ni espacialmente, ni socialmente. Este ha colonizado todo el planeta, e incluso sus alrededores, impregnando todos los engranajes de la sociedad, todas las facetas de nuestra vida cotidiana, y hasta nuestra propia subjetividad. Con lo cual, el capitalismo ya no representa solamente un sistema económico particular, sino que se ha convertido en una forma de vida que tiende hacia la hegemonía.
Por fin, resulta que si sus relaciones con el poder político siempre fueron muy estrechas, hoy está suplantando el propio poder político. Como muy bien lo señala El comité invisible, el poder político se ha desplazado desde los Parlamentos, convertidos en simples teatros donde se representan comedias, hacia las grandes infraestructuras de la economía capitalista. Hoy, el poder está inscrito en ellas, y son, por ejemplo, las vías y las redes de comunicación y de transporte, transporte de personas, de mercancías, pero también de energía, o de información, las que conforman materialmente el sistema de dominación establecido. No es necesario que nadie nos ordene nada, nos encontramos materialmente atrapados en esas infraestructuras y nuestra dependencia de su buen funcionamiento es total. Con lo cual, para cambiar la sociedad y para salir realmente del capitalismo de poco sirve quemar los Parlamentos si no se desmantelan, también, esos macro-dispositivos tecnológicos.
Pues bien, en definitiva, es esa nueva modalidad de capitalismo la que está construyendo el escenario en el que se inscribirá el anarquismo que viene. Y si este ya no podrá luchar contra él como luchaba antes, y si parte de las características del anarquismo provienen precisamente de esa lucha, está claro que el simple hecho de que vaya a seguir luchando contra las nuevas modalidades del capitalismo lo cambiará necesariamente de una forma muy importante.
La era internet
La segunda gran mutación que se está produciendo consiste, como bien sabemos, en que estamos entrando de lleno en la era informática y, de hecho, no se puede entender el actual capitalismo sin la irrupción de la revolución informática. Sin esa revolución no se habría podido constituir la nueva era capitalista, la explotación de los grandes flujos que antes he mencionado no alcanzaría la magnitud ni tendría la forma que reviste hoy en día, y la actual fase de la globalización ni siquiera habría podido acontecer. Esta no sólo representa la extensión mundial del mercado capitalista y de su lógica productiva, sino que también instaura un nuevo orden económico que se caracteriza, entre otras cosas, por la extraordinaria densificación y por la fulgurante rapidez de las interconexiones.
Ahora bien, por importante que sea su papel en la reconfiguración del capitalismo no es sólo en el campo de la economía donde la informatización generalizada del mundo ha abierto una nueva era. En la medida en que se trata de una tecnología productora de tecnologías la informática transforma, no uno, sino múltiples planos del mundo.
Basta con pensar, por ejemplo, en el impulso que ha dado a la ingeniería genética, con lo Post-humano como horizonte no muy lejano, o como ha ayudado a renovar la conducción de la guerra, mediante la creciente sofisticación tanto del armamento como de la estrategia militar (Drones, misiles auto-guiados, ataques cibernéticos, sin olvidar la renovación del espionaje y, más globalmente, de la inteligencia militar).
Si bien todas esas transformaciones posibilitadas por la informática son de primera importancia para configurar el mundo que nos espera, hay una de ellas que merece una atención muy especial, la que atañe al nuevo tipo de control social que se está instaurando y que está propiciando el auge de un totalitarismo de nuevo cuño.
Vigilancia generalizada, total transparencia, completa trazabilidad, acumulación ilimitada de datos, constante cruce de los mismos, análisis sistemático del ADN, derecho que se arroga el Estado de escudriñar nuestra vida privada o, lamentablemente, auto-exposición voluntaria y pormenorizada de nuestra cotidianidad. Como bien sabemos, gracias a la informática, todas nuestras acciones, e incluso nuestros silencios y nuestras no-acciones, aquellas que nos abstenemos de realizar, dejan unas huellas que son cuidadosamente archivadas para siempre, y exhaustivamente tratadas por los servicios estatales así como por grandes empresas privadas.
