La verdad es revolucionaria, ¿y la posverdad?
Juan Manuel Olarieta
Como parte de la ideología dominante, la expresión “posverdad” tiene un origen anglosajón. Originalmente se habló en 2000 de “post-truth politics” para indicar, además, que su ámbito estricto de aplicación eran las batallas políticas. El imperialismo crea ideología creando neologismos que, además, quiere convertir en conceptos: activista, transversal, género... Díme cómo te expresas y te diré cómo piensas.
Tras el Brexit este término ha saltado a la fama en todo el mundo hasta el punto de que el año pasado el Diccionario Oxford del inglés la calificó como “la palabra del año”. No es ninguna casualidad.
Su impulso procede de un editorial de Katharine Viner, redactora de “Informaciones y Medios” del diario británico “The Guardian”, de 12 de julio del año pasado para explicar el fracaso de la propaganda mediática a favor de la permanencia de Gran Bretaña en la Unión Europea.
El argumento es el mismo que el de otro estrepitoso fracaso mediático, la victoria electoral de Trump, inmediatamente después: a pesar de que la prensa, acostumbrada desde siempre a dirigir las elecciones y todas las batallas políticas, apoyó a Clinton, los votantes se decantaron por Trump.
¿Por qué hemos fracasado?, se preguntan los medios más poderosos del mundo, acostumbrados a manipularlo todo. Han balbuceado una serie de explicaciones a la altura de su falta de talla intelectual: porque en la era de internet proliferan las noticias falsas con las que embaucan a los electores. Las mentiras han entrado en competencia. En lugar de los embaucarles nosotros, les embaucan otros, afirman los periódicos, señalando con el dedo a sus propios fantasmas: Putin, el Kremlin, Rusia...
A partir de ahí, los medios dominantes desarrollan su explicación acerca del descrédito en el que están sumidos recurriendo a un aspecto que es muy interesante tener en cuenta: el universo emocional de los lectores. Mientras los medios “serios” exponen argumentos basados en hechos y razonamientos “fríos”, la posverdad recurre a los aspectos más emotivos del ser humano, a sus pasiones y a sus creencias más arraigadas.
La burguesía, de la que los periodistas son portavoces, no puede entender que lo que ellos consideran un argumento razonado y basado en evidencias circule por las redes sociales mucho menos que una soflama incendiaria en la que su clase social, los políticos que la representan y sus portavoces mediáticos son tratados con el desprecio que se tienen bien merecido.
El más somero vistazo por internet, las redes sociales o los blogs muestra que el mundo virtual se ha convertido en una válvula de escape que desempeña dos funciones. Por un lado, impide que el hartazgo salte a la calle, al mundo real; por el otro, encierra la protesta en lo virtual con toda la virulencia que la crisis capitalista y la brutal represión política desatan. Internet está lleno de violencia, pero es sólo verbal, algo que el capitalismo debería agradecer, en lugar de condenar. Si los internautas expresaran en la calle la mitad del cabreo que muestran en los foros digitales, los Estados burgueses saltarían en pedazos.
Si del inglés pasamos al latín y las lenguas romances, caeremos en la cuenta de que las palabras emocionar y movilizar tienen el mismo origen en la palabra “motu”, que significa movimiento. Lo que nos mueve es lo que nos emociona, lo que Spinoza llamó “las afecciones del alma”. Sin embargo, desde hace 200 años tanto los enciclopedistas franceses como el idealismo alemán han creado en la burguesía una concepción ideológica puramente racionalista, que mutila el universo emocional de las personas.
Esa concepción está ampliamente arraigada en las sociedades influidas por el racionalismo burgués y en su época ya fue criticada por Marx y Engels, que acusaron a los neohegelianos de no ver “en la humanidad más que una masa sin alma” (1) donde el hombre concreto, el burgués, el trabajador, el parado, el que ríe y llora, se ha esfumado. Para la burguesía las personas somos abstracciones, de las que sólo hay que tener en cuenta el intelecto, mientras que el cuerpo es un objeto propio de la medicina
De ahí proviene la cosificación de las personas, su calificación como “pacientes”, es decir, sujetos pasivos: una persona que no se mueve está como convaleciente, no es más que un objeto como cualquier otro. No actúa por sí misma sino que hay que actuar sobre ella. Es alguien que carece de lo que el marxismo ha puesto en el centro, la práctica, a diferencia de Hegel, que separaba el pensamiento (la teoría) del sujeto (que se moviliza) de carne y hueso (2).
Cuando la burguesía abandona sus sofisticadas exposiciones ideológicas, la impostura se nota demasiado y entonces aparece eso que llaman “populismo”, el intento de mantener la dominación ideológica mediante el recurso a la demagogia, tan típica de los periodos electorales. Para obtener escaños hay que decir a los votantes lo que éstos quieren escuchar, satisfacer sus “bajos” instintos, lo cual es una redundancia porque para la burguesía todos los instintos del populacho son “bajos”. Lo realmente elevado es el intelecto, la conciencia en el sentido que le da la burguesía “culta” y cultivada.
La burguesía oscila, así, de manera pendular, entre la mentira y el vacío, que se esconde bajo un invocación de neutralidad y objetividad que pondera los pros y los contras de todo poniéndolos encima de una balanza imaginaria. Son esas obras de historia en las que la guerra civil aparece como una lucha fratricida en las que ambos bandos cometieron graves crímenes y esas informaciones en las que los yihadistas son unos criminales, pero Bashar Al-Assad tampoco es ningún santo... Es lo que Marx calificaba como la pura contemplación hegeliana, que es la actitud del espectador, de quien se recrea en el paisaje.
La propaganda revolucionaria es todo lo contrario: es apasionada, partidista, conmovedora... Tiene el sello de otra clase social, el proletariado, opuesto al de la burguesía. Es el punto de vista de alguien que participa, que toma partido en aquello sobre lo que escribe. El modelo inmortal de periodismo revolucionario sigue siendo el de John Reed en su “México insurgente” y sus “10 días que estremecieron el mundo”. Es pura agitación. Cien años después su lectura sigue moviendo, removiendo y conmoviendo.
Mientras la mentira es un somnífero, la verdad es revolucionaria, escribió Lenin. La verdad altera nuestro estado de ánimo, nos irrita profundamente y nos arrastra a gritar por las calles (no sólo por las redes).
(1) Marx y Engels, La sagrada familia, Madrid, 1981, pg.54.
(2) Marx, Manuscritos, economía y filosofía, Madrid, 1974, pg.205.
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