Recuerdo
que en mayo de 1976, en vísperas de la primera visita oficial del rey
Juan Carlos a los Estados Unidos, el rotativo New York Times publicaba
los resultados de un revelador sondeo Gallup sobre el monarca español y
el lugar que ocupaba el imperio de Felipe II en el mundo. Me quedé
pasmado al comprobar que para muchos norteamericanos España era un paisito situado en la frontera con Colombia. O tal vez, con Ecuador, poco importa.
Ante mi imaginable asombro, un colega
estadounidense me confesó que al presidente francés Valery
Giscardd’Estaing lo confundieron con el monarca de un principado situado
en los Pirineos.
Me acordé de la supina ignorancia de los
norteamericanos hace unas semanas, cuando el congresista Dana
Rohrabacher, presidente del subcomité de relaciones exteriores para
asuntos europeos, euroasiáticos y… amenazas emergentes de la Cámara de
Representantes, descubrió la existencia de un país “inútil” o
“inviable”: Macedonia. Según el congresista, ese Estado, creado en la
década de los 90, debía… disolverse. La población albanokosovar tenía
que integrarse en Kosovo, mientras que la minoría búlgara podía o tal
vez debía optar por la ciudadanía búlgara. En resumidas cuentas, había
que acabar con esos engendros de finales de la guerra fría, cuya
presencia en el mapa del viejo continente desconcierta a los
legisladores de Washington.
Conviene recordar que en estos momentos
los diplomáticos de carrera norteamericanos, autores de excelentes
trabajos monográficos sobre desconocidos países lejanos, están recluidos
en el Gulag administrativo del Departamento de Estado. Algunos no son
de fiar, puesto que trabajaron para la administración Obama, otros…
Lo cierto es que a la hora de la verdad
Donald Trump tiene sus dudas respecto de las relaciones con algunos
países de Europa Oriental. En el caso concreto de Ucrania, el actual
inquilino de la Casa Blanca no sabía si defender la postura de las
autoridades de Kiev, que comulgan con el ideario del “mundo libre”, o
mantenerse neutral frente a las maniobras diplomáticas del Kremlin.
La decisión de Putin de reconocer los
pasaportes de los habitantes de la región secesionista controlada por
los rusos, puso de manifiesto la necesidad de apoyar a los ucranios.
Huelga decir que las agrupaciones políticas de Kiev pidieron al unísono
el amparo de Washington. Alguien tuvo que recordarle a Trump que
Ucrania, Georgia y Moldova se habían decantado por el paraguas protector
de la Alianza Atlántica. Más aún: que sus gobernantes habían
solicitado, en su momento, el ingreso en la OTAN.
Ni que decir tiene que tanto el
infortunado desliz del congresista Rohrabacher como la postura
bamboleante del presidente generaron un innegable nerviosismo en las
cancillerías de los países de Europa Oriental y, ante todo, de los
estados que se convirtieron, en los últimos meses del mandato de Barack
Obama, en países de la primera línea de frente, llamados a proteger al
“mundo libre” contra la “amenaza” de Rusia. De hecho, algunos analistas
políticos europeos llegaron a barajar la posible retirada de los
centenares de tanques Abrams, vehículos de combate Bradley y morteros
autopropulsados Paladin, trasladados a Polonia, Rumanía y los países
bálticos por el flamante Nobel de la Paz.
“No teman nada”, advirtió el actual
inquilino de la Casa Blanca a través de su enviado especial, Hoyt Yee,
quien recalcó el deseo de la administración de reforzar el flanco
oriental de la Alianza Atlántica.
Aun así, la perspectiva de una
modificación de las fronteras del viejo continente, de la desaparición
de estados soberanos en caso de conflicto armado, genera una sensación
de inseguridad en el seno de la población de algunos países de la zona.
¿Quién me protege en caso de peligro? A esta pregunta, formulada por un
equipo de sociólogos de la organización WIN/Gallup, los pobladores de
Bulgaria, Grecia, Eslovenia y Turquía, países miembros de la OTAN, se
decantaron por… ¡Rusia! Curiosamente, para los búlgaros y los griegos,
la principal amenaza proviene de Turquía, socio de la Alianza Atlántica.
Por su parte, los rusos contemplan una posible coalición con China. Los
rumanos apuestan por el pacto de seguridad con los Estados Unidos,
mientras que los ucranios y los bosnios dudan entre la protección de
Rusia y el amparo de Estados Unidos.
Todo ello pone de manifiesto la
fragilidad del proyecto europeo. Cabe preguntarse si no es esta la
verdadera clave de la nueva política exterior estadounidense. En
realidad, Donald Trump, el titubeante Trump, parece haber hecho suya la
máxima de Julio Cesar y Napoleón: “divide y vencerás”.
Adrián Mac Liman*
*Analista político internacional
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN: ARTÍCULO]
Contralínea 531 / del 20 al 26 de Marzo 2017
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