Con lo cual, no son sólo factores políticos los que hacen que el futuro se anuncie tan densamente cargado de amenazas totalitarias. En efecto, el principal peligro totalitario no radica tanto en el auge de los sectores de extrema derecha, como en los múltiples dispositivos tecnológicos vinculados a la informática que se encuentran esparcidos por todo el mundo y que están tejiendo esa tela de araña del totalitarismo donde poco a poco van quedando atrapadas nuestras vidas.
A la vista de las transformaciones que está potenciando, entiendo que no constituye ningún despropósito afirmar que la colonización del mundo por la informática, que incluye pero que no se limita a la llamada era Internet, va a imprimir, necesariamente, nuevas características a un anarquismo que tendrá que afrontar ese entorno y desenvolverse en su seno.
Una nueva era ideológica
No sólo cambia el mundo social y tecnológico, también está mutando una esfera ideológica que se venía definiendo estos últimos siglos por la amplia adhesión al discurso construido por la Ilustración y por su adopción como fundamento de la legitimidad de una época, la Modernidad, en la que aún seguimos inmersos, pero de la que ya hemos iniciado nuestra salida.
En efecto, hoy se acepta de forma cada vez más generalizada que las grandes narrativas de la Ilustración ya no son creíbles, y que las meta-narrativas de la emancipación, del progreso, de la razón triunfante, del Proyecto a realizar, de la Ciencia integralmente beneficiosa, de la Esperanza en un Futuro siempre mejor, etc. se enfrentan a demasiados argumentos críticos para que puedan seguir fundamentando y legitimando el credo de la época en la que vivimos.
Siempre y cuando no tiremos el bebé con el agua del baño — porque es evidente que la Ilustración distaba mucho de ser un bloque homogéneo, y porque algunos de sus principios representan logros fundamentales — sólo cabe aplaudir el desmantelamiento crítico de la gran narrativa de la Ilustración y de las trampas que nos tendía. Sin embargo, resulta mucho más difícil evaluar el relato que está llamado a sustituirla para legitimar la nueva época que está emergiendo, porque ese relato aún permanece incipiente y confuso.
No obstante, entre los elementos de ese relato que comienzan a dibujarse cabe señalar la aceptación generalizada de la incertidumbre como principio sustitutivo de las certezas firmemente fundadas y fundadoras, o la sustitución de los valores trascendentes y absolutos por criterios pragmáticos con cierto aroma relativista, o la recomposición de los valores morales inscritos en la cultura occidental afín de responder, entre otras cosas, a la irrupción cada vez más probable de la condición Post humana anunciada tanto por la ingeniería genética como por la eugenesia positiva, y también por el implante intracorporal de chips RFID y otros dispositivos informáticos.
Formas actuales del anarquismo
Creo que queda bastante claro que el contexto en el que quedará insertado el anarquismo que viene será eminentemente diferente del contexto en el que ha estado operando hasta hace poco, lo cual, no puede sino modificarlo sustancialmente.
Algunas de esas modificaciones ya están empezando a tomar forma, así que, para vislumbrar, aunque sea confusamente, los rasgos del anarquismo que viene puede resultar bastante útil observar el actual movimiento anarquista, y en especial su componente más juvenil. Ese componente representa una parte del anarquismo contemporáneo que ya manifiesta ciertas diferencias con el anarquismo clásico, y al que me he referido a veces con el nombre de “neo-anarquismo”.
Lo que podemos observar en el momento presente es que, tras un larguísimo periodo de muy escasa presencia internacional del anarquismo, lo que está emergiendo y está proliferando de forma bastante llamativa en todas las zonas del mundo, son unos colectivos variopintos, preocupados por temáticas muy variadas, unos colectivos diversos, fragmentados, fluctuantes, y a veces efímeros, pero que participan en todas las movidas contra el sistema, y a veces incluso las desencadenan. Sin duda, esa fragmentación se corresponde con algunas de las características del nuevo contexto en el que estamos entrando y que está posibilitando una nueva organización de los espacios de la disidencia. La realidad actual, que se está volviendo, literalmente, “movediza” y “liquida”, exige, sin duda, unos modelos organizativos mucho más flexibles, más fluidos, orientados por simples propósitos de coordinación para realizar tareas concretas y específicas.
Así que las redes que surgen de forma autónoma, que se auto-organizan, que se hacen y que se deshacen en función de las exigencias del momento, y donde se establecen alianzas puntuales entre colectivos, constituyen probablemente la forma organizativa, reticular y viral, que prevalecerá en el futuro, y cuya fluidez ya está demostrando su eficacia en el momento actual.
Lo que parece predominar en esos colectivos de jóvenes anarquistas es la voluntad de crear espacios donde las relaciones estén exentas de las coacciones y de los valores que emanan del sistema social vigente. Sin esperar a un hipotético cambio revolucionario, se trata para ellos de vivir desde ya tan cerca como sea posible de los valores que ese cambio debería promover. Eso pasa, entre muchísimos otros comportamientos, por desarrollar relaciones escrupulosamente no sexistas desprovistas de cualquier rastro de patriarcalismo, inclusive en el lenguaje, o por establecer relaciones solidarias que escapen por completo de la lógica jerárquica y del espíritu mercantil.
También pasa, y eso es muy importante, por el peso que se otorga a aquellas prácticas que rebasan el orden de la mera discursividad. Se enfatiza así la importancia del hacer y, más precisamente, del “hacer conjuntamente”, poniendo el acento sobre los efectos concretos de ese hacer y sobre las transformaciones que propicia.
En esos espacios, los conciertos, las fiestas, las comidas colectivas (veganas, por supuesto), forman parte de la actividad política, al igual que las enganchadas de carteles, que las acciones en los barrios, que las charlas y los debates, o que las manifestaciones, a veces bastante contundentes. En realidad, de lo que se trata es de conseguir que la forma de vida sea en sí misma un instrumento de lucha que desafíe el sistema, que contradiga sus principios, que disuelva sus argumentos, y que permita desarrollar experiencias comunitarias transformadoras. Es por eso que, desde el nuevo espacio libertario que se está tejiendo en múltiples lugares del mundo, se desarrollan experiencias de espacios auto gestionados, de economía solidaria, de redes de apoyo mutuo, de redes alternativas de alimentación, de intercambio y de distribución. El acierto en este punto es total, porque si el capitalismo se está convirtiendo en una forma de vida es obvio que es en ese preciso terreno, el de la forma de vida, donde debe situarse parte de la lucha para desmantelarlo.
Se está configurando de esa forma un amplio tejido subversivo que proporciona a las personas unas alternativas antagónicas con las que ofrece el sistema, y que, al mismo tiempo, ayuda a cambiar la subjetividad de los participantes. Este último aspecto es muy importante porque existe una conciencia bastante clara de que, al estar formateados por y para esta sociedad, no tenemos más remedio que transformarnos a nosotras mismas si queremos escapar de su control. Lo cual significa que la desubjetivación se percibe como una tarea esencial de la propia acción subversiva.
Por fin, no resulta nada infrecuente que el espacio alternativo de carácter anarquista confluya con movimientos más amplios, como los que se movilizan contra las guerras, o contra las cumbres, y que de vez en cuando ocupan las plazas reencontrando principios anarquistas tales como la horizontalidad, la acción directa, o la suspicacia frente a cualquier ejercicio de poder. De hecho, se podría considerar que esos movimientos más amplios, que no se auto-definen, ni mucho menos, como anarquistas, representan lo que en algún momento he calificado como anarquismo extra-muros, y prefiguran algunos rasgos del anarquismo que viene.
Junto a esos colectivos de jóvenes anarquistas, otro fenómeno subversivo que responde a las características tecnológicas del momento actual y que enriquece tanto las prácticas revolucionarias como el imaginario correspondiente, consiste en la aparición de los hackers, con las prácticas y con la forma de intervención política que les caracterizan.
En un libro reciente se señala acertadamente que si lo que fascina y atrae nuestra atención son las macro-concentraciones (las ocupación de las plazas, las protestas contra las cumbres etc.), sin embargo, es en otros lugares donde se está inventando la nueva política subversiva: esta es obra de individuos dispersos pero que forman colectivos virtuales: los hackers.
Al analizar sus prácticas el autor precisa que el valor de su lucha reside en que ataca un principio fundamental del actual ejercicio del poder: el secreto de las operaciones del Estado, una zona de caza estrictamente reservada y totalmente opaca a los ojos no autorizados, que el Estado guarda para sí solo Los activistas recurren a una práctica del anonimato y de la eliminación de rastros que no responde a las exigencias de la clandestinidad, sino a una nueva concepción de la acción política: la negativa a constituir un “nosotros” heroicamente y sacrificialmente enfrentado al poder en una lucha cuerpo a cuerpo y a cara descubierta. Se trata, en efecto, de no exponerse, de reducir el costo de la lucha, pero sobre todo de no establecer una relación, ni siquiera conflictiva, con el enemigo.
El invariante anarquista
Al lado de sus inevitables diferencias con el anarquismo clásico, una segunda consideración que podemos adelantar, también con total seguridad, es que para seguir siendo “anarquismo” en lugar de pasar a ser una cosa distinta, el nuevo anarquismo deberá conservar algunos de los elementos constitutivos del anarquismo instituido. Son esos elementos los que constituyen lo que me gusta llamar “el invariante anarquista”, un invariante que aúna el anarquismo actual y el del futuro, y que seguirá definiendo, por lo tanto, el anarquismo que viene.
De hecho, ese invariante está compuesto por un pequeño puñado de valores entre los cuales figura en lugar privilegiado el de la equalibertad, es decir, la libertad y la igualdad en un mismo movimiento, formando un único e inextricable concepto que une, indisolublemente, la libertad colectiva y la libertad individual, a la vez que excluye totalmente la posibilidad de que, desde una perspectiva anarquista, se pueda pensar la libertad sin la igualdad, o la igualdad sin la libertad. Ni la libertad, ni la igualdad, amputadas de su otra mitad, caben en un planteamiento que siga siendo anarquista.
Es ese compromiso con la equalibertad el que sitúa en el corazón del invariante anarquista su radical incompatibilidad con la dominación bajo todas sus formas, así como la afirmación de que es posible y, en cualquier caso, intensamente deseable, vivir sin dominación. Con lo cual, el lema “Ni mandar ni obedecer” forma parte de lo que no puede cambiar en el anarquismo para que este no deje de ser anarquismo.
Así mismo, también se desnaturaliza el anarquismo si se le priva del conjunto formado por la unión entre la utopía y el deseo de revolución, es decir, por la unión entre la imaginación de un mundo siempre distinto del existente, y la voluntad de acabar con este último.
Otro de los elementos que está inscrito de forma permanente en el anarquismo es el compromiso ético, especialmente la exigencia ética de una consonancia entre la teoría y la práctica, así como la exigencia de una adecuación entre los medios y los fines. Eso significa que no se pueden alcanzar unos objetivos acordes con los valores anarquistas tomando unos caminos que los contradigan. Con lo cual, las acciones desarrolladas, y las formas organizativas adoptadas, deben reflejar, ya, en sus propias características, las finalidades perseguidas, deben prefigurarlas, y esa prefiguración constituye una autentica piedra de toque para enjuiciar su validez. En otras palabras, el anarquismo solo es compatible con políticas prefigurativas, y dejaría de ser anarquismo si abandonase esa exigencia.
Por fin, tampoco se puede seguir hablando propiamente de anarquismo si este renuncia a la fusión entre la vida y la política. No debemos olvidar que el anarquismo es simultáneamente, y de manera indisociable, una formulación política, pero también una forma de vida, pero también una ética, pero también un conjunto de prácticas, pero también una forma de ser y de comportarse, pero también una utopía. Eso implica una imbricación entre lo político y lo existencial, entre lo teórico y lo práctico, entre la ética y la política, es decir, en definitiva, una fusión entre la esfera de la vida y la esfera de la política.
Para seguir siendo “anarquismo” el “anarquismo que viene” no podrá prescindir de ninguno de esos componentes.
